Capítulo 4|Chantaje

IVANNA

—¿Qué? ¿Por qué? —exclame —Habíamos dicho que iría a ese viaje, tanto tú cómo papá estuvieron de acuerdo —le recuerde a mi madre.

Suspiro y bajo su mirada. Al parecer papá se había echado para atrás y ahora ya no quería que fuera al concurso de talentos en las Vegas.

—Lo siento, hija —se disculpó —Tu padre ha cambiado de parecer. Ya te dije el porqué, como igual la fiesta de tu cumpleaños se pospondrá, hasta nuevo aviso.

—No es justo —me queje y no era por la fiesta, eso la verdad me venía importando de menos.

Nada en este mundo era justo, ahora debía frustrar mis sueños por el simple hecho de que la organización dónde mi padre trabajaba estaba en guerra con otra parte de América. ¿Por qué los hijos teníamos que pagar por errores de nuestros padres? Tal vez estaba siendo egoísta, pero por lo regular siempre pensaba en los demás que en mí.

—Cálmate, cariño. Verás que pronto pasará todo esto, y en menos de lo que pienses estarás cumpliendo tu sueño de cantar en un escenario y festejaremos todos —me abraza. Sus brazos siempre me reconfortaban, mi familia era mi pilar, pero más mi madre.

—Está bien —me separé de ella para verla —¿Puedo ir a visitar a Anto? En unos días regresa al internado, y quiero aprovechar para estar más tiempo con ella.

—Puedes ir, pero que te acompañe tu hermano —repuso, resople por eso. No quería que Santi me acompañará, era difícil deshacerme de ese bobo, porque así quedaba cada vez qué miraba Anto —Sabes —añadió —ustedes dos me recuerdan mucho a Lillie y a mí, lo unidas que siempre hemos sido, y ahora tú y Antonella son el mismo reflejo de nosotras.

Sé lo que significaba para mamá mi madrina, ellas siempre se han querido como hermanas, y Anto y yo teníamos también un vínculo especial como el de nuestras madres.

—Lo sé, madre. Para mí Anto es la hermana pequeña que nunca tuve, aunque esté bien loca, aun así, la adoro. 

—Eso de la locura lo saco al padre, sin duda. Lillie siempre ha sido muy tranquila y demasiado ingenua —aseguro.

—Como dices tú, sin duda lo heredó de él. Por algo es hija de Diablo. —me reí.

—Pobre de mi Anto —dice con pesar —Y pensar que tu hermano siente algo por ella desde niños.

—Madre, no la subestimes. Y sobre lo de mi hermano —hice una muñeca y guardé silencio.

—Y no lo hago, solo que no es normal querer ser mafioso a esa edad —dice en un tono preocupante —Te imaginas si tu hermano y ella llegan a casarse, será como tener la versión de Dante a su lado, pero en forma femenina. Esa niña necesita ir con un psicólogo.

—Por favor, mamá — giré los ojos —Anto está perfectamente bien, es su naturaleza, lo lleva en la sangre. No es algo de lo que se pueda despojar así como sí.

—Por eso es que la ingresaron a un internado, y mi amiga hizo bien, si no le ponen mano dura se les descarrilara —comenta espantada.

Suspiro cansada. Era inútil explicarle algo que nunca iba a comprender o más bien no quería hacerlo. Porque solamente por el simple hecho de que éramos mujeres, no podíamos ser parte de la organización que nuestros padres operaban en Italia y en gran parte de Estados Unidos.

Me despedí de ella y fui en busca de mi hermano. Minutos después nos encontrábamos en su Porsche color rojo. 

—Tan siquiera baja un poco la velocidad, quiero llegar entera —replique —Y disimula un poco tu emoción, si no quieres que Anto se dé cuenta de tu tonto enamoramiento hacía ella.

—No estoy enamorado —protesta de inmediato con nerviosismo, pero sin quitar la vista del camino. 

Sonrió por su contestación. Si como no, y yo soy la reina del pop. Es un tonto.

Todos sabemos de sus sentimientos hacia Anto, bueno Alessio, nuestras madres y yo; la única que no se ha dado cuenta es ella, pues siempre ha estado más enfocada en quererle partir la cara, como dice ella. Si, esa niña es de armas tomar, y por ese motivo mi hermano nunca lo ha tenido fácil.

