Capítulo 3

Nadie volvió a abrir la boca hasta después del plato principal, todo el tiempo pudimos sentir la tensión, palpitaba con vida propia alimentada por nuestras miradas cargadas de advertencia la una hacia la otra. Marco y Tomas iniciaron una conversación sobre el gobierno y la forma en la que manejaban la escasez de productos para los animales.

La comida estaba deliciosa, pero sería mentira decir que la disfrutaba.

—¿Señorita Verona?

Parpadeé hacia Tomas.

—¿Perdón?

Sonrió por mi desconcierto.

—¿Qué tal le ha parecido el postre?

—De los mejores que he probado —respondí con sinceridad.

—Es bueno escucharlo —asintió—. Quería informarle que todas las habitaciones de esta casa quedan a su entera disposición —anunció mirando a su hermana—. Mañana Sanya puede hacerle un recorrido si así lo desea.

Abrí mi boca sin estar muy segura de lo que diría, pero alguien se me adelantó.

—Cuidado con lo que ofreces, hermano, esto podría convertirse en un motel.

Sentí que la sangre se me subía al rostro, mi cabeza iba a explotar, estaba segura, la sangre me hervía como si fuera el fuego mismo. Casi me ahogué con mi propia saliva. Me puse de pie con violencia, su comentario había cumplido con lo que quería, ofenderme.

¿Qué en el infierno había hecho para que esta perra me llamara puta?

—Usted no conoce de nada a mi hermana para estar insinuando ese tipo de cosas, le agradecería que…—mi hermano estaba echando chispas, podía verlo contenerse.

—¿Qué rayos te he hecho? —cuestioné, quería echarme sobre ella—. Explícame porque no lo entiendo, te estoy conociendo hoy.

Estaba segura que uno de mis parpados había comenzado a saltar.

—Es suficiente, Beatriz —Tomas Galger se puso de pie con el rostro enrojecido—. No entiendo porque te comportas de esta manera, así no nos han educado.

Incapaz de seguir soportando esto un minuto más me levanté y salí del comedor manteniendo mi boca cerrada, pero maldiciendo mil veces en mi mente. Tenía una idea clara y no iba a detenerme. Jesús siguió mis pasos apresurados.

En el recibidor vi a una de las chicas vestida con el uniforme del servicio.

—Tú —bramé enfurecida—, necesito que me ayuden a hacer mis maletas en este instante.

—Sí, señorita —corrió más rápido que yo acobardada por mi expresión.

Me arrepentía de ser tan dura con las personas que no se lo merecían, pero no podía evitarlo, tenía la furia ardiéndome en la garganta y solo quería salir de una u otra forma. Quería irme. Quería irme ahora. No pensaba quedarme en un lugar donde la dueña de la casa pensaba que podía humillarme y ofenderme cuando le diera la gana, oh no, de eso nada, yo era Verona Robinson y si esa perra pensaba saber quién era, estaba equivocada y a punto de enterarse.

Desde mi celular comencé a buscar un hotel, cualquiera, o alguna posada que estuviera disponible. Mañana decidiría si volver a Voutere.

—Verona —mi hermano entró luciendo agitado—. No puedo creer lo que te ha dicho.

—Ni yo, créeme, no sé qué se cree esa…

—Verona —arrebató mi teléfono—. ¿Qué haces?

—¡No voy a quedarme aquí! Buscaré un hotel para pasar la noche, estás loco si piensas detenerme.

—Te apoyo.

Le quité mi teléfono.

Mi hermano tomó su propio teléfono y se alejó para realizar una llamada, yo ya había encontrado el lugar donde me quedaría, tenía todo lo que necesitaría por una noche.

—¿Qué hacen?

Su voz hizo que todos se congelen en sus lugares, pero yo no, miré a Tomas Galger, tenía el ceño fruncido en confusión, fui hacia él al mismo tiempo que mi hermano lo hizo.

