Capítulo 4

Llegué media hora antes, con unos botines negros, un pantalón negro, un polo blanco y una chompa gris, estaba hecho un manojo de nervios, era más que obvio, iba a tener una cita con el amor de mi vida en ese entonces, caminé muchas veces de ida y vuelta por ese puente y cuando vi la hora, eran las 4:50 pm, empecé a desesperarme, quería llamarla y preguntarle dónde estaba, si iba a venir o no, pero no lo hice por dignidad quería tener una imagen de desinteresado, un amigo nada más (Por supuesto mis planes eran otros) y bueno, llegó. Ella traía puestas unas Converse blancas, unas pantis del color de su piel, un vestido amarillo y una chaqueta de cuero negra, parecía una abejita, fue muy cómico, cuando estuvo cerca de mí yo saqué mi móvil y miré la hora, eran las 5:15 pm y le hice un ademán de indignación y recibí la respuesta más diplomática que jamás pensé oír “Lo siento, me perdí en el sendero de la vida” fue lo que me dijo entre risas, usualmente me hubiera molestado, sin embargo no pude, si hubieras visto su sonrisa, es imposible enfadarse con alguien cuya sonrisa es tan hipnótica, así que solo opté por reírme. Comenzamos a caminar, conversamos sobre varios temas, banales en realidad, todo se tornó muy novelesco cuando empezó a hacerme preguntas, lo cual comprendí pues iba a quedarme con ella días y nadie quisiera compartir un espacio con alguien en quien no confía y acepté responder, las preguntas que recuerdo eran éstas:

—¿Qué es lo primero que haces al despertar? —Empezó Gianella con la ronda de preguntas.

—Bueno primero abrir los ojos, después ir a asearme. —Dije con un tono diplomático.

—¿Te duchas antes de dormir? —Me preguntó Gianella.

—Por supuesto que sí. —Respondí con un gesto de indignación.

—¿Qué me harías si estuviera indefensa? ——Respondí confundido.

—No puedes responder una pregunta con otra. —Me gritó Gianella.

—Vale, lo entiendo… pues te cuidaría. —Dije con los hombros encogidos y mirando a Gianella.

—¿Si estuviera ebria a dónde me llevarías? —Me analizaba con la mirada Gianella mientras me preguntaba.

—Te llevaría al lugar que compartimos, te arropo y te dejo en tu cama. —Respondí con una sonrisa.

—¿No intentarías tocarme? —Dijo Gianella mientras bajaba su mano por sus senos lenta y provocativamente.

—Te seré franco, tienes un cuerpo increíble, volverías ateo hasta al mismo Jesús, solo para romper el mandamiento que prohíbe la lujuria, mas no lo haría, respeto a las mujeres y sé controlarme. —Suspiré tras responder.

 —¿Tienes algún fetiche en la cama? —Dijo mientras me tomaba del cuello de mi chompa para intimidarme o ver más de cerca mis ojos.

—¡¿Y eso a qué vino!? —Balbuceé en un intento varonil de respuesta.

—¡No se responde una pregunta con otra! —Refutó con el ceño fruncido Gianella.

—Vale, vale, bueno solo uno, pero no es un fetiche, más bien es una manía, me gusta jugar con la persona, cosquillas, mordidas, algo que para mí es típico, bueno es lo que haría. —Respondí mientras trataba de recuperar la dignidad que me quedaba.

—¿Harías? No entiendo —Cuestionó Gianella, con la mano en la cabeza en señal de confusión.

—Sí haría, es que yo…soy… virgen. Joder que vergüenza. —Aclaré con los ojos a las seis.

Después de esta vergonzosa confesión llegó lo que no quería que llegase y lo que era más que obvio que llegaría, el tan molesto “aaaawwww”, juro que siempre lo he odiado y solo de ella lo acepté entre risas y un semblante ruborizado. Después de platicar y explicarle cómo a mis 19 años seguía virgen, me dijo “bueno, creo que puedo confiar en ti.” Y eso para mí fue como la bienvenida al edén. Después del sí, le pregunté si fumaba y para suerte me dijo que sí, justo cuando le iba a ofrecer un cigarrillo, con un movimiento raudo de manos, sacó un piti y lo prendió sola, al notar mi lenta reacción, opté por ir sacando mi papel para tabaco, mi encendedor negro y mi caja de tabaco, empezamos a caminar, rumbo al mar, el silencio era como un canto que estaba en armonía con la brisa otoñal y terminé de armar mi cigarrillo y ella me lanzó una última pregunta.

