Baby Club
Baby Club
Por: Ravette Bennett
Prólogo

Abro los ojos claramente incómoda por los ruidos y gemidos que se escuchan a través de las paredes que se conectan con la habitación de al lado. Por fin había llegado el viernes y la rutina de la que era una fiel esclava estaba a pocas horas de quedar atrás. Siempre era lo mismo; levantarme para ir a la universidad, regresar y de forma rápida ducharme, pasar a las oficinas de mamá y dejar que uno de sus gorilas armados me lleve al aeropuerto y perderme en algún lugar paradisiaco. ¡Mierda! me había quedado dormida en una de las habitaciones que usaban para sus filmaciones, no tenía hambre, puesto que había ingerido algo de comida que me trajeron amablemente. Mi hermana mayor solía decirme que la comida era una de las cinco paradas para llegar al deseo de satisfacer los instintos más primarios de un hombre.

Mi madre era la dueña de Yorky Model World, una de las empresas más grandes que el mundo del porno pudiera tener. Cuando era joven mi padre nos abandonó y mi madre no tuvo otra opción que volverse prostituta, y en uno de esos tantos encuentros sexuales conoció a Ricardo; el antiguo dueño de la empresa, solo que él se dedicaba a la trata de blancas. Cuando murió a causa del cáncer pulmonar que padecía prácticamente mi madre se quedó con todo. Lo único que cambió fue que ella no obliga a nadie a entrar, las chicas y chicos que actúan en las películas pornográficas son personas meramente cabales y mayores de edad que quieren ganar dinero fácil. Mi hermana está metida hasta las narices en este mundo pero yo... no.

A mis 23 años nunca he tenido novio, y por ende jamás he tenido sexo con alguien, estudió Filología en la universidad debido a que hubo un tiempo en mi etapa de rebeldía que perdí dos años de escuela, dos malditos años en los que prácticamente me la pase viajando. Aunque no me parecía el modo de trabajo de mi madre, no podía quejarme, nos daba todo, desde cariño, hasta las comodidades y gustos más excéntricos que pudiéramos tener. Por ahora, solo sabía que mi siguiente parada era; Londres.

Me pongo instintivamente de pie dispuesta a salir de mi confinamiento, y cuando lo hago las luces rojo neón me lastiman los ojos, el corredor estaba vacío.

"Tengo ganas de follarte, metertela en tu trasero caliente y embestirte hasta quedar saciado"

El diálogo del chico de al lado era un poco vulgar para mi gusto, pero eso era lo que vendía así que supongo que estaba bien para ellos. Camino firmemente en dirección a la oficina de mi madre cuando pienso seriamente que tal vez mi vida sería un poco más liviana si tuviera amigos, pero no los tenía. Mientras la mayoría de los chicos y chicas de mi edad pensaban en casarse, trabajar y formar una familia, yo pensaba en terminar mi carrera y alejarme de tanta m****a. Esa era la vida normal de una persona normal; encontrar al amor de su vida, o si no es el amor, alguien con quien compartir el resto de tu vida, tener los hijos que se lleve planeado, y dejarse abandonar a la mayor de las suertes.

Pero yo no estaba dispuesta a todo eso. Sigo por un corredor un poco angosto y subo al ascensor, lo primero que veo al entrar es a un hombre apuesto, un tanto mayor, de hecho podría ser mi abuelo, quien me mira de arriba abajo como si fuera un pedazo de carne a punto de engullir, se remoja los labios cuando aprieto el botón que tiene iluminado el último piso y su respiración detrás de mí nuca, me eriza la piel. Me siento un tanto segura debido a que todos me conocían, no había ni un miserable aquí que no supiera quien soy, si se atrevían siquiera a metérmela con el pensamiento, mi madre los mandaba asesinar, así de fácil.

Agarro con fuerza el bolso en donde tengo mis libros y tomo una bocanada de aire cuando el viejo degenerado sale no sin antes girar sobre sus talones y aventarme una asquerosa y muy perturbadora sonrisa, echando una breve ojeada a mi cuerpo por última vez. Las luces azul neón que iluminaban el ascensor me ponían de mal humor pero lo soportaba únicamente por mi madre.

—Maldito anciano decrépito —suelto con molestia.

