Cap. 4: Cicatrices

En el bosque Fuhure una suave brisa acaricia las hojas de los verdes árboles bañados por los rayos del sol, entre las ramas las aves revolotean entonando sus alegres cantos que se unen al sonido de las aguas del río que corren con energía. De entre unos arbustos un joven ciervo olfatea el aire atraído por la necesidad de beber de esa refrescante agua, con pasos sigilosos y moviendo las orejas en busca de algún sonido extraño que le indique la presencia de un hombre o de una fiera se acerca a la orilla, ya convencido de que es seguro a su alrededor comienza a beber sintiendo la satisfacción de saciar su sed. 

—Eres mío —susurra la voz de un joven que suelta la flecha tensada en su arco.

El proyectil recorre la trayectoria marcada hasta atravesar el corazón del animal que ni siquiera se da cuenta de la presencia de un acechado hasta que la muerte lo alcanza. El ciervo cae pesadamente soltando su último suspiro a la orilla del agua que sigue corriendo indiferente.

—Eres una buena pieza, alimentaras a más de una familia —dice el cazador parándose al lado de su caza, al bajar el rostro fija la mirada en el reflejo de su rostro en el agua, contiene un suspiro al ver cuanto se parece a su padre, aunque no puede asegurarlo ya que hace diez años que lo vio por última vez.

El joven se echa el animal sobre los hombros soportando el peso que lo hace soltar un suspiro, aunque está seguro de que podrá soportarlo hasta la tribu, ha cargado presas más pesadas que esta. Una vez incluso llevo un puma adulto ganándose el asombro de sus colegas, no sólo por el logro de cazar a tan peligroso animal, sino por lograr cargarlo él solo. Pero los elogios es lo que menos le importa, a diferencia de la mayoría, no le interesa lo que los demás piensen de él, si se hubiese guiado por las opiniones de la gente hoy en día ni siquiera sería un cazador. Lo único que ocupa si mente es pensar en cuanto comerciará con su caza, él se quedará con un cuarto que su abuela sabrá racionar en varias comidas, en cuanto al otro podrá cambiarlo por varias frutas y verduras, ya que ese día se entregó tanto a la persecución del animal que no pudo encargarse de una recolección, la piel será bien apreciadas por varias mujeres, aunque quizás decida quedársela, lo cierto es que esos animales parecen cada vez más escasos. Una mala señal sin duda, el bosque Fuhure siempre ha sido un lugar lleno de vida y de sustento para la tribu, pero en los últimos años por alguna razón algunos cazadores de la tribu han vuelto con las manos vacías, como si el bosque se negara a brindarle el sustento necesario para sobrevivir.

—¡Oh, Tekay, debes agradecer al Gran Espíritu por haberte prosperado! —festeja una anciana con una amplia sonrisa al ver a su nieto volver.

—Yo no le debo nada como para tener que agradecerle —responde el joven dejando el ciervo junto a su choza echa de pieles y ramas.

—¡Muchacho testarudo, por solo respirar deberías agradecerle! —replica la anciana pellizcándole la mejilla con cariño.

—Me ha arrebatado mucho, no puedo agradecerle por eso —reclama el joven apretando sus gruesos labios.

—Todos tenemos un ciclo que cumplir, y todo tiene un propósito. Así como un momento de dolor por el que pasa una madre trae la alegría de una nueva vida, la pérdida por la que has pasado te prepara para algo mayor. Debes confiar, hijo, no te cierres a la luz que nos guía —ruega la anciana con una dulce sonrisa que forma más arrugas alrededor de sus ojos.

—Yo... yo iré a limpiar el ciervo, te dejaré carne para la cena —se excusa el joven bajando la mirada para no seguir con esa conversación que lo hace sentirse vulnerable.

—¡Claro que no, necesitas descansar, yo me encargaré! Mejor ve a buscar unas frutas a lo de Juhion, hoy le envié una túnica de piel que debe pagarme —ordena la anciana empujando al joven para que marche hacia donde lo envía.

Tekay menea la cabeza y camina a través de las chozas esquivando los niños que revolotean jugando, debe confesar que si no fuera por su abuela no podría haber llegado a ser uno de los mejores cazadores de la tribu. Ella le enseñó todo lo que sabe, a ser casi una parte más del bosque para rastrear y cazar las mejores presas, y su talento ha servido para atenuar la marca del pasado de su familia. Aunque le parece increíble que esa mujer siga creyendo en la bondad del Gran Espíritu después de haber perdido a su hijo y a su nuera tan injustamente, un crimen por el que aún nadie ha hecho justicia, sangre inocente que nadie ha expiado, y que incluso parece que él es el único en recordarlo.

—¡Esta fruta está deliciosa! —exclama una alegre voz femenina.

Tekay se paraliza al reconocer esa dulce voz que lo hace estremecerse, con el corazón  latiéndole con fuerza en el pecho observa la  bella figura de la muchacha que se encuentra a la entrada de la tienda de Juhion. Sintiendo la boca seca observa esa larga cabellera negra como la noche que recae sobre el vestido de piel blanco que cubre a la delicada hija del jefe. Soltando un suspiro tarta de decidirse si se atreverá a estar en el mismo lugar que ella, o esperará a que se marche para no tener que cruzarla.

