2. Necesitas ver esto

¿Y si no te vuelvo a ver?

Capítulo 2. 

—Gales Jurek— 

—¡Gales, ya es tarde! ¡Muévelo! —Jalo mi bolso y salgo corriendo de mi habitación. Ya es muy tarde y no puedo tener otra falta en la escuela, porque ahora sí llaman a mi mamá—. ¡Gales! 

«No puedo creer que mi hermano se haya ido sin mí, traicionero» 

—Ya deja de gritar, viejita —beso su frente. Nunca me ha dado pena mostrarle el cariño que siento, con mamá puedo ser como quiera y ella es mi debilidad—. Ya me voy, y no te llamarán de la escuela. 

—Ya me han llamado cinco veces —me empuja hasta la puerta—. Ándale. 

—¡Te quiero! 

—¡Te amo! 

La escuela no está muy lejos de aquí, y por eso puedo ir caminando. Lo malo de vivir cerca es que los profesores pueden venir a decirle a mi mamá lo mal alumno que puedo ser a veces. Miro a mis amigos en la entrada y es extraño que no estén en el salón, los saludo y entramos. Los dos están muy raros. 

—¿Qué me quieren decir? Los dos están muy extraños, y ya me los conozco —llegamos al salón y coloco mi bolso en mi puesto. Hay una silla detrás de la mía y eso es lo más extraño—. Hablen. 

—Nada, estás mal —se ríe Mia, negando con su cabeza—. El clima te está afectando. 

—¿Estás seguro que la chica de la celda no te dio una bolsita con algún polvo blanco? —Ernesto revisa los bolsillos de mis jeans y lo hago a un lado. 

—Déjate de burradas —me rio porque es mejor eso que enojarme—. Gracias al universo fue la primera y última vez que vimos a esa chica que, de hecho, me cayó tan mal. «tampoco les pienso decir que ya la había visto antes» 

No termino de hablar muy bien cuando se escuchan unas voces detrás de nosotros. No me giro porque sé perfectamente que es el cabrón de Emilio. Va en otro salón, pero es una pesadilla para todos en la escuela, a excepción de las chicas, —a ellas se les baja las bragas por sí solas cuando lo ven—. Escucho a mis amigos dejar salir un pequeño jadeo y, no puede ser que se pongan así por alguien tan insignificante como lo es Emilio. 

—Lamento decirte que no era la primera y la última vez que veías a la chica de la celda —musita Mia, sin apartar la mirada de algún punto específico—. Necesitas ver esto. 

Antes que ella diga algo más, me giro para ver a qué se refiere. Juro que me han echado una maldición cuando veo a la chica de la celda: sí, la misma que grité el sábado que nos detuvieron, y a la que miré en el bosque. No solo logró que me cayera mal en unos minutos, sino que aparece con el chico que peor me ha caído desde primaria. Al parecer son novios, porque él la tiene abrazada, aunque ella lo empuja. 

Está vestida con ropa de color, y su cabello entrenzado. No se ve tan mal, pero tiene leves ojeras y para nada sonríe. No puede ser que de tantas personas en el mundo sea ella nuestra nueva compañera de curso. 

Lo empiezan a saludar y la chica solo está ahí. No luce tan contenta. 

—¡Ey, Gales! —Ya sabía yo que no iba a perder la oportunidad de joderme la vida. Emilio es una calilla—. ¿No me vas a saludar? Dos semanas sin venir a clases porque estaba lesionado, y no me piensas saludar. Que mal educado eres. 

Me rio, sarcástico. 

—Te extrañé tanto que te preparé una bebida con formol —se ríe por lo que he dicho—. Pero no te fue tan mal, regresaste con una novia nueva. 

—¿A poco no está guapa? —Dice, refiriéndose a ella. 

—Y por exceso de belleza estuvo detenida una noche entera —mis compañeros sueltan una carcajadas—. O, más bien, por ser una delincuente. 

—Pero quién habla —la chica de piel pálida que no sé su nombre se acerca—. El chico que por meterse a un museo pasó una noche de perros y, como si fuera poco, te dejaste golpear de mí. 

—¡Oh, sí! ¡Eso dolió! —grita Nazlie, una de las amigas de Emilio. 

No podemos decir nada más porque entra la profesora. No sé qué le dice a la chica nueva que ella le hace un gesto de desinterés y se sienta detrás de mí. No tenía la menor idea que Emilio tenía novia, hace unos días le rompió el corazón a mi prima, y ahora viene como si nada con una aparecida. No sé cómo pudo lastimar a mi prima que es tan guapa, y todo para meterse con una chica que se le nota que fuma. «Que desperdicio». 

