Mr. Wentworth - Mi Idiota Jefe Británico
Mr. Wentworth - Mi Idiota Jefe Británico
Por: Magali Weaver
Un desafortunado comienzo

Rebecca 

"Odiaba a mi jefe". No estaba exagerando o siendo dramática como decía mi madre unas cuarenta veces al día. De verdad lo odiaba y eso me hacía sentir de alguna manera una persona terrible con un ímpetu asesino burbujeando en las venas. 

"Los ganadores no buscan excusas, Becca". Era lo que siempre me repetía mi mamá cada vez que estaba a punto de explotar o lanzar todo por la borda. Cuando me puse a llorar porque no quería seguir realizando equitación me dio un tortazo de esos que nunca se olvidan, me colocó esas incómodas botas y me obligó a subir al caballo nuevamente. Cuando le había confiado que no me gustaba abogacía en medio de una crisis nerviosa en mi segundo año en Yale me amenazó con asesinar a mi gato y dejar de pagar mi matrícula. La primera vez que descubrí a Gregor engañándome en una fiesta de fraternidad me obligó a disculparlo porque su familia era dueña de uno de los bufetes más prestigiosos de la ciudad. 

Por eso no me extrañaba que aunque estuviera a miles de kilómetros me hubiese reprendido por desear m****r muy lejos al idiota de mi jefe: Nathaniel Wentworth- Fitzwilliam Tercero, (¿Quién usa un nombre tan ridículamente largo?). Insistió hasta el cansancio que mis lamentos bien justificados no eran más que un derroche de quejas y que sus maltratos reiterados no eran otra cosa que una forma de moldear mi carácter y hacerme más dura. Después de todo para ella era simplemente un pequeño pollito que no hacía más que lamentarse por casi todo.

Mi madre podía decir que era dramática y absolutamente no tenía el gen de  ganadora que ella deseaba, sin embargo nunca iba a imaginar lo que era trabajar para un hombre cuyo ego era del tamaño del océano. 

Para ser sincera, cuando la oportunidad de ir a vivir a Londres tocó a mi puerta empaque tan rápido como las manos me lo permitían. Mi cabeza no paraba de reproducir fantasías sobre el Señor Darcy corriendo hacia mí en la campiña inglesa un día de primavera. 

La idea de finalmente encontrar mi perfecto caballero, era idílica.

En cuanto bajé del avión me enamoré de Inglaterra, fue algo así como amor a primera vista, cada lugar me parecía mágico. Pero sin duda mi lugar favorito era el metro y realmente nunca creí decir eso. Hombres ardientes y elegantes con un acento que podía escuchar por horas salían de todos los rincones, logrando que me replanteara el hecho de haber llorado durante semanas por mi infiel prometido. 

Creí que todo iba a ser perfecto, no podía esperar para comenzar de cero. Por eso acepté de inmediato cuando Olivia arregló una entrevista que me daría la oportunidad de trabajar en una firma londinense como asociada de un socio mayoritario y ni siquiera me importaba tener responsabilidades obscenamente inferiores a las que tenía en Nueva York. 

Mis expectativas aumentaron de cien a mil cuando conocí a mi nuevo jefe que era arrebatadoramente atractivo y capaz de mojarle las bragas a cualquier mujer aunque estuviera a un kilómetro de distancia. No podía decir que era indiferente a esa profunda mirada, de un tono azul eléctrico, o que no lo miraba discretamente cuando llegaba con trajes que parecían calzarle a la perfección en esos hombros anchos y ese trasero espectacular. En cuanto lo conocí deseé arrancarle esa elegante camisa y admirar sus abdominales perfectos, bañarlo en té y… Creo que ya se entiende. 

 

 Pero Nathaniel Wentworth era el peor jefe del mundo y además un idiota. Resultó que ese ardiente cuerpo y sensual rostro eran solo una fachada que ocultaba las más bajas atrocidades. 

Ya había tenido suficiente de su petulante existencia y no estaba dispuesta a soportar un minuto más su mal genio y arrogante presencia. Ya no podía soportarlo porque me había enamorado irremediablemente del mayor idiota que había conocido y ahora debía lidiar con las consecuencias. 

