CAPÍTULO 2. BLOQUEANDO LO QUE SIENTO

Valentino iba con su padre dos vehículos detrás del carro donde iba su hermano menor, cuando lo vio impactar sobre un vehículo gris tipo sedán que se saltó la luz roja, todo sucedió en fracciones de segundo y sintió un sudor frío recorrer su cuerpo y el miedo lo atenazó, pero eso no evitó que dejara su vehículo parado en plena vía, y caminara hacía el lugar del impacto, mientras marcaba desde su celular al 911, pidiendo la llegada de Protección Civil y una ambulancia, se dirigió primero al carro de su hermano, quien por un milagro se encontraba bien, estaba consciente y aunque se veía muy golpeado, aparentemente las lesiones no eran graves le dijo—Gian Piero, por favor no te muevas hasta que lleguen los paramédicos y te atienden, espérame aquí, veré el estado del otro conductor.

Caminó hacia el otro vehículo y le impactó lo que vio, la mujer estaba prácticamente enterrada en el amasijo de hierro, se le acercó a tomarle los signos vitales y no se los encontró, "¡Dios! Esta mujer está muerta". Llegaron dos ambulancias, una trasladó a su hermano y la otra iba a realizar el traslado de la señora, llegaron los bomberos, quienes con ayuda de un grupo de hombres lograron liberarla.

Valentino recogió la cartera de la señora y las cosas de valor, cuando giró su mirada al otro extremo, vio el celular, en cuya pantalla se reflejaba una fotografía de una pareja con sus cuatro hijos, tres chicas y un chico. Le dio tristeza por ellos.

Se dirigió a su carro y siguió a la ambulancia a la clínica que ellos habían indicado. Al llegar, pasaron a su hermano a emergencia y a la señora también, pero al chequearla fue declarada muerta, no pudo evitar un poco de congoja, la señora se veía joven y tenía hijos. Tenía las cosas de ella para entregársela a los familiares, miró el celular de la señora y entonces decidió chequearlo para llamar a su familia, al revisar se dio cuenta de que el primer número guardado en la opción uno, hacía referencia a “mi esposo”, dudó un tanto, sin embargo, se decidió a marcar, al segundo repique fue atendido por una voz masculina diciéndole —Amor, ¿Concluyó la reunión? ¿Cómo te fue? Me imagino que todo ha sido un éxito —continuó la voz al otro lado.

—Disculpe señor, le habla Valentino Pagliuca, siento mucho ser portador de una mala noticia, pero su esposa ha tenido un accidente y se encuentra en la Clínica "El Ávila".

—Noooo, ¿Qué dice? —gritó el hombre fuera de sí —, Eso no puede ser, ¡Dios! ¿Dígame como está mi esposa? ¿Qué le ha pasado? —preguntó el hombre sin poder ocultar el tono de angustia.

Él se quedó por un momento estático, no se atrevía a decirle la verdad, si solo con escuchar que había tenido un accidente, había reaccionado histérico, no quería conocer como se pondría si le decía que había muerto—. Discúlpeme, considero que lo mejor es que venga hasta la clínica y pregunté por el estado de su esposa a los médicos.

—¿Cómo sabe usted todo esto? —interrogó el hombre, sin dejar de ocultar su tono de desconfianza.

—Vi el accidente y mi hermano era el chofer del vehículo con el cual colisionó —respondió Valentino con preocupación.

—¡Por Dios! Seguro su hermano fue culpable del accidente. Más le vale que no le pase nada a mi esposa, porque si no, su hermano y su familia no sabrán dónde meterse —amenazó el hombre furioso.

—Creo que no es momento para que juzgue los hechos sin saber. Venga a la clínica para que sea informado de todo —expresó el joven con firmeza.

Al cortar la llamada, la preocupación lo invadió, no iba a ser una situación fácil, pero no permitiría que ese hombre dañara a su hermano cuando no había sido culpable del accidente, lo protegería por encima de todo, desde que murió su madre hacia diez años, él se había encargado de cuidar a Gian Piero y a Gian Paul, tenían tan solo ocho años y él tenía catorce, ella había muerto dando a luz, se le complicó el parto y murieron tanto ella como la beba que esperaba.

Había sido duro para todos, pero habían logrado reponerse, incluso su padre, aunque nunca más volvió a casarse, se dedicó a trabajar de manera incansable para olvidar su dolor, por ello los descuidó y él tuvo que hacerse cargo de sus hermanos menores, los amaba profundamente y de cierta manera se sentía responsable de ellos.

Decidió llamar a la oficina de tránsito y solicitó conversar con el funcionario que tenía la investigación del accidente, este lo atendió y luego de diez minutos ya estaba más tranquilo con lo que habían hablado, quedó en ir a conversar personalmente con él, respecto al expediente que estaba instruyendo.

Pasado veinte minutos, llegó el esposo de la señora que había muerto en el accidente, acompañado con el chico que aparecía en la foto del teléfono, Valentino fue a su encuentro, le extendió la mano y se presentó. El hombre resultó ser Eugenio Mendoza y su hijo Matías Eugenio, les entregó todas las cosas de valor que había recogido del auto de la señora al momento del accidente.