Me concentro en la clases, y trato de olvidar este mal momento, precisamente hoy no vino Hairéth: una chica con la que ando cuando quiero desestresarme. Escucho risas en todo el salón y no entiendo de qué se ríen, hasta que por inercia miro detrás de mí y veo sonreír a la nueva, —no es una sonrisa para nada inocente—. Comprendo todo cuando me doy cuenta que me ha pegado un chicle en el cabello. 

—Mañana tendrás un nuevo corte de pelo —se ríe escandalosamente y mastica de manera exagerada un chicle—. Lucirás peor que hoy. 

—Date por muerta —aprieto mis dientes—. Me las pagarás. 

[….] 

—¿Vieron lo que me hizo esa chica? ¡Me pegó un chicle! —Me muevo de un lado a otro con el coraje que siento en este momento. Cómo diablos hace tal bajeza—. Está loca, me hizo quedar como un tonto. Novia de Emilio tenía que ser la chica esa para ser tan odiosa. 

—Se llama Cassie Irving, origen latino, dieciocho años, y ojos azules, aunque yo insisto que se le miran de otro color. Y no hay que ser novia de Emilio para ser tan odiosa —me le quedo mirando a Mia, cómo es que ya se sabe su nombre si apenas la conoce. Y el sábado esa misma chica la gritó. 

—¿FBI? 

—Hasta buena sería trabajando ahí, pero no. Me robé su expediente y por esa razón sé todo lo que dije, no había mucha información de la chica. Busqué por qué la transfirieron a esta escuela, y no hay nada. 

—No sé por qué hablan tanto de esa chica, ni amigos seremos —Ernesto nos hace callar—. Es una niña que consume, y no tenemos que acercarnos a ella. Menos tú. —Señala a Mia—. Te costó lágrimas dejar esa basura como para que recaigas de nuevo por influencia de la latina. 

—No tienes que recordarme cada dos segundos que fui una m*****a consumidora.

Mia toma su mochila, y se aleja de nosotros. Le doy un apretón de hombro a mi amigo y me alejo de él. Su problema es que no sabe callarse lo que piensa, y eso le trae problemas. Pienso ir al salón, hasta que veo a Cassie caminar hacia las gradas de la cancha de voleibol. Me voy detrás de ella, la veo sentarse y sacar de su mochila lo que parece un cigarrillo de marihuana. 

Es la oportunidad perfecta para que me pague haberme pegado un chicle. Camino de prisa hasta la dirección, y pido hablar con algún profesor, la única que está es la nueva profesora. Parece buena persona. 

—¿Sí? —Estira sus labios con una sonrisa—. ¿Necesitas algo, Gales? 

—En las gradas de la cancha de voleibol hay una chica fumando. 

—¿Quién es? 

—Cassie —digo sin pensarlo—. Cassie Irving. 

—¿Qué? —Pregunta sin poder creerlo—. Vete a tu salón, yo me encargo de esto. Ni una palabra de esto a nadie. 

«Ahora sí me las vas a pagar, Cassie» 

Ni mal que estuviera para perderme la cara de esa chica cuando vea a la maestra. Voy directo hacia la cancha y cuando me asomo ellas parecen discutir. Me acerco más para poder escuchar. 

—¡Ya deja de meter tu puto culo en todo! —Cassie se levanta tirando sus cosas—. Yo nunca te he pedido que me detengas cuando quiero meterme lo que tú llamas “basura”. 

—Sabes que no puedes meterte esas basuras, no te hacen bien. Sobretodo porque… 

—Cállate. Todo es tu culpa —se ríe un poco, tiene su mirada perdida, y debe ser por lo que ha fumado. Se mete el cigarro a la boca, le da una calada y el humo se lo sopla en la cara a la maestra—. Vete a seguir con tus alumnos, ellos te necesitan más que yo. 

Le quita el cigarro y lo pisotea en el suelo. 

—No seguiré con esta conversación, nunca cambiarás por más que te lo pida. 

—Tu eres la culpable que yo exista en este mundo loco, ¿no? —Desvía su mirada y, alcanza a verme, le sonrío y ella solo me mira. 

Agito mi mano en el aire haciéndole saber que se irá. No creo que le dejen pasar que estuvo fumando dentro de la escuela. Que pena por ella que apenas llegó y ya se debe regresar a su mundo. Nunca debí acercármele en el bosque, esa es una chica que no tiene futuro, y pudo dañar el mío. Ya tuve suficiente mirando a papá cuando se metía esas porquerías, como para estar pendiente de una chica sin sentido. 

[....]

Escucho los ladridos de un perro, y me asomo por mi ventana. Ya es media noche, y no sé cómo se pudo escapar mi perro: Kity está conmigo desde que era un cachorro. Salgo a buscarlo y, luce muy alterado, por más que trato de calmarlo sigue ladrando. 

