Capítulo Cinco

No soy una dama, no estoy en peligro y no te necesito, esfúmate.

Megara. Hércules.

Liz

Mi cabeza me mata. ¡Ay, mi Dios!  y ¿por qué entra tanta luz en mi habitación? Parpadeo varias veces para poder enfocar, pero me duele tanto que solo acomodo el brazo ante mis ojos incapaz de poder moverme. Despacio, como un hongo infectando todo lo que toca, todo lo ocurrido ayer regresa a mi cabeza, Terry y su amiga, mi hermana ayudándome a escapar, el bar, lo que no recuerdo es como llegue a casa. Espera… eso que escucho es un… ¿gallo?

Mi despertador no suena como un gallo.

—¿Qué princesa Disney eres? ¿Te pareces a Cenicienta? Pero ella tenía el vestido azul no blanco. Me gustan tus zapatos, ¿puedo probármelos? —una dulce voz, infantil interrumpe mis lamentos y cavilaciones mentales con un sinfín de preguntas.

Temo abrir los ojos y descubrir que me he vuelto loca, o que viaje al futuro y ante mí, una hija con el mal nacido de Terry, después de nuestra reconciliación. En cuyo caso prefiero que me pongan una camisa de fuerza y pasar mis días comiendo pastillas ansiolíticas y antipsicóticas como si fuesen caramelos.

—¿Por favor…? Papi dice que siempre debo pedir por favor las cosas, debo ser una princesa educada. Entonces… ¿puedo probármelos, por favor…? Es que son tan bonitos. Y hoy es mi cumpleaños. —ese «tan» sale de su boca extendiendo la a.

Abro los ojos muy lento, primero uno y luego el otro y mientras lo hago ruego a Dios, en verdad no estar en un futuro y que los viajes en el tiempo sigan siendo cosa solo de la ficción.

Ante mí, una hermosa niña, creo que la niña más hermosa que he visto en la vida, con unos rulos rubios que me dan envidia y unos ojos tan azules como el mar profundo, grandes y llenos de esperanza con sus mejillas sonrojadas, labios rojos como una fresa madura, unos dientes muy blancos y con una sonrisa tan transparente que irradian toda la inocencia de esa edad. Con un pijama de princesas Disney.

—Eh… sí, claro que puedes ponértelos. Y feliz cumpleaños corazón.

—Gracias, gracias, gracias. —A toda velocidad se quita sus pantuflas de unicornios, y se enfunda en mis zapatos.

Mientras ella se maravilla con algo tan simple, aunque bastante costosos, me dedico a admirar la habitación en la que estoy y cerciorarme de que no me he vuelto loca, o que estoy en una dimensión paralela.

La habitación parece masculina y existen dos puertas dentro de la recamara, una pequeña y la otra doble mucho grande.

Mi necesidad de un baño urgente me lleva a centrar la atención en la niña que sigue taconeando con mis zapatos y gracias a la alfombra que hay en el piso ese ruido no martilla mi cabeza.

—Tesoro, ¿podrías decirme dónde estamos y cómo consigo un baño?

—Estamos en mi casa y el baño es ese —responde de manera obvia, como solo los niños pueden y con su manito me señala la puerta pequeña.

Corro al sanitario con urgencia de vaciar el contenido de mi estómago. Una vez cumplido ese cometido voy con lo que sigue, vaciar mi vejiga.

Terminando con el llamado de la naturaleza, miro en la encimera y sin pensarlo mucho tomo el cepillo y la pasta de diente. Prefiero no pensar a quien pertenece y más en la necesidad de estar limpia. Del grifo tomo la suficiente agua para sentir mi estómago quejarse.

Salgo del aseo y la niña sique fascinada mirándose en el espejo de cuerpo entero pegado a la pared frente a la cama. Es tan hermosa y me tiene tan hipnotizada, que no escucho los pasos pesados que vienen en esta dirección, hasta que una voz ronca y espesa como miel recién sacada del panal, la cual no sé por qué reconozco y el cuerpo al que pertenece dicha voz, llega hasta la puerta y ocupa casi la totalidad de esta.

—Abba, cariño, ¿qué te he dicho de irrumpir en mi habitación?

La niña se para en seco al escuchar el regaño del que creo es su papá.