El señor Eugenio le preguntó —¿Qué ha sabido del estado de mi esposa?

—Señor Eugenio, creo es mejor que le pregunté a los doctores —expresó con una mirada triste. Fue ineludible que los recuerdos de su madre vinieran a su mente, sabía el dolor que sentiría esa familia cuando supiera la verdad, no era fácil seguir adelante cuando el pilar de la familia, la que mantenía las lías unidas, se iba dejando un vacío y un profundo dolor.

Dio un pequeño suspiro y fue inevitable, que un par de lágrimas asomaran a sus ojos, parpadeó seguido para alejarlas, mientras padre e hijo se dirigían donde el médico, donde les fue dada la noticia, los gritos del hombre eran desgarradores, lloraba como un animal herido mientras decía—¡Oh por Dios!, ¡mi esposa!, esto debe ser una pesadilla, ¡esto es un mal sueño! —el hijo también lloraba, pero de manera silenciosa, se volteó y se dirigió a él y le dijo con un odio que desfiguraba su rostro —Te juro por Dios, que tú y tu maldita familia van a pagar con dolor y sangre la muerte de mi madre. Tu hermano debe ir a la cárcel por lo que hizo.

La furia empezó a bullir en su interior, respiró profundo y logró controlarse para decirle, calmado, pero con firmeza —Lamento la muerte de tu madre, pero debo decirte que mi hermano no fue el culpable del accidente, tu madre se saltó el semáforo, ella fue la única culpable, por su negligencia provocó la colisión donde lamentablemente perdió su vida. No permitiré bajo ningún concepto que quieran destrozar la vida de mi hermano —concluyó con fiereza.

El chico se quedó viéndolo con rabia y manifestó —Eso ya lo veremos —tomó a su padre por el brazo y caminaron por el pasillo tras el médico.

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Macarena había retornado al salón de clases, luego de que se sintió mejor posterior al ataque de pánico, entró a clases de francés, sin embargo, no habían transcurrido ni veinte minutos cuando ingresó la subdirectora académica e indicó —Señorita Mendoza Abal, por favor acompáñeme a la subdirección.

Ella se sorprendió, no había hecho nada para que la llamaran a la sub dirección, pensó en sus hermanas, tal vez alguna se había portado mal, quizás Meredith que era bastante irreverente —Si señora, ya la acompaño —manifestó levantándose del asiento y caminando hacia ella.

Al verla la subdirectora le dijo: —Por favor, traiga consigo su morral y sus demás cosas.

Macarena se sorprendió, pero igual regresó a su asiento y tomó sus cosas. Siguió a la profesora, al salir al pasillo con destino a la subdirección académica, observó que sus hermanas también estaban allí siendo escoltadas por profesores hacia el mismo lugar y al entrar estaba en la sala de espera el señor Jonás, uno de los choferes de sus padres.

Ella al verlo sentado con un rostro de preocupación, se le acercó y le interrogó —¿Qué está sucediendo señor Jonás?

El hombre se mantenía serio, sin dar respuesta a la pregunta de la muchacha—señor Jonás, respóndame por favor, ¿Qué hace tan temprano aquí, si aún no es la hora de salida? ¿Ha pasado algo?

—Siento tener que darle una mala noticia mi niña, su hermano llamó para que las llevara a casa, deben cambiarse para trasladarlas hasta la Funeraria La Monumental.

—No entiendo —manifestó la niña—. ¿Qué tenemos que hacer en esa funeraria?

—Lo siento mi niña —comenzó a decir el hombre haciendo una pausa —, pero su madre tuvo un accidente temprano y su hermano nos informó que murió en el acto—concluyó el hombre bastante afectado.

De inmediato sus dos hermanas empezaron a llorar y la más pequeña a gritar desconsolada —¡No mi mamita no!, por favor, diga que eso no es verdad, mi mamita está viva, ella está bien, no pudo habernos dejado —decía llorando la más pequeña.

En cuanto a Meredith el dolor la hacía ser agresiva con Jonás —¡Usted es un mentiroso!, lo que está diciendo es una total y completa locura —le espetó mientras apretaba los dientes y las lágrimas comenzaban a recorrer por sus mejillas.

Jonás respondió—Lamento tanto ser el anunciante de esa terrible noticia mis niñas.

Mientras hablaba se quedó observando a Macarena, quien no se inmutaba, ni una sola lágrima salió de sus ojos, solo se le oscureció la mirada, antes de decir —Vayamos a casa.

Durante el trayecto a su casa, a la mente de Macarena llegaban, cada uno de los momentos que recordaba haber vivido con su madre, su cariño, sus caricias, las cuitas infantiles que mitigaba con su dulce voz, sus consejos, jamás sería la misma, sentía que con su madre se había muerto una parte de ella, pero debía ser fuerte, no se comportaría como una mocosa impertinente, tenía que ser el pilar de su familia como su madre se lo pidió, dentro de dos meses cumpliría sus dieciséis años, estaba obligada a madurar, debía olvidarse de lo que hacían las chicas de su edad, la niña que fue había muerto con su madre, debía tenerlo presente, porque tenía prohibido olvidarlo, enterraría a esa Macarena Melissa junto con su madre.

Llegaron a la casa, le dijo a Rita que ayudara a vestir a sus hermanas con ropa negra y a su vez se dirigió a su habitación se tiró en la cama boca abajo, mientras posaba su rostro en una almohada tratando de ahogar lo que sentía, respiraba profundamente para alejar las lágrimas que querían brotar en sus ojos, pero no lo permitió, lanzó un grito, pero lo ahogó con el cojín, se levantó de la cama y entró al baño donde se duchó e incluso se lavó el cabello, salió, tomó la bata de baño y se dirigió al vestier, se acercó a la zona de los vestidos y tomó uno negro largo y abrió la gaveta, escogió ropa interior del mismo color, se vistió, se colocó unos tacones medianos color negro, se hizo una trenza, tomó la cartera y bajo hasta la sala, se sentó en el mueble esperando que sus hermanas bajaran, atendió varias llamadas donde preguntaban por su madre y el sitio del velatorio.

Luego de diez minutos, bajaron sus hermanas también vestidas de negro, salieron al frente de la casa y allí las esperaba Jaime, las llevó a la funeraria, en la capilla velatoria ya habían preparado a su madre. Se encontraba allí en el centro en su féretro, sus hermanas se dirigieron a verla, ella no quiso hacerlo, quería guardar la imagen que le quedó de su madre la mañana de ese día y tenía miedo a desmoronarse, no podía hacerlo se decía, "no eres una niña Macarena, eres una mujer, fuerte, dura, no estás para sentimentalismo, controla tus emociones, no dejes que ellas te controlen a ti".

Su padre y su hermano habían ido a la casa a cambiarse antes de ella llegar, por ello no sabía cómo estaban, pero seguro su padre estaría destrozado, su madre lo era todo, él no hacía ni un solo movimiento sin consultárselo, lo mismo que ella no tomaba decisiones sin conversarlas con él, ellos estaban demasiado compenetrados, no sería fácil lo que les esperaba, solo contaba con que ella no defraudara a su madre y pudiera cuidar a sus hermanos como su madre lo hacía. Melinda, la mujer más maravillosa que había conocido, no podía creer que la vida se la había arrebatado.

Pasada un par de horas, apareció su padre y su hermano, los abrazó a ambos y se quedaron así por un rato rodeándose uno a otros con sus brazos, hasta que luego de un par de minutos se acercaron sus hermanas, y los cuatro lloraban desconsoladamente menos Macarena, los abrazaba con fuerza, pero no podía llorar, se sentía seca, media muerta, era una sensación de irrealidad que la envolvía.

Cuando dejaron de abrazarse, su padre camino al ataúd y empezó a llorar desconsolado, los asistentes de solo ver a ese hombre totalmente quebrado por el dolor también lloraron, su hermano también lo hacía, ella tomó a su hermana pequeña y se sentó a un lado del féretro mientras le susurraba palabras dulces acariciando su cabello y le decía —Melody, siempre estaré para ti mi pequeña hermana, nunca te dejaré.

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Al día siguiente Valentino, llegó a la clínica, su hermano Gian Piero, aún estaba internado, aunque desde un principio se sabía que no había salido ileso, tampoco había sido muy grave. Al hacerle las placas tenía fractura de unas costillas, de su pierna derecha y de uno de sus brazos. Lo darían de alta en un par de días. No podía dejar de pensar en la familia de la señora Melinda de Mendoza, en la foto y en las niñas que había visto ¿Estarían bien?, bueno eran una familia de recursos, pero igual no era fácil vivir la ausencia de una madre, lo decía por propia experiencia, a él le había tocado duro con sus hermanos, se sentía un poco el padre de los gemelos, aunque solo era seis años mayor que ellos, pero debió madurar desde ese instante para proteger y cubrir las necesidades afectivas de sus hermanos, lo material era nada, la verdadera esencia de la vida era el amor, con el era posible superar todas las adversidades.

Había mandado una corona de flores al funeral de la señora como muestra de respeto y nobleza. Quería acudir al sepelio, pero le preocupaba la reacción de los familiares, tal vez no les pareciera buena idea y terminaría angustiándolos más.

En el cementerio del este inhumaron los restos de Melinda Abal de Mendoza, en presencia de su esposo e hijos, los socios de sus padres, algunos empleados, tenía algunos familiares en España, unos tíos y unos primos, pero no fueron a despedirla, porque todo había sucedido muy deprisa, luego de la ceremonia religiosa bajaron el cuerpo mientras le lanzaban pétalos de rosa. Sus hermanos y sobre todo su padre estaban totalmente destrozados, en ese momento jamás se imaginó que su vida se pondría peor de lo que la sentía estaba en ese instante.

“No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo”. Mario Benedetti.

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