—¿Y cómo te trata la vida? —Preguntó Gianella en un intento de soslayo.

—¿La vida? La vida me trata cómo a cualquier ser humano.  —Dije mientras veía mi cigarrillo.

Levanté el cigarrillo entre mis dedos y le dije “mira la vida me trata así”.

—¿Cómo así? No entiendo.

—Yo soy el tabaco, el mundo es el papel, la vida es el humano y el tiempo es el fuego.

—¿Me explicas?  —Dijo con mucha curiosidad.

—Claro, yo soy el tabaco, la vida me envuelve en un mundo sin consultarme nada, solo me junta con símiles humanos, y me enrolla en lo que llamamos sociedad, suena bien —¿verdad? Ella asintió con un semblante que denotaba curiosidad. Luego la misma vida me coloca en sus labios y se prepara para ingerir el veneno que somos para el mundo ¿Cómo lo hace? Con ayuda del tiempo, quien en este caso es el fuego, el mismo que nos consume lento, tan lento que cuando nos damos cuenta ya estamos al final.

—¿Y el humo? ¿Qué es el humo? —Preguntó con sus ojos clavados en mí, Gianella.

—El humo son las vivencias, los sueños, las palabras, las promesas, que son espesas y fuertes al salir pero que se marchan con el viento para no volver. —Respondí.

—¿Y después que queda? —Volvió a preguntar Gianella.

—Después solo queda aceptar que nuestro destino es el mismo que el de este cigarrillo. —Contesté con la colilla del cigarrillo elevada entre mis dedos.

—¿Y cuál es?

—Los cigarrillos en manos prudentes acaban en un tacho, en manos imprudentes en el piso, pero en ambos casos acaban en la b****a dije mientras tiraba el cigarrillo que había terminado en un tacho público. ─Dije aclarando la duda de Gianella.

En ese momento nuestras miradas quedaron ancladas, ella me veía y en sus ojos había un brillo acendrado, podía ver la sonrisa de su alma en esa simple mirada y mi reflejo totalmente enamorado de su mirar, la brisa también quiso ser parte de nuestro momento y acariciaba nuestro cabello hasta que un susurro me despertó.

—¿Sabes qué más queda?   —Me preguntó Gianella en tono seductor.

—¿Qué? —Cuestioné confundido.

—La esencia del tabaco, la misma que en este momento eres Tú.

Apenas terminó de decir el TÚ me besó, fue un beso tierno, de esos cuyo ritmo es como el de un vals, de esos que vienen acompañados por un suave mordisco a ojos cerrados y los latidos al mismo son, de esos que te llevan al cielo, de esos besos que son como en los cuentos de hadas cuando la princesa roza los labios de su príncipe azul por vez primera, solo que en esta ocasión yo era el príncipe que besaba a su reina abejita, era esclavo de su perfección, atrapado en esas redes que más que aterrarme me llamaban, pero podría vivir preso, si ella era mi jaula.

Pasaron las horas entre el tabaco y el alcohol y cuando nos dimos cuenta eran las 11:11 PM, le dije mirara la luna y pidiera un deseo en su mente, demás está decir que hice lo mismo. Después fui a dejarla en su casa, la cual estaba en los alrededores del parque Kennedy, llegamos y eran las 2:00 AM y yo no sabía cómo volver a casa, ella entró a su departamento y me preguntó.

—¿Cómo te vas a regresar a tu casa?

—No te preocupes por mí, todo saldrá bien.

—Mira yo vivo sola, quédate aquí esta noche, dormirás en el sofá ¿okey?

—No quiero molestarte enserio.

—Ya cállate y espérame, voy a traer las mantas.

—Bueno gracias, apenas se fue a traer las mantas saqué mi móvil y envié un mensaje a mi padre diciendo que me quedaría a dormir en la casa de Gianella y recibí un tierno “OK”.

Y así fue como acabó el primer día antes del paraíso.

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