—¡Tekay, acércate, tengo guardado todo lo que pidió tu abuela! Ese abrigo que me hizo ha quedado estupendo —llama Juhion rascándose la barba a la entrada de su choza donde exhibe montones de frutas y vegetales encima de unos cueros.

Tratando de normalizar su respiración el joven se acerca con pasos lentos hasta pararse al lado de la muchacha que parece haberse puesto tan tensa como él. Y supone que no puede culparla, no hay forma en que la hija del jefe quiera siquiera compartir el mismo aire que el despreciado de la tribu.

—Gracias Juhion, luego te traeré una pieza del ciervo que cacé —responde Tekay controlando su voz temblorosa.

—¿Un ciervo? Es increíble como te prospera el Gran Espíritu, hace al menos seis soles que no he oído que alguien es tenido tan buena caza —exclama Juhion entrando a su choza para buscar la fruta que ha reservado para la anciana.

—La gente comenta que te has convertido en el mejor cazador de la tribu —comenta la muchacha posando su tímida mirada de color miel sobre el joven.

—No creo que sea para tanto, solo he procurado no morir de hambre como alguna sermones hubiesen deseado —responde Tekay entre dientes sintiendo asco por la hipocresía de la gente que lo alaba, la misma gente que cuando volvió huérfano lo despreciaban, susurraba a sus espaldas por ser el hijo de un asesino, incluso hasta llegó a oír el deseo de alguien  de que una fiera lo matara en el bosque.

—A veces los hombres pueden cometer errores y juzgar demasiado de prisa, pero eso ya ha pasado, hasta mi padre ha dicho que eres uno de los cazadores más prometedores para el futuro de la tribu —replica la muchacha con ansiedad deseando ver una sonrisa en el rostro de ese muchacho que la hace sentir como una niña insegura.

—Estoy seguro de que no todos opinarían lo mismo, sobre todo perteneciendo a un pasado que no quieren recordar  —responde Tekay sintiendo el rencor que por años ha ardido en su corazón.

—Deberías intentar sanar la herida que llevas, aunque no quieras creerlo, la gente no está en tu contra. No deberías permitir que el pasado te hunda en el dolor  —replica la muchacha con evidente preocupación.

—¡Yo no puedo olvidar la injusticia que se cometió con mis padres, una injusticia de la que tu padre fue el principal responsable! —acusa el cazador con la respiración agitada apretando los puños a los lados de su cuerpo.

—¡Pues yo no puedo hacerme responsable de algo que sucedió cuando solo era una niña, ni tengo motivos para dudar de la capacidad de mi padre para descubrir la verdad! —exclama la muchacha marchándose enojada con los ojos llorosos.

—No deberías ser tan duro con Mahal, es una chica muy buena que siempre está ayudando a quienes lo necesitan —aconseja Juhión pasándole una vasija con frutas al joven.

—Sé que no tiene la culpa de pertenecer a esa familia, pero no puedo simplemente ignorarla, lleva la sangre de quien decretó la muerte injusta de mi padre —confiesa Tekay soltando un suspiro de pesar al reconocer que quizás fue demasiado duro con ella.

—Es una muchacha dulce y trabajadora, una mujer así es lo que necesitas para sanar, así que procura dejar de alejarla de tu lado. Soy viejo, pero puedo reconocer que ella siente algo por ti —afirma el vendedor con una sonrisa dulce como si estuviera aconsejado a su propio hijo.

—La próxima vez intentaré tratarla mejor, y en cuanto a que sienta algo por mí, lo cual dudo, no importaría mucho porque su padre y el chamán jamás permitirían que tal unión se establezca —sostiene el cazador tomando su pedido y volteándose para volver a su hogar. 

—¡Dale una oportunidad, ella se la merece! —aconseja Juhión deseando que el muchacho no sea tan testarudo como para perder a esa jovencita.

Sin responder Tekay comienza a caminar siendo capaz de divisar a Mahal que se aleja sin mirar atrás, sabe que no es justo cómo la ha tratado, pero no puede evitarlo, ella lleva la sangre de el hombre que no juzgó con justicia a su familia. Aunque no puede ignorar que ella provoca algo en su cuerpo, algo que lo hace sentirse inseguro, frágil, incluso más asustado que al tener que enfrentar a una fiera, lo lleva a un estado que nadie ni nada más puede provocarlo, ¿Acaso podría ser el amor del que Juhión hablaba?

—¡Ya se puede escuchar el sonido de los tambores, Tekay! —advierte la anciana mirando hacia afuera de la choza a los cazadores marchando hacia la fogata central en medio de la estrellada noche.

—Aún estoy comiendo —se excusa el muchacho sentado con un tazón de un suculento guisado entre las manos.

—¡Todos los cazadores deben estar presentes cuando los tambores suenan! —reclama la anciana mirando a su nieto con severidad.

—Perder una noche escuchando aburridas historias, prefiero ocuparla descansando para poder ir al bosque temprano para cazar —contesta el joven encogiéndose de hombros con total indiferencia hacia la dichosa reunión.

 —¡Pero que muchacho testarudo, y tonto también! ¡Esas historias son el origen de nuestra tribu, las raíces que nos han hecho lo que hoy somos! ¡No debemos olvidar de dónde venimos y gracias a quienes hoy gozamos de bienestar! —sostiene la mujer caminando con pasos lentos hacia su nieto que se alarma.

—No vas a dejarme en paz hasta que vaya, ¿Verdad? —pregunta Tekay soltando un suspiro de molestia.

—Te llevaré de la oreja hasta allí si es necesario —advierte la mujer apretando los labios con disgusto.

El cazador toma su arco torciendo la boca en señal de disgusto, pero ante la sonrisa triunfante que ve en su abuela no puede evitar sonreír y darle un beso en la frente. Aunque a su parecer puede llegar a ser un tanto molesta con la ceremonias de la tribu, no puede sentir más que cariño y gratitud por esa mujer se encargó de criarlo cuando quedó huérfano. Lo cual debe admitir que no fue una tarea sencilla, no sólo por tener que encargarse ella sola de proveer lo necesario en el hogar, sino porque él siempre fue bastante testarudo para escuchar sus consejos, y sobre todo reacio a aceptar aprender sobre todo lo que estuviese relacionado con el Gran Espíritu. Desde el momento en el que su Dios se negó a proteger a sus padres, él decidió que no le seguiría, que no sería una de las piezas que ese ser divino podía usar a su antojo en la tierra.

—¡Me alegra ver que todos y cada uno de los cazadores se han reunido con nosotros! —anuncia un hombre fornido de cabello gris llevando una piel de yaguareté a modo de capa.

Tekay siendo el último en llegar se sienta en el lugar más alejado que encuentra, nunca le han agradado esas reuniones, pero es obligación de cada cazador asistir para ser guiado por la sabiduría del chaman y los consejos del Jefe al que escucha dar la bienvenida.

—Hace muchos soles y lunas el Gran Espíritu formó todo lo que vemos con el poder de su palabra, y aún al hombre mismo, el cual por desobedecer a la orden divina fue echado a la tierra para vivir de ella trabajándola con esfuerzo. Nuestra gente andaba conduciéndose como le parecía, y sin ningún tipo de guía, vagando de un lugar a otro, hasta que el Gran Espíritu envío a cuatro mensajeros del cielo para que nos guiarán: Colmillo Blanco, Gineyra, Kazora, Sundúa. Ellos nos enseñaron sus artes y nos hicieron gozar de paz durante su constante dirección, al menos hasta que la mente del Jefe de los Unpiom fue envenenada por la oscuridad y enfermo de ambición comenzó una guerra en la que sumió a las cuatro tribus. Una guerra que terminó con su derrota y posterior destierro de los Unpiom a la selva del silencio, pero que costó un alto precio, que los guardianes perdieran su confianza en nosotros y se alejaran. Pero nosotros nunca hemos dejado de buscar el rostro del Gran Espíritu, buscando expiar nuestras culpas y deseando serles aceptos, por eso en esta noche elevamos nuestro corazón a él —relata el Jefe levantando sus manos al cielo seguido por todos los presentes que demuestran su respeto a su creador.

—“Recibe nuestra adoración, y mira con amor nuestras pobres vidas, hijos tuyos, y pueblo tuyo somos. Recíbenos y bendicenos, miramos y guianos hacia tu luz” —exclama todos a una voz con la vista fija en el cielo estrellado.

—Que el Gran Espíritu se agrade de nosotros, y nos guíe en el transcurso de esta reunión. Pues tengo un aviso importante que dar, mis huesos se han vuelto débiles y mi mente comienza a anhelar la vida más allá de esta. Por lo que es necesario que se nombre un sucesor, no habiendo tenido un hijo varón, la tradición decreta que un cazador deberá tomar a mi hija como mujer para hacerse con el cargo —informa el Jefe observando los rostros sorprendidos de los presentes.

—Sin embargo, los pretendientes deben pasar una serie de pruebas para probar ser dignos de tal honor —advierte el anciano chaman con una sonrisa divertida.

—Todo cazador Fuhure puede presentarse a esta prueba, aunque el Jefe puede señalar a quien quiere que se presente a la prueba —anuncia el Jefe mirando a varios jóvenes que palmean la espalda de uno los cazadores de tres trenzas de cabello negro y orgullosos ojos.

—Aunque para los demás es optativo participar o no, el nombrado por el Jefe tiene la obligación de participar —aclara el chaman esperando que sea su hijo el nombrado.

—Quién debe presentarse a la prueba es Kopuru, hijo del chaman Dreido —anuncia el Jefe mirando al joven que se para en su lugar para recibir los aplausos y gritos de apoyo de sus compañeros—, y no sólo él, también Tekay, hijo de Tebiu el iluminado tendrá la obligación de participar —exclama el anciano causando una conmoción en la que incluso el muchacho nombrado se encuentra inmerso.

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