CAPÍTULO 4. LO ENGAÑOSO DE LAS APARIENCIAS

Estaba sorprendida, jamás esperé que él me besara, pero sin proponérmelo le respondí, porque me había atraído como una fuerza irresistible, me dejé llevar por esas sensaciones que nunca había experimentado y me tenían enteramente dominada.

Una parte de mi mente me decía que no estaba bien, que no podía dejarme llevar porque sobre eso era de lo que tanto me habían advertido mis padres y hermanos, pero la pasión que percibía y se acrecentaba en mi interior con impresionante voracidad nublaba mi entendimiento. Nunca nada me preparó para ese mar de sensaciones tan deliciosas.

Nick me besó primero suavemente y luego tomó mi labio inferior y comenzó a succionarlo, sorprendida de las corrientes que convergían en mi interior, abrí la boca de lo cual él se aprovechó y tomó mi lengua de manera arrolladora, bajó sus manos por mi cuerpo y las posó en mis nalgas acariciándolas exigentemente.

Yo estaba perdiendo el control, sentía un calor abrazador por todo mi cuerpo que me debilitaba, jamás creí posible que se pudiera sentir una pasión tan desbordante, mis pezones se irguieron, mi sexo comenzó a humedecerse y con el mi ropa interior, acerqué mi cuerpo al suyo para sentir su fuerza, ese poder de hombre que me atraía inexorablemente. Extendí mis manos y la subí por su espalda atrevidamente sin dejar de acariciarlo. Mi respiración se volvió lenta.

Segundos después él se separó de mí y me sentí abandonada, avergonzada, a tal punto que mis piernas tuvieron a punto de ceder, nuestras respiraciones estaban descontroladas y mi corazón estaba galopando en mi pecho de emoción, excitación, me era muy difícil identificar lo que estaba sintiendo. Nick me miró profundamente expresándome con los ojos lo que no me decía con palabras. Me tomó de la mano y caminó conmigo hacia el ascensor, diciéndome: — ¡Ven conmigo Sophía!

Me sentía anonadada, no podía creer que nos habíamos devorado con ese beso, estaba impresionada ante mi reacción, todo mi cuerpo temblaba con pequeños espasmos y no podía pensar con claridad, solo sentía ese ardor que amenazaba con provocarme una auto combustión. Nunca antes sentí ese tipo de calor y menos ese tipo de pasión, en mi colegio tuve noviecitos, sin embargo, todo había sido muy inocente, jamás había pasado de un casto beso, pero esto que estaba sintiendo con Nickólas era realmente sorprendente, escapaba de toda lógica.

No podía explicarme como un hombre que apenas acababa de conocer despertaba esas intensas sensaciones en mí y quería llegar con él hasta el final, sin importarme las consecuencias, no me interesaban mis padres, mis hermanos, total era mi vida. En mi mente solo me causaba curiosidad que se sentiría sentir sus manos en mi piel desnuda y su boca en esas partes de mi anatomía que palpitaban descontroladamente, mi mente estaba nublada por la pasión, y sin pensarlo más me dejé arrastrar por él.

Entramos a un ascensor privado que solo tenía marcado el penthouse, nos miramos y empezamos a besarnos nuevamente, él comenzó a succionar mi boca y a tocar mis senos por encima de la ropa, para segundos después liberarme del top y el brasier.

Inmediatamente inclinó su cabeza, tomó mis senos y comenzó a chuparlos como un hambriento mientras lo sostenía con una mano y masajeaba el otro. Yo recostada en la pared del ascensor sostenía su cabeza para mantenerlo bebiendo de mí, succionando y mordisqueando, nunca había permitido que me tocaran de esa manera, pero en este momento estaba dominada por ese hombre y esclavizada por las emociones que estaba percibiendo.

El fuego en mi interior me envolvía, las llamas de mi deseo crecían a niveles gigantescos, estaba embriagada, no podía ponerle palabras a lo que estaba sintiendo solo dejarme llevar, mi vagina no solo palpitaba con fuertes latidos como si de un corazón se tratara, sino que parecía un manantial, una gran cantidad de líquido salía de mi interior mojando totalmente mi ropa interior. Cerré los ojos y escuché unos gemidos y jadeos, sorprendiéndome que estos salían de mi propia boca, las sensaciones eran realmente feroces, estaba asustada, pero a la vez quería seguir experimentándolas, sabía que todo esto era una locura, había sido criada con sólidos principios de moralidad, pero en ese momento las envié por el retrete y aunque sabía que después que pasara eso me arrepentiría, en ese momento solo quería seguir experimentando esas sensaciones que me acercaban cada momento un poco más al cielo.

Yo una joven coherente, responsable, meticulosa, razonable, en ese momento no mostraba ningún indicio de esas cualidades que tan orgullosos habían hecho sentir a mis padres, en esa oportunidad se reveló en mí esa mujer sensual, atrevida, descarada que sabía que vivía en mi interior y a decir verdad no tenía intenciones de ocultarla, por lo menos no por el momento, me dejaría llevar aunque sea por esta vez por mis deseos y no por los designios de mi mente y de mi moral, simplemente iba a dejar a mi verdadero yo que se manifestara.

