Capítulo 2 parte III

Mendax menea su copa cómo todo un ganador. Cómo siempre la chimenea está encendida, la leña se quema poco a poco, las llamas del fuego regalan calor a esa gran sala, es reconfortante. Su cabello blanco y desordenado es lo que más reluce a la luz del fuego, a pesar de que sus ojos son de un verde fuerte y muy hermoso. De alguna manera a las mujeres les interesa más su cabello. Jamás habían visto a un hombre de cabello blanco y tez misteriosa.

Frente a él caminan varias mujeres desnudas, llevan y traen bebidas o bocadillos en banderas. Los demás hombres sentados se limitan a mirar y toquetear con gran descaro a todas las mujeres. Ellas tenían en su sistema más droga de la que un ser humano podría consumir, parecían robots controlados por Mendax. La mesa está llena de todo tipo de productos, parecen animales aspirando todo lo que se concentraba en ese polvo blanco, mientras que algunos otros follaban en donde hubiera espacio pero que a cuál más pudiera verlos. 

Si algo se caracterizaba a ese clan. Era que ellos habían llevado la prostitucion como negocio, dentro de la ciudad. Por lo tanto, es usual que ellos hagan uso de eso. 

—Logre desviar la atención. —Se acerca Sicarius, sentándose al otro extremo del sofá—. Deje huellas a las afueras de la ciudad. Un cuerpo más con las mismas características de Lucía —dice con orgullo.

—Dime, Sicarius. ¿Te la follaste? —Mendax lame el vaso antes de dar un trago a su vino.

—Mendax —ríe nervioso—. Tenía que darle un buen provecho, tu sabes que para eso son las mujeres. Tenía que…

—Te hice una pregunta —le interrumpe—. ¿Te la follaste? ¿Si o no?

—Mendax… —repite.

—Ni siquiera sé por qué le estoy pidiendo explicaciones a un idiota —contesta burlón—. Dicen que cuando quieres hacer un buen trabajo, debes hacerlo por ti mismo. Que tengas más privilegios que todos aqui, no quiere decir que puedas hacer de las tuyas sin notificar. 

—Tengo todo bajo control. No podrán encontrarnos. Y en cuanto tenga las prueba ,las falsificaran, no darán con nosotros —contesta temeroso y titubeante—. Yo los estoy guiando para otro camino… De verdad yo.

—Ven conmigo —palmea su brazo—, quiero mostrarte algo.

Sicarius lo siguió cómo le ordenó Mendax. Caminaron por entre la gente. Mendax tenía las manos metidas a los bolsillos, iba bastante relajado mientras mira con una sonrisa ladina a los que disfrutan de su magnífica fiesta. 

Sicarius por otro lado se toma ambas manos para intentar detener sus temblores. Si había algo a lo que le temía era a él. Mendax era tan joven pero tan asquerosamente maligno, que cualquiera que se atreviera a desafiarlo sabía cómo firmar su propia sentencia de muerte.

—¡Oh, cómo amo este lugar! —dice Mendax, entrando al lugar—. Joder, cómo recuerdo los gritos que daba Lucía.

—Si, hermoso lugar —contesta por igual.

Sicarius tragó saliva con dificultad mientras la voz fría y cortante de su superior resonaba en la habitación. Un escalofrío recorrió su columna vertebral, intensificando la sensación de incomodidad que ya lo invadía. Los pasos firmes que se acercaban por detrás lo hicieron girar la cabeza lentamente, revelando la figura imponente de su jefe, con una mirada gélida que perforaba su alma.

—Una lástima —repitió el superior, deteniéndose a solo unos centímetros de Sicarius. Su voz era un susurro amenazador, cargado de una ira contenida que hacía temblar el aire a su alrededor—. Y una gran decepción.

Sicarius no pudo evitar apartar la vista, incapaz de soportar la intensidad de la mirada de su superior. Se sentía acorralado, como una presa a punto de ser devorada por un depredador.

—Tus errores han puesto en riesgo la misión —continuó el superior, su voz cada vez más baja y peligrosa—. Y eso no lo toleraré.

Un silencio sepulcral se apoderó de la habitación, roto solo por el sonido de la respiración agitada de Sicarius. La tensión era tan palpable que se podía cortar con un cuchillo. El superior se inclinó hacia adelante, su rostro a solo unos centímetros del de Sicarius.