Media hora después llegamos a la mansión Mancini. A las afueras de la ciudad estaban las propiedades principales de la familia más importante de medio América.

Los jardines enormes y largos nos reciben, esto no se comparaba con nuestra mansión y aunque la verdad era extensa, los Mancini tenían el más grande imperio como también las empresas más cruciales y grandes del país entero. Esta casa parecía un castillo, como de los cuentos, pero moderno, y custodiada de arriba y abajo.

Santi estaciona en la entrada, atrás del Ferrari cromado que le pertenecía a Alessio. Baje de inmediato, no era necesario que llamara a la puerta, pues los hombres que resguardan la entrada dieron el aviso de nuestra llegada.

Al entrar lo primero que hago es preguntarle a el ama de llaves por Anto, como lo supuse, se encontraba en el gimnasio. Corro hacía ese rumbo. Al pasar por las dobles puertas, lo primero que escucho fueron sus jadeos y la encontré arriba de la lona de luchas, tratando de derribar a su hermano, Alessio.

—Así no, te lo he dicho muchas veces —espeto  Ale, al mismo momento que bloqueó a su hermana con su cuerpo enorme. No pudo conseguirlo, por muy rápida que fuera. Alessio era demasiado fuerte y grande, a comparación de Anto, pequeña y delgada —Ya date por vencida —le exige con firmeza, todavía en la misma posición.

—¡Jamás! —exclamo Anto en su cara.

Su hermano resopló y la suelto para luego quitarse de encima de ella.

—No tiene caso que continuemos, estás muy cansada, si con energía no puedes, menos de esa manera.

—Ale —replico Anto desde el suelo —No seas cobarde. Quiero seguir entrenando.

Alessio se ríe y saltó de la lona alta para bajar y tomar su chaqueta que estaba colgada junto con una botella de agua. Su torso lo tenía descubierto y empapado de sudor por causa del ejercicio que acababa de realizar. 

—Hermanita —giro un poco la cabeza para verla —Somos Mancini, la cobardía no existe en nuestra sangre —concluyo y se alejó de allí.

Se percató de mi presencia antes de llegar a mi lado para salir del gimnasio.

—Hola, Ale —dije cuando ya lo tenía de frente.

—Espero que a ti nunca se te ocurra hacer esas mierdas como a esta niña —señala con la cabeza en dirección a su hermana —No saben en qué puto infierno se están metiendo.

—¿Entonces por qué la ayudas?

—Yo no estoy de acuerdo con esto. Ella es mujer, mi pequeña hermana, y preferiría que no se arriesgará, pero la niña es tan terca y caprichosa, que siempre se sale con la suya —gruñe.

—Tu mismo lo has dicho antes, son Mancini —le guiño el ojo.

—Si, lo sé, y a veces quisiera que ella fuera más como mi madre, que como mi padre o cómo yo. Al final lo único que me queda es… —suspiro.

—Protegerla — finalicé la palabra que él iba agregar.

Eso lo sabía perfectamente. Los hombres de nuestras familias se sentían sobre protectores, de hecho lo eran y no nos exponían con facilidad; como mi padre que no me dejó ir al concurso de canto.

—Exacto —aseguro —¿Has venido sola?

Negué con la cabeza.

—No, Santi se quedó allá afuera hablando con Alan.

—Bien, iré a buscarlo. Te veo después —palmo mi hombro en modo afectuoso, como siempre lo hacía y luego paso por mi lado para irse en busca de mi hermano.

Esos dos eran inseparables, de la misma forma como lo éramos Anto y yo. Nos queremos como si fuéramos hermanos pues los cuatro habíamos crecido juntos y no era mucha la diferencia de edades. Lo único distinto era que ellos hacían cosas de hombres cuando pasaban rato juntos, cosas que nosotras éramos incapaces de hacer. Y no me refiero a golpear y asesinar, sino andar de coquetas con chicos. Ese par eran unos diablillos, tenían conquistas a montón por toda la ciudad. Se podría decir que Alessio Mancini había rompió el récord de novias en New York, y también algunos corazones. Peligrosos en la mafia y con las mujeres.

Luego de que Anto se duchara por su entrenamiento fallido que tuvo antes, porque así lo llamó. Fuimos al jardín de la terraza para hablar más cómodamente.

—¡Qué! —reacciono más alterada que yo cuando me enteré de la cancelación de mi viaje —No te pueden hacer esto, has estado esperando mucho por ese día.

—Lo sé —solté un suspiro —pero no se puede hacer nada, solo esperar. Creí que estabas enterada de la guerra.

—Joder, como si fuera tan fácil saberlo todo —se quejó disgustada —Todo el tiempo tratan tenerme alejada de la organización, me quieren meter dentro de una jodida burbuja —resopla exasperada cruzándose de brazos —estoy harta de lo mismo, que no me dejen ser lo que yo quiero. Si siguen con lo mismo, me escaparé y me uniré a un circo.

No me pude contener y estallé en una risa escandalosa.

—Estás completamente loca —negué —Tienes una familia, personas que te cuidan y te quieren. Y, aun así, te quieres ir a un circo hacerle de chimpancé para entretener al público, sí que estás mal de la cabeza —sigo riendo —Ya te imagine haciendo acrobacias, vestida con un tutú y maquillada como un payaso.

—Calla, tonta —me dio un empujón con su brazo y eso provoco que cayera hacia atrás en el respaldo del asiento y continúe riendo sin parar —Ya, no te burles —se quejó haciendo un puchero —¿Y qué tal un chimpancé bailarín? —y ahora fue ella la que siguió la broma.

Y juntas estallamos en una risa ruidosa y en unísono. Probablemente, todos los que se encontraban en la mansión nos podían escuchar, pero no nos importó ya sabían que éramos nosotras.

Una vez que se nos pasó el ataque de risa, Anto y yo nos acomodamos y nos recostamos en el columpio sillón que estaba colgado en una estructura metálica. Colocó su cabeza en mis piernas y comencé acariciar sus cabellos dorados mientras nos mecemos.

—Te voy a extrañar —dije de repente, y es que así era. Ella volvía en menos de una semana al internado y yo me quedaré encerrada en mi casa hasta que todo se calme para de esa forma poder ir a la universidad con libertad —Quisiera irme contigo.

—No, no digas eso. No sabes el infierno que es ese lugar, detesto el internado —replico de inmediato —Ojalá mi padre nunca hubiese estado de acuerdo con mi madre para mandarme allí.

—Tus padres te aman, solo quieren lo mejor para ti y te quieren proteger, así como lo hacen los míos conmigo.

—Y no dudo de eso, es solo que… —suspiro —Odio que no me dejen hacer lo que quiero.

—Tu mamá quiso apoyarte con lo del baile, pero prefieres ser parte de la organización. También hay que ponernos en el lugar de ellas, se preocupan por nosotras y no quieren que nada malo nos pase.

—Entiendo todo eso, Iv —me llama por mi apelativo — Lo que no comprendo es porque una mujer no puede ser parte de la mafia, porque nos tienen que minimizar, nada más por ser mujeres —resoplo exasperada —nos creen débiles y por esa razón le quiero demostrar a mi padre que no es así como él cree, que tanto como él y Alessio, yo también puedo ser como ellos, o quizás mucho mejor. Soy más ágil e inteligente, más que ellos —soltó una risita.

Tenía razón. Anto, era la más aplicada de su clase y era buena para crear estrategias, también muy rápida en sus movimientos, lo que le favorecía para eso era su estatura y la complexión de su cuerpo delgado.

—Me da gusto que tú si tengas algún motivo para seguir con lo tuyo, en cambio, yo…

—Ya tengo una idea —me interrumpe y se levanta de pronto, sentándose para luego girarse y verme —No iré al internado, escaparemos juntas e iremos a ese concurso de canto.

—Estás loca —respondo alarmada, pero tratando de no levantar la voz —Aparte siempre tenemos gente vigilándonos, es imposible escapar de los hombres de tu padre y de nuestros hermanos, esta casa está más reforzada que una prisión de alta seguridad.

—Esa es la primera idea, tener a alguien de nuestro lado, alguien que nos ayude a salir de aquí. Tengo algo a mi favor para usarlo en contra de mi hermano, y no habrá nada que lo haga oponerse.

—¿Quieres decir que...

—¡Exacto, chantajeare a mi hermano! —sonrió —Aunque yo lo llamaría algo más sutil, algo como tratar de convencerlo —alzo una ceja —Solo será un poquito —hace un gesto con sus dedos para referirse a lo "poquito" que utilizará, porque según ella no será un chantaje —Ellos nos van a llevar, Ale y Santi. Bueno, en realidad, los llevaremos con nosotras porque no se van a quedar conformes con solo habernos ayudado a salir de aquí. Es la única opción que tenemos para escapar de nuestros padres y de todo lo que nos rodea.

Y si era la única, ¿por qué no lo había pensado antes? Bueno, será porque nunca sería capaz de chantajear a nadie, a demás de eso mi hermano no estaría de acuerdo con ello por más que usará la técnica de Anto, y ni hablemos de su hermano, que es más difícil de convencer de que toda la gente que conozco.

***

—¿Cuándo regresas al internado, Anto? —inquiero mi madre.

Por un instante pensé que se iba a molestar; sin embargo, no lo hizo y coloco una sonrisa antes de responder.

—Pasado mañana —dijo sin quitar su mirada del plato de comida mientras cortaba el filete jugoso que estaba comiendo —Este es mi último fin de semana en casa.

Nos habíamos reunido con los Mancini en su casa para cenar; normalmente mi madrina nos invitaba una vez a la semana. Los viernes o sábados por la noche eran para juntarse y pasarla un rato en compañía de todos aquellos amigos.

Éramos una familia enorme. Tres familias hacían una sola, y todos nos llevábamos excelente.

Luego de terminar de cenar, Anto decido decirle a su hermano de acompañarnos a las Vegas. Santi y él se encontraban en la sala de juegos donde pasaban mayor parte del día cuando estaban en esta casa. Al entrar recorro con mi vista el lugar, lo primero que veo es la mesa de billar después de ahí me fijo en la bolsa de boxeo que está colgada en el techo en medio del salón y un bar junto a una de las paredes, con sus estantes que estaba llenos de licor de todo tipo. Y cerca de la ventana con cortinas negras que abarca casi una pared hay un sofá en forma de L enorme, y enfrente una pantalla con una consola, dónde se encontraba mi hermano y Ale jugando.

—Ale, necesito que me ayudes con algo —le dijo Anto cuando llegó a su lado y se dejó caer junto a él.

Alessio no le puso atención, en ningún momento interrumpió su juego, estaba más concentrado en matar a Santi en el videojuego de luchas.

—¡Joder, Antonella! —se quejó cuando ella le dio varios empujones y haciéndolo lanzar el control, Anto lo había estado molestando hasta que consiguió su atención —¿Qué demonios quieres? —expreso molesto.

—Te estoy hablando desde hace rato —cruzo las piernas una vez que apoyo su cuerpo en el respaldo del sofá. Dirigí la mirada hacia Santino, estaba embobado viéndola —Le diré a mamá que has dicho palabrotas en mi presencia y que eran dirigidas para mí.

Gruñe Alessio echándole una mirada fulminante.

—Tranquilos chicos —intervengo y me siento entre los dos para que no se maten, bueno, Alessio sabe controlar su impulso contra su hermana, pero Anto, lo dudo —Solo queríamos pedirte un favor, de hecho a ambos —corrijo y miro a mi hermano.

Porque en realidad también iba para Santino, aunque sabía de sobra que él se iba a echar para atrás. Mi hermano era muy sobre protector, tanto como Alessio y poner en riesgo a su hermana y a la chica que quería, no lo haría ni loco.

—¿Qué pasa? Iv —me preguntó Santi.

—Queremos que nos acompañen a las Vegas —se adelantó Anto al responder antes de enderezar su espalda.

Ambos se miran sorprendidos y luego fijan sus miradas hacía nosotras cambiando su expresión a un gesto fruncido.

—¡Estás loca! —vocifero encrespado Alessio —Suficiente tengo con entrenarte, así que no cuentes conmigo para eso.

—Pero Ale —se quejó Anto —Solo serán dos días que estaremos afuera, es por una buena causa.

—He dicho que no —sisea. Y se levanta del sofá para ir hacía el bar de la sala.

Miro a Santi y niega con la cabeza. Sabía perfectamente que no lo iban a querer hacer. No nos queda de otra más que resignarnos.

Cuando estoy por decírselo a Anto, ella vuelve a replicar.

