Capítulo 2: Lejos.

“Y cada paso que des puede significar un inicio o un final”

«¿Por qué?, ¿ Por qué me preguntaba eso?»

—Mamá, ¿qué quieres decir?

Soné más que insegura cuando hablé, mi madre que estaba fumando un cigarrillo lo tiró a un lado. Nunca fumaba, lo había dejado hace muchísimo tiempo. No lograba descifrar su expresión, ella estaba calmada, pero no apartaba la vista de mí.

—Tu padre nos dejó por tú culpa, tuve que firmar el divorcio o nos quitaría todo.

Me negaba internamente a creer en ello, mi papá no podría hacer eso. Una risa salió de sus labios.

—Si hubieses sido una buena hermana ella seguiría con vida, él estaría aquí y feliz. Destruiste a esta familia—. Algo dentro de mí se rompió, el corazón me dolía.

—Perdón— Susurré. Y en cuanto formulé esa palabra se escuchó un estallido. Mi madre había lanzado un jarrón al suelo y lloraba sin parar.

—Arruinaste nuestras vidas, no quiero verte—. El odio en sus palabras fue tan doloroso, estaba lleno de veneno, y éste terminó de matarme.

Le di una última mirada y corrí hacía mi habitación. Solo lloraba y trataba que mi corazón se calmase. Quería borrar el dolor.

Era imposible, no se exactamente cuanto tiempo pasé entre lágrimas, no fui conciente de nada. El frío de la noche se hizo presente, pero no se comparaba con el frío que sentía mi alma.

Al verme en el espejo sentí lástima, jamás había experimentado éste sentimiento, mis ojos estaban rojos e hinchados, el rostro pálido y notablemente cansado.

¿Porque sigues aquí?

Eidrian, Mónica, sus amigos, mis padres. Todos alguna vez me hicieron preguntar lo mismo, pero nunca me detuve a pensar ¿porque yo sigo aquí?

Respiré profundo, ¿cómo seguir cuando estás así de rota?, sonreí tristemente mientras veía mi reflejo, aquella chica que un día fue feliz, que no le importó desvelarse y estudiar hasta el cansancio para obtener una beca y salir adelante, ahora su mirada estaba perdida, sus ojos ya no brillaban, me había dado por vencida.

Me lavé la cara en el baño, al salir bajé al viejo y pequeño sótano de la casa, todo estaba en silencio, cuando cruce la sala vi a mi madre beber y fumar mientras sostenía un retrato de ella y mi padre en la playa.

Abrí la puerta y bajé los pocos escalones que daban hacía el interior, busqué entre las viejas cajas aquel objeto que recordaba. Esperaba que siguiese aquí. De no estarlo, quizá lo tomaría como una señal de la vida.

Después de mover algunas cosas encontré lo que buscaba, pequeñas y fugaces memorias llegaron ante mis ojos, aquellos viajes de campo, las cabañas y otros lugares que habíamos visitado, pero ningún buen recuerdo fue tan poderoso para borrar la idea de mi mente.

Regresé a mi habitación con la soga en mis manos. La colgué en un inservible ventilador que yacía en el techo.

Hice algunos nudos y estaba listo. No me preocupé por escribir alguna carta, por llamar a algún amigo o de más, ya nada tenía sentido, y ya no tenia a nadie. Esto era lo mejor para mí. Para todos.

Observé por última vez mi habitación y sobre todo la ventana que rutinariamente abría por las noches, lo hacía porque tenía la sensación de que todos mis males y preocupaciones escapaban por allí. De este modo me dejaban descansar, aunque por el día, entraban de nuevo.

Con ayuda de un banco quedé a la altura de la soga, la pasé por mi cabeza hasta que apretó la parte media de mi cuello.

Tomé el valor que nunca tuve. El que pude haber usado para detener a quienes me insultaban, el que pude haber usado para enfrentarme a la vida, a mis padres. Me impulse, dejé a un lado el banco, la gravedad me arrastró al suelo, sin embargo no alcanzaba a tocarlo, mis pies ya no tocaban ninguna superficie, se hizo una gran presión en mi garganta, el aire no me llegaba a los pulmones, luego de un rato sentía como mis ojos ardían, a la misma vez que mi garganta, la falta de oxígeno era irremediable, mis piernas pataleaban tratando de encontrar un centro de apoyo, pero éste nunca llegó. Sentía una sensación sofocante, horrible.

