2. Incompatibles

El aire abandonó mi cuerpo y poco a poco sentí como el calor subía a mis mejillas. Pero todo empeoró cuando sus cristales marinos se posaron en mi presencia, nuestras miradas se encontraron y una extraña conexión se apoderó de nosotros. Esbozó una casi imperceptible sonrisa y se acercó dónde estábamos.

—Buenas tardes —dijo el señor Lancaster, un imponente hombre y su parecido con su hijo era sorprendente.

—Buenas tardes, Robert González. —Se dieron un fuerte apretón—, y ella es mi esposa Sara y mi hija Emily.

—George, y mi hijo Kyan. —El señor George nos dio la mano.

—Mucho gusto —dijo Kyan, estrechó la mano con mis padres y besó en la mejilla a mi madre, y entonces un extraño hormigueo se apoderó de mi cuerpo. Cuando llegó a mí, tendió su mano y las apretamos por segundos, pero que fueron suficientes para sentir como una corriente vertiginosa se expandía por todo mí ser. Busqué mi voz, pero me era imposible pues su mirada era intimidante y penetrante.

—Igual... —Con mucho esfuerzo logré decir.

Siguieron hablando por un par de minutos más, que se sintieron más bien horas que otra cosa. Porque pese a intentar fingir demencia, a intentar hacer creer que no me daba cuenta de nada, que estaba ajena a todo lo que en esa sala se estaba dando, era consciente de todo y sobre todo de la mirada escrutadora de mi casi atropellante.

—Buenos nosotros ya nos vamos. —Mi padre dijo, solté un largo suspiro de alivio.

—Fue un placer recibir su visita —dijo Keith—, y queda pendiente la fecha para la comida.

—Sí, solo dejen que nos coordinemos un poco, aún tenemos cosas de la mudanza que solucionar; pero estando ya todo, encantados hacemos una parrillada, ¿les parece? —propuso George.

—Es una excelente idea.

Nos levantamos y caminamos hacia la salida, mientras Keith le preguntaba a mi madre sobre las rutas para ir al supermercado, y a otros lugares en Campbell.

—Cuando gustes, podemos darles un tour por la ciudad. ¿Verdad que sí, Emily? —Iba a responder pero mi madre se adelantó y dijo algo que ocasionó que mi alma se fuera huyendo del cuerpo—, bien podría ir con Kyan y enseñarle toda la ciudad, ya sabes a los jóvenes les gusta más pasar tiempo entre ellos.

Giré mi cabeza hacia mi madre y abrí los ojos como platos, ¿qué clase de madre era?

— ¿Qué dices Kyan? —su madre preguntó. Enfoqué al aludido, prestándole atención a la cara de incomodidad que tenía, seguramente mi rostro no expresaba nada diferente.

—Sí, ella... —Aclaró su garganta—..., si Emily quiere, por mi está bien.

Todos los ojos se posaron en mí, y deseaba que la tierra se abriera, me tragara y me escupiera en China.

—Claro —dije, elevando las comisuras de mis labios.

Subí a mi habitación, mientras mis padres comentaban lo agradables que los nuevos vecinos habían sido. Me tiré sobre mi cama y comencé a tratar de nivelar los latidos de mi corazón. ¿Cómo diantres iba a salir con ese tipo?, si a leguas se notaba que no congeniábamos, que era un arrogante, un prepotente... un, un..., y es que él y yo éramos como agua y aceite, el día y la noche.

«Odio a mi madre».

Cerré los ojos y comencé a pensar en posibles soluciones, en alguna mentira para evitar esa salida. Porque no quería salir con él, e iba hacer todo lo que estuviera en mis manos para no dar ni un paso juntos.

Cuando me dispuse a dormir, la imagen de él se apareció en mi mente. Suspiré con frustración, ¿qué le ocurría a mi cabeza? Era guapo no podía negarlo; alto con un porte imponente como su padre, su cabello era laceo y dorado como el sol, y aunado a su blanca piel, lograban que sus impresionantes ojos deslumbraran, relucieran.

«Sí y casi te quita la vida, Emily».

Giré sobre mi cuerpo y fijé mi mirada en la ventana entre abierta, una suave briza se filtraba por esta. Había sido una suerte que no dijera nada sobre nuestro especial primer encuentro. Claro, supuse que para él no era cómodo decir a nuestros padres: «Ella es la chica que el día anterior casi atropello». Y entre bostezos y bostezos me quedé dormida.

Al día siguiente, me fui a mi trabajo —una librería—, con los ánimos recargados, pues estaba feliz porque vería a mis amigos. La mañana pasó un poco más ajetreada que de costumbre, ¿razón?, un famoso escritor vendría próximamente a una firma de libros.

— ¿Qué día vendrá? —Una chica de unos diecisiete años preguntaba.