—Eso no pasaría si no vistieras una falda tan corta.

Una voz gruesa hizo que me girara de golpe para encontrarme con unos ojos tan penetrantes que en una fracción de segundos hizo que me sintiera en peligro. Era un hombre de anchos hombros, guapo y con cierto aire de elegancia que envuelve el ambiente en un manto muy hostil, traía puesto un traje Armani, y una loción a sándalo que me provocaba las ganas de querer estornudar.

—¡Mierda! no te había visto, debes ser uno de los nuevos empleados de mi madre ¿cierto? —se me encoge la garganta al ver como se acomoda la corbata y se acerca un poco más a mí.

—¿Qué te hace pensar eso? —suena ansioso.

—Pues porque nunca te había visto por aquí —las palmas de mis manos empiezan a sudar mientras observo con discreción su hermoso perfil, comprobando que no debía ser mucho mayor que yo, tal vez unos 25 o 27 años.

Él en cuestión guardó silencio unos segundos, era la primera vez que hacía contacto visual con un chico por más de dos minutos y no sabía cómo reaccionar. Mi corazón da un vuelco cuando observo como una de las comisuras de sus labios se eleva al cielo dando una sensación de triunfo.

—De casualidad... ¿eres Celia Blackorth? —su tono de voz era seria.

«¿Y a éste qué le pasa?»

—No, ¿por qué buscas a mi hermana?

El ascensor abre sus puertas y él me mira de un modo que me provoca un ligero escalofrío.

—Creo que aquí bajo yo —dice al tiempo que pasa a mi lado y siento el roce de su mano contra la mía haciéndome tragar saliva.

—¿Acaso eres el novio de mi hermana?

Demasiado tarde, las puertas del ascensor se vuelven a cerrar y con ello me quedo sola. Respiro hondo y cierro los ojos pensando en la posibilidad de que se tratara de algún acostón de mi hermana, ella era cinco años mayor que yo, mucho más guapa, no tenía muchos atributos, de hecho cuando nos molestamos por cualquier banalidad solía enfurecerse cuando la comparaba con una tabla, ella tenía ojos oscuros, tanto, que de pequeña fantaseaba con que eran dos hoyos negros, su cabello era muy rizado, de hecho no nos parecíamos mucho salvo por el color de piel clara. A diferencia mía que pese a ser muy delgada, Dios me había concedido la fortuna de tener un pecho grande y un trasero que me encargaba de tonificar diariamente en nuestro gym personal. Mis ojos eran color miel con ligeros destellos verdes y mi cabello era liso color avellana.

De cualquier modo me importaba poco la vida sexual tan acelerada que llevaba mi hermana mayor, solía crear cuentas en aplicaciones para conocer gente y echar un polvo. Así que seguramente ese tipo trajeado era uno de ellos. Cuando llego al último piso respiro hondo mientras me dirijo al pasillo aferrándome a esa sensación de que alguien me vigila. Recorro el estrecho pasillo, abrumada, observo que sobre el piso de mármol blanco destacan grandes jarrones con plantas exóticas. Los cuadros de las paredes blancas eran legítimas obras de arte, muchos de ellos traídos desde Inglaterra y Francia. El gusto de mi madre era exquisito.

Al final del pasillo se encontraba una enorme pared pintada de color negro, con líneas que forman hileras geométricas, donde los espacios suelen estar perfectamente delimitados, creando esa sensación de simetría tan estimulante para los sentidos y tan propia al orden y a la calma, en esa última pared hay un retrato de nosotras tres; Celia, mamá y yo.

Dos guardaespaldas de primera categoría están resguardando la puerta de la oficina de mi madre, y en cuanto me ven me dejan pasar. Cuando entro, un dulce aroma a jazmín inunda mis fosas nasales agradeciendo mentalmente el buen gusto. Mi madre estaba sentada firmando unos papeles, y en cuanto me ve, sus ojos se agrandan y una sonrisa de oreja a oreja se asoma en sus labios.

—¡Oh, mi dulce, dulce bebé! —Mi madre se acerca a mí y me envuelve en sus brazos para después darme un tierno beso en la cabeza—. ¿Cómo estás?

—Mamá, ya no soy un bebé, tengo veintitrés años, ¿recuerdas? —le digo con dulzura—. Y estoy bien.