—¿Entiendes lo que eso significa? —preguntó, su voz ronca y amenazadora.

Sicarius asintió con la cabeza, sin poder articular palabra. El miedo lo paralizaba, impidiéndole cualquier tipo de reacción.

—Bien  —dijo Mendax, enderezando la espalda—. Entonces espero que la próxima vez no me defraudes.

Dio media vuelta y se alejó, dejando a Sicarius solo y temblando en la habitación. La sensación de incomodidad no lo abandonaba, y una oleada de terror lo invadió al pensar en las posibles consecuencias de sus errores.

En ese momento, un ruido metálico proveniente de la oscuridad lo hizo sobresaltarse. Se giró bruscamente, con el corazón palpitando en su pecho. Unas cadenas oxidadas colgaban del techo, balanceándose lentamente en la penumbra.

Sicarius tragó saliva con dificultad, un presentimiento funesto invadiendo su mente.

Mendax caminó y miró a Sicarius de reojo, sus ojos verdes destellaron emocionados. Paso la lengua por su labio inferior, podría saborear el miedo. Incluso cómo un maniático podía olerlo. 

Miro a Mens y dio la señal de acercarse, metió nuevamente sus manos a los bolsillos y caminó hasta la salida. Después de él entraron dos personas más que querían divertirse un rato, a veces tenía que dar unas pequeñas lecciones a los niños que se portaban mal.

Dime, ¿lo mataras o qué quieres hacer con él?

—No voy a arriesgarme —contesta a la nada.

Henderson anda detrás de ti. No tienes mucha escapatoria, no debes de subestimarlo.

—Henderson, Mortem, Dea, Callidus, todos. —Ríe—. No deberían de subestimar a mí. Soy más inteligente que ellos.

O eso te hace creer, Mendax. Eso te hace creer…

—Si estoy dentro, hablan. Si estoy fuera, hablan. Él ya tuvo su turno, me tocó a mí. Así que cállense. 

(…)

La música es de manera moderada, Chop Suey de System of a down suena en las pequeñas bocinas que decoran la casa de madera, cada una puesta perfectamente bien en las esquinas del lugar. Mortem tararea la canción con cierto entusiasmo y energía, su vista está tan brillante y feliz que sorprende a cuál más lo vea. Lleva un aproximado de tres horas dibujando mariposas a la par que escribe cada parte de ellas. Su mano izquierda detenía el libro en la página doscientos. Una mariposa monarca dividida en todas sus secciones, mientras su historia de origen venía escrita a su lado. 

Mortem trata de imitar el dibujo y escribe las partes subrayadas del libro. 

El rico olor del pastel de manzana recorría cada centímetro del lugar. Dea tenía una sonrisa espléndida al ver su creación salir del horno, siempre se le había dado muy bien cocinar cualquier cosa. Y cuando se dice cualquier cosa, en realidad no importa que. A Dea siempre le quedaría delicioso. Tomo algunos platos de la estantería para depositar un pequeño pedazo de su pastel seguido de un tenedor en este.

—¿Cómo diablos pueden estar tan calmados? —pregunta Callidus. Suelta sonoramente una flecha sobre la mesa—. No creo que sea momento para tu pastel, Dea.

—Todo está circulando bastante bien —comenta Mortem, mientras toma el pedazo de pastel entre sus manos—. Gracias, Linda.

—¿Bien?¿A esto le llamas que todo va bien? —Las manos de Callidus se empuñaron a cada lado de su cuerpo—. M*****a sea… ¡La chica está muerta, carajo!¡La mataron! ¿Sabes el riesgo que eso nos pone? Pero están aquí, sentados comiendo un puto pastel, cómo si no estuviera pasando nada.

—Es sorprendente —exclama Dea—. Usualmente, Mortem y yo somos los impulsivos. Pero tu amor y fascinación por ella te están haciendo que actúes sin importar las consecuencias. 

—Ella era una de nosotros. —Le apunta Callidus con la flecha que anteriormente soltó—. Ella estaba cuidando de Vita. La mataron, y en donde den con este lugar, nosotros…

—A veces la vida de inocentes son el precio para llegar a algo —le interrumpe Mortem.

—Eres el único que no entiende el plan, Callidus —le sigue Dea—. Eres bueno para cuidar a vita, pero cuando se trata de ella, te vuelves completamente loco, mi vida.

