Capítulo 7

Todo había terminado, estaba de regreso en casa; y la rutina pronto iniciaría. Pero algo me faltaba y eso no podía evitarlo: Robert.

Entré a casa y el aroma a menta me hizo suspirar. Mi madre estaba sentada en el mismo sofá, con su taza de té y su cobija. Aunque sabía que no me respondería, me senté frente a ella y le conté todos los detalles de mi viaje. De vez en cuando me miraba, sonreía; pero de nuevo se iba su mirada.

Verla tan frágil me hizo recordar la madre que solía ser. Era muy difícil olvidar esos recuerdos felices que me dio de niña, y sus constantes sacrificios para darnos a mi hermano y a mí una sonrisa. Esas noches interminables cuando nos enfermábamos; o cuando tenía miedo de quedarme sola en mí cuarto. Mi madre siempre estaba ahí, sonriente y paciente. Ella amaba tanto reír, que daría lo que fuera por escucharla, pero ahora no recuerdo el sonido de su risa.

Observé a mi mamá un par de minutos y volví a la realidad. La llevé a su cuarto como normalmente hacía y me acosté a dormir. Al siguiente día comenzaba de nuevo el trabajo, la rutina.

―¡Tardaste mucho en volver! ―dijo Andrea abrazándome como nunca, al verme salir del elevador de la constructora para ir a mi despacho.

―Sí, lo sé ―La abracé también con fuerza.

―Después me cuentas todos los detalles ¿sí? ― Y dijo susurrando―. Hoy viene el Sr. Connor Dugés. Envió un correo electrónico para verse contigo esta noche y firmar el contrato.

―¿En serio? ¿A qué hora?

―A las ocho de la noche en el restaurante “The Grand”.

Traté de no pensar en la visita de Connor tan repentina y sin planificación, pero debía acostumbrarme a su espontaneidad. Cerrar el contrato para poder recibir la primera parte del pago muy pronto, era mi prioridad.

Volví a casa para cambiarme de ropa y llamé a un taxi para ir al restaurante.

Entré y observé a Connor Dugés sentado en la mesa del fondo.

―Un placer verla nuevamente ―Se levantó, unimos nuestras manos y me miró fijamente.

   Me senté y lo detallé un poco: Su cabello rubio caía un poco sobre su frente, tapando casi por completo uno de sus ojos; llevaba puesta una camisa gris a la altura de sus codos, y también tenía una pequeña libreta negra brillante con un lapicero dorado sobre la mesa.

―El placer es mío, Sr. Dugés.

―Por favor, dime Connor.

Asentí.

―Siéntate, por favor. ¿Cómo estuvo tu viaje?… ―Sonreí ante su informalidad. El mesero se acercó y sirvió un poco de vino.

―Maravilloso.

―Me alegro. Mi secretaria se comunicó con los White y me dio detalles de la reunión. Estoy ansioso de empezar. Me tomé el atrevimiento de pedir la cena. Espero que te guste.

―Seguro que sí… Gracias.

―¿Y qué hiciste los siguientes días en Viena? ―preguntó curioso y pensé en Robert que no paraba de escribirme durante todo el día, robándome ligeras sonrisas que me apartaban de mi realidad.

―Nada especial―No tenía que contarle detalles de mi vida y menos si se trataba del dueño del terreno de su centro comercial―, hice un tour.

―¡Excelente! Viena es un lugar maravilloso. Pero no eran vacaciones ¿cierto? ―dijo recordando nuestra última conversación.

―Ciertamente no lo fueron… Solo conocí un poco la ciudad. 

―¡Vamos a celebrar! ―dijo emocionado y sonrió dejando ver su dentadura perfecta―. Sé que el centro comercial será el mejor de Viena.

—Muchas gracias por confiar en la constructora Trells. Haremos un trabajo de lujo.

Sonrió y sacó unos papeles que tenía en un maletín negro junto a su silla.

―Aquí está el nuevo contrato, me tomé el atrevimiento de hacerle una pequeña modificación ―dijo Connor, mientras señalaba con su dedo una cifra del documento que no podía entender.

   Me senté lo más derecha posible en mi silla, y tomé un poco de mi copa de vino como si de agua se tratara.

Tomé el contrato y vi una cantidad enorme de dinero, más de los que habíamos pautado. Creí que estaba viendo mal, o que había algún error, pero él se limitó a sonreír.

―Pero…

―Esto es solo el inicio―dijo ante mi evidente sorpresa.

No podía ocultar la felicidad que sentía dentro de mí. Iba a poder pagar muchas de las deudas, y tenía una gran esperanza de no perder la casa y la constructora. Al fin había llegado el momento de firmar un grandioso proyecto.

―De nuevo, gracias ―dije al mismo tiempo que intentaba que mis lágrimas no me hicieran vivir un incómodo momento.

―Tranquila… ―Tomó su lapicero dorado y me lo pasó―. Firma en cada hoja y coloca tus huellas. Queremos hacer un centro comercial novedoso, un centro comercial que sea visitado por muchos turistas de todo el mundo. Que viajen a Viena solo para conocerlo, y se lleven la mejor de las experiencias.

―De eso puede estar seguro. Sabemos cómo diseñar un centro comercial para enamorar al consumidor―Le respondí mientras firmaba.

―Lo sé, en los planos del proyecto se ve fabuloso.

Conversamos un poco más y era momento de regresar a casa.

Al día siguiente, antes de salir de casa, me acerqué a la habitación de mi madre, pero aún dormía. La dejé descansar tranquila y me fui. No quería llegar tarde a la constructora.

Tenía una reunión con el equipo de trabajo; debíamos enfocarnos en el proyecto, y en hacer una maqueta para Connor.

―Por lo visto la cena con el Sr. Connor fue excelente―dijo Andrea sosteniendo su taza de café y la mía, persiguiéndome hasta el despacho.

―Sí, quería hablarme del proyecto y ¡firmamos el contrato! ―La observé feliz, ella sabía lo mucho que ese contrato significaba para mí, para todos ―, pero no es momento de hablar, tenemos mucho trabajo que hacer.

 ―Sé que tenemos mucho trabajo, pero tenemos una conversación pendiente de tu viaje. No me has contado casi nada… y ahora, ¡Connor! ¡Es guapísimo! ―Me dio el café y colocó su mano libre en su cintura―. ¿Cuándo me vas a contar qué hiciste en Viena? ―Le sonreí.

―No pasa nada con Connor, solo es el socio de un proyecto.

Me senté y tras un suspiro profundo le conté de Robert. Andrea comenzó a saltar de emoción agitando sus brazos repitiendo ¡lo sabía!, como mil veces.

 ―Me tienes que contar todo―Me abrazó con mucha fuerza―. Sabía que volverías a sonreír.

 Esta vez no tenía tiempo libre con el proyecto. Pasó parte de la mañana y Robert continuaba enviándome mensajes. Debía admitir que me hacía feliz su compañía, sus buenos días; y que se interesara por pequeños detalles de mi vida. A pesar de la distancia me sentía viva y diferente. Todo estaba saliendo muy bien para ser verdad; tenía miedo de enamorarme de él, pero al parecer ya no tenía escapatoria.

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