—¡Tonterías! para mí, Celia y tú siempre serán mis pequeños bebés —mi madre toma asiento y vuelve a lo suyo mientras yo comienzo a caminar alrededor del despacho mientras anclo mis enormes y curiosos ojos sobre las nuevas pinturas que mi madre ha adquirido.

—Sabes, creo que Celia tiene un nuevo romance pasajero —susurro.

—¿En serio? —pregunta con voz neutra—. ¿Te ha mencionado algo?

—No, pero mientras subía por el ascensor me encontré con un hombre muy apuesto, puede que sea dos o tres años mayor que yo, vestía un traje con una corbata muy extraña —masculló mientras recuerdo todo.

—¿Una corbata extraña? —mi madre suelta una ligera carcajada sin apartar la vista de los documentos que está firmando.

—Sí, al final de la corbata estaba plasmado un dragón dorado.

Mi madre se puso de pie rápidamente, alzó la barbilla para mirarme a los ojos. Se hizo un silencio incómodo hasta que reunió el valor suficiente para articular algo.

—Están aquí.

De algún modo aquellas palabras azotaron como un viento helado mi corazón, y de inmediato entraron los guardaespaldas de mi madre.

—Bryony, no te muevas de aquí, no salgas y pase lo que pase, escuches lo que escuches no te atrevas a abrir esa puerta ¿entendido? —Me ordena mi madre frunciendo los labios con amargura—. Voy por tu hermana.

—¿De qué hablas? —frunzo el ceño tratando de entender.

—Solo haz lo que te pido, ¿sí? —mi madre me vuelve a dar un dulce beso en la mejilla y sale con sus guardaespaldas cerrando la puerta con llave.

Enseguida y sin previo aviso se va la luz dejándome sumida en medio de la oscuridad, solo la luz de la luna se filtraba como una ladrona por las ventanas, dando dos zancadas me dirijo a la puerta e intento abrir cuando escucho que mucha gente comienza a correr, entonces un ruido llamó mi atención, me giro y veo las ventanas abiertas provocando que el viento ondeara las finas cortinas que mi madre mandó traer de Turquía. Por puro instinto de supervivencia corro al escritorio de mi madre y colocando la contraseña correcta de su caja fuerte, saco la pistola que siempre tenía resguardada para después apuntar a la nada.

El silencio era tan ensordecedor que podía escuchar mi respiración. Aquella noche era diferente a las demás, la oscuridad tenía un ligero matiz que me erizaba el vello. Saco mi celular e intento llamar a mi madre pero al instante me maldigo por no haber puesto a cargar la pila. De inmediato dejo el aparato inservible sobre el escritorio.

—¿No crees que esa es un arma muy peligrosa para alguien de tu edad?

Una voz gruesa obliga a girarme pero es demasiado tarde, aquel hombre me tira de un golpe la pistola, rodeando mi cintura con sus fuertes brazos y acercándome hacia él. Nuestros ojos pese a la penumbra de la oscuridad, se cruzan. Mi madre nos había llevado a clases de defensa personal, por lo que no dudo ni un segundo en darle una patada en la entrepierna, rápidamente me suelta e intento ir por la pistola pero es más veloz que yo, me alcanza y damos varias piruetas sobre el suelo hasta que termina quedando encima de mí. Al darme cuenta de la posición en la que nos encontramos siento vergüenza.

—Chica lista —rio con amargura.

—¿Quién eres? —pregunto sintiendo su peso sobre mi cuerpo y algo extraño rozando mi sexo.

—Tu peor pesadilla.

—Idiota.

Vuelvo a hacer un intento por quitármelo de encima colocando mis manos sobre su cuello, afloja queriendo salir de mi pequeña prisión cuando lo obligo a girarse terminando encima de él a horcajadas.

—¡¿Quién eres y qué es lo que quieres?! —exclamo sin darle la oportunidad de decir siquiera algo en su defensa.

—Sabes, sigo pensando que esta falda que traes es muy corta —me dice con sorna tomándome del brazo para aventarme al suelo como si fuera un trapo sucio y se pone de pie—. Tranquila, solo he venido a verificar algo.