Mi corazón que ahora podía escucharlo débilmente como pitidos de auxilio iba más lento, y con un solo pensamiento de paz, la vista se fue convirtiendo en una capa de nostálgicos recuerdos siendo borrosamente arrancados por éxtasis de la muerte, llegó un instante, un segundo en el que dejé de sentir, en el que supe que la vida se me iba de las manos y así fue. Dejé de respirar, el corazón dejó de latir así como mi estadía en el mundo de los vivos había terminado esa noche, donde mis ojos se cerraron a la vista de la luna.

Muchos miran la muerte como el final de todo, pero quizá no es así, quizá el final solo es el comienzo de algo nuevo, de algo que para nosotros, es difícil de entender, de percibir, de comprender.

Sentía una brisa ligera y suave teñir las facciones de mi rostro, era una sensación de miles de caricias. Abrí mis ojos pero los cerré al notar una luz muy parecida a los rayos del sol cubrirme. Me puse de pie sintiéndome más ligera y algo aturdida. Estaba en un lugar extraño, no supe como llegué o aparecí, pero en el fondo sabía que ya no estaba viva. Me sentía tranquila, en paz, algo que en mucho tiempo no había familiarizado con mi existencia.

—Dela—. Una voz delicada y que pareciese invisible murmuró mi nombre poniéndome alerta, traté de buscar de donde provenía pero todo a mi alrededor estaba en soledad, era un lugar blanco pero había árboles pequeños cubiertos de hojas verdes.

Extrañamente hermoso.

—Por aquí Dela— Volví a escuchar esa voz ahora más cercana. Me giré en un rápido movimiento topándome con una mujer extremadamente hermosa, su cabello era corto y de un color rubio casi blanco, sus ojos claros, brillantes tal cual dos estrellas en la cima del cielo de la noche, con facilidad me sacaba una cabeza más de altura, baje la mirada observando su vestuario, traía consigo un vestido de tono marfil justo arriba de las rodillas con encaje en las mangas que cubrían sus largos brazos.

—¿Quién eres?, ¿Y en dónde estoy?—Musité observando una vez más a mi alrededor.

—Tranquila, estás en el sitio correcto, ahora acompáñame te mostraré cual será tu deber de Ángel— Fruncí el ceño.

«¿De ángel?»

Eso quería decir que efectivamente estaba muerta.

—No tengas miedo, todos al principio te sentirás confundida, tu cuerpo se acostumbrará.

Cuando llegué hasta dónde se encontraba, porque realmente caminaba muy rápido, me dejó ver un bulto en su espalda. Abrí mis ojos con asombro, pareció que notó la tensión. En mis huesos. Me miró sonriendo y expandiendo lo que eran dos enormes y hermosas alas.

—Tú también tienes las tuyas, como te dije, te acostumbrarás a ellas y ellas a ti— Abrí mi boca en una ligera “o”. Respiré profundo concertándome en mi cuerpo.

Alas

Miré detrás de mi espalda y así era, tenía dos alas no tan grandes como las de ella pero brillaban aun más, no sentía ningún peso o incomodidad.

—El brillo refleja tu pureza, y tu eres sumamente pura es por ello que brillan de esa forma— Se adelantó a decir. Asentí, me dio la mano y la tomé.

—Supongo que ahora las cosas cambiarán ¿no?— solté con algo de nostalgia, con algo de temor.

—Así es, el destino escogerá cuál será tu habilidad y estadía, por cierto mi nombre es Merteer, soy la encargada de guiar a los nuevos Ángeles, me es un placer darle la bienvenida al jardín del Edén.

Había descubierto que los Ángeles si existían y no solo eso, ahora yo era uno de ellos.

En el fondo de mi ser existía una gota de arrepentimiento, misma que se convirtió en una lágrima la cuál quité rápidamente. Lo hecho esta ¿no? Era momento de aceptarlo, di un paso hacia adelante dejando atrás todo aquello que me hirió, porque ahora yo, estaría bien. Y trataría de sanar.

La duda de lo que pasaría luego, aún estaba allí.

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