Capítulo 1

—Necesito que envíes estos paquetes cuanto antes —entrego el par de cajas a Agustín, el encargado de paquetería—. Tienen que llegar esta misma tarde. 

—No te preocupes Jenna, quedará solucionado —asiento y tomo mi carpeta de pendientes a realizar. Coloco una pequeña raya diagonal a la frase “entregar los paquetes” —. Te notas un tanto cansada.

—Lo estoy —digo sin aliento, y niego varias veces con la cabeza. 

—El regreso del jefe nos tiene a todos un poco alterados.

—Ni que lo digas. Continuaré, ten un lindo día —me despido con la mano y comienzo a caminar en dirección a mi oficina.

Y si, como Agustín mencionó, estoy vuelta loca por la llegada de mi jefe. Soy asistente del dueño de este imperio desde hace casi un año. Lo extraño es, que nunca lo he visto. 

Mi trabajo se limita a dirigir su vida desde este enorme edificio situado en Manhattan. Un puesto de bastante confianza pero lo he sabido manejar a la perfección sin acabar encerrada en un manicomio. 

Hace un año me encontraba buscando trabajo de manera desesperada y como golpe de suerte, literalmente, me encontré con Paulino, el segundo puesto de importancia en este lugar. Cruzaba una de las calles del centro y no me percate de su automóvil… por poco me arrolla. Fue muy gentil. Se encargó de llevarme al hospital más cercano a que se aseguraran de que nada me había sucedido. 

Hoy comprendo la importancia de ese gesto. Si no lo hubiera hecho y yo hubiera interpuesto una demanda en su contra, su imagen no sería tan limpia como lo es hoy. Eso no es conveniente al manejar un imperio de casinos en Nueva York, Los Ángeles y Las Vegas. 

Paulino es un hombre muy amable, responsable y gentil. Padre de dos adolescentes y felizmente casado con su mujer desde hace 17 años. 

A él le debo mi trabajo y mi puesto. Aquel día le compartí mi desesperación por encontrar un empleo. Para mi beneficio él se mostró interesado en ayudar y me acabo dando su tarjeta. Mi dedicación en los primeros meses fue tal que terminó ascendiéndome al lugar más temido del organigrama. Ser la asistente de Massimiliano Denti. 

Al principio fue sumamente complicado, tenía que llenar el puesto que había forjado Teresa por casi 12 años. Teresa es una mujer de carácter, mayor y con ideas estrictas. Los días de entrenamiento antes de tomar el puesto fueron de los más difíciles y por poco renunciaba.

—Al señor Denti  le gusta que… —mis primeras dos agendas están completamente llenas de notas con respecto al señor Denti. Teresa se encargó de hacerme saber cada punto. En ocasiones llegaba a sentirme un tanto enferma. Tantas atenciones, tantas notas, tantas relaciones, prácticamente tenía que comprender y conocer al señor Denti de pies a cabeza para tener este puesto. Día y noche miraba las notas que Teresa me dictaba. Trataba de memorizarlas y darle un rostro a mi misterioso jefe. Escribía cosas como, a qué horas se despierta, la hora exacta en la que tenía que enviar el itinerario del día, los correos diarios sobre sus citas, reuniones y pendientes, su pedido mensual de puros cubanos, americanos e italianos. También el día exacto en el que tenía que enviar esos paquetes. Las usuales reuniones en el juzgado ya que se encontraba en proceso de divorcio. Las citas con el psicólogo, etc. Y todo esto, desde Nueva York.

El paradero del señor Denti no se puede conocer con certeza. A veces viaja a Italia, la próxima semana podía encontrarse en España, o Francia, o Marruecos y yo tengo que saber por lo menos dos días antes donde se va a encontrar. 

Ahora, mi trabajo consiste en eso. Organizar su vida. Y en cuestión de uno o dos o tres días él estará llegando a Nueva York después de 1 año y medio de estar fuera. Comprenderán mi desespero y ansiedad. 

Papá dice que este puesto terminará acabando conmigo pero la paga es excelente. Puedo darme lujos que jamás creí. Y mi padre y mi abuela están cómodamente en Vermont con la hipoteca completamente cubierta, así que estoy sumamente agradecida por este trabajo. Paulino y ese accidente ha sido lo mejor que me pudo pasar. 

Cruzo el pasillo y llego a mi oficina para después tomar asiento. Reviso la agenda y notas.  El señor Denti llegará para su cumpleaños número 40. Paulino me ha pedido le organice una fiesta en uno de los hoteles más lujosos de la ciudad. 

He confirmado desde ayer que todo se encuentre listo y mañana mismo iré a revisar que todo el salón esté tal y como lo he ordenado y que las botellas del exclusivo vino italiano hayan llegado a tiempo. Cierro la agenda y en ese momento mi teléfono móvil timbra y en la pantalla puedo leer el nombre de mi jefe.

—Buenas tardes Señor Denti —contesto tratando de ocultar mi cansancio

—Señorita Moore, he decidido adelantar mi llegada para hoy por la noche —su voz ronca y rasposa es lo único que conozco de él. Ni fotos, ni notas en el periódico, de hecho para la sociedad, el Señor Massimiliano Denti no existe, Paulino es el único dueño de este imperio y el rostro frente a las cámaras de la cadena más grande de casinos en Estados Unidos. 

Tengo que concentrarme de nuevo para comprender lo que me está diciendo. Y es cuando siento como el suelo se me va y mi cabeza cae hacia el frente

—Espero no haya ningún inconveniente.

—No, señor Denti, estaremos felices de recibirlo. ¿Necesita algo especial para esta noche? —se queda en silencio y yo tomo mí agenda repleta de post it de distintos colores y caligrafío IMPORTANTE: 

—Quiero llegar a casa —dice con un tono que me parece un tanto derrotado.

—Claro su casa está disponible en cualquier momento, ¿gusta que le preparen algo especial? —carraspea

—Señorita Morre, ¿no se cansa de esto? —frunzo el ceño, ¿qué me ha dicho?

—Disculpe Señor, no comprendo, ¿no me canso de qué? —trato de preguntar de la mejor manera y sin parecer grosera.

—De… de la vida —mi boca cae al suelo y yo niego con la cabeza

—¿Señor se encuentra bien? —escucho como bufa

—No, señorita Moore. Llegaré a las 10 de la noche —y termina la llamada. Mi rostro debe parecer un poema. El señor Denti me ha dejado fría. Tomo el teléfono fijo y llamo a la oficina de Paulino.

—Maia, ¿puedes comunicarme con Paulino por favor? 

—Claro Jenna— y escucho el tono indicando que traspasa la llamada.

—Jenna —suspiro

—Paulino me ha llamado el señor Denti… llega hoy, a las 10.

—¿Qué?, ¿pero por qué? —niego masajeando mis sienes

—Pensé que tú lo sabrías, no se escuchaba nada bien —hay silencio y luego un movimiento de papeles

—Bueno, ¿Qué quiere?, ¿quiere que nos reunamos y…?

—No, solo me ha dicho que quiere ir a su casa —bufa

—El proceso de divorcio al fin culminó —dice como de golpe.

—Oh —es lo único que me ha podido salir de la boca. Ahora comprendo, tal vez se encuentre triste por ello, y su frase sobre el cansancio me invade. 

—Bueno, si te llama de nuevo o quiere que nos veamos, avísame, gracias por la llamada —suelto un suspiro—. La fiesta sigue en pie.

—Está bien… hasta luego —y termino la llamada.

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