IV

Deposita la cabeza cercenada aún en la bolsa negra en la mesa metálica de disección de nuestra morgue especializada en seres sobrenaturales.

El médico forense, un viejo que ha visto más que cualquiera en esta vida, aplaude eufórico y presiona el cigarro en un plato ovalado que en realidad es de cocina.

—Oh, un reptil. —Alza la cabeza y la acerca a su rostro para inspeccionarla mejor de cerca—. ¿Y el cuerpo? ¿Por qué no lo trajiste? —le masculla a Annie, que se encoge de hombros—. Me debes uno.

—Hecho, maldito psicótico.

Él la ignora y me observa.

—¿Y este muchachito? —vuelve a dirigirse a la pelirroja.

—Mi compañero —le responde con una sonrisa.

—¿Compañero? ¡Por todos los santos de la ciencia! ¿Es en serio? —Deja caer la cabeza como si fuera una pelota y se aleja para agarrar varios instrumentos de disección—. Esto sí es una verdadera hazaña.

Annie se mira las uñas simulando a cierto personaje de película y hace un ademán.

—Me lo merezco. —La miro sin entender—. Me he comportado muy bien, de modo que mi recompensa debió ser esta.

—Uhm —murmura el viejo entretenido en sacarle pedazos de piel escamosa a la cara desfigurada de pánico—, bueno, sí, te has comportado muy bien. En mis largos ochenta años puedo afirmar que esta es la primera vez que te mereces una recompensa de verdad.

«¿Ochenta años? ¿Esta división ha durado tanto tiempo? La CIA tan solo tiene setenta y cuatro años de haber sido fundada. Por lo menos el FBI tiene ciento trece años. Seguro Annie vio sus cimientos y cómo creció de manera exorbitante. Me pregunto si fue una de las primeras en pisarlo o si aún estaba en las sombras».

Vuelvo a la realidad y me intereso en el viejo.

—¿A qué se refiere, señor?

Se detiene y me contempla con la cara arrugada.

—Para ti soy Darwin, maldito niñato —escupe.

Annie se echa a reír con fuerza. —También puedes decirle «maldito psicótico», la definición exacta para este engendro.

—Cállate, niñita —barbulla.

—¿Niñita? —Enarca una ceja—. Soy más vieja que tú, Darwin.

—Déjame hacerme el viejo, por favor.

Me entretengo con su discusión.

La corrección de mi compañera me reafirma que es una momia andante, pero no envejecida ni con telas roídas y sucias en todo su cuerpo.

Me enfoco de nuevo en la labor que ejecuta Darwin, ahora también llamado en mi consciencia como viejo mañoso. Es profesional, lo veo por cómo maneja las pinzas y los bisturís y por cómo su mano es tan delicada para hacer un proceso como el de tomar pequeñas muestras. Le encanta, se nota por su sonrisa, la cual se extiende en su arrugado rostro y lo hace parecer más decrépito.

Annie hace un movimiento que me atrae y me hace verla de soslayo; se sienta sobre el escritorio con los brazos cruzados, la cabeza ladeada y los ojos puestos en el techo. No sé qué le ve aparte de la bombilla y los insectos que la sobrevuelan. Cuando siente que la observo, me mira con su habitual escrutinio y desliza una sonrisa en sus labios, que esta vez parecen más suaves y delicados de lo que ya de por sí son.

—Me rejuvenezco cada vez que hago algo que alimente mi mayor aliciente —expresa divertida. —«No tengo privacidad, ¿verdad? Aunque prometiste no ahondar en mis pensamientos, lo haces a cada rato»—. Lo siento, me es inevitable. Solo fijar mi mirada en la tuya hará que conozca qué piensas, qué rememoras y qué deseas. La única manera de que no sepa qué cruza por tu mente es que no me veas directamente, algo que te será también imposible. Prometí, más que todo, no sumergirme más allá de tus pensamientos, no saber tus memorias como tal, así que puedes estar tranquilo, ya que solo veré lo superficial —explica con los labios fruncidos—. Ahora, Desmond, mejor enfócate en lo que hace ese viejo senil —suelta con diversión.

El nombrado la maldice por lo bajo y deja la cabeza quieta cuando ha agarrado lo suficiente para hacer las pruebas asignadas de laboratorio.