Sin embargo me estoy adelantando a los horribles acontecimientos, lo mejor es comenzar por el desafortunado comienzo…


8 meses antes… 

Permanecí en la parte delantera del avión esperando durante lo que me pareció una horrible eternidad que el equipo de Waterpolo bajará a un ritmo pasmosamente lento.  Cuando el último jugador arrastró sus pies fuera del avión. Tomé el bolso con fuerza entre mis brazos y corrí lo más rápido que pude. Solo tenía veinte minutos para cambiarme y conseguir un taxi que me llevara a Manhattan. 

Salí de la terminal y corrí como una desequilibrada atravesando la horda de pasajeros y familiares que se apiñaban en el aeropuerto. Mientras corría los carteles luminosos de las tiendas y cafeterías parecían sólo manchas brillantes que se alejaban.

Escuchaba las conversaciones, los altavoces anunciando los próximos embarques, las risas y el llanto de algunas personas de manera lejana. Sin embargo, en lo único que podía concentrarme era en el repiqueteo incesante de mis costosos zapatos contra el suelo recién pulido y en cuanto me dolían los pies. 

Por fin después de mucho correr llegué a la sala dónde se recogía el equipaje. Era un completo desastre con el cabello enmarañado y el vestido desajustado, mi madre hubiese llorado al verme. 

Tenía varios minutos de ventaja que debía aprovechar sabiamente, por eso me metí al cuarto de baño para arreglarme antes de recoger el equipaje. Me quité rápidamente el vestido y lo reemplace por un vestido de cóctel negro sobrio, pero elegante en el que había invertido la mitad de mi sueldo simplemente para impresionar a la familia de Gregor. Las únicas joyas que llevaría sería un dije precioso de oro blanco y diamantes que combinaban con unos delicados aretes de brillantes que me había regalado para nuestro quinto aniversario de novios. Finalmente me apoyé sobre la puerta para cambiar los zapatos de tono neutro que llevaba por uno stilletos de tacón color rojo que probablemente que molestarían tanto a mi novio como a mi madre, sin embargo no estaba dispuesta a perder mi última señal de rebeldía. 

Salí del cubículo golpeando contra las delgadas paredes torpemente y me miré al espejo para acomodar mi cabello y retocar rápidamente el maquillaje. Sí todo salía bien durante esa noche probablemente podría finalmente satisfacer a mi madre y conseguir que Gregor anunciará la fecha de nuestra boda. Realmente deseaba satisfacerla y dejar de escuchar por algunos días sus incisivos comentarios acerca de lo decepcionante que era, aunque desde hacía algún tiempo me preguntaba si eso valía la pena. 

La sombra de ojos neutra seguía en su lugar y me coloque un lápiz de labios rojo mate que guardaba en el bolso. Me solté el cabello y lo cepillé para desenredar los nudos que tenía por el moño desprolijo me había hecho en cuanto me acomodé en el asiento del avión. La mata de cabello negro cayó sobre mis hombros y cuando estuve satisfecha con mi apariencia salí disparada en busca de mi bolso. 

Empujé a la gente que se interponía en mi camino a la parada de taxis mientras corría tan rápido como podía esos tacones de doce centímetros me lo permitían y aunque agite la mano con frenesí el último taxi que esperaba se alejó de la acera. 

Gruñí por lo bajo y tomé mi teléfono con la esperanza de conseguir un Uber lo más rápido posible. Me pegué a la pared agotada, esperando que mi suerte cambiará. Entonces vi un grupo de mujeres que señalaban algo que se movía entre risas y ademanes demasiado obvios. Se ruborizaban y parecían que estaban viendo a algún tipo de celebridad. No logré evitar poner los ojos en blanco al pensar que parecían más bien un grupo de adolescentes. 

Busqué con la mirada la causa de todo ese alboroto y vi a un hombre que caminaba seguido de unas cuantas personas en dirección a la zona de embarque del aeropuerto. Llevaba un sobrio traje negro aunque tenía un trasero perfecto y los hombros anchos no podía entender el por qué de tanto escándalo.  

De solo verlo caminar me di cuenta que era un idiota engreído que le gustaba ser adulado. Me esforcé por verle el rostro aunque me fue imposible, no podía ser tan atractivo como esas mujeres decían y probablemente solo era otro niñito mimado de la alta sociedad, sin embargo dudaba seriamente que fuese de la realeza británica como sugerían entre risas. Y si así fuera, seguramente era mujeriego y engreído a rabiar. 

—¿Rebecca? —Me gritó un chico desde la ventanilla abierta de un Corola —. ¿Estás esperando un Uber? 

Asentí con la cabeza impresionada por lo joven que era y él se bajó del auto para abrirme la puerta con un gesto encantador y colocar el bolso por mí en el asiento. 

—Al 80 Columbus Circle —dijo mientras se volvía a acomodar en el asiento del conductor —. Se dirige al Oriental, ¿verdad? 

—Así es. 

—Entonces no perdamos tiempo, colóquese el cinturón de seguridad —. Se alejó de la acera y comenzó a manejar bajo la suave llovizna que había comenzado a caer sobre la ciudad. 

Estaba segura de que Gregor estaría terriblemente preocupado por mi demora, por esa razón le envié un audio para decirle que pronto llegaría, pero no me respondió. 

Suspiré preocupada, iba a ser una noche difícil de superar. No sólo estaban sus padres y mi madre presentes, si no que mi media hermana estaba con mi madre hacía par de días para asistir a la celebración. Gregor se transformaría en socio mayoritario de la firma de su padre que se retiraría en un par de semanas dejando en sus manos la dirección y todos esperaban que anunciáramos la esperada fecha de nuestra boda. 

Eso me alteraba un poco más de lo normal. Por un lado Alessia era una versión más joven e irritante de su madre a la que lo único que le importaba eran las apariencias y la riqueza. Aprovechaba cada oportunidad para hacerme sentir inferior o sacarme en cara cada defecto. En algún momento fuimos inseparables, pero la distante relación con mi padre, se sumaban a su falta de empatia por cualquier ser humano. 

También había tenido mucho tiempo para pensar en mi viaje y necesitaba hablar con mi novio a solas lo antes posible. Ni siquiera estaba segura de casarme. Su personalidad mutaba cada vez un poco más y sentía que ya no quedaba nada de ese chico cariñoso del que me enamoré en la universidad. Unas horas antes de abordar el avión lo había llamado para pedirle un momento a solas luego de la fiesta y él simplemente me había contestado: "Claro cariño, lo que tu quieras". Que era su manera de decir: no escuché una sola palabra de lo que dijiste, pero me importa un comino.

Ese era solo el menor de los problemas, desde hacía varios meses las cosas iban de mal en peor. Cada vez nos veíamos menos, me enviaba en representación de la firma al menos una vez por semana a Colorado y cuando al fin nos veíamos nuestras conversaciones eran vacías. La pasión arrebatadora que nos había vuelto locos ya no existía y cada vez que estábamos juntos me hacía notar que ya no era suficientemente buena para él. Me acusaba de no ser tan atlética como antes o de no estar atenta a sus necesidades. Pero, ¿acaso él estaba atento a mis necesidades? Muchas veces me sentía una ficha importante en su ascenso, más no la persona que amaba. 

Mire por la ventanilla las calles que se me antojaban tristes y comencé a cerrar los ojos cuando mi celular comenzó a sonar. 

—¿Becca dónde rayos estás? —Chasqueo la lengua mi madre —. Gregor está terriblemente preocupado —. De estarlo probablemente me hubiese respondido pensé, pero no dije nada. 

—Estoy llegando. Tuve que pedir un Uber porque comenzó a llover y no había taxis —suspiré agotada contra el teléfono —¿Gregor está allí contigo? 

—No se fue a bailar con la insoportable de tu media hermana. Es una zorra —. Mi madre simplemente odiaba todo lo que tuviese que ver con mi padre, especialmente a mi media hermana —¿Por qué no le pediste a tu prometido que enviará un coche por ti? ¡Qué vergüenza! No piensas que la prensa puede verte montándote en cualquier carcacha y creer que tú y Gregor no están bien. 

—No quiero molestar, mamá. 

—Becca deja de ser tan dramática. Vas a ser su esposa, lo mínimo que pueden hacer es enviar un auto al aeropuerto —. Repuso —. Date prisa que aquí están todas las personas que realmente importan. La gente más importante de Manhattan y la prensa no sabe en quién fijarse. Si estuvieras aquí ya habrían redactado el artículo que anuncia la boda más importante del año y para la mañana estaríamos recibiendo llamadas de felicitaciones de las personas más influyentes —. Insistió como siempre solía hacer —mi instinto materno me dice que algo no va bien. Si sucede algo quiero que me lo digas de inmediato. ¿Gregor te volvió a engañar? De ser así debes atraparlo cuanto antes. No puedes dejar que una aparecida te lo arrebate después de todo lo que invertiste en esta relación. 