—Tomas, creo que lo mejor es que mi hermana se vaya a un hotel, dado que…

—Por supuesto que no —se opuso deteniendo sus palabras.

¿Y qué quería exactamente? No iba a quedarme y seguir siendo insultada.  

—Sí —repuse—. Es obvio que no soy muy bien recibida, así que para seguir evitando incomodidades me voy para que mi hermano y usted puedan hacer negocios con tranquilidad —vi su boca abrirse, pero lo detuve—. Y no se preocupe, usted ha sido un completo caballero, señor Galger.

Miró mis ojos, yo también lo hice, quería hacerle saber que nada me haría cambiar de opinión. Los suyos eran oscuros, chocolate, corteza de árbol y madera, todavía no podía decidirme, tal vez eran una combinación de todo.

—Señoritas —miró a sus empleadas—, retírense un momento, por favor —ordenó—. Marco, lamento muchísimo que tuvieran que presenciar tal comportamiento de mi hermana. Me gustaría hablar con Verona en privado, quisiera convencerla de que no abandone la casa tan precipitadamente.

Marco negó.

—No creo que…

—Por favor —insistió Tomas.

No pudo negarse a ese “por favor”, había sido tan amable con nosotros que hasta yo se lo habría concedido. Marco salió haciéndome una seña para que supiera que estaría afuera, asentí, accediendo a quedarme a solas con el señor Galger.

De repente fue como si toda la habitación se ajustara a él, haciéndolo resaltar. Era muchísimo más alto que yo, pero no me intimidaba, sus ojos eran dos bonitas esferas cálidas que parecían no saber lo que era la maldad.

 —Sus ojos me dice que no cambiará de opinión —dijo, sonriendo quedadamente.

—Me alegra que lo entienda —suspiré.

El señor Galger llevó sus manos dentro de los bolsillos de su pantalón y paseó sus ojos por la habitación antes de reparar en mí. Nervioso. Su garganta se movió cuando trago saliva.

—No quiero que se vaya teniendo una idea equivocada de nosotros, no somos como usted piensa...

—Tranquilo —interrumpí—. No los estoy metiendo a todos en la misma bolsa.

Eso lo hizo sonreír y casi lo hice yo también.

—No sé qué ha sucedido con mi hermana, pero quiero pedirle disculpas en su nombre, le aseguro que hablare con ella —sacó sus manos de sus bolsillos y las entrelazó. Dios, hablaba con tanta calma que dejé de sentirme alterada, era como su tono fuera un bálsamo—. Quisiera pedirle que no se vaya, por favor, casi nunca tenemos invitados en casa.

Se le enrojecieron las mejillas y las luces lo atenuaban.

—Lo sé, lo entiendo —asentí—. Por eso creo que lo mejor es marcharme, quizás a usted no lo incomode, pero es obvio que a su hermana no le caigo bien y esta sigue siendo la casa de ella también, yo lo respeto —expliqué con total sinceridad.

El hombre cambio su expresión a una más decidida.

—Los extranjeros no suelen comprender nuestras costumbres y es muy difícil hacer que las respeten. Encuentro halagador que la familia Robinson no nos juzgue y que se haya amoldado a nuestros requerimientos —declaró—. Pero insisto en que se quede y nos de otra oportunidad, me parece una completa falta de respeto por nuestra parte el haberla hecho venir hasta aquí solo para ofenderla y hacerla marcharse el mismo día. Me disculpo sinceramente con usted por lo que sucedió —tuve que pasar saliva, por alguna razón el rostro se me enrojeció debido a sus palabras, nunca había escuchado a nadie ser tan sincero conmigo—. Prometo que Beatriz no volverá a ofenderla. Hablaré con ella.

Vacilé.

—Eso no puede asegurármelo usted.

Tomas Galger se rió tenso, llevó una de sus manos hacia su espeso cabello castaño y lo peino hacia atrás.

—Es realmente inalcanzable, señorita.

Me encogí de hombros reprimiendo una pequeña sonrisa.

