Capítulo 4

Luego de terminar la conversación con Christian, salí de su oficina prácticamente corriendo. Estaba oscureciendo y a mi auto no le andaban las luces delanteras. 

Estando ya cerca de la entrada y con una velocidad igual a la del corre camino me choque con un chico. No lo había podido ver bien, ya que iba todo encapuchado. 

Me enojé bastante, sé que venía corriendo pero tenía intenciones de esquivarlo pero él pasó su super hombro que parecía el martillo de Thor haciendo que me tambaleara como una gelatina.

No fui capaz de ocultar mi evidente molestia.

—¡Oye! No soy transparente, ten la decencia de disculparte, si me chocaras así  —mi voz sonó elevada en aquel lugar en donde el silencio reinaba, quede como una loca, provocando que la chica de la recepción me mirará mal. 

—No es mi problema si vas corriendo y no te fijas por dónde vas —respondió él bien pendejo dándose la vuelta, y mirándome con una cara de pocos amigos. Su voz era extremadamente gruesa, un sonido que estoy segura que no olvidaría fácilmente. 

—Lo mío se puede justificar, no prestaba atención, no porque no quisiera si no porque estoy apurada. En cambio vos si estabas viendo tu camino, ¿No pudiste simplemente correrte o algo? ¡En vez de pasar tu súper hombro en mi cuerpo gelatinoso! —Oh Dios. Soy una pieza de drama, no quiero imaginarme ni cómo sería cuando me tocase pasar por la menopausia.

Estaba de mal humor con la vida y el desconocido apareció en el momento perfecto para descargarme. Normalmente no me enfrentó a nadie porque no me da la cara, pero confío que luego de esto no lo volveré a ver más. 

No importó mi enfado, ni el drama que había hecho, porque el desconocido me miró como si fuera un bicho aprendiendo a hablar, una perfecta mirada arrogante, para luego retirarse como una diva y dejarme como la patética persona que soy. Se comportó como un ogro.

Era un ogro sexy.

Sus ojos verdes no me habían pasado desapercibido. No iba a negar que tenía una belleza notoria. Aquel hombre fue toda una novedad, como encontrar oro en el barro. Los hombres que conozco no llegan a ser tan bonitos como él. 

Que ironía de la vida, hacerme conocer a un chico que parece sacado de un casting de Elite, en el momento equivocado. 

Mientras reflexionaba en el medio de la recepción, cuestionando si sería mala idea ir a buscarlo para pedirle su I*******m, cuando había hecho un escándalo por nada. Me obligue a salir del trance de idiotismo, producto de no ver gente bella en el país en donde vivo.

No tardé en acordarme de que debía regresar a mi departamento, y que las luces del maldito auto no encendían. Lo que ya predecía con dolor sucedió, pero extrañamente estaba esperando alguna especie de milagro.

Fui todo el camino con la cara pegada en la ventana delantera. El cielo ya se había puesto totalmente oscuro, y muchas luces de las calles estaban apagadas así que manejé como pude. Tendría que dejar de leer hasta altas horas de la noche forzando mi vista, porque ahora la vida parecía saldar cuentas, al no ver un carajo lo que tenía por delante. Si salía viva de esta tendría que ir a un oculista para conseguir unos lentes.

Mientras pensaba en las tantas cosas que tendría que hacer si no moría, el fuerte ruido de las sirenas de la patrulla me tomaron por desprevenida, las luces me lograron cegar fácilmente, como si estuviera en el túnel de la vida. Por un breve momento me pregunté si estaba siendo invadida por los aliens o si ya había chocado y aquella luz era mi entrada al infierno, por supuesto que en el cielo me echarán de una patada, lo confirmé en aquel instante cuando entendí que se habían respondido mis pagarías.

—¡Jesús al momento de pedirte que mandaras luz a mi camino, no me refería a esta clase de luz! —grité  aunque un oficial se acercara a mi auto.

—Señorita, por favor baje la ventana —el oficial de al menos cuarenta años, estaba en mi ventana como una pesadilla viviente. Me alumbraba con una linterna que terminaría por dejarme ciega.

—¿Hay algún problema señor oficial? —respondí bajando las ventanillas,  mientras oraba para que la tierra me tragara. Quizás eso si me podrían conceder.

—¿Se da cuenta usted que no tiene encendida las luces delanteras?— me hablaba como si fuese ciega o una idiota -cosa que lo soy, pero solo yo puedo decirlo o pensarlo- 

—Lo siento señor oficial, las luces se me rompieron hace poco. Prometo arreglarlas —hable haciendo notar mi arrepentimiento. Esperando a que tuviera misericordia de mí. 

—Lo siento señorita pero tendré que hacerle una multa, ya que es peligroso que maneje en estas circunstancias. Esperó la próxima vez no tenerle que hacerle otra multa por esto —sus palabras provocaron que lo maldijera por dentro, sé que era entendible, pero solamente se trataban de unas tonta luces.

Miento, el hombre tenía razón, podía chocar a cualquiera fácilmente con mi visión que estaba fallando pero era lo suficientemente orgullosa que no lo quería admitir ni conmigo misma. 

—Por favor, deme su licencia de conducir— siguió hablando el oficial.

Terminé de mostrarle lo que me pidió y seguí mi camino directamente a mi casa, con una hermosa multa que me acompañaría. Sentía que mi día no pudo ser peor, a pesar de que fue relativamente bueno el momento en el que conocí al prometido de mi mamá, pero luego de eso sentí como mi propia mala suerte iba en aumento.

Llegué a mi departamento y mi único consuelo eran las sobras de comida de la noche anterior, con un poco de helado. Nada mejor que la comida como para aumentar mis ganas de vivir, al menos si vivo, que sea porque la comida es mi único motor.

Mientras miraba ladybug en Disney, pensaba en el desconocido que me había empujado. Si hubiera notado su belleza de antemano, le hubiera dejado hasta que me pateara la cara. 

Aquel hombre con su tono de voz, mirada fría e hipnotizante, parecía haberse escapado de algún libro que había leído. 

Lo único que podía confirmar es que me choqué con un dios griego disfrazado de ogro.

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