Capítulo 4

El día estaba frío y las nubes cubrían el sol cuando Elouise salió por la puerta principal de su hogar vistiendo un abrigo largo junto a sus botas favoritas. Había una bufanda enredada en su cuello y unos lentes cubriendo sus bonitos ojos que estaban demasiado irritados como para ir por allí fingiendo que no había estado llorando como por las últimas... Tres y catorce horas quizás.

Frente a la residencia estaba la camioneta de la madrugada anterior, a un lado de la puerta trasera estaba de pie el joven de seguridad, vistiendo tan impecable como cuando la mujer le había conocido. Traje negro, lentes oscuros y equipo de audio y micrófono visible desde su pecho hasta su oído.

Elouise suspiró dando pequeños pasos que parecían ser eternos.

Los demás hombres alrededor de la vivienda ni siquiera voltearon para darle los buenos días. Jamás entendería por qué Isaac y ella no podían vivir como una pareja normal con privacidad normal. Tenían tanta seguridad como algún político importante, y Elouise tenía a su saber que alguien como lo era Isaac necesitaba ser protegido a todas horas por cualquier competencia que quisiera eliminarlo de una forma sucia y traicionera.

¿Pero ella? ¿Elouise para qué necesitaba seguridad? Ella no era la empresaria multimillonaria que hacía funcionar agencias enteras de comercio.

Sonrió cordial cuando llegó al frente del vehículo, deteniéndose a unos cuantos pasos para observar cómo el joven abría la puerta de la camioneta para ella.

—Buenos días señora Wright. —ofreció Edward para ella haciendo una leve seña al interior del vehículo.

Elouise sólo pudo asentir con la cabeza—. Buenos días. —le respondió.

Ya ni siquiera podía darle un poco de vergüenza que ese chico le hubiera visto en aquella faceta mártir horas antes y que hubiese visto su dignidad por los suelos. Era lo que había. Era lo que siempre todos los del personal le veían ofrecer, la triste faceta de esposa despechada que hundía sus penas en el alcohol. Elouise entendía la mirada de cada uno de los trabajadores, siempre era la misma, algo como;

"si tanto sufres aquí, ¿por qué demonios no te largas?"

De verdad quería poder hacerlo. De verdad quería irse, no importaba si tenía que correr miles de kilómetros en pies con tal de poder escapar. Poder ir a la libertad sin tener que cargar ningún peso en los hombros. Sin tener en mente la imagen del rostro de su madre y hermanas con lágrimas en el, miradas nostálgicas y estómagos vacíos. No podía cargar con eso. No cargaría con eso.

A pesar de la indiferencia en las miradas de los hombres allí, tenía el respeto de todos, sin embargo. Sólo por ser la esposa de Isaac Wright.

Oh, qué bello sería obtener respeto por sus propios méritos y no por un apellido que ni siquiera le pertenecía. Que bello sería tener un futuro y una vida que dependiera de ella misma y no de ese apellido. Que bello sería que en lugar de haber sido una joven con poca estabilidad económica, hubiera sido una de esas niñas ricas que tenían toda una vida asegurada que no dependía de tener que casarse con nadie que tuviera fortuna alguna.

Edward cerró la puerta con suavidad después de que Elouise se acomodara en el asiento y fue directamente a tomar el volante, sacando la palanca automática y comenzando a conducir fuera de la gran propiedad.

Elouise suspiró de vuelta, recostando su cabeza en la ventana.

Era todo tan injusto. No sólo tenía que cargar las cuentas del pasado, sino también tenía que cargar con los ajustes del presente, que si se lo preguntaban personalmente, Elouise diría que le estaban destruyendo por completo. ¿Qué podía hacer? Sólo seguir adelante, pues una vez más... No importaba cuanto se quejara o alegara sobre ello, su opinión jamás importaría.

No importaba cuánto le dijera a Isaac que era absolutamente irrespetuoso y triste que dejara que su matrimonio estuviera yéndose cuesta abajo sólo porque él estaba calentado la cama de alguien más. Sabía que Isaac le quería, el pelinegro se había casado con ella por amor después de todo, pero Elouise sabía que era su castigo por tener interés antes que nada, luego de algún tiempo, aceptaba que había caído profundo en los encantos de Isaac... Y, y allí estaba su pago. Su karma. Su deprimente castigo.

Se había enamorado. Y la utilizaban, la humillaban, la maltrataban y engañaban. Un castigo que le vino como anillo a su pequeño dedo. ¿Lo merecía, no? Al principio ella también había sido la villana después de todo, pero... ¿Era correcto? ¿De verdad lo era...?

Elouise se preguntaba... Sólo por mera curiosidad ya que ella jamás se atrevería a pedirle algo así a Isaac ni en broma, qué pasaría si alguna vez le mencionaba en serio lo cansada que estaba, si decía que debían ponerle ya un fin a ese amor, que de verdad ella se iría. Que de verdad buscaría su propia libertad.