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Allí la tenía solo para mí, como me la había imaginado desde que la vi entrar al restaurante, pero lo extraño es que no podía mantener el control de mis actos, estaba fuera de mí. Yo solo sentía esa piel tan tierna, esos voluptuosos y maduros pechos en mis manos, esas esponjosas nalgas que masajeé con pasión, la alcé porque era de muy baja estatura, no creo que pasara de un metro cincuenta y cinco. Seguí tocando su culo con ímpetu y la acerqué al centro de mi masculinidad, estrujándome contra su pelvis, mientras la presionaba de la pared del ascensor que ya había llegado, pero como era solo para mi suite, no tenía prisa por salir.

No hallaba explicación lógica para lo que me estaba sucediendo, como esa criatura causaba ese efecto en mí, me sorprendí ante la capacidad que la joven tenía de despertar esa pasión tan desbordante, no era un adolescente calenturiento, hacía muchísimo tiempo que había pasado por esa etapa, ahora era un hombre de treinta y un años, un empresario exitoso, dueño de una de las redes de hoteles más grandes a nivel mundial del cual ese formaba parte, dueño de las constructoras más importantes de toda Europa, y de unos productivos viñedos en Italia que producían el mejor vino.

Había estado con las mujeres más bellas y deseables a lo largo de los cinco continentes, incluso estuve casado, mejor no pensaba en esa parte de mi vida en ese momento.

Debía abocarme a disfrutar de la jovencita que estaba más caliente que yo. Tuve razón al pensar que su inocencia era fingida, ninguna chica ingenua y decente se iba a entregar a un hombre mayor que ella acabando de conocerlo. Por fin la mujer había mostrado su verdadera cara y a decir verdad estaba complacido, porque así al momento de poseerla y desecharla no tendría el mínimo remordimiento.

No cabía en mi mente y menos podía explicarme como esa chiquilla que no tendría más de veintidós años, despertaba en mí todas esas sensaciones, me volvía loco, me embriagaba con su cuerpo, con su olor, con su sabor, la devoraba como un hambriento sin ningún cuidado ni consideración, era una locura lo que estaba viviendo, mis besos se volvieron más exigentes, mientras ella pasaba sus manos por mis pectorales bien formados, abrió mi camisa y luego desvió sus labios a mi pecho, besando y succionando mis pezones de manera desesperada, ese contacto era como una especie de brasa que me quemaba, quería follármela de una vez, no podía esperar más.

Salimos del ascensor al penthouse, le arranqué la falda y se la rompí en el proceso, lo mismo hice con su ropa interior, la dejé totalmente desnuda frente a mí, la comencé a tocar, me deleitaba tanto su cuerpo que era como una especie de delicioso manjar para mí, le introduje un dedo en su parte íntima y luego el otro. Toqué sus pliegues mientras ella se retorcía como una posesa, arqueando su cuerpo para darme mejor acceso, era tan asequible, nunca había tenido la oportunidad de tener una mujer tan fogosa, esta chica era demasiado receptiva, se derretía como el hielo en un día soleado, se dejaba hacer lo que yo quisiera sin protestar y eso me tenía fascinado.

Algunas veces hablando con unos amigos, tocábamos el tema de las mujeres en la cama, que había unas que eran demasiado calientes, que se morían por complacer al hombre y se derretían antes las caricias, aparte de que eran una especie de ninfómanas y unas zorras en la cama. Nunca había tenido la oportunidad de disfrutar una así como Sophía, que fingía inocencia, pero a la vez sabía cómo mantener interesado al hombre, definitivamente había acertado con ella. Pensé con una sonrisa.

Por leves segundos me pregunté con cuantos no se habría acostado y deseché esa idea, que me importaba si se había follado a un regimiento militar entero, no la quería más que para esa noche, para que calentara mi cama y follármela hasta que no pudiera caminar de lo duro que le daría y estaba seguro de que así sería y que ambos lo disfrutaríamos.

Seguí deleitándola con las caricias mientras continuaba fascinado por su reacción, introduje mis dedos en su vagina, estaba súper mojada y su esencia bañó mi mano lo que logró encenderme más, lo cual no creí posible, pero allí estaba increíblemente sintiéndolo, seguí moviendo mis dedos circularmente y Sophía se retorcía en mi mano, con mi pulgar le toqué el clítoris y ella empezó a proferir palabras ininteligibles. Eso me llevó a niveles astronómicos de excitación, sentía una vorágine de deseo y ella respondía como una flor al sol mientras mantenía los ojos cerrados.

La acosté en la alfombra de la sala y dirigí mi boca a su femineidad, necesitaba probarla, estaba tan caliente, tan mojada, pasé mi lengua por sus labios vaginales y bebí de su esencia como si fuese el más rico vino que probaba, empecé a succionar su clítoris y a chupar su centro, estaba totalmente abocado a producirle el mejor y mayor placer a Sophía.

Ella se veía fuera de sí, movía sus caderas acercando su cuerpo más a mí. Ella se corrió de inmediato, no pude aguantar más y me alejé un poco para abrirme el pantalón, bajar mi bóxer, liberar mi miembro y colocarme un preservativo. Aún ella se encontraba temblando del orgasmo que le había dado, cuando le abrí las piernas me situé entre ellas y llevé mi miembro a su hueco y la embestí con fuerza de un solo empellón, llevándome una barrera a mi paso. Entretanto Sophía pegaba un grito de dolor, mientras sus lágrimas escapaban de sus mejillas y yo me quedaba congelado, totalmente desconcertado por ese hecho que había descubierto.

"Las apariencias engañan la mayoría de las veces; no siempre hay que juzgar por lo que se ve". Molière.

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