—Entonces papá se enterará de lo que haces por las noches, en vez de ir al club como les has hecho creer todo el tiempo —soltó su amenaza mientras observa sus uñas, como si fuera una conversación normal —¿Qué dirá papi cuando sepa que su hijo participa en las carreras callejeras de autos y motos? —alzo una ceja al instante que fijo su mirada en su hermano.

En un movimiento rápido ya lo teníamos otra vez a nuestro lado. Sé que él no era capaz de ponerle un dedo encima, pero eso no le quita las ganas de asesinarla con la mirada. Como se dice "si las miradas mataran" ella ya lo estaría.

—Tu pequeño demonio —pronuncio señalándola —No te atreverías semejante cosa, no caeré en tu amenaza inmadura.

—Pruébame, me conoces lo suficiente —respondió volviendo a ver sus uñas, encogió los hombros y agregó —Bueno, ya que no hay respuesta —ahora se volvió hacia mí —Vamos Iv.

Se levantó del sofá y tiro de mi mano para llevarme fuera de la sala de juegos.

—No debiste haberle dicho eso —reconvine ya estando alejadas del salón.

No estuvo bien lo que hizo Antonella. A pesar de lo que Alessio estuviera haciendo a escondidas, no le daba el derecho de chantajearlo. Su hermano siempre había estado para ella y usar la información que tenía en su contra, no era correcto entre hermanos, solo se tenían el uno al otro y él siempre la había cuidado.

Sé perfectamente que ella lo hacía para ayudarme; sin embargo, no podía estar a favor de la manera en como estaba haciendo las cosas. Antonella siempre conseguía lo que quería, a base de caprichos y chantajes inocentes, pero llegaba al punto dónde varias veces esa inocencia se pasaba del límite.

Omitió mi simple sermón y se dirigió al despacho de su padre. Cuando pensé que iba a hacer lo que dijo antes, trate de detenerla para que no llamara a la puerta, no obstante abrió y entro al interior de la habitación.

Mi padrino no se encontraba dentro, estaba vacía.

—¿Qué estás haciendo? —pregunte cuando la mire caminar hacia el escritorio oscuro que estaba colocado a lado de una ventana.

Anto se acercó y comienzo abrir varios cajones, buscando algo. Cerré la puerta y me quedé ahí con la espalda apoyada sobre ella mientras la observaba. Se detuvo en el momento que no logró hacerlo con uno. Alzó una de sus manos y la llevó a su cabello, saco un pasador de su peinado de trenza francesa y volvió a insistir con el cajón bloqueado.

Segundos después se escucho un "clic" de algo que se abrió. 

—Bingo —murmuro para sí misma, pero conseguí escucharla.

—¿Qué haces? Realmente estás loca, si se enteran de que entramos aquí a hurtadillas, nos irá mal —dije en un tono bajo mientras me acerco a ella. Lo que menos quería era que nos escucharán, terminaríamos castigadas de por vida.

En cuanto llegue a su lado me doy cuenta de lo que había hecho. Había abierto el cajón cerrado que estaba bajo llave con un pasador de cabello. ¿Esta niña iba a un internado de chicas o a uno de criminales?

—Esto —respondió finalmente, saco algo del cajón y me lo mostró por unos segundos.

—¡Es un arma! — exclamé espantada.

No es que nunca haya visto un arma de cerca en toda mi vida, jamás faltaban en casa, pero era algo que no estaba a la vista de mi madre y de la mía.

—Calla, que nos escucharán —me señala con su dedo en los labios para que guarde silencio —Y no, no es un arma cualquiera. Es una daga de punta fina, ¿no es preciosa? Era de mi abuelo —determina, embelesada viendo la hoja.

—Si tú lo dices —giro sus ojos y luego se guardó el arma en un bolsillo de lado de su pantalón, la cuchilla se cubría perfectamente, pero el mango resaltaba un poco por los detalles incrustados que tenía aunque fuera del mismo tono que su pantalón oscuro, no era grande así que se podía esconder con facilidad —No, no puedes llevar eso contigo y menos ahí —señale su bolso.

—Si puedo, sé usarla, y con esto nos defenderemos si es necesario.

—¿Qué quieres decir? ¿Defendernos de qué? —inquiero inquieta. 

Porque ya sabía la respuesta, pero tenía miedo de escucharla, en ocasiones ella daba terror. ¿Sin embargo, que podía hacer contra ello?

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