Ja, eso no sucedería jamás ni en sus más profundos y bellos sueños.

La joven hizo una mueca, acariciando el fleco que caía por su frente con distracción mientras observaba los bellos edificios de Londres pasar por la ventana. Lamió sus labios rellenos y finalmente llevó su mirada al asiento de enfrente.

—¿Sabes dónde es la tienda de Marie' Juberth? —preguntó, observando el perfil de Edward tomando inconscientemente cada detalle.

El joven rizado apenas y negó—. Lo pondré en el mapa del coche. No es problema señora.

Elouise bajó la vista hasta sus manos en su regazo, afligida y cansada. Paseó sus suaves dedos por su anillo de bodas en el dedo anular y tragó amargo—. Te diré por dónde es.

[...]

La tienda Londinense Marie Juberth era gigante. Realmente gigante. Muy iluminada, con cientos y cientos de maniquíes vestidos con las más caras ropas en todo Londres a lo largo de sus anchos pasillos. Había variedad de colores, desde los vintage hasta los más coloridos. Elouise se paseaba entre los estantes y pasillos con naturalidad, despistada, observando y observando sin realmente detenerse por más de cinco segundos. Edward sólo iba detrás de ella a una distancia prudente, mirando de vez en cuando a distintas direcciones para asegurarse de que todo marchaba bien. Su mano siempre a la altura de su cintura, por si tenía que sacar su arma y disparar.

En realidad, no le preocupaba mucho tener que acompañar a la esposa de su jefe. Es decir, no había tanto riesgo o problema, a menos que quisieran sacar provecho como algún secuestro y cobrar luego por el rescate. Eso estaba zafado, Edward suponía. Los nervios entraban realmente cuando pensaba que en algún momento tendría que ir detrás de Isaac, puesto que era una responsabilidad mucho más grande. A pesar de que si iba con él, no sería solo. Edward había trabajado con algunas personas de la altura financiera de Isaac años atrás y... No todas habían terminado bien.

Finalmente Elouise se detuvo y tomó una prenda que estaba en un perchero junto a otras más. Edward no entendía por qué todas eran de diferente estilo y se encontraban en la misma fila de ganchos.

Se había criado en el barro junto al ganado. La moda de Londres no era lo suyo definitivamente.

El guardaespaldas escuchó a la joven suspirar mientras acariciaba la tela de la fina ropa. Después ella se giró y levantó sus gafas oscuras. Sus cansados e irritados ojos azules hicieron a Edward tragar suavemente saliva—. ¿Qué te parece este? —ella preguntó en voz baja dándole una mirada larga, difícil de descifrar.

Elouise no podía ver los ojos de Edward ya que él usaba también sus lentes oscuros y de poder verlos, hubiese notado el desconcierto del joven ya que no era su trabajo elegir abrigos caros de una boutique.

—Bonito, señora. —comentó simple, manteniendo su postura en alto. Sin siquiera parecer tomar un respiro.

Elouise tarareó, asintiendo. Dejó el abrigo doblado encima de su brazo y rebuscó entre las demás perchas con delicadeza.

—En realidad... —ella comenzó a decir de vuelta, Edward no se movió—. Wright no es mi apellido.

El guardaespaldas no habló, restándole toda la importancia a las palabras de la joven. Lo sabía, por supuesto. El apellido de Elouise era Leenon pero ella estaba casada con Isaac Wright así que…

Elouise se volteó con una nueva prenda entre las manos. Una manga larga café de cuello alto. Bastante elegante a simple vista.

—Más temprano me has llamado "señora Wright". —explicó liviana mientras detallaba minuciosa las costuras de la blusa—. Soy Leenon. Ya sé que… Isaac es mi esposo pero no me siento como la señora Wright, sí sabes a lo que me refiero.

Edward parpadeó detrás de sus lentes negros y asintió—. Entiendo. ¿Señora... Leenon entonces? —murmuró dudoso.

Elouise volvió a levantar su mirada de ojos azules y sonrió casi imperceptiblemente—. Sí, por favor.

Edward no devolvió la sonrisa y Elouise se dio la vuelta para seguir con su recorrido por la tienda.

[...]

Tres horas después Elouise apenas había terminado de pagar todo lo que había elegido con una tarjeta dorada muy brillosa. Una sonrisa brillante estaba en sus labios rojos y llenos, con su abrigo caro, sus tacones y cabello lacio lucía tan perfectamente deslumbrante que costaba demasiado creer que lo que había pasado unas horas antes era real. Que en verdad Elouise sufría o... Eso era lo que parecía.

El guardaespaldas esperaba al otro lado de la caja, muy atento a cada acción de las personas a su alrededor. Haciendo un espacio para lo que rondaba en su mente y definitivamente no le debería importar en absoluto. Es decir, esa chica, "Leenon", había estado llorando toda la madrugada y lamentándose por tener un "corazón roto" pero... Justo en ese momento casi se ahogaba en todas las bolsas de ropas caras que había comprado con el dinero de la persona que le "hacía tanto daño".

Edward bufó discretamente tomando detalle mental de la bonita sonrisa de Elouise. Decidiendo si debía creer en ella o no. Después de todo, Edward era difícil de engañar. Demasiado observador y calculador. Callado. Concentrado en lo que realmente importaba. Ideando a cada segundo un plan diferente para hacer correctamente su trabajo. Conociendo cada movimiento de la persona a la que le cuidaba la espalda, sus gestos, su personalidad.

Debería estar plenamente concentrado en proteger a Elouise. Ese era su trabajo. No debería estar tan atrapado en esos suaves movimientos que venían de la joven al recoger las bolsas del suelo y en esa amable sonrisa mientras entregaba una propina en efectivo al hombre que había puesto toda la mercancía en las bolsas.

Edward tomó un respiro y apretó sus labios, carraspeando cuando finalmente la chica lo observó a él.

—¿Me ayudas con las que faltan, por favor? —preguntó la castaña con tanta suavidad que Edward se confundió entre si Elouise le estaba tratando como un empleado o como un amigo. Las señoras no pedían favores, las señoras ordenaban.

Elouise realmente no había dado una orden.

Así que Edward solo asintió y tomó las demás bolsas del suelo, recibiendo un ligero "gracias" por parte de Elouise antes de que comenzara a caminar y él sólo pudiera seguirla.

—Y entonces Edward... Te das cuenta lo que implica ser un guardaespaldas ¿verdad? —comentó Elouise, saliendo en pasos ligeros de la boutique. Edward comenzaba a darse cuenta de que el caminado de la joven era muy singular, liviano y sin preocupación. Muy suave y natural. —Solo quiero como... ¿Comentarlo?

El guardaespaldas no quería dar una respuesta literal, ya que intuía que sus palabras sonarían con sarcasmo pero solo trataba de ser lógico. Llevaba en ese trabajo más de cinco años, claramente sabía lo que implicaba ser una guardaespaldas.

Edward siempre tenía la típica cara de hombre antisocial, era como más bien un don. Tenía la cara que no había presentado más allá de dos emociones desde que Elouise le había visto por primera vez. Elouise estaba acostumbrada a ser ignorada por los trabajadores o no ir más allá de los saludos cordiales, pero por alguna razón la mueca de "no me hables para nada" en el rostro de Edward significaba todo lo contrario, además de que no tenía muchos amigos con los cuales hablar a lo largo del día. Deliyah ni siquiera era una amiga, ella era más bien como una mamá sustituta o algo así.

Pero Edward buscó una respuesta apropiada y tardó en responder, sin embargo—. Depende del contexto señora Leenon.

La joven castaña hizo una mueca, dándole una mirada a unos preciosos botines en un estante de exhibición dentro de una tienda. Se detuvo, tomando más detalles de los zapatos—. Hm, en el contexto de que arriesgas tu vida por alguien que no conoces supongo.

Edward se quedó detrás de Elouise viéndole balancearse en sus pequeños pies decidiendo si entrar o no a la tienda.

—Usted se llama Elouise Marie Leenon, tiene veinticuatro años, nació en Doncaster, alérgica a la miel y los arándanos, miedo al océano e insectos. Y me pagan por protegerla. No necesito saber más. —respondió con lentitud, simple.

Elouise volteó a verlo y le frunció el ceño unos momentos. Aunque no estaba verdaderamente confundida ni molesta. Sólo un poco sorprendida —. Eso te da buenos puntos, pocos saben de mi alergia a los arándanos.

¿Había tenido siquiera un guardaespaldas que supiera su nombre completo antes?

Edward no hizo algún gesto—. Si algún día le miro con el rostro morado tumbada en el suelo mínimo sabré cómo posiblemente ayudarle.

Elouise rió, como no había reído en días. Escandalosa y alegre. Asintió y luego de unos momentos tomó un respiro con el rostro aún divertido con mejillas sonrojadas.

Edward parpadeó, viendo en otra dirección. Él también quería encontrar el chiste a lo que había dicho pero no comentó nada.

—Tengo hambre. —soltó Elouise, olvidándose por completo de los botines. Comenzó a caminar y Edward sólo pudo seguirle de vuelta.

Edward comprendía. Definitivamente.

Elouise quizás era una joven probablemente caprichosa y mimada.

Porque nadie ponía sus penas en la fortuna interminable de la persona que le hacía daño. Nadie reía e iba por ahí de compras con la mejor actitud luego de haber tenido una noche que Edward catalogaba mentalmente como "pésima". Realmente era poco probable que alguien estuviera tan feliz con un "corazón roto". Era seguramente probable que Elouise estuviera arreglando su corazón con los millones de su esposo.

O talvez Elouise había pasado por esa misma situación tantas veces antes que era mejor fingir que las cosas estaban bien. Ya que si decía algo, igual nada cambiaría y nadie le escucharía.

[...]

Isaac había terminado de comer sus espárragos con una mueca completamente satisfecha. Cogió una servilleta y limpió sus labios, mostrándole a Deliyah una sonrisa completa.

—Siempre me sorprendes. Sabían exquisitos —elogió, asintiendo y tomando entre sus dedos una copa con champán—. Deliciosos, deliciosos, gracias Deliyah.

La mujer sonrió acercándose para recoger el plato sucio enfrente de Isaac. Lo llevó hasta el trastero y abrió el grifo, enjuagando con suavidad la porcelana—. Qué bueno que te hayan gustado, cielo. Estaba un poco insegura sobre los pimientos esta vez, pensé que adoptarían un sabor diferente.

Isaac saboreó el champán en su lengua y alzó las cejas con un poco de sorpresa—. ¡Eh! Es por eso que sabían diferentes esta vez. Definitivamente el pimiento lo mejoró. Me encantó. Lo amé. Que se repita por favor.

Deliyah acomodó el plato en su lugar y se volteó secándose las manos en el mandil que se sujetaba a su cintura.

—¿Quieres otra porción? —mencionó un poco sorprendida también, pues estaba segura de que Isaac había comido más que suficiente.

El pelinegro soltó una risa y negó—. Eso quisiera —dijo pasando una mano por su barriga—. Pero estoy seguro de que mi botón está a punto de volar por allí. Estoy muy satisfecho.

Deliyah rió—. Que ocurrencias Isaac.

—Como sea, —bebió lo último de su copa y se puso de pie—. Extrañaré todos tus guisos muy, muy, muy seriamente hablando. —sonrió, guiñando un ojo mientras estiraba un poco las piernas.

—¿Por qué? —ella volvió a reír bajito—. Yo no voy a ninguna parte, ¿o es que me quieres echar de una vez?

—Eso jamás pasará. —soltó el joven con rapidez—. Antes de que pase tienes permiso de darme un fuerte golpe en la frente porque sin duda sería el error más grande de mi vida. Te adoro, lo sabes.

Deliyah sonrió con cariño—. También te adoro, cielo. Pero, ¿a dónde vas ésta vez?

Isaac suspiró y su faceta confiada y divertida cambió. Deliyah lo notó con facilidad.

—Tendremos una reunión importante en Los Ángeles. Yo... Volaré mañana seguramente.

La sonrisa de Deliyah se desvaneció poco a poco. El silencio se hizo y como siempre ocurría cuando las cosas no estaban agradables, Isaac desvío la mirada.

—Algo me dice que Elouise no está incluida en ese viaje. —murmuró Deliyah. Isaac no dijo algo más—. Y tu silencio solo me lo confirma.

El pelinegro tomó un respiro—. ¿Y qué quieres que te diga?

—¿Yo? Yo no quiero que me digas nada, Isaac. —soltó Deliyah, acercándose unos pasos—. Pero me gustaría que te dieras cuenta de que está mal. De que lastimas a Elouise con esto, que ella no lo merece.

El pelinegro no levantó la vista. Parpadeó y sus labios temblaron levemente—. No puedo hacer nada para... Cambiarlo, y-yo, lo sabes.

—Esa es la peor excusa que alguna vez te he oído decir. Incluso me da vergüenza admitirlo.

Isaac bufó mirando finalmente los ojos tristes de la mujer frente a él—. Elouise no lo sabrá. Y sé que tú no vas a decírselo. Yo y... Bueno, nosotros... Nosotros queremos un tiempo juntos. Realmente juntos, no como, aquí, ya sabes. Casi no podemos vernos, siempre con la cosa de la discreción y eso... Sólo, sólo queremos un respiro. Unas pequeñas vacaciones.

Entonces el rostro de Deliyah pintó más que pura decepción. Nuevamente Isaac bajó la mirada.

—No me harás partícipe de esto otra vez, cielo. Lo siento. Eres tú quien no quiere tomar una decisión final, sobre qué camino elegir, debes saber cómo mantenerlo entonces. No voy a mentirle a Elouise.

El joven suspiró—. No quiero que le mientas. Yo mismo se lo diré ésta noche. No sabrá la verdad, no voy a lastimarla... Te lo prometo.

La mujer negó—. No tengo que recordarte que ella no es una tonta.

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