Miro adónde ladra y veo una silueta en una de las gradas que hay en la calle. Me acerco a ver si necesitan ayuda, y veo que es Cassie. Me doy cuenta que está drogada, porque sus párpados lucen caídos, sus labios pálidos, y ella solo está tirada en la grada. 

—No es más que la vecina pasada de tono —le digo a mi perro. Lo tomo de su collar para irnos, y se suelta—. Ya te dije que no es nada, Kity —le digo, cuando sigue ladrando—. ¿Quieres ver que no le pasa nada? 

Su ladrido me indica que sí, tomo agua de una de las cubetas que tiene una de las vecinas para regar sus matas. Sonrío contando hasta tres, y le tiro el agua a Cassie, logrando que salte de la grada. 

—¡¿Qué hiciste, estúpido de m****a?!

Me grita, secando su ropa, y sacando su celular del bolsillo de su buzo. 

—Mi perro quería saber si estabas viva y quise que viera que sí lo estabas. 

—Lárgate y déjame sola —seca su celular en su ropa—. He dicho que te vayas, y llévate a ese saco de pulgas. 

Veo cómo sus ojos se cierran y se abren, increíble que siendo tan joven consuma todo lo que le puede dañar la vida en segundos. Detesto a las personas que se refugian en las drogas, esa no es la única salida, y lo ponen como excusa. 

—Claro que nos vamos, apestas a Marihuana. 

Tomo a mi perro y me doy la vuelta para irme. 

—Gracias por ir de sapo a decir que estaba fumando, estuviste genial —la escucho hablar—. Que lástima que no me hayan expulsado, y seguiré viéndote. 

—¿No te corrieron? 

—Lastimosamente, no. 

—¿Por qué no? Lo merecías. 

Me da la espalda y camina hasta su casa, esta chica es muy extraña. Ni siquiera sé por qué le estoy hablando, si solo sentir su olor a drogas me hace querer vomitar. No tengo nada en contra de ella, pero sí me molesta su olor entre perfume y sustancias de las que consume. 

—¡Oye! —La llamo antes que entre a su casa, no se molesta en mirarme, pero sí se detiene—. Tienes un lindo culo. 

—Que pena no decir lo mismo de tu culo. 

Hay algo en su mirada que me hace tener curiosidad, pero no quiero estar cerca de ella. Debajo de esa chica pálida se nota que hay alguien muy guapa, pero me recuerda al tipo que me tocó como padre, y que miré morir por una sobredosis de cocaína. 

Papá era bueno con mi hermano y conmigo, nos llevaba a jugar fútbol, y salíamos de paseo con mamá. Luego de un tiempo los negocios de papá quebraron y empezó a tomar alcohol como loco, tanto así, que consumía todo lo que lo hiciera estar lejos de su realidad. Todo cambió y cada vez era más violento con nosotros, y gracias a que perdió todo nos tocó pasarnos a una casa menos grande y acomodarnos a lo poco que teníamos. 

Mamá tuvo que trabajar para sacarnos adelante, y yo solo la ayudaba los fines de semana. Después de la muerte de papá, todos recibimos terapias y, sí nos ayudó mucho, pero todo lo que me lo recuerda lo he tenido lejos de mí. Por miedo, tal vez. Y creo que esa es la razón por la que ver a Cassie me impacienta, y su manera de ser no me agrada. 

Claro que es simpática, pero no es el tipo de chica con la que andaría, y no porque me crea más que ella, simplemente no tiene un futuro que no sea terminar muerta por meterse esas basuras, o terminar robando para poder comprar drogas. En pocas palabras, estoy mejor lejos de mi nueva vecina. 

Veo mi celular encenderse, y es un mensaje de Hairéth. Abro la imagen que me ha mandado y es una foto de ella en ropa interior. Tiene un buen cuerpo, y es muy hermosa. 

—¿Intentas provocarme? Porque si eso querías, felicidades, acabas de ponerme duro. 

Mando el mensaje y guardo mi celular. Siempre hemos tenido una buena relación, y de no ser porque tiene novio ya estaría con ella. La chica me parece guapa, y me gusta estar con ella, pero su único defecto es su novio, y tampoco es que pretenda bajársela. 

Escucho música muy suave, y me vuelvo asomar por la ventana. Es Cassie en el segundo piso de su casa, está pegada a los barrotes de la terraza. Lleva entre sus labios un cigarro y luce tan fuera de sí misma. No porque se vea mal, sino porque parece lejana al mundo, como si quisiera olvidar algo doloroso. ¿Por qué consumirá? ¿Qué la habrá llevado a ese punto? ¿Por qué se está acabando la vida de la peor manera? 

—Ashley Lancaster— 

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