Algo está mal en mí

Me desperté sobresaltada, bañada en sudor. Sentí la humedad de mi entrepierna y una sensación nueva se apoderó de mí, ansias… estaba a punto de venirme y ni siquiera me había tocado. Había tenido una pesadilla, iba por un callejón oscuro, sola, caminaba bajo la luz de la luna en una noche fría de neblina espesa. Sentí que alguien me seguía y apuré el paso, mi corazón comenzó a latir con fuerza y mi respiración se volvió dificultosa, pesada. Apenas podía ver, pero noté la silueta de un hombre detrás de mí. Quería gritar y correr, pero no podía, tropecé y caí al suelo, mis rodillas ardían contra el pavimento y entonces el peso de un cuerpo sobre mi espalda me impidió ponerme de pie.

 —Si gritas, te lastimaré… mucho —susurró de manera amenazante una voz masculina en mi oído, me sonaba muy conocida, y eso me asustó aún más. Puso su enorme mano en mi boca y con su mano libre buscó la terminación de mi pollera. Manoseó mis muslos y arrancó por completo mis bragas. Mi cuerpo se tensó, intenté gritar, pero me lo impidió. Quería moverme, pero él era mucho más grande que yo. Sentí su enorme y grueso pene acomodarse en mi vagina y se impulsó con fuerza y determinación dentro mío. Las lágrimas saltaron de mis ojos, el dolor me quemaba y no me dejaba respirar.

 —Quieta perra o te dañaré… más —repitió su rasposa voz en mi oído.

Sin importarle cuánto daño me causaba, me penetraba con demasiada fuerza, brutalmente, violentamente. Rogué e imploré que se detuviera, pero él, lejos de hacerlo aumentó más la velocidad de sus acometidas y se hundió aún más profundo en mí. De repente salió de mí, me giró y con su mano aún en mi boca, se vino sobre mi rostro. En ese momento me desperté. Recordaba con absoluta claridad el sueño, y lo que sentí. El pánico absoluto. ¿Pero por qué estaba tan excitada? Pasé mi mano por mi entrepierna y noté que la humedad había traspasado mis bragas. Jamás me había mojado de esa manera. ¿Y esto qué sentía? Estas ganas enloquecedoras de más; ¿De dónde venían? ¿Es que acaso el sueño lo había hecho? Había tenido sueños húmedos en el pasado, pero nada cómo esto, no así, al extremo de estar a punto de venirme. Miré a mi alrededor, aún era temprano el reloj marcaba las 5:45 am, Jason roncaba a mi lado, con una pierna colgando de la cama y su brazo descansando sobre su cabeza. Quise despertarlo, quería que me hiciera el amor, lo necesitaba desesperadamente, pero ¿Cómo le explicaría lo que me pasó? Que mientras soñaba que un completo extraño abusaba de mí, me excité más, de lo que me había excitado en mi vida ¿Qué estaba mal en mí? No, no podía despertarlo, pensaría que estaba loca y me mandaría a volar. Me levanté de la cama sin hacer ruido y me metí al baño. Trabé la puerta, dejé correr el agua del grifo, bajé mis bragas y me senté sobre la tapa del inodoro. Abrí mis piernas y comencé a tocarme suavemente, estaba tan húmeda que mis dedos estaban bañados de mí. Fácilmente metí dos de ellos dentro mío y comencé a moverlos con rapidez, estaba tan excitada que sentí dolor, literalmente. Más me tocaba, más me dolía, más me excitaba, más crecía mi orgasmo en lo más profundo de mi ser. Subí mis piernas y las apoyé en el lavatorio, agregué un dedo más a mi interior, mordí mi labio inferior para ahogar el grito que estaba a punto de escapar de mi garganta. Saqué los dedos de mí y velozmente acaricié mi clítoris, mi mano subía y bajaba rozando con violencia mi erecto punto de placer. Una placentera cosquilla se formaba en mi espalda, mi cuerpo se tensó por completo, contuve la respiración por unos segundos y el orgasmo me alcanzó, salvaje, violento, exquisito. Cada músculo de mi cuerpo se relajó de inmediato y volví a respirar. Las piernas me temblaban y sentí como pequeños calambres se hacían eco en mi útero, en mi vagina, en toda mi entrepierna.

¡Vaya, eso sí qué es nuevo!, me dije a mí misma. Traté de regularizar mi respiración, me miré al espejo y lucía como una loca. Decidí meterme a la ducha para mejorar mi aspecto. Mientras lavaba mi cuerpo, volví a pensar en lo que ocasionó esto. ¿Me había vuelto loca? ¿Algo andaba mal conmigo? ¿Qué persona normal se excitaría con la idea de un abuso? ¿Qué me estaba pasando? Sin duda lo mejor sería callarlo, no podía decírselo a nadie. Quizás necesitaba buscar ayuda profesional, pero… ¿Podría pagarla? De seguro no podía darme el lujo de desperdiciar unos dólares en un psicólogo. No, definitivamente no podía hacerlo, seguro fue cosa de una vez, algo pasajero, quizás había más del sueño que lo que recuerdo. Sí, seguro fue eso. Salí del baño envuelta en la toalla. Había tardado mi buen rato, entre bañarme, cepillarme los dientes y secar mi cabello y ya daban las 6:40am. Me puse un conjunto de ropa interior blanco con rayas violetas, una blusa de cuello alto negra, las medias gruesas, un jean ajustado, las botas de caña alta y sin taco que había comprado la temporada pasada, busqué un chaleco de lana gris que me encantaba y desperté a Jason mientras volvía al baño a maquillarme. Recogí mi cabello en una cola de caballo suelta, puse un poco de delineador en mis párpados, rímel y estaba lista para otro emocionante día de mi vida. Maldita rutina, nunca nada interesante.

Me dispuse a preparar el desayuno cuando Elle volvió a casa del hospital.

 —Buenos días a la parejita feliz –dijo en tono risueño.

 —Buen día Elle. ¿Cómo te ha tratado el hospital? —contestó Jason mientras besaba mi cuello, para luego dejarse caer en la silla.

 —Uf ni te cuento, estoy agotada. ¿Cómo paso la noche mamá?

 —La verdad que no la escuché ni una sola vez, aún no he ido a despertarla.

 —Descuida, yo la traigo, tú prepárale el desayuno.

Rompí unos cuantos huevos y los puse en la sartén, metí unas rodajas de pan a la tostadora, encendí la cafetera, y acomodé un poco de tocino en la plancha. Jason puso los platos y las tazas en la mesa. Cuando Elle trajo a mi madre a la mesa, ya todo estaba listo, serví los platos y desayunamos todos juntos, mientras Elisa nos contaba que cada noche llegaban más y más jóvenes a la guardia, con heridas de arma de fuego o sobredosis. Ella era apenas cuatro años mayor que yo, acababa de cumplir los veinticinco años, pero parecía una mujer de cuarenta cada vez que hablaba y se quejaba de la juventud local. Le di un beso a mi madre antes de marcharme, tomé mi abrigo, el bolso y el estuche de mi Müller y nos fuimos.

 —¡Qué tengan un lindo día chicos! —nos despidió mi madre.

Subimos al Camaro y nos pusimos enseguida camino a Manhattan.

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