Capítulo Tres. ¿Bienvenida? [2/2]

Louise resopló desviando la mirada hacia otro punto de su oficina, pretendiendo olvidar las cosas raras que estaban asomándose ahora que… un nuevo príncipe llegaría a este palacio.

Si ella tuviera la oportunidad de reunirse una vez más con alguien de su familia, lo menos que les pediría es que dieran un informe detallado de su condición.

Hasta ahora, los pocos indicios de una alegría que había observado, se habían concentrado en Alina. Porque su padre sólo parecía pensar acerca de su otro hijo como un extraño animal.

Por la tarde, decidió salir de su oficina cuando no encontró nada más en qué pensar para dejar de buscar respuestas a preguntas enigmáticas. No había sabido nada del rey en todo el día, Alina no regresó más a su oficina y no escuchó más movimiento por los pasillos.

Vagó por los pasillos casi solitarios al no tener nada que hacer. Su naturaleza era permanecer ocupada con algo hasta que entrara la noche, pero hoy… no había hecho nada y eso estaba matándola. No sabía a ciencia cierta cuando retomaría sus clases de nuevo, todo su trabajo había quedado en un ciclo de espera que no sabría cuando terminaría. Pero rogaba porque fuera pronto.

En los treinta minutos que llevaba andando sin rumbo alrededor del palacio, no había visto mucho ajetreo como en la mañana. Y ya acostumbrada al movimiento enérgico del servicio, sentía un poco de agobio al no percibir nada.

De vez en cuando, el nombre de Elion Heeger llegaba a su mente como un pensamiento fugaz y le dejaba pensando por varios minutos, justo como ahora. Pensó en el modo que ahora debía cuidarse de tres príncipes problemáticos, en lugar de dos. Y, sabiendo que el chico había sido un rebelde hace un par de años, no le inspiraba mucha confianza que existiera la oportunidad de que hubiese cambiado.

Formuló un sonido de duda con su garganta cuando pensó en el tipo. Pero, sin tener una imagen o indicio de su rostro, era casi imposible. No obstante, ya lo sabría cuando llegara la oportunidad.

Louise detuvo sus pasos cuando escuchó murmullos, y alejándose de su imaginación, se fijó que estaba cerca del gran salón. Se acercó lo más posible a la puerta, escondiéndose ligeramente para que no la notaran, y agradeció haber pensado en eso porque a lo lejos observó al príncipe Alan Heeger discutir con un sofocado sirviente que estaba al borde de las lágrimas y arrodillarse ante él.

Rodó los ojos cuando el hombre alzó una mano como si fuera a azotarle, pero él simplemente se rió cuando escuchó las súplicas del pobre chico.

Era una escoria.

La piel se le erizó cuando admiró la ególatra sonrisa de Alan ir en su dirección. Metiendo las manos en los bolsillos de su pantalón formal e intentando verse deleitable al peinar su cabello hacia atrás con sus dedos.

“¡No! ¡Lo que me faltaba!” Pensó apresurada largándose repentinamente al jardín cruzada de brazos, siendo seguida por el alto príncipe.

—¡Louise! ¡Pensé que no estarías por aquí hoy! —Ruidoso fue acercándose hasta que la pelinegra fue capaz de sentir su calor corporal detrás de ella. —Me da alegría verte.

Pues el sentimiento no es mutuo” Refunfuñó para sus adentros dando un par de pasos hacia delante, recobrando su espacio personal. —Es sorprendente para mí verlo a usted aquí. Ciertamente, no pensé que estuviera alrededor.

Una cosa que Louise sabía y usaba a su favor, es que este príncipe odiase que ella le hablase con tanta formalidad. Y a pesar de todos los años que ha pasado aquí, jamás le ha hablado de una manera informal. Louise lo tomaba como un acercamiento amistoso que ella jamás quería tener con él, por lo que se abstenía a llamarlo solo por su nombre y título y formaba una barrera entre ellos.

