Un encuentro ¿Inesperado?

Capítulo 7

Un encuentro ¿Inesperado?

Unos meses después de su fiesta de cumpleaños en la mansión de los Douglast, el padre de Missie le pidió que se tomara unos días y viniera a visitarlo a Luisiana, con la escusa de que no había podido compartir mucho tiempo con ella la última vez. 

Cuando ella llego al aeropuerto el señor Vincent la estaba esperando. Para Missie, quien tenía unos cuantos meses que no le veía, le dio mucha emoción y alegría encontrarse con él, verlo y sentir su abrazo fuerte, lleno de amor y protección le hicieron bien, aunado al sentimiento de regresar a su país, a su casa.

En el camino a la villa, hablaban y comentaban los últimos acontecimientos en la vida de cada uno. Un poco antes de llegar, Lois Vincent comenzó a decir a su hija en tono bajo y entrecortado:

– Quiero invitarte a cenar en un restaurant que conozco, quiero que festejemos tu cumpleaños número 21 de la forma en que acostumbramos siempre, juntos, en familia. Bueno, esta vez sin tu mamá por razones obvias… Además… hay algunas cosas que debo decirte. Porque hay cosas que ahora ya deberías saber.

–¿Sucede algo papá?

Missie se preocupó y le pidió insistentemente a su papá hablara de una vez.

–Respóndeme ahora, ¿Qué es eso que quieres hablar conmigo? Por favor papá, me dejaste así la vez pasada en Toronto, no pudiste decirme nada porque mi madre no estaba… Debe ser importante, así que dime de una vez.

– Hija hablaremos en la cena esta noche… Por favor espera.

Continuo con semblante sombrio y muy triste durante todo el recorrida a la villa.

Missie llegó a su casa, su padre quedó en recogerla a las 8 de la noche para llevarla a la cena.

La vieja Ann estaba regordeta y Molé siempre alegre le dijo enseguida en su español habitual –Mi señorita, como ha crecido, está muy hermosa. ¿Ya tiene muchos pretendientes? Jajaja. –rieron y la mujer prosiguió –. ¿Para qué pregunto? Si es que una muchacha tan linda debe estar rodeada de hombres enamorados de ella por montón, así –Mostró sus manos juntas y sus dedos estaban apilados. Todos rieron ante la ocurrencia de la morena Molé.  

Missie con toda la confianza que les tenía a todos le dijo a Molé, mientras le pasaba su brazo por el cuello y le señala con la otra mano – ¿Ves esa maletita gris?

–Sí señorita, no es una maletita es más bien maletota, casi de mi tamaño.

 Missie y todos los demás rieron, pues Molé medía más o menos un metro 30, por eso todos rieron.

Entre risas la joven Missie le siguió diciendo –Bueno, pues esa maletita la llevas a la cocina y junto con Ann y el tejano, reparten sus regalos, tienen sus nombres. Para Ann hay algunas cositas para esos dos nietitos que te han nacido y para Sebastián también hay unas para sus niños, Molé a ti te doy todo para ti, porque no tienes a más nadie aquí, o acaso has ampliado la familia y no me he enterado? –rieron todos de nuevo mientras Molé abriendo su boca y muy emocionada negaba con su cabecita.

Sin embargo toda la emoción de aquél regreso se vio opacada por la ansiedad de saber que estaba sucediendo con su padre. Sabía que era algo grave y que su madre tenía mucho que ver con todo. Se hizo miles de conjeturas y al final el cansancio la venció y se quedó dormida.

La despertó el timbre del teléfono, era Dereck.

–Hola, ¿Cómo estás? –saludo Dereck.

–¡Umm! Todo está bien Dereck –le respondió ella, queriendo cortarlo enseguida, pues sus preocupaciones le apresuraban para que saliera a la cita que tenía–. Estaba descansando del viaje, disculpa pero, ¿puedes llamarme esta noche, Dereck? Es que tengo algo importante que resolver y no quiero interrumpir para atenderte. Después, te prometo, estar para ti. ¿Vale?

–Vale Missie, espero entonces –Dereck era así, era lo que ella dijera, era lo que ella quisiera, era un hombre que simplemente la amaba, que estaba dispuesto a estar para ella solo cuando ella así lo quisiera. La obedecía.

Ya eran casi las 8 y Missie, pensaba en lo que le había comentado su padre, tenía claro que el Sr. Vincent había traicionado a su madre, sin embargo durante todos los años que llevaba viviendo sola con Elizabeth Leanders, jamás su madre le llego a hacer ningún comentario sobre la relación con su padre, ni el por qué de su ruptura definitiva.

Recordó las preguntas que él le hizo la última vez que estuvo en Toronto, y todo eso empezó a preocuparle seriamente, pues intuía que allí había algo oculto.

No quiso vestirse muy elegante, pues no sabía quiénes eran los invitados de su padre, intuía que quizás algún conocido de ambos o algunos ejecutivos de las empresas Vincents. No le había dicho quien o quienes les acompañarían, pero siempre iban los más allegados a ellos. Revisó lo que trajo en su equipaje y se encontró con un sencillo pero muy bonito vestido azul rey, con un discreto descote en el cuello, sin mangas, sólo tenía un amarre en la cintura, a partir de allí se hacía un poco ancho demarcando a la perfección sus caderas y sus bien formadas piernas. Le gustó haberlo traído, pues era apropiado para cualquier ocasión y le favorecía mucho el modelo y el color, además la tela era fresca y con una caída elegante y apropiada para su edad.

Tomó un sobretodo negro que le llegaba hasta las rodillas, era de tela ligera, pues no era época fría, y se puso unas Sandalias negras de tacón alto, con diminutas tiritas plateadas que asomaban sus cuidados pies.

Se dio una última mirada en el espejo, viéndose de cuerpo completo, se sintió satisfecha con lo que veía, luego tomó el labial y lo roso con su dedo meñique poniendo un poco en el centro de su labio inferior. Sólo un toque, sonrió frente al espejo, tomó su bolsa de noche y salió.

A sus veintiún años era una mujer hermosa, sus cabellos los llevaba largos y lisos, nunca había cambiado su color cuya tonalidad era de un castaño claro, con rayitos que le daban un brillo sin igual. Desde niña le gustaba tenerlo siempre suelto, sus ojos eran grandes y profundos, a veces parecían miel y otras de un café claro… su sonrisa era más bien tímida, pero cuando le salía realmente sincera, que pocas veces la mostraba, se le podía ver iluminado su rostro y sus ojos brillaban en todo su esplendor.

No le gustaba usar maquillaje exagerado, más bien iba siempre casi que al natural, unas leves pasadas de compacto por el rostro y un ligero toque de rubor en sus mejillas, amén de un brillo o labial discreto.

Bajó las escaleras y su padre le esperaba en su auto, parado y abriendo la puerta para que ella subiera, estaba Sebastián, quien la saludó emocionado.

–Buenas noches señorita Missie, me alegra verla de regreso.

Missie, le dio una mirada y una sonrisa cálida mientras le saludaba con entusiasmo. 

–¡Buenas noches Sebastián, gracias! 

–¡Hija, estas hermosa! –le halagó su padre –. Te sienta bien todo lo que te pones.  

Durante el trayecto su padre apenas se dirigió a ella, luego llegaron a un Restaurant a las afueras de la ciudad. Los recibieron los empleados del estacionamiento, a toda prisa se acercaron al auto les abrieron las puertas a ambos. Para ella no era nada nuevo, pues estuvo siempre en lugares muy elegantes desde niña, y en Toronto, a pesar de no vivir con tanto lujo, con Dereck y las amistades de su madre habían visitado los más elegantes restaurantes y sitios de todo Toronto y sus alrededores. Entraron siguiendo a una dama bien trajeada que les iba diciendo “Sigan por acá, por aquí por favor, tengan la bondad…” Y así, hasta llegar a una puerta de madera con cristales incrustados. Missie seguía a su padre y éste a su vez, a la dama que les guiaba, al abrir la puerta había una gran mesa. Tres personas estaban sentadas allí, dos hombres y una mujer, los dos hombres de inmediato se pusieron de pié.

–Buenas noches–. Saludo su padre.

–Buenas noches –siguió Missie.

El hombre que estaba más cerca a la puerta volvió su rostro y su mirada a Missie, y respondió al saludo. 

–Buenas noches, sigan adelante, sean bienvenidos.

La mujer agregó –: Tenemos rato esperando señor Vincent, sigan adelante, que la noche esta avanzada.

El tercer hombre se mantenía cabizbajo, Missie notó que era un hombre joven, desde su posición podía ver que tenía las manos empuñadas y apretadas contra la mesa… Volteo para mirarles de frente al tiempo que les decía:

 –Para mí está bien, señor Vincent, yo también les esperaba… y si ya estamos todos aquí, entonces creo que es hora de que hablemos de lo que nos interesa.

Esa voz, ese rostro y sobre todo esos ojos, no eran extraños para Missie, le miro y sintió que todo su mundo de ahora no era nada, sintió que toda ella estaba embargada por una emoción que en sus más ocultos pensamientos ya había desechado que volvería a sentir. Era Juanne, era aquel hombre cuya mirada estaba grabada en sus recuerdos, una mirada que buscó por mucho tiempo y que no logró encontrar. Ahora estaba allí, frente a ella, y le trajo a colación todo aquél cúmulo de sentimientos.

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