Capítulo 5. Regreso en el tiempo

Durante los siguientes dos días en el hotel, tuve que andar con muletas y ponerme paños de fomento frío en el tobillo; solo fue una torcedura leve, pero me dolía un poco cuando lo apoyaba.

Aiden resultó ser una gran compañía. Después de nuestra visita al puesto de salud, me acompañó a la habitación y se portó como si fuéramos amigos de toda la vida; su ayuda me vino de perlas pues mis padres solo me dejaron una tarjeta de felicitación y una excusa por su ausencia. Mi cara al ver la tarjeta extrañó a Aiden, pero no dijo nada, sin embargo, supo que había sido mi cumpleaños y quiso celebrarlo. Estuvo con el tema dos días completos en los que no me dejó tranquila para nada, alegando que teníamos que hacer "cosas de cumpleaños".

Mientras paseábamos por el hotel, notaba las miradas femeninas encima de nosotros; era rara tanta atención por dónde quiera que íbamos, pero en realidad, no me extrañaba nada, porque Aiden estaba de muy buen ver. Realmente fue un shock total, cuando aquella primera noche, salimos de la oscuridad de la playa y pude verlo en todo su esplendor.

Su cuerpo alto y musculoso ya lo había sentido bien, puesto que había estado pegada a él, pero no me esperaba ver un rostro tan bien hecho, unos labios gruesos y tan suaves a la vista, sus pómulos marcados y su mandíbula cuadrada, cejas perfiladas y nariz ligeramente torcida, pero un poco respingona. Llevaba una barba de tres días que sombreaba su ya varonil rostro. Aiden, por sí mismo, destilaba una belleza masculina increíble. Pero lo más impresionante fue encontrarme con su mirada directamente, pude confirmar que sus ojos eran de un extraño color gris tormenta, que, en algunos momentos, según su estado de ánimo como pude constatar después, se volvían tan plateados como el mercurio.

Muchas veces me pregunté por qué Aiden pasaba el rato conmigo si podía tener a su lado a cualquier mujer, pero me sentía halagada de que así fuera. Él era mayor, tenía tres años más que yo, pero nos entendíamos bien, casi ni se notaba la diferencia de edad. Estuve a punto, en varios momentos, de decirle que solo tenía diecisiete años, pero tenía miedo de perder su compañía, por lo que fingía todo el tiempo tener una edad que no tenía y que, en verdad, él nunca había preguntado, ni siquiera cuando supo la fecha de mi cumpleaños.

Sin embargo, nada era eterno y, con diecisiete años, era bastante ingenua. De eso me di cuenta de la peor manera posible.

Mi quinto día en el hotel comenzó bien temprano. Mis padres podían hacer un receso en su agenda y decidieron acompañarme durante el desayuno. Me despertaron al amanecer y fuimos juntos al buffet. A pesar de que estaba muerta de sueño porque la noche anterior Aiden había insistido en jugar cartas hasta horas intempestivas, el desayuno transcurrió de forma favorable; no fuimos muy comunicativos, pero tampoco se sintió incómodo. La verdad, me vino bien compartir este momento con mis padres, lo necesitaba.

Luego de despedirme de ellos, quienes necesitaban regresar a sus respectivas labores, voy camino a mi habitación. Casi al llegar, se me ocurre una idea un tanto arriesgada, pero creo que valdrá la pena. Regreso al restaurant, tomo un plato y lo lleno con tostadas, mantequilla, dulces y algunos trocitos de fruta. Pienso darle los buenos días a Aiden de la misma forma que él ha hecho los días anteriores conmigo. Ya no estoy utilizando las muletas y puedo llevar, cómodamente, el plato y dos vasitos de yogurt del sabor que sé, prefiere Aiden.

Hasta ahora no he estado en su habitación, ni siquiera había visto esta zona del hotel. Según recuerdo, él mencionó la habitación ochocientos cuarenta y cinco, el día que nos conocimos. Sigo las indicaciones señaladas y me encuentro de frente con un bungaló de dos plantas, rodeado por una amplia piscina de fondo blanco, donde los saltos de agua se ven cada dos metros y simulan olas artificiales. Ambos lados se unen a través de un puente de madera, con barandas altas y torneadas, adornado con farolillos. Cruzo el puente y entro en la zona común del bungaló. Un cartel informa que la habitación que busco, queda en el segundo piso.

Subo las escaleras con menos entusiasmo, ya no me parece tan buena idea sorprenderlo así, quizás no le guste que lo despierte tan temprano después de haber salido de mi habitación casi a las cuatro de la mañana. Respiro hondo cuando llego a su puerta, para tranquilizarme, inexplicablemente el corazón comienza a latirme bien fuerte en el pecho y no entiendo el porqué de tanto nerviosismo. Toco suavemente la puerta, casi ni se escucha, pero espero a ver si se sintió. Cuando me dispongo a tocar otra vez, convencida de que estoy siendo ridícula al estar tan apenada, se abre la puerta.

El pecho desnudo de Aiden aparece frente a mí, viste unos shorts cortos deportivos y lleva en la mano la camiseta que se pondrá. Su pelo, aún húmedo, gotea por su frente y cuello, hacia su pecho, ya de por sí mojado. Siento un fuerte olor a gel de baño y crema de afeitar, ligado con un perfume bastante masculino.