Aunque él la derribara cada vez que pudiese. Pero Louise no se rendía y volvía a hacerla.

Sabe cómo le molestó el que le hablara de esa manera cuando frunció su nariz y suspiró incrédulo con una sonrisa. —Pues esta es mi casa, y no voy a dejar que un extraño simplemente venga a quedarse como si nada.

Louise alzó una ceja, interesada. —¿Entonces el servicio no puede quedarse según su teoría? —Casi carcajea cuando observó la mirada perdida que indicaba que se encontraba procesando sus palabras. Y entonces le miró ofendido y replicó: —Eso no era lo que quería decir.

“Claro” Susurró. Ambos se quedaron en silencio, mirando el amplio patio y los frondosos árboles repartidos alrededor. Louise no estaba tranquila con él cerca.

—Sólo digo que ese tipo no puede simplemente decir “regresé” y ya asumir que va a tener todo lo que nosotros tenemos. Si se fue, fue por algo. —Le escuchó. El estómago se le revolvió de escucharle hablar con tanto aborrecimiento y casi que escupiendo entre palabras.

Aprovechó para indagar más en el tema. Total, Alan escucharía y le respondería si tenía suerte.

Primero, comenzó con darle la razón. Un arma de doble filo que le permitiría tener más seguridad de lo que quería escuchar, pero que le haría pensar al príncipe Alan que tenía interés de conversar con él.

—Debo admitir que tiene razón, aunque no esté en mi posición hablar de uno de sus hermanos de esa manera. —Dijo, y sonrió para sus adentros cuando le escuchó reír al decir “hermanos”. —Es muy extraño que haya decidido volver sin ninguna razón… ¿Algo debió haber sucedido?

—¿Se cansó de ser una persona común y corriente que no tiene metas en la vida y sólo desea convertirse en una peste? Probablemente. —Se encogió de hombros. —De todas formas, no es bienvenido aquí por nadie. Ni por Oliver, ni por Alina ni por mí.

¿Estaba tan seguro?

Sus reacciones ni siquiera parecían coincidir, y eso tornaba todo más confuso.

—¿Qué hará usted? Digo, es probable que se una a las actividades con ustedes.

—Le haré la vida imposible hasta que se vaya a la m****a. Justo por donde vino.

Louise cerró la boca, atónita por la repugnancia que resplandecía en sus palabras. Ambos se quedaron en silencio, una vez más vagando sus miradas por el patio hasta que Alan, unos segundos después, decidió hablar.

—Sólo espero que no se encapriche contigo, porque eres tan hermosa que seguramente lo dejarás sin palabras. —Susurró en su oído, sonriendo seductoramente y de verdad pensó que le daría algo más de información. Pero no podía esperar más de un mujeriego con tan poca habilidad para el coqueteo.

Fingiendo tranquilidad, se separó. Acomodó su cabello negro sobre sus hombros y con una ligera reverencia procedió a marcharse. —No estoy interesada en involucrarme con alguien de la Familia Real. Eso, sin dudas, me traería más problemas de los que tengo.

Escuchó su voz mientras se alejaba con gran rapidez, una despedida con connotación sexual y una risa que le provocó un mal sabor en la boca.

Pero más que eso, sus sospechas sobre el nuevo príncipe eran cada vez más extrañas. Alina parecía nerviosa por querer saber más de él, indecisa, pero Alan era todo lo contrario. Sentía asco, molestia y un rechazo enorme hacia él. Ambos parecían no tener idea de lo que se avecinaría una vez Elion pisara el palacio, y Louise tampoco.

Un par de horas más tarde, se encontraba atardeciendo. Louise miraba el descenso del sol a través de la ventana de su habitación sin ninguna respuesta. Había escuchado que todo el mundo estaba curioso por la llegada del príncipe Elion, la gente estaba arremolinada a lo lejos en uno de los caminos al palacio sólo para verlo. Los periódicos sólo hablaban acerca del gran acontecimiento y la mínima persona que saliese del palacio era atestada con preguntas acerca de todo este embrollo.

Mientras, ella jugueteaba su dedo pulgar con impaciencia. Algo no muy usual en ella, pero no le importaba mucho si se encontraba a solas. Todo esto estaba dejándole una mala inquietud, y sólo podía esperar. Y esperar.

Sin embargo, luego de lo que parecieron muchas horas, su puerta fue abierta con más fuerza de la que habría querido.

—Señorita Roosevelt, Su Majestad me ha ordenado a buscarla de urgencia. —Un sirviente muy agitado, casi al borde de un ataque, se plantó en su oficina. Louise miró por la ventana que había dejado de ver a través, y se encontró con la figura de un carruaje acercarse a una velocidad constante.

Louise suspiró.

Los problemas estaban más que a la vuelta de la esquina.

La institutriz no duda en seguir al hombre ansioso que no podía dejar sus manos en un solo sitio mientras ella iba detrás de él, en silencio y con las manos detrás de su espalda. No escuchó un solo ruido cuando vagaron alrededor, todo estaba sucumbido en un profundo silencio.

Sus tacones resonaban cada vez que descendía un escalón de la escalera de caracol que llevaba hacia el pasillo que le llevaría al Trono del Rey. Un amplio salón que era utilizado para reuniones importantes y una que otra celebración. Sin embargo, hoy no era ninguna de esas dos situaciones.

Una vez que llegó a su fin, se encontró con la figura del poderoso hombre dándole la espalda. Louise se sintió asfixiada. Y más aún cuando clavó sus ojos oscuros en ella, tormentosos. Más en su rostro, no había más que un semblante frío e inexpresivo.

Sabía que esto era una locura. Pero mirándolo, se da cuenta que la llegada de Elion Heeger, su hijo y todavía príncipe, es una verdadera sorpresa. Nadie se lo esperaba y se sentía irreal cuando incluso un día atrás se había esparcido el rumor.

Louise Roosevelt no se sentía demasiado nerviosa por la llegada de otro hombre, estaba más preocupada por el Rey.

—¿Se siente nervioso? —Es lo único que puede decirle. Camina detrás de él por unos segundos hasta que él simplemente le dice: —No tendría por qué.

Estuvo a punto de hacer una mueca, pero se abstuvo cuando él se volteó a mirarla. Deteniéndose por un segundo, suspirando, y volviendo a caminar. Louise confusa por su reacción, no dice más nada. Y es que esa respuesta tan indiferente sólo creaba más problemas y escenarios innecesarios en su mente.

No debería ser tan curiosa. Apenas y se reconocía por andar indagando en un problema familiar en el cual no estaba metida, pero por alguna razón, querían meterla a la fuerza.

La mayoría tenía en cuenta que Louise era algo así como… una figura importante dentro del palacio. Sus años de estadía en el lugar le habían facilitado hacerse un renombre, y su fuerte sentido de la honestidad y las cosas bien hechas, además de su fantástica inteligencia y perspicacia; la habían vuelto cercana al rey. Casi proclamándola como su ayudante.

Aunque dudaba que existiera un puesto como “ayudante” sin que lo confundieran con una más del servicio.

Él tenía sus razones para ser tan “amable” y “bondadoso” con ella. Y de solo recordarlo le revolvía el estómago.

Al detenerse por fin ante las puertas, es cuando Louise escucha el alboroto detrás de ésta. Es tan ruidoso y caótico, que no puede evitar cerrar los ojos cuando escucho los mandamientos de los guardias. Más allá, gritos asustados que provenían de mujeres.

Sin embargo, no esperaron por más indicaciones y de un momento a otro, las puertas se abrieron.

Si Louise no estuviera bien acostumbrada a ocultar sus expresiones frente a otras personas, gratamente estaría muy sorprendida con la sangre que decoraba el suelo. No demasiada, pero seguía siendo sangre.