—Aún no hay fecha definida pero será a mediados de Marzo —dije, apenas íbamos por la segunda semana de febrero.

Y así pasé la mayor parte de mi turno, respondiendo preguntas de dicha firma y vendiendo los libros del aludido como pan caliente. Por lo que en cuestión de horas ya no había ni un tan solo ejemplar.

—Pediré otro cargamento —dijo Ileana, mi jefa.

— ¡Sí!, seguro todos los días que están por venir serán una locura. —Mi jefa asintió con su cabeza y esbozó una sonrisa.

Había sido toda una locura que ese escritor accediera a visitar mi lugar de trabajo. Pero gracias a que la librería estaba en crecimiento, abriéndose recientemente una sucursal más —haciéndose ya tres—, fue el puente para que esa oportunidad se realizara. Faltaban cinco minutos para que la hora de mi salida llegara; estaba en caja revisando unas facturas sobre unas sagas que estaban por venir.

— ¿Nos podría cobras este libro por favor? —Una voz chillante, de lo que parecía ser una señora, o al menos eso creía.

— ¿Tarjeta de crédito o efectivo? —dije, sin alzar mi cabeza para ver de quién se trataba.

—Efectivo —respondió. Tomé el libro y al ver que era uno de erotismo, alcé mi cabeza en busca de la mujer que lo compraría. Y no había nadie, fruncí el ceño y me levanté de mi silla, entonces escuché unas risas, agaché mi cabeza y ahí estaban, mi par de amigos burlándose de mí.

—Deberías de ver tu cara —dijo Laura. Fulminé a ambos con la mirada y salí del mostrador, rumbo a la sección donde pertenecía el libro con el título: El poder de tu boca. Hice una mueca con mis labios, no quería ni imaginar el contenido. Regresé donde ellos se encontraban.

—Vinieron antes —respondí.

—Sí, queríamos asegurarnos que si irías —dijo Luck.

—Ya vengo —dije mientras rodaba los ojos. Entré de nuevo y tomé mis cosas. Iliana apareció viendo la hora en su reloj—, nos vemos mañana, jefa. —Ella sonrió y negó con la cabeza, no le gustaba que yo le dijera jefa.

—Nos vemos mañana. —Besó mi mejilla y se fue al lugar donde antes me encontraba y comenzó a anunciar que la tienda cerraba en cinco minutos.

Salimos los tres y comenzamos a caminar.

—Tu jefa está bien buena. —Luck comentó. Le propicié un codazo—. ¿Qué?, es cierto.

—Ten más respeto. Es mayor que tú —dije, intentando reprenderlo, pero era Luck y era caso perdido.

—Entre más edad tienen, mejor. —Laura y yo rodamos los ojos y seguimos caminando.

Llegamos al cine y compramos las entradas, pero la película comenzaba en una hora, así que decidimos ir a comernos un helado. Entramos al local y Luck se fue por ellos.

— ¿Y cómo te va en la universidad? —pregunté a mi amiga.

—Bien, pero me están matando. No tienes ideas lo estresante que son las semanas de evaluación. —Asentí, mientras la escuchaba contarme todo lo que tenía que desvelarse para estudiar. Y aunque se oía duro y difícil, yo quería vivirlo, sentir esa presión de los exámenes, morir estudiando, para luego sentir esa gratificante satisfacción al ver los resultados.

—Uno de dulce de leche para ti. —Le tendió el helado a mi amiga—, uno de frutilla para la loquilla —bromeó. Se lo arrebaté y murmuré un: te detesto—. Y uno de fresa con mango, para los...

—Changos. —Terminé por él.

Laura y yo comenzamos a reír. Llevé el helado a mis labios y me deleite en su sabor, pero mientras lo saboreaba las imágenes del accidente se vinieron a mi cabeza y en más específico, él. ¿Acaso ya no comería helado sin recordarlo?

—Emily. —Sacudí mi cabeza y regresé la atención a mis amigos—, ¿cómo te fue con tus nuevos vecinos? —Lau preguntó. Me encogí de hombros, mostrando indiferencia. Pero quería contarles de Kyan, pero hacerlo era tener que narrar lo del incidente.

—Bueno, aburrido ya saben. Hablaron como si no hubiera un mañana —dije, soltando un suspiro.

— ¿Cómo es la familia? —Luck cuestionó con interés.

—No hay ninguna chica a la que puedas ligarte. Solo son los padres y... el hijo —dije y probé de mi helado.

—Y el hijo, ¿qué tal es? —Mordí mi labio inferior, sopesando si contarles o no.

—Bueno..., es un arrogante y prepotente —solté. Ambos me miraron frunciendo el ceño.

— ¿Te hizo algo? —Asentí con la cabeza. « ¡Claro que me había hecho algo!, ¡casi me mata!» Pero entonces dude en si contar o no y negué con la cabeza. Laura y Luck se miraron entre ellos y al unísono dijeron:

—Nos está ocultando algo. —Abrí mi boca, pero cuando no encontraba qué decir la cerraba de nuevo.

—Les contaré, pero prométanme no decirle nada a mis padres —dije, apuntándolos amenazante con mi dedo.

— ¿Tan grave es? —Cuestionó fingiendo preocupación, Luck—, no me digas que te desfloró —murmuró muy despacio. Moví mi pie por debajo de la mesa y lo golpeé en su rodilla.

—Déjala hablar, Luck —pidió Laura, un tanto exasperada—, deja de pensar por una vez en tu vida en faldas y vaginas.

Okay, okay. Me callo. —Hizo el ademán de cerrar una bragueta.

—Lo que pasó fue... que al salir de mi trabajo hace dos días... —Comencé a narrarles todo lo sucedido y que ese sujeto era ni más ni menos, mi nuevo vecino.

—Esto sí es una coincidencia de una en un millón. —Asentí con la cabeza, estando de acuerdo con Laura—. ¿Y cuándo te vio no dijo nada al respecto? —Probé una vez de mi helado y negué con la cabeza.

Nope, fue como si en verdad no nos conociéramos. Aunque por su sonrisa de déspota, sé que si me reconoció.

—Quizá esta guardándose eso bajo la manga —dijo Luck. Lo miré confusa, sin entender del todo sus palabras—. Ya sabes, para usarla más adelante. —Me encogí de hombros y di terminada esa conversación.

Y, lamentablemente, el tiempo siempre junto a ellos se me esfumaba de entre las manos, pues de un momento a otro la hora de regresar llegaba. Luck fue a dejarme a mi casa y con una sonrisa triste me despedí de ellos, prometiendo que pronto nos veríamos otra vez. Abrí la puerta y entré, me dirigí hacia la cocina donde se escuchaban las voces de mis padres.

—Hola mi cielo, viniste temprano —dijo mi madre.

— ¿Cómo estuvo la película? —preguntó papá. Me acerqué a cada uno de ellos y besé sus mejillas.

—Bastante genial, ya sabes con Lau y Luck siempre la pasó bien —comenté con nostalgia—, bueno... me iré a mi habitación estoy muerta del cansancio.

— ¿No comerás nada? —Negué con la cabeza e informé que había comido en el centro comercial, luego me dejaron subir a mi cuarto.

Viernes llegó y por lo general ese día cerrábamos más temprano. Así que para medio día ya estaba por llegar a mi casa. Pero para mí mala suerte cuando iba por mi calle, esa camioneta azul blindada, pasó a mi lado y un cosquilleó me recorrió completa. Y me encontré preguntando: ¿Irá él ahí? Y pronto la respuesta llegó, pues cuando iba por el sendero que guiaba hasta la puerta de mi hogar, del vehículo bajó Keith y su hijo. Suspiré y sintiendo como escuchaba a mi madre decir: no seas maleducada, saluda. Alcé mi mano en forma de "saludo".

— ¡Buen día! —dije alzando mi voz.

—Buen día, Emily —respondió Keith. Sonreí.

Pero como era de esperar Kyan, no dijo nada. No le di mayor importancia —porque no la tenía—, y entré a mi casa. Dejé mi bolso sobre una cómoda y subí a cambiarme de ropa por algo más ligero; un pantaloncillo corto y una camiseta de algodón con algún estampado minimalista. Bajé y me dirigí a la cocina en busca de algo para preparar. Pero cuando abrí la refrigeradora froté mi rostro con frustración al mirar que no había nada con el cual cocinar una comida decente, ya que al día siguiente seguramente con mis padres haríamos las compras del mes. Llevé una mano a mi estómago que vibraba con fuerza. Sopesé todas mis opciones: palomitas de maíz, cereal, sopa para microondas. Pero nada se me hacía apetitoso y resignándome tomé la sopa de espinaca que había. ¡Si de espinaca rancia y congelada! Y justo cuando iba a encender el microondas el timbre sonó. Deje todo sobre la isla, miré por el identificador y era mi nueva vecina, fruncí el ceño, pero sin darle más vueltas al asunto abrí y le sonreí.

—Hola, Emily.

—Hola... —respondí, sin saber qué más decir.

—Disculpa, quizá ya estabas comiendo.

—Descuide, aun no lo hacía. —Pues para mi fortuna no tengo nada con que alimentarme, pensé. Los labios de Keith se curvaron en una sonrisa—, ¿deseaba algo? —Educadamente pregunté, ella asintió con su cabeza.

—Pues sí, quería invitarte a comer.

«Esto no podía estar pasándome a mí».

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