Recupero la pistola y le apunto sin temor alguno con mi corazón galopando a toda velocidad.

—¡Explícate mejor! —Un ligero temblor domina mis manos pero me repongo al instante no dejando que aquel tipo se diera cuenta.

Enseguida la luz volvió iluminando todo el lugar, anclo mis ojos sobre aquel hombre y me doy cuenta que se trata del mismo que estaba en el ascensor después de que aquel viejo degenerado se marchara.

—Hueles como el verano —dijo mientras se acomodaba la corbata con elegancia—. Me gustaría que aún fuera verano, sabes, pareces una niña.

Enarco ambas cejas hasta que reparo con lo que quiere decir; mi cabello largo hasta los hombros, estaba trenzado en dos secciones avellanas perfectamente simétricas. Algo que sin duda alguna me molestó de sobremanera y al mismo tiempo me intimidó un poco.

—Pareces una niña, con cuerpo de mujer y eso excita a un hombre como yo —No me había dado cuenta que ya estaba a solo unos cuantos centímetros de mí y que yo ya había bajado la pistola al escuchar un grito proveniente de afuera—. Es una lástima, todo acabó, tengo que irme.

Sin pensarlo, sin darme tiempo a reaccionar, pasó una de sus fuertes manos por detrás de mí cuello y me besó, fue un momento rápido, fugaz, pero que mi mente se empeñaba en hacerlo parecer como en cámara lenta. Sus labios fríos, suaves, y gruesos hicieron que en mi estómago se aloje una sensación extraña y placentera al mismo tiempo, ¿así eran los besos? era mi primera vez y la ilusión de mi primer beso se lo había robado un completo desconocido.

—Dale esto a tu madre —me tiende un pedazo de periódico y enseguida sale por una de las puertas conectadas a los cuartos de servicio como la lavandería y se pierde.

Bajo la mirada y desdoblo el pedazo de periódico, era una noticia que al parecer estaba en primera plana.

MUERE DE MANERA EXTRAÑA EL HIJO MENOR DEL EMPRESARIO EZEQUIEL FELTHOM

"Las cenizas de Cameron Felthom serán depositadas solemnemente en Tokio, bajo un altar ceremonial que la familia se ha encargado de llevar a cabo tras su muerte tan repentina. Se sabe que los Yakuza desfilarán para darle el último adiós al hijo menor del empresario. La ceremonia se llevará a cabo en uno de los recintos que la familia posee en Tokio, aunque no han querido dar explicaciones de lo ocurrido, pero rumores corren de que se trató de un asesinato a sangre fría por una lucha de poder entre empresas"

Después de la corta nota de hace dos días, llama mi atención una fotografía en la que se puede apreciar como en la entrada de dicho aposento, hay en las paredes grandes fotografías del muerto, así como enormes estandartes de lienzo blanco y negro con el nombre del occiso. Se puede apreciar cómo los deudos se acercan cautelosos para encender inciensos, había leído en un libro de historia que en Japón eso significaba que con cada inclinación proclamaban la libertad del espíritu fallecido.

A excepción de la familia, todos iban ataviados con magníficos kimonos de color negro, mientras que las mujeres iban cubiertas con capas blancas que se acostumbraba cuando se realizaba un velorio. ¿Qué tenía que ver todo esto con mi madre? La puerta se abre de golpe y entra Celia con una herida en el hombro y me abraza.

—Gracias a Dios estás bien —me hostiga con su muestra extraña de cariño.

—¿Qué está pasando Celia? —cuestiono molesta por saber que algo me ocultan—. Un tipo me ha dado esto para mamá.

Le tiendo el papel y ella extrañada comienza a leerlo, su rostro palidece y enseguida lágrimas se derraman sobre sus mejillas.

—No puede ser...

Mi madre entra firme para verificar que todo esté bien, rodeada de diez guardaespaldas y al vernos le arrebata el pedazo de papel a mi hermana, lo lee con detenimiento y un destello de amargura y tristeza se cruza por sus ojos.

—Mamá, ¿qué significa todo esto? no entiendo nada.

—Está muerto, está... —solloza mi hermana con desesperación.

—Bryony, significaque se irán a Londres una temporada, no están a salvo, no lo estamos, alguienha despertado al monstruo.

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