Según me explicó la pelirroja, esto lo hace para saber si hay más variantes de su raza, si es joven o viejo, si fue convertido, porque puede haber una transición de humano a cambiaformas, o si fue nacido. Por la forma en cómo me lo informó, supe de inmediato que ya sabía las respuestas. Se lo pregunté y solo recibí una sencilla respuesta: «Es más divertido verlos a ustedes trabajar que hacerlo yo con una simple miradita. Es aburrido hacerlo todo yo. Aunque obtenga los resultados con un parpadeo, me aburriré porque no hallé más que lo de siempre: respuestas sin ser indagadas como los humanos las indagan». Todo en ella me confirma en definitiva que sí es omnipotente o que está a unos pasos de serlo, pues para ser omnipotente del todo no debe tener un cuerpo hecho de carne, sino estar fusionada con todo lo que esté vivo y no vivo, ¿o no?

Sacudo la cabeza y vuelvo a escrutar lo que hace Darwin.

«Es un verdadero profesional en su campo. De verdad me alegra ver esto por parte de alguien muy capacitado y no un incompetente que solo quiere dinero».

—Bien, escuincles, ya se pueden marchar. —Se alisa el canoso cabello y mete las manos en los bolsillos delanteros de su impoluta bata—. Dentro de dos días le daré los resultados a su superior, de modo que en ese plazo de tiempo conocerán mucho sobre esta alimaña —golpea la cabeza cercenada con los dedos.

—¡Perfecto! —Annie le aplaude y baja de un salto de su escritorio—. No pude traerte más especímenes para que experimentes, lo lamento. —Junta el dedo índice con el pulgar y deja un pequeño espacio entre ellos. Es ínfimo, más bien—. Me pasé un poquito a la hora de hacer mi trabajo.

«Poquito es mucho», ironizo cuando paso por su lado para dirigirme a la puerta.

Ella resopla, se despide de Darwin y se acerca con las manos en los bolsillos delanteros de su pantalón. Camina a mi lado por el largo pasillo y se adentra en el elevador con una sonrisa espléndida, la habitual en su cara.

—¿Y bien? ¿Qué más deseas hacer?

Hundo el ceño y aprieto el botón que conduce al piso donde está su oficina, bueno, la nuestra, porque hace poco pusieron un escritorio al lado del suyo para hacer el habitáculo más reducido de lo que es. Hasta puedo concluir que a lo último me frustraré porque la claustrofobia me ganará.

—¿Trabajar?

Suelta una carcajada larga y tendida.

—Hacer papeleo, de hecho. —Deja caer su cabeza en mi hombro. Me tenso por este gesto que me resulta íntimo o muy amistoso—. Tenemos que subir a la base de datos un informe sobre lo acontecido en el bosque y en el McDonald’s. Es necesario para tener un recuento de lo que hacemos por si la justicia, en este caso el tribunal, requiere de nuestra perspectiva para enjuiciar a alguien o para denunciar. Tómalo como quieras.

Aún con su cabeza recargada en mi hombro, le pregunto:

—¿No se supone que la humanidad como tal no debe conocer lo que hacemos? Es decir, allí entraría un tribunal.

—El tribunal conoce más de lo que pretende, Desmond. ¿De quién fue la idea de hacer nuestra división? De ellos. —Se aparta y se mira en el espejo empotrado detrás de ella—. Además, debemos informar que fuimos atacados por unos vampiros que intentaron infiltrarse y que les resultó mal hecho porque cayeron en el lugar menos indicado.

Algo en mi cabeza se anuda y deja de ser un cabo suelo.

—Ya sabías que ellos arribarían a ese McDonald’s, por eso dijiste que tenías hambre. De antemano, conocías que es el único establecimiento en esa carretera —expongo asombrado—. ¿Cómo lo supiste?

Desvela sus dientes blancos, rectos y perfectos.

—No puedo revelarte mis artimañas, querido compañero, pero sí te puedo revelar lo siguiente —se acerca y susurra en mi oído—: todas las respuestas incluso se pueden hallar en todo lo que parezca una nimiedad. —Se aparta y palmea mi mejilla—. ¡A hacer ese informe!

Sus palabras no tienen sentido.

Todo en ella no tiene sentido.

Nada aquí parece real o una interpretación de un sueño desgastado, ni siquiera se asemeja a una pesadilla o a un terror nocturno. Me tocó la compañera más rara que puede ofrecer la división, pero que a la vez es su mejor arma.

Recuerdo lo que me dijo en el restaurante antes de que nos interrumpiera el camarero y decido tomar esa carta para echarla en mi tablero y así probar suerte.

—¿Cómo te capturaron?

Sus rasgos se tintan de seriedad.

—Si te lo digo, posiblemente esté más tiempo bajo el yugo de los tuyos.