—¿Por qué quiere que me quede? Le aseguro que no tengo ideas equivocadas sobre ustedes y mucho menos guardaría rencor, no me molesta para nada tener que quedarme en un hotel tampoco.

Mis palabras lo hicieron retomar su expresión seria.

—Hoy cuando la vi observar las montañas y los puestos de la ciudad supe que respetaría cada cosa que le dijera acerca de Klayten. Es muy receptiva, de cierta forma —elevó un poco sus comisuras—, eso te enseñan a reconocerlo desde muy pequeños. Nosotros debemos saber quién es merecedor de conocer y entender este lugar.  

Sus palabras me endulzaban, lo admitía. Me había hecho sentir alagada y especial, eso me gustaba. Sin embargo, como un instinto natural, seguía permaneciendo recia. Eso lo frustraba de una manera graciosa.

—¿Hay algo que pueda hacer para que se quede? —preguntó en un suspiro derrotado.

Fingí pensarlo.

—Puede que exista algo —insinué misteriosa.

—¿Qué es? —enarcó su ceja.

—Quiero el número de su decorador.

El sonido que soltó traducido en una risa estuvo lleno de vida, me vi en la obligación de aclarar que no era una broma. Cuando dejó de reír me arrepentí de haberlo detenido, la habitación palpitó ante el repentino silencio.

—Entiendo —asintió ajustando su saco—. Mañana mismo tendrá ese número, señorita Verona.

Negué cruzándome de brazos, mi cabeza estaba levantada hacia él y casi me puse de puntillas para intentar parecer más alta, pero no lo lograría. Tomas Galger me sacaba por lo menos dos cabezas más de altura.

—Lo quiero ahora —advertí, usando el tono de un negociador profesional.

—Claro que sí —su sonrisa fue tan grande que me sentí tragada por él—. Tengo que buscarlo, pero me aseguraré de que antes de medianoche ese número esté en su posesión.

Cambié el peso de mi cuerpo a mi otro pie.

—Muy bien, señor Galger —accedí.

—Me puede decir Tomas.

—De acuerdo, Tomas.

—¿No tendrá problemas con su hermano? —cuestionó. Contesté con una negación de cabeza—. Bien, gracias por considerar darnos una segunda oportunidad. Haré pasar a los demás.

Tomas salió de la habitación con calma, cada paso que daba al alejarse de mí me hizo sentir ser consiente del calor que había estado invadiendo mi cuerpo, un escalofrío me sacudió cuando la brisa helada beso mi piel ardiente, ¿había estado el aire tan frío todo este tiempo?

Debía tratarse del característico calor que generaba la negociación, solo que no era común cuando lo dejaba afectarme tanto.

Los que habían estado ayudándome antes de que Tomas Galger llegara volvieron a entrar. Les ofrecí una disculpa a las chicas que estaban ayudándome con mis cosas por haber sido tan descortés y les pedí que volvieran a deshacer mi equipaje. Conversé con mi hermano y no tardé en convencerlo de que estaría bien.  

Cuando terminamos de arreglar mis cosas todos me dieron privacidad, iba a acostarme, pero recibí una llamada de mi padre. Le expliqué que tenía un proyecto de remodelación en mente y él accedió. Siempre lo hacía.

Estaba lista por probar esa cama que rogaba por mí, pero unos toques suaves me hicieron cambiar de dirección hacia la puerta. Abrí la puerta con un suspiro, Sanya estaba allí.

—Señorita, el señor Tomas me pidió que le entregara esto —me entregó un pedazo de papel doblado—. Buenas noches.

—Gracias, descansa —cerré la puerta y caminé hacia la cama.

Desdoblé la hoja y encontré una caligrafía preciosa. Había un número de teléfono, un nombre y una nota. 

 “Siempre cumplo con lo que prometo, estoy a su disposición en todo momento.

Tenga linda noche, señorita Verona Robinson.

Tomas G.”

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo