Capítulo #3

Eran las tres de la madrugada cuando Yelina y Joel llegaron al hotel y se instalaron en una lujosa habitación.

Los señores Valderrama la habían pedido decorada para la ocasión. Sobre la cama un enorme corazón con pétalos de rosas y unos cisnes hechos con las toallas de baño, eran el centro de atención. Una botella de champagne en su respectiva hielera, dos copas, rosas rojas y unas velas llenaban de pasión el lugar. De la tina de baño ni hablar, Yelina no iba a resistir sus ganas por darse un baño, había; sales aromáticas y pétalos de rosa flotando sobre el agua ligeramente tibia. Aquella noche tenía que ser espectacular, aunque a decir verdad los esposos estaban cansados, Yelina mucho más que Joel.

Ella tenía temor de lo que proseguía. Era virgen aún, pero no tonta. Le gustaba mucho la lectura y entre sus favoritos había varios libros de novelas eróticas; no sería una experta en la cama, pero algo tenía que haber aprendido en la teoría y el momento de la práctica estaba frente a ella. El momento de descubrir si lo plasmado en papel era todo verdad era en ese instante. Joel por su parte había tenido varias relaciones, algunas muy duraderas y otras no tanto. Imposible que siguiera siendo casto.

—Parece que tus padres quieren un nieto —expresó Joel.

Yelina sonrió y se olvidó de lo cansada que se sentía.

—Entonces hagámoslo ya —dijo entre sonrisas pícaras.

Ambos se acercaron uno al otro y se dejaron llevar por el sonido de la música que minutos atrás dejó reproduciendo Joel. Él le besó los labios y después las mejillas, regresó a la comisura de los labios y bajó hasta el cuello. Yelina llevaba puesto un vestido color turquesa del que su esposo se iba deshaciendo poco a poco; le bajó los tirantes y besó sus hombros, después lo bajó hasta la cintura y acarició sus senos, segundos más tarde la prenda cayó al suelo y él apreció aquel monumento hecho mujer en ropa interior de encaje color blanco.

—Eres una mujer preciosa —comentó Joel.

—¿Te gusta? —preguntó ella, refiriéndose al atuendo íntimo que había elegido para la ocasión.

—¡Te ves divina! —exclamó y se le acercó. Ella se puso nerviosa, su cuerpo temblaba y le sudaban las manos.

—Relájate —le pidió él—. Te gustará —agregó.

Yelina suspiró profundo y comenzó a acariciar la espalda de su amado, después le fue quitando la ropa, hasta que ambos estuvieron completamente desnudos.

Al principio ella se sintió intimidada, pero luego recordó que estaba con su esposo y que la vería así desde ese día y por siempre, volvió a respirar profundo y sonrió. Joel la levantó y ella se sujetó fuerte a las caderas masculinas, envolviéndolas con sus piernas. Cuando la lanzó suavemente sobre la cama, los pétalos rojos se esparcieron por todos lados. Él se colocó sobre ella y la observó con una mirada ardiente y llena de deseo, ella estaba lista, pero por las dudas se mojó un poco más, causa de la excitación que le estaba provocando el duro miembro masculino que la acariciaba entre las piernas. Él fue cuidadoso todo el tiempo y preguntaba a cada instante si todo estaba bien, ella se quedaba en silencio y pese a la incomodidad que llegó a sentir por ser virgen, intentó disfrutar hasta el final.

Aunque a ser verdad no supo distinguir si había logrado llegar al orgasmo final. Entre las sábanas blancas se juraron amor eterno y se hicieron muchas promesas, minutos después los dos tomaron un baño y se metieron en la tina para disfrutar del aroma, de la espuma y el agua tibia.

—Te amo —susurro Joel a Yelina en su oído izquierdo.

—Te amo —respondió el mientras intentaba volver a hacerle el amor a Yelina.

—Aquí no —le dijo.

—¿Vamos a la cama? —preguntó.

—Vamos —confirmó ella.

Ambos se pusieron en pie para salir de la bañera, se miraron con ternura y se secaron la piel uno al otro, aquella escena les hizo encenderse de una vez; ella iba a besarlo, no obstante, él la tomó por la cintura y la sentó frente al gran espejo del lavabo, en ese momento ella se excitó y quiso repetir lo que habían hecho antes; en la habitación. Comenzó a besar a su esposo; esta vez con mayor confianza. Él la cargó y la llevó hasta la cama, después de un rato la pareja calló en un profundo sueño. Ella se acomodó sobre el pecho masculino y se durmió mientras escuchaba los latentes sonidos del corazón que llegaban como música a sus oídos.

La mañana se extendió lentamente sobre la ciudad bañando de sol el lugar. Unos leves rayos se penetraron por el cristal de la ventana. La claridad despertó a ambos. Pronto tomaron el desayuno que consistía en un poco de fruta, huevos tibios y pan tostado con mermelada; de tomar sirvieron jugo de sandía y café caliente. Se observaba todo muy delicioso, la joven pareja tenía suficiente apetito para disfrutar de todo lo que habían llevado a la habitación. Después se prepararon para tomar el auto que los condujo al aeropuerto donde tomarían un avión que pronto los hizo aterrizar en la isla que también fue testigo de la tan deseada luna de miel.

Por la tarde ya acomodados en la habitación, ambos iniciaron jugando y entre risas, bromas y caricias volvieron a hacer el amor, descansaron unos minutos y luego bajaron para disfrutar de la playa; la blanca arena se sumergía en el agua color turquesa, era una combinación que reflejaba paz y tranquilidad. Yelina llevaba puesto un vestido blanco de manta que le dejaba apreciar su traje de baño en un tono amarillo suave, Joel traía una calzoneta blanca y una playera sin mangas del mismo color del traje de baño que lucía su amada. Yelina era tan perfeccionista que se encargó de combinar los atuendos que ambos usarían durante el viaje. Ella quería recuerdos armoniosos plasmados en fotografías. Por su parte Joel era un hombre que estaba dispuesto a amarla y a complacerla en todo lo que estuviera a su alcance. Entraron en el agua, muy a la orilla de la playa y disfrutaron de los peces que se acercaban para juguetear con los pies de los recién casados.

Y esto fue solo un poco de las experiencias y de las aventuras vividas durante la luna de miel de aquella joven pareja que comenzaba su travesía por el matrimonio.


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