Abrí la boca para contestarle, sin embargo la cerré luego de establecer que era en vano. 

—Enseguida estaré allí. No te preocupes por nada, todo está bien —puse los ojos en blanco y sonreí contra el teléfono antes de cortar. 

Si en realidad tuviese instinto materno ya hace mucho tiempo que debería haber notado que la felicidad para mí no era más que un concepto lejano e inalcanzable. 

Dado que aún faltaba un buen tramo para llegar a la m*****a fiesta pensé que era una buena idea dormir un rato.

Me desperté treinta minutos más tarde cuando faltaban un par de manzanas para llegar al edificio donde se celebraba la reunión  y vi que tenía varios mensajes de mi madre. Estaba muy preocupada por las apariencias claro, no por mí. 

Mamá: Becca dime que te has puesto uno de los vestidos de diseñador que compraste el mes pasado. 

Mamá: Si no vas a llegar en limusina dile a la tortuga que te transporta que te dejé por la entrada trasera. Vas a avergonzar a tus suegros con pintas de camarera. 

Mamá: No vas a creer esto. ¡Acaba de llegar el senador y su esposa! Espero que estés presentable, Becca. 

El último mensaje era una advertencia más que un pedido. Sonreí. 

El auto se detuvo en la puerta principal ignorando las ridículas peticiones de mi madre. Le pasé un billete al conductor y corrí a la entrada tapándome la cabeza con mi bolso.  

—Buenas noches —dijeron al unísono dos botones que se apresuraron a abrirme las puertas del majestuoso vestíbulo. 

—Buenas noches —respondí mientras buscaba con la mirada a donde se suponía que debía ir. 

Pero antes de poder preguntar un botones vestido de blanco salió del ascensor y me invitó a subir con la mano. 

—¿Es usted la prometida de Gregor Wagner? —preguntó sonriente. 

—Sí —dije mirándolo confundida. 

—Su prometido ha preguntado cientos de veces si ya había llegado —respondió como si  adivinara mi pensamiento —. La describió a la perfección —. Apretó el botón del último piso. 

—¿Cómo me describió? —pregunté intrigada. 

—La describió como una mujer hermosa de cabello negro ondulado y con los ojos avellana más hermosos que halla visto.

Me sonrojé ligeramente y él sonrió satisfecho por haber dado en el clavo. 

—Muchas gracias y cuando lo vea le agradeceré por el cumplido. 

El botones inclinó ligeramente la cabeza y volvió a mirar hacia adelante. Gregor había sido muy dulce y por un momento me sentí mal por desear muy en el fondo suspender indefinidamente la boda. 

Cuando el ascensor se abrió los periodistas se abalanzaron disparando con sus cámaras pensando que era alguna de las grandes personalidades de la fiesta. Cubriéndome los ojos con las manos me aparté lo más rápido que pude de la línea de fuego y accedí tan deprisa como me lo permitieron a la sala dónde se celebraba el traspaso de Wagner. 

El salón estaba decorado en blanco, negro y plata, con hermosos detalles. Como siempre mi suegra  había estado en cada ínfimo toque. Los camareros circulaban entre los invitados con bandejas de champán mientras casi toda la élite de Nueva York componía sus mejores sonrisas.  Embutidos en trajes que valían miles de dólares y vestidos de corte impecable, su derroche de recursos podía observarse a kilómetros de distancia. Eran el tipo de personas que aprovechaban cualquier ocasión para demostrar lo que eran y cuánto dinero tenían en el banco. Se pavoneaban por el salón en busca de la aceptación de las otras grandes familias.

Sonreí al tiempo que me movía entre los invitados, saludando algunos rostros familiares mientras buscaba a mi novio. Varios minutos después agotada de dar vueltas le envié un mensaje que no respondió.

Pensando que seguramente estaba posando para una larga lista de fotografías o creando nuevas relaciones que llevarían por lo alto la firma en su nueva gestión, cogí una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasaba y me dirigí hacia las ventanas que daban al Central Park para descansar un poco antes de enfrentar mi cruda realidad.

Estaba a mitad de camino cuando sus padres aparecieron ante mí con una sonrisa pintada en el rostro. 

Como de costumbre, el pelo rubio de su madre estaba perfectamente peinado y el vestido poseía un tono verde que resaltaba el color de sus ojos. Y parecía que su padre, con el cabello castaño y los ojos azules, acababa de salir de un anuncio de perfume. Gregor era calcado a ellos. 

—Buenas noches, Becca. —Su madre me tendió una mano con una manicura perfecta—. Esta noche estás espectacular. Muy delgada, deberías compartir conmigo tus secretos. 

—Gracias, señora Wagner —. Correspondí su sonrisa —. Supongo que la clave es la espantosa comida de avión. 

Ambos rieron con ganas y me sentí conforme. Mi madre me hubiese lanzado una mirada asesina al escucharme bromear abiertamente con mis suegros. 

—Siempre tan ocurrente, Becca. Gregor estaba buscándote por la sala. ¿No lo has visto? —Añadió su padre. 

—Todavía no.

—Estoy seguro de que pronto se encontrarán. —Su padre me estrechó la mano—. Me dijo en secreto que estabas interesada en ser socia minoritaria. ¿Es verdad, Becca?

«No, absolutamente no». Ya pasaba mis días sin ver la luz del sol o montada en un avión. No estaba lista para una competencia feroz.

—Quizá, señor Wagner. Todavía no lo sé.

—¡Lo sabía! Solo tienes que decírmelo y listo. Sin preguntas. Desde la universidad le he dicho a Gregor que eras un gran

fichaje. Que si se atrevía a dejarte escapar, te daría su puesto. Sin mencionar lo generosa que eres. 

—No creo ser tan buena realmente —dije avergonzada.

—Oh, eres tan modesta, Rebecca… Es algo que me encanta de ti. También soy consciente de tus servicios pro bono. Y no debes ser tímida. A mí también me gusta

realizar algunas consultas pro bono todos los años. Hace que lo veas todo en perspectiva… Y es beneficioso cuando toca deducir impuestos —. Me guiño un ojo —. ¿Qué te parece cómo regalo de bodas?  

—Supongo que me parece increíble. —Forcé una sonrisa, preguntándome qué diablos hacía allí y por qué no lograba encajar. ¿Acaso ese no era mi sueño? O ¿era el de mi madre? No, mi sueño era poder ayudar a quienes no podían pagar un costoso abogado sin ocultarme. 

—¡Oh, oh, oh! —Su madre cogió una copa de champán de una bandeja—.Esa es la directora de la aseguradora de los Portman. Tengo que hablar con ella. —Me brindó una última sonrisa—. Disfruta de la fiesta, Rebecca. Dentro de una hora debes unirte a nosotros para el brindis oficial. Si ves a tu madre y tu preciosa hermana por favor diles que también contamos con ellas --. Ambos se alejaron, desapareciendo entre la multitud.

Revisé el móvil para comprobar si Gregor me había respondido por fin  y cuando vi que no lo había hecho, comencé a sentir que el primer instinto que sentí antes de llegar allí, el que me decía que debía aplazar la boda era correcto. De inmediato y no importaba cuando gritara mi madre. 

Rodeé la habitación, comprobando todas las mesas de cóctel. Incluso lo busqué en los cuartos de baño. Me sentía tentada a decirle al DJ que preguntara por él a través de los altavoces cuando lo vi por el rabillo del ojo. Estaba entrando a una habitación lateral para el servicio. Con otra mujer.

Caminé tras ellos con la esperanza de que el agotamiento me estuviera jugando una mala pasada. Pero cuando entré a la habitación, vi que las mismas manos que me solían tocar a mí, acariciaban el culo de una joven rubia con un vestido rojo demasiado corto. Él le besaba el cuello y ella enterraba los dedos en su cabello. Eran una masa de gemidos y suspiros extasiados. 

—¿Interrumpo algo? —Me detuve justo a su lado. Estaban tan ocupados que no habían escuchado la puerta abrirse —. ¿Gregor?

De inmediato se separaron y me miraron con los ojos muy abiertos. 

La joven rubia no era cualquier chica que había asistido a la fiesta. Era mi media hermana. 

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