—Que no debo entrar sin preguntar. —responde bajando su cabecita apenada.

Mi instinto protector se rebela de forma instantánea, lo que me hace enojar con el adonis que ocupa la puerta y envalentonada, contesto sin pensar.

—Pero ella sí pregunto, fui yo quien la dejo pasar. —cuadro los hombros a la espera de una discusión.

La niña me mira con sus grandes ojazos y sonríe cómplice, sabiendo que estoy diciendo una mentira, y no me delata.

—Bueno ya que cumpliste con lo establecido, ve con Nana, a que te dé desayuno si no, no habrá sorpresa para ti señorita. —su tono de voz se vuelve dulce y hermoso al dirigirse a su hija, pero una mirada en mi dirección me revela que no se ha comido el cuento de que la deje pasar.

La niña, Abba, viene hacia a mí, me entrega los zapatos y hace que me baje para darme un beso en la mejilla.

—Eres la princesa más bonita que conozco. —me susurra al oído, con lo cual sale corriendo en busca de su Nana, quien quiera que sea.

Me deja atrás, para enfrentarme a lo que creo se parece mucho a un príncipe, y con el que me he quedado embobada desde que entró, con unos ojos verde claro que combinan perfectamente con sus cejas gruesas y masculinas, cabello castaño recortado con una que otra cana, lo que le da un aspecto de maduro responsable, una barba de dos días puebla su mandíbula cuadrada y acentúa el rictus serio, casi enojado en su hermoso rostro.

Su cuerpo se nota definido, atlético, y un poco musculoso debajo de esa camisa a cuadros y ese vaquero azul desgastado, marcan unos muslos logrado bajo el rigor del trabajo duro.

—¿Reconoces algo, princesa? —su voz me devuelve de manera violenta de la burbuja apreciativa en la que me sumergí, admirando su perfección, estúpida de mí.

Con la cara roja como un tomate de la vergüenza, evito responder desviando la conversación a un campo más urgente.

—Yo… disculpa, pero puedes decirme, ¿quién eres tú? ¿Dónde estoy y cómo llegue aquí? —mi tono demandante ha debido molestarle algo, pues las arrugas de su frente se intensifican y un intento de sonrisa socarrona y autosuficiente se dibuja en su rostro.

—Soy Patrick, estas en mi rancho y llegaste aquí en taxi.

—Pe-Pero… ¿cómo? ¿Vine voluntariamente? No recuerdo mucho de lo que pasó anoche. ¿Y mi bolso, mis cosas? —comienzo a dar vueltas sobre mis pies intentando buscar algo, necesito mi celular para sentirme gente, mientras… ¿Patrick…? se recuesta en el marco de la puerta.

—Como te pudiste dar cuenta princesa, no estas maniatada y amordazada, la puerta de mi habitación no está bloqueada por lo que no es un secuestro, si es lo que insinúas.

—No estoy insinuando nada, es solo que… no recuerdo nada después que… después… —estoy poniéndome nerviosa con toda esta situación, que a punto estoy de soltar la sopa a un completo extraño.

Aja ahí está, una vez localizado mi bolso, en el suelo junto a la cama y la única mesita de noche, me lanzo a buscarlo, estúpidamente tropiezo con el bajo del vestido y caigo, ganándome un tremendo golpe en la frente que me hace ver estrellas bajo mis parpados. Unos brazos cálidos y reconfortantes me levantan de la posición en la que estoy, no hay manera en la que me pueda mover sin que todo mi cuerpo se estremezca de dolor.

—Con cuidado princesa, te tengo, déjame ayudarte. —me susurra en mi oído y su hermosa voz gruesa y aterciopelada logra que un rayo recorra mi columna vertebral.

Me endereza pegando mi espalda a su pecho. De manera inmediata siento algo caliente y liquido resbalar por mi sien derecha y subo la mano hasta ubicarla en el nuevo dolor punzante en la cabeza. Me remuevo entre sus brazos pasa zafarme.

—¡Suéltame, estoy bien! —Patrick me coloca al borde de la cama para acto seguido posicionarse en mi campo de visión. «¿Por qué tengo que ser tan torpe a veces?»

—Espérame aquí, no te muevas. —me