A lo lejos, se encontró con un hombre vistiendo sucios harapos con un cuchillo ensangrentado entre sus manos.

Su rostro estaba contraído en furia mientras intentaba liberarse de los guardias que le tenían aprisionado contra el suelo. El sucio cabello castaño, estaba desparramado por todos los lados de su cabeza, tan largo que cubría sus ojos y le dificultaba la vista. Sin embargo, no perdía el tiempo en alzar el cuchillo en su mano para lastimar a alguien.

Louise se había quedado de pie, inexpresiva. Ni siquiera había avanzado dentro del salón al quedarse prendada ante la conmoción. Ni siquiera se había dado cuenta que esto no estaba cerca de ser una bienvenida.

Esto era más como si lo hubieran raptado sin más.

Elevó su mirada más allá, notando un par de guardias heridos que eran llevados de urgencia a algún lado. Seguía escuchando el griterío del supuesto príncipe, que a sus ojos, parecía un vagabundo más. Con ropas sucias y desgastadas, la cara llena de suciedad y llenándose las manos de sangre.

—¡Mi señor! ¡No puede quedarse quieto! —Louise rió para sus adentros, eso era demasiado obvio. Cinco guardias apenas y podían con el hombre de contextura ligeramente musculosa, y ya había herido a dos.

Ahora, las historias de que el tipo estaba demente cobraban sentido. Y había una razón más grande por la que había escapado de su casa.

Pero… seguía teniendo sus dudas.

Más bien, tenía más que antes. Maldición.

Las dudas de Louise estaban ocultas bajo una máscara inexpresiva que no dejaba entrever ni la más mínima emoción en su rostro. En verdad, era bastante aterradora cuando se ponía en ese plan.

Y cuando se acercó a la escena siguiendo los pasos del rey, todo el mundo contuvo el aliento, porque el príncipe dejó de pelear cuando levantó su mirada del suelo y le miró.

Odio, cólera, repulsión.

Louise no notó nada más que eso.

Pero para cuando Elion, el príncipe perdido intentó decir algo, el hombre alto a su lado lo tomó por el cabello sucio y comenzó a derrumbarlo contra el suelo. Un, dos, tres y cuatro veces. Con una fuerza que jamás vio en él, que hizo jadear a los guardias que no se esperaron que el Rey Damien hiciera algo como eso.

La institutriz se hizo hacia atrás, disgustada con la escena y prefiriendo mirar hacia otro lado. Incluso si podía escuchar los esfuerzos del hombre al azotar contra el suelo al otro.

A su propio hijo.

Tragó saliva. ¿Qué tenía que pensar de esto? No era nada de lo que se esperó que sucedería. ¿Qué pasaría una vez que saliesen de este lugar? ¿Lo encerrarían? ¿Los presentes se olvidarían de esto y el tipo iría por todo el palacio como si nada?

—¿Dónde estuviste todos estos años, eh? —Un empujón. —¿Sabes los problemas que nos causaste a todos? —Otro empujón, y pensaba en lo confusas que se estaban tergiversando las cosas.

Ella miró a los guardias, alineados en una perfecta fila mirando hacia el frente. Admiró cada uno de sus rostros, y se preguntó si iban a ser reprendidos si decían algo sobre esto.

Luego miró al tal Elion Heeger. Muy diferente a lo que había intentado imaginar. Mirando furioso a su padre desde el suelo, con varias heridas en el rostro y moretones formándose en sus brazos y quién sabe qué otra parte más.

Louise sólo era partícipe de este violento castigo. Una espectadora que debía pasar desapercibida.

Pero mientras Damien escupía sobre él todo lo que quiso decirle, y a lo que ella hizo caso omiso, Elion la miró. Fijamente, con el cabello cayéndole por la frente, adolorido y casi cerrando sus ojos; hasta que le sonrió de una forma que le provocó escalofríos con los dientes ensangrentados.

Esto no es lo que había pensado

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