Mis cejas se arrugan.

—No comprendo.

—Y es mejor que no lo hagas —gruñe.

Trago saliva y carraspeo.

—Entonces ¿puedo saber qué hacías antes de que te capturaran?

—Tampoco lo puedes saber. —Golpea el panel y espera a que el ascensor se detenga abruptamente—. Quizá lo conozcas si me parece fructífero, Desmond. —Se inclina y observa la cámara, que deja de tener ese destello rojizo usual en su lateral que avisa que está encendida o en función—. Solo te puedo decir que hacía lo que más me encanta. Para ser exactos, lo hacía con más frecuencia que ahora.

—¿Qué es lo que más te encanta? —inquiero vacilante y temeroso.

Sus labios se estiran tanto que temo que se rasguen en las comisuras.

—Eso ya lo conoces, pero no sabes interpretarlo.

El parpadeo de la bombilla diminuta en la cámara vuelve y con ella el movimiento ascendente del elevador.

Tiene razón, nunca sabré interpretar con exactitud lo que le encanta, pero en el fondo de mi cerebro sé qué es. Mejor no intentar desglosar aquello tan complicado y prefiero resumirlo en dos palabras: generar maldad. Lo evidencié cuando mató a esos dos vampiros ante mí, lo sentí e incluso lo saboreé. La maldad no solo es hacer daño y destruir, también sirve para influir y trucar, justo lo que hizo con esos dos sujetos; los envolvió en sus palabras y los incitó a hacerse daño entre ellos, cosa que resultó siendo una hórrida escena. Describirla hará que mi mente haga lo posible por olvidarla para así protegerme, algo que estoy rotundamente decido en no olvidar.

✵✵✵

Redacto el informe con rapidez y se lo paso para que lo revise.

Como si nada, se pone unas gafas de marco grueso con un corte grácil en el filo de su nariz y lo lee. No sé, pero siento que se burla de todo, hasta de los problemas de vista, porque sé que no tiene astigmatismo o miopía. No tendrá un problema tan humano como ver borroso o necesitar de unas gafas cuando la vista se cansa.

—Está perfecto, querido.

—¿Podrías dejar de decirme querido?

Se echa hacia atrás y finge estar lastimada por mis palabras.

—¿Por qué?

—Porque siento que simulas ser una anciana cuando lo pronuncias —me sincero.

Sonríe y se quita las gafas.

—Ese es el chiste.

—A veces te comportas muy inmaduramente. Lo sabes, ¿no?

—Lo sé a la perfección.

La ignoro y vuelvo a mi escritorio.

Su burla está en todas partes. Parece escupirle a algo que no percibimos o vemos nosotros los mortales.

Agarro su expediente y vuelvo a leerlo.

No me enfoqué en su fotografía al lado de su descripción, solo me fijé en el párrafo que le seguía. Ahora que la veo puedo afirmar por enésima vez que es una belleza en toda su palabra. No me refiero a ese tipo de mujer atractiva que suele congestionar los shows por cable, sino ese atractivo singular que se hace curioso y atrayente porque sabes que tras tanta lindura puede haber algo con un fin funesto. Lo que atrae de su persona es justo eso: saber qué es lo que oculta y con qué fines lo hace. Sé, asimismo, que fue capturada por humanos, pero ¿cómo? Si no somos más que débiles y diminutos ante ella. Es sorprendente saber que fue opacada por los míos, aunque resultaría más sorprende conocer cómo y en qué momento pudieron apresarla. El collar que aprieta su delicada garganta influye bastante en sus decisiones; le impone restricciones, las cuales debe romper si pide permiso, regula sus ansias y la limita. El que no se lo pueda quitar es más asombroso que tener el conocimiento de qué está hecho.

Niego, suspiro y bajo el folio.

Si me concentro mucho en esos hechos, temo desfallecer y perder de vista lo que de verdad importa en mi corta vida.

De repente, me erizo.

—Vaya, vaya —atrae mi interés—, eres justo lo que siempre he buscado a lo largo de mi duradera existencia. —Se quita las gafas, muerde una de las patas y contiene una sonrisa que no logro esclarecer. Mis vellos vuelven a ponerse en guardia. Esa sonrisa sí es de temer—. Desmond, eres el mejor regalo que han podido darme.

Mi garganta se aprieta y mis cuerdas vocales se rehúsan a funcionar.

Toso con disimulo para aclarar mi voz.