Aiden, al verme, abre tanto los ojos que pienso se le saldrán de las órbitas. No estoy segura si los motivos, buenos o malos, son por haber sido sorprendido. Ninguno de los dos, habla, solo nos miramos durante unos segundos, asimilando la presencia del otro.

Su mirada sigue la silueta de mi cuerpo de pies a cabeza. Parece aprobar mi atuendo, porque sus ojos experimentan un sutil cambio de color. Llevo un vestido playero, blanco, tejido y bien corto, por encima de mi bikini negro. De más está decir que mi piel se eriza con su exhaustivo repaso.

De pronto, me sobresalta la voz de una mujer, proveniente del cuarto de Aiden. Él cierra los ojos y baja la cabeza, avergonzado.

—Nene, no te demores, te estaré esperando en la bañera. Recuerda que el café me gusta descafeinado. —Y se escucha el ruido de una puerta cerrándose.

Me quedo sin aire de la impresión, de tantos escenarios que desarrollé en mi mente, este nunca se me ocurrió; un poco irónico si miro bien el físico de Aiden, no es de los que, precisamente, pasan trabajo para ligar. Noto un calor en mis mejillas y sé que me estoy poniendo colorada; o sea, que la situación puede ponerse más vergonzosa aún.

—Mads, yo... —comienza a explicar algo, pero se interrumpe. En su lugar, pregunta—: ¿Qué haces aquí? 

Cuando repara en el plato y en los vasitos de yogurt, frunce el ceño, confundido.

Mi corazón da un salto cuando escucho su voz ronca llamarme por un diminutivo, pero me recompongo, me trago toda mi sorpresa, mi orgullo y  finjo una indiferencia que en realidad no existe.

—Mis padres me despertaron temprano hoy y pensé en traerte el desayuno, supongo que quería devolverte, al menos, una parte de todo lo que has hecho por mí —respondo, con calma, alzando los hombros.

Me mira y finge una sonrisa, se le nota en su expresión y sus gestos corporales, que está incómodo y nervioso.

—Mads, yo... —Lo intenta de nuevo, pero no logra terminar la frase. Por un momento, pienso que es mejor aclarar las cosas antes que se pongan más bochornosas.

—¿Estás acompañado? Ya lo sé, la escuché. No te preocupes, que yo ya me voy —digo, forzando una sonrisa y dándome la vuelta, para caminar hacia las escaleras; pero vuelvo sobre mis pasos y le entrego el plato y los vasitos—. Tomé todo lo que he visto que has desayunado estos días, incluso, los yogurts son los que te gustan. Disfrútalos. Ya nos veremos por ahí —hablo tranquilamente y planto una sonrisa en mi cara.

 No me siento bien, pero no quiero demostrar debilidad. Mucho menos cuando ni yo misma, comprendo qué me sucede.

—¡Adiós, Aiden! —me despido y esta vez, sí me voy.

Camino con paso apresurado para salir de ese lugar. Al cruzar el puente, vuelvo a respirar, no me había dado cuenta que estaba conteniendo la respiración; siento mi pecho oprimirse y mis ojos picar.

No sabía cuánto me gustaba Aiden, hasta que supe que sigue con sus andanzas, luego de pasar conmigo toda la noche. Entre nosotros no ha ocurrido nada, pero el hecho de que hemos pasado cada minuto de los días anteriores, juntos y él, no se había interesado en mí, golpea fuerte mi autoestima.

Si me pongo a pensar, Aiden no ha hecho ningún comentario fuera de tono desde que nos conocimos, pero no lo había notado porque cuando está a mi lado, se concentra solo en mí; eso lo he podido comprobar varias veces, porque siempre hay mujeres rodeándonos y por supuesto, mucho más maduras y bellas que yo. Pero parece que sus necesidades, las cubre después de dejarme.

—Por Dios, que vergüenza —susurro, tapándome la cara mientras corro hacia mi sitio favorito, la playa.

Sentada en la arena, concentrada en mis pensamientos, sigo pensando que no entiendo mi reacción, Aiden es solo un amigo y, puede que ni siquiera sea eso, solo un conocido que se ha portado muy bien conmigo. Es un tanto chocante reconocer que quiero tener toda su atención por algo más que orgullo propio. Reconozco que Aiden me gusta, porque sentí algo de decepción en mi reacción, egoístamente quería creer que él, sentía lo mismo; fue duro convencerme de que no sería posible por muchas razones, la más importante de todas, yo era una niña a su lado.

(...)

Una presencia me saca de mis pensamientos. Lo siento incluso antes de que decida hablar. Mi cuerpo reacciona por instinto a su presencia. Me pongo en tensión cuando noto que el pelo de la nuca se me eriza y el corazón me palpita fuerte en el pecho. Estas sensaciones solo las he sentido junto a él, no entiendo qué conexión habrá quedado entre nosotros, pero sí tengo claro que sucede cada vez que estamos cerca.

Por eso estoy segura de que Aiden está aquí. Esta era mi sorpresa, ahora entiendo las palabras de Leo y las miradas de Andrea y los otros.

Él es mi "regalo de Navidad".

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