—Las emociones son el interruptor para conocer quien verdaderamente eres, al igual que hay muchas personas que lo apagan con tal de no salir lastimados —Mortem le sostiene la vista—. ¿Sabes qué es lo que pasa cuando privas a un animal de su realidad?

—Lo vuelves débil. Pero su naturaleza le va a pedir defenderse, que vuelva a ser salvaje —responde Callidus.

—Henderson va a la cabeza —habla Dea—. No hay rastros, ni problemas. ¿De verdad crees que es capaz de delatarnos? —ríe con diversión. 

—Se vengará la muerte de la chica. Siempre y cuando el “animal” conozca su hábitat. —Mortem cierra su libro para comenzar a comer su pastel—. Respeta tu posición.

Callidus soltó un suspiro bastante sonoro por su nariz, apretó con más fuerza la flecha, dio un último vistazo a sus alegres compañeros y caminó lleno de furia, tristeza, coraje, dolor y desespero hasta el sótano. 

No, Callidus no está enamorado de aquella niña, estaba obsesionado con ella. Con su aroma corporal, su aliento mentolado, incluso el sabor a frutilla de sus labios la hacían desearla de manera antinatural y bizarra. Esa era su naturaleza. Pero eran familia y él no podía dañarla, hasta que supo que alguien más probó esa carne que él tanto anhelaba.

Palmeo un poco la pared en busca del interruptor para encender la luz. Cuando lo hizo, parpadeo un par de veces hasta acostumbrar su mirada. Sus ojos amarillos estaban tan dilatados que daban la impresión de ser un animal. Bajo escalón por escalón con una tranquilidad inigualable. Las venas de sus brazos se estaban haciendo bastante notables, sus fosas nasales estaban tan abiertas que parecía bufar cómo un toro.

—Que delicia —exclama y toma una silla. Para asi, sentarse enfrente a los tres hombres—. Excepto tu corazón. Los tatuajes le dan un sabor horrendo a la carne, de verdad.

Estira sus piernas para descansar cada músculo de su cuerpo. 

Mira a cada uno. Los analiza de arriba abajo, inspecciona su piel para ver si tenían una marca o tatuaje que lo hiciera vomitar al momento de consumirlos. Cada persona está desnudo frente a sus ojos, sin ningún rastro de golpes o sangre. Simplemente desnudos y expuestos ante sus ojos juguetones. Quizá en otras ocasiones le excitaba ser la víctima desnuda amarrado a esa silla, pero le gusta más ser el malo. 

—Comenzaremos entonces —propone—. La información que requerimos de Mendax ya no la dieron, así que eso es un punto a favor. Tratare de no ser tan brusco. Pero ustedes fueron cómplices de la muerte de Lucía o Amare cómo solía decirle. Así que eso les resta todos los puntos y me deja la opción de comérmelos vivos.

Los tres hombres se tensaron al instante que Callidus finalizó sus palabras. Los gritos que emitían eran callados por las bolas de plástico puestas en sus bocas, las cadenas sonaban contra la silla y el suelo. 

Estaban desesperados.

—¿Saben cuál es la tenue línea que separa a un psicópata de un simple asesino? —Callidus, con una sonrisa siniestra, juega con los oxidados cuchillos, acomodándolos en pirámide macabra—. Un asesino, en el fugaz instante de su crimen, aún conserva vestigios de humanidad, un atisbo de remordimiento. En cambio, un psicópata... —Su risa, fría como el acero, reverbera en la habitación—... manipula la mente de sus víctimas hasta el último aliento, sin el más mínimo remordimiento. Y eso... me fascina.

La mentalidad de Callidus es tan retorcida que logra, de algún modo, delirar en placer con cada grito de sufrimiento de las personas que están en esas sillas. Callidus es un amante de la anatomía humana y las funciones de cada célula, órgano o incluso partícula que compone a los humanos. Su obsesión era similar a la que tiene Mortem con las mariposas o la de Dea con cocinar lo que fuera.

Su mirada, fría e inexpresiva, se clavó en el cuchillo. La sangre, aún tibia, se deslizaba lentamente por el filo, recorriendo el mango hasta llegar a su mano. Un suspiro, tan tenue que parecía un eco, escapó de sus labios, como si con ese acto hubiera desechado todas sus aflicciones. Con un gesto lento y sensual, lamió la hoja, saboreando la carmesí líquida. Era un festín, un manjar exquisito. El aroma metálico, embriagador y salvaje, le embriagaba como su perfume favorito.

—Joder, sigo pensando en cómo diablos me atrevo a besarte. —La risa de Dea hizo eco en el lugar—. Con razón siempre tienes ese sabor metálico tan característico en tus labios.

—Me besas porque soy irresistible —expresa Callidus, sin perder esa voz tan melodiosa que tiene aun con el efecto de éxtasis.

—Te beso porque lo haces demasiado bien para ser cierto —admite Dea, en un tono más coqueto y provocador.

Sus pasos se hicieron constantes conforme pasea entre los cuerpos desmembrados.  Si bien, hace tiempo que ella había perdido ese reflejo de sentir asco por cosas cómo esas. Llegó hasta Callidus y depositó un leve beso en sus labios. 

La obsesión logra ser la fuente más grande del deseo y viniendo de un caníbal, era una parte de él que lograba desbordar su cabeza. Algo que no podía controlar ni tampoco deseaba que eso pasara.

Un chillido de dolor salió de lo más profundo de la garganta de Callidus, su mano rápidamente fue a la de Dea para detenerla y pedirle que se alejara.

—Hazme algo, Callidus y juro que te mato ahora mismo —dice entre dientes.

—No lo controlo, Dea —contesta y aleja la mano izquierda de su abdomen.

Estaba a escasos milímetros de enterrar el cuchillo en ella. 

Callidus, un chico joven que entraba en pequeños estados de shock que lo hacían reaccionar cual robot. Callidus, la expresión de supervivencia, el pequeño niño que grabó las imágenes de su padre asesinando. Y ahora, un adulto que entraba en estados de limbo y su subconsciente expresaba los traumas.

Matar.

(…)

Evelyn, con manos temblorosas, extrae del pequeño cajón una variedad de pomadas y las ofrece a Alexia. Aplica con cuidado el ungüento sobre las magulladuras, que aunque menos severas que las infligidas por Fredy, aún representan un peligro latente. Alexia, refugiada en el hogar de Hera, espera encontrar a los responsables de la brutal agresión a su hermana. O eso le ha hecho creer a su amiga y madre. En realidad, un terror indescriptible la invade ante la posibilidad de que M tome represalias contra su familia.

—Estas pomadas deberían aliviar las marcas y disminuir la incomodidad —explica Evelyn con voz suave—. Si no notas mejoría, puedes alternarlas con compresas frías para reducir la hinchazón, especialmente en la zona entrepiernas.

—Gracias —responde Alexia en un susurro apenas audible—. Lo tendré en cuenta. Me pondré un pantalón de franela para sentirme más cómoda.

Evelyn asiente y se sienta al otro extremo de la cama. Su sonrisa amable permanece intacta, pero sus ojos no pueden evitar vagar por las piernas de su amiga, observando cómo esparce la pomada con movimientos lentos y doloridos.

—¿No me quiere, verdad? —pregunta Alexia en un susurro casi inaudible, rompiendo el silencio con una fragilidad que estremece a Evelyn.

—Una persona que te ama nunca te haría daño, Lexi —responde Evelyn sin perder su tono afable.

—Pero yo sí lo quiero —confiesa Alexia, dejando la pomada a un lado—. Lo quiero mucho, Eve.

—A veces el amor no es correspondido —explica Evelyn con dulzura—. Nos aferramos tanto a la idea de que es recíproco que nos cuesta enfrentar la realidad y ver las cosas como realmente son. 

Toma la mano de Alexia y la acaricia con ternura.

—¿Quién soy, Eve? —susurra Alexia, una lágrima solitaria recorriendo su mejilla.

—Eres la chica más increíble que he conocido y mi mejor amiga —responde Evelyn con sinceridad.

—Dime quién soy, dime de dónde vengo, dime por qué… —la voz de Alexia se quiebra por la emoción—... por qué me están mintiendo.

La tensión se palpa en el aire. Las palabras de Alexia resuenan con una mezcla de dolor, confusión y desesperación. Evelyn la mira con ojos llenos de compasión, sintiendo impotencia ante la tormenta emocional que azota a su amiga. La búsqueda de la verdad y la identidad de Alexia se intensifica, marcada por el miedo y la incertidumbre, mientras ambas se aferran a la frágil esperanza de encontrar un futuro libre de dolor y mentiras.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo