Vuelta a la normalidad

Estar en casa era maravilloso, con mi pequeño y mis cosas me sentía mucho más tranquila. Revisé la contestadora y el correo, puse al día los pagos de las facturas y respondí a los mensajes de trabajo. La despensa estaba vacía por lo que salimos a hacer las compras. Tomé el abrigo, la correa de Xander, el bolso de mano y fuimos a dar una vuelta. Casi involuntariamente, pero no tanto, pasé por el edificio de Dante con la esperanza de encontrarlo, por supuesto no tuve suerte, el portero al reconocerme me dedicó una sonrisa y yo le devolví otra. Al volver a casa luego de hacer algunas compras, prendí el equipo de música y Keane con Again And Again comenzó a sonar. Guardé las compras, llené los cuencos de Xander y me puse a cocinar, me preparé un exquisito estofado de ternera madrileño con un robusto vino cabernet. Luego de la cena guardé la ropa que había llevado a la clínica y metí en el cesto la que debía ir a la lavandería. Me metí a la ducha y luego en la cama. Abracé a Xander que yacía a mi lado apoyando su húmedo hocico en mi nariz.

—Es bueno estar de vuelta en casa ¿Verdad? —cerré los ojos y fui completamente consciente del aroma de Dante en mis sabanas. Aún tenían su perfume, la combinación perfecta de él junto al maravilloso olor del Fahrenheit. Esa noche lo volví a soñar. Me soñé en sus brazos, ambos estábamos tendidos en la cama luego de una gran sesión de sexo, él acariciaba mi espalda con la yema de sus dedos, su respiración me hacía cosquillas en el pelo, sentí el calor de su cuerpo, la fuerza de sus manos, y la dulzura en sus ojos, esa misma mezcla dulce y sádica que me volvía loca. Me desperté sofocada, apenas podía respirar, las lágrimas corrían por mi rostro desenfrenadas, los sollozos exaltaron a Xander que se levantó de golpe. Traté de controlarme, no entendía muy bien que me pasaba, entonces recordé el sueño, lo entendí, lo que me pasaba, era su ausencia, la necesidad de él. Me metí al baño para alistarme y componer un poco mi rostro. Mientras desayunaba comprendí que no podía seguir esperando que él apareciera, yo se lo debía, y ahora que había vuelto era momento de reconquistarlo, de ningún modo estaba dispuesta a perderlo. Lo recuperaría como diera lugar, estaba decidida a ello.

—Lo recuperaremos, te lo prometo —le dije a Xander que me miraba con ojos curiosos. Busqué entre mi ropa y elegí un lindo conjunto de ropa interior de encaje negro, medias ligeras haciendo juego, encontré un vestido negro de mangas largas que se ajustaba a las curvas de mi cuerpo y me llegaba por encima de la rodilla, tenía un tajo en la parte de atrás, y el escote era cuadrado lo que hacía que mis senos se vieran más grandes, unos zapatos azules con plataforma escondida y un tapado a cuadrillé blanco y negro, me maquillé suave pero tentadora, levanté descuidadamente mi cabello en una cola de caballo, me bañé en perfume, cogí un bolso de mano donde metí las cosas, le dediqué una sonrisa a Xander y salí decidida a recuperar al amor de mi vida. Manejé con manos temblorosas, no tenía idea de si me recibiría o no, pero lo iba a averiguar. Al llegar al edificio Navarro Inc. Mi corazón se salía de mi pecho, golpeaba desbocado contra mis costillas y el aire amenazaba con abandonarme por completo. Caminé lentamente hasta el mostrador.

—Buenos días —dije con una sonrisa.

—Buenos días señorita Vázquez, aquí tiene su credencial —claramente la recepcionista no sabía que Dante me había abandonado y agradecí por eso.

—Gracias, que tengas buen día —me dirigí directo al ascensor y marqué el último piso. Las piernas me temblaban y estaba segura que el coraje me dejaría en el momento en que lo vea. Cuando las puertas del ascensor se abrieron y vi a Elizabeth sentada tras el escritorio respiré hondo y traté de armarme de valor. Caminé lentamente, pero de manera segura a través del recibidor. Los ojos de la pequeña rubia se clavaron en mí con sorpresa, ella estaba al tanto, era obvio.

—Señorita Vázquez, qué sorpresa.

—Buenos días Elizabeth, me alegra verte. ¿Cómo has estado?

—Bien, ¿y usted?

—Bien, gracias. ¿Dante está ocupado?

—Le aviso que está aquí.

—¿Podrías no anunciarme, por favor?

—Señorita, yo…

—Por favor Elizabeth, le diré que no estabas en tu escritorio y que solo pasé —me miró indecisa y le regalé una enorme sonrisa y puse los ojos más suplicantes que pude. Si me anunciaba, no me recibiría, estaba segura.

—Iré al tocador. Enseguida regreso —entendí su indirecta y esperé a que ella se alejara y me acerqué a la puerta de su despacho, el corazón se me salía del pecho, tenía la respiración entrecortada, cogí el pomo de la puerta con pánico, respiré hondo tratando de calmarme y me dediqué unas palabras de aliento a mí misma. «¡No seas cobarde, anda, hazlo!». Abrí la puerta y él estaba sentado en su escritorio mirando la pantalla del ordenador. Las lágrimas se me agolparon en los ojos, el aire se escapó de mis pulmones y mis rodillas temblaron. No se percató de mi presencia, estaba concentrado en lo que hacía. Cerré la puerta haciendo más ruido del necesario y entonces levantó su mirada directo a mis ojos. Mi corazón se detuvo en ese momento, esos maravillosos ojos azules me quitaban el aliento. Su mandíbula se tensó y su mirada se volvió de hielo. Instintivamente di un paso hacia atrás.

—Hola Dante —dije con un hilo de voz. Mordí mi labio inferior de los nervios.

—¿Qué demonios haces aquí Lexy? ¿Por qué Elizabeth no te ha anunciado?

—Elizabeth no estaba en su escritorio, supongo que fue al baño.

—¿Esperaste que mi secretaria se fuera para entrar a mi oficina sin permiso? —su tono me exasperaba, podía saborear el ácido en sus palabras.

—Temía que no me recibieras si sabías que era yo. Veo que estaba en lo cierto.

—No tengo nada que hablar contigo Alexandra, necesito que te vayas.

—No me iré, no así.

—¿Vienes un mes después cómo si nada hubiera pasado y esperas que caiga a tus pies? Tú tienes que estar de broma, nena.

—¿No has recibido mi carta?

—A otro con ese cuento muñeca.

—No es cuento, te he escrito hace exactamente 29 días, y esperé pacientemente a que me des alguna señal, pero jamás la recibí.

—¿No te cansas de mentirme Alexandra?

—No te estoy mintiendo Dante, si no vine antes es porque no pude —caminé lentamente hacia él que aún estaba sentado en su sillón. Se paró de golpe y rodeó el escritorio, se apoyó en la mesa y cruzó sus brazos en el pecho. Tan arrogante como siempre, pensé solo para mí.

—¿Tu pequeño viajecito estuvo bien? ¿Dime, has encontrado un nuevo imbécil a quién fastidiar?

—Dante por favor, no seas infantil.

—¡Yo soy el infantil! ¡Ja! Tú desapareces de la faz de la tierra por un mes sin dar ninguna explicación y de repente apareces en mi oficina exigiendo que te escuche ¿Y yo soy el infantil?

—En primer lugar, no estaba de viajecito, en segundo lugar, yo sí te di una explicación, no entiendo por qué Thomas no te ha entregado la carta.

—¿Thomas? ¿Estás de broma?

—Claro que no, se la he dado a él, ya que yo no podía dártela.

—Thomas me ha dejado muy en claro que no me quiere cerca de ti, cuando fui a preguntarle dónde estabas y si te encontrabas bien, estaba preocupado por ti —sus palabras me tomaron por sorpresa, quizás no todo estaba perdido, quizás él aún sentía algo por mí.

—¿Eso te ha dicho?

—Eso y mucho más.

—Vaya, realmente lo siento, no creí que actuara de esa forma. Es sobreprotector, lo sabes.

—Sí, bueno, no es más mi problema. Ahora por favor necesito trabajar.

—Dante por favor, solo escúchame un momento…

—No Alexandra, lo siento, no puedo. Tengo una reunión y deberías irte —Se paró y se acercó a mí, puso su mano en mi cintura y mi cuerpo respondió a su toque tan particular, las miles de terminaciones nerviosas de mi cintura se estremecieron ante la electricidad de su mano, mordí mi labio inferior en busca de un poco de calma. Lo deseaba con locura, solo quería enredarme en su cuerpo, besar su boca y sentirlo mío otra vez.

—Bien, me iré. Pero volverás a saber de mí, te lo prometo —me llevó hasta la puerta, su gesto era frío y calculador, podía sentir que mi presencia también lo afectaba, pero quise comprobar qué tanto. Me giré de golpe y nuestros rostros quedaron a escasos centímetros, di un paso hacia él y mi pecho rozó su torso. Él se enderezó y pareció crecer unos cuántos centímetros más, todo su cuerpo se volvió de piedra, su mandíbula se apretó y sus ojos se encendieron. Lo miré y me mordí el labio, sabía que ese gesto lo provocaba. Apretó aún más sus dientes y el pomo de la puerta tembló en su mano. Sonreí, era justo la reacción que buscaba, aún sentía algo por mí, ahora lo sabía. Apoyé mis manos en sus hombros y me puse de puntillas para alcanzar su rostro, lo besé en la comisura de la boca por unos segundos, no fue rápido, disfruté de cada uno de ellos, me di media vuelta y me fui. La puerta se cerró inmediatamente detrás de mí de un golpe, estaba encabronado, lo sabía. Sabía que golpearía algo y maldeciría eso me hizo soltar una risita.

—Gracias Elizabeth —le dediqué un guiño y me metí al ascensor. Me recliné en la pared, cerré los ojos y normalicé mi respiración, lo amaba, lo amaba con locura y estar cerca de él sin poder tocarlo era una tortura. Pero sus ojos me hacían tanto daño, su mirada era tan fría como el hielo, y temí no poder derretirla nunca más. No iba a darme por vencida y Tomy me escucharía. Se había pasado en su papel protector. Estaba saliendo del ascensor y vi las llaves del auto en el bolso. Volví a meterme y tecleé el último piso de nuevo.

—¿Sigue en la oficina? —pregunté a Elizabeth mientras pasaba como un tornado por su escritorio de camino al despacho, negó con la cabeza y me metí. Recogí una hoja y una lapicera.

«Aquí te dejo las llaves del auto que me regalaste, si ya no me quieres a mí, no quiero tu regalo. Aún hay cosas tuyas en mi casa, te las mandaré, o si prefieres manda a Félix por ellas. Adiós, Lexy.»

Dejé las llaves encima de la nota y salí.

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