—Annie…

—No es necesario preguntarlo. —Sus pupilas devoran las mías—. Eres el ser más empático que he podido conocer, el cual siempre pedí oculta en las sombras de cascarones que a lo último eran solo eso, cascarones frágiles que en verdad ocultaban una apatía y odio descomunal hacia sus otros, hacia su humanidad.

Siento que un hoyo se abre bajo mis y me succiona a un lugar desconocido pero abrasador.

Se levanta, rodea su escritorio y se encamina en mi dirección.

Precipitada, está a unos centímetros de mí con los dedos picoteando mi pecho.

—Sin duda algo, valió la pena esperar —susurra.

Y siento que esto último es el sello que faltaba para encadenarme a ella.

✵✵✵

Empiezo a dar vueltas en la cama; fragmentos de lo que sucedió hace unas horas apuñalan mi consciencia y la desangran con bastante rapidez.

Desenredo las piernas de las sábanas y me incorporo con los dedos hundidos en mi cabello desaliñado. No dormir me frustra a niveles inimaginables y me hace querer volver al aliciente del alcohol. Dejo caer los pies en el gélido suelo y me pongo de pie con un resoplido. La soledad de mi apartamento no diluye mi malestar, sino que lo incrementa.

Embobado con el ardor repentino en mi estómago, me dirijo a la nevera, la cual abro apresurado. Su interior solo está colmado de refrescos, frutas y vegetales frescos, bandejas de comida prehecha y frascos de aliños o salsas. No hay lo que más deseo ahora: vodka o coñac.

Con los labios fruncidos, me siento en el sofá de la sala y extiendo los pies como si pudiera quitarme de encima la rigidez que los invade. Me fijo en la pantalla plana frente a mí y me resiento. No sé ni por qué la tengo si no me gusta la televisión.

Ahogo un suspiro de resignación y me limito a cruzar los brazos.

Pego un respingo y en un nanosegundo me levanto por el incesante sonido del timbre de la puerta. Es muy tarde como para recibir un paquete o tener la visita de algún familiar. Me debato entre ir a abrir o quedarme tieso en mi lugar.

Cuando estoy a punto de tomar la segunda opción, oigo su cantarina voz detrás de la puerta.

—Si no me dejas entrar a las buenas, me temo que te sorprenderé por la espalda —canturrea con gracia—. Vamos, ábreme. Te he traído lo que tanto pides.

Un nudo se hace en la boca de mi estómago y paraliza mis terminaciones nerviosas.

El que sepa todo lo que deseo, pienso, quiero hacer o hago me sofoca y me provoca más temor que nunca.

«¿Cuál es su necesidad de agobiarme? ¿Cuál es su necesidad de estar encima de mí para opacar mi extraversión? M****a, todo esto me aflige».

Me acerco, aprieto el pomo y abro la puerta con lentitud, me asomo en la rendija que forma y la observo con cansancio.

—¿No puedes darme por lo menos tres horas a solas?

—Percibí deseos etílicos en medio de tu melancolía, así que decidí rellenar de nuevo esa adicción. —Alza dos botellas selladas, una justamente de coñac y la otra de vodka. Salivo, pero esa necesidad se ve opacada por un nuevo miedo—. Podemos beberlos juntos.

Sacudo la cabeza y me apoyo en la puerta para no dejarla pasar.

—No, gracias —resuello. Las ansias me piden pegarme a una de las botellas y absorber su contenido con suma velocidad. Sin embargo, mis deseos de redimirme son más fuertes.

—No seas tan obstinado, Desmond. —Hace una mueca y reparte su peso en una pierna—. ¿Ni siquiera quieres darles un sorbo?

—Sé a qué quieres llegar —mascullo—, y no te daré la satisfacción de verme recaer de nuevo.

Reprime una sonrisa y da un paso atrás.

—Lo intentaré hasta que tu ansiedad te consuma y te inste a volver al mundo insano de la bebida y de las drogas, las que tanto amabas cuando perdiste a tu hermano. —Aprieto los dientes y alejo las ganas de empujarla para alejarla de mi maldito hogar—. Bueno, tengo tiempo de sobra, así que cansarme no es una cuestión dudable. —Se gira y tararea una melodía que reconozco de inmediato—. Espero que este arrullo sea suficiente —comenta antes de marcharse.

Contemplo el pasillo más pálido que las paredes que me rodean.

Aquella melodía solía cantárnosla mi madre a mí y a mi hermano antes de irnos a dormir.

Mi corazón acelera sus latidos y mi respiración se vuelve superficial.

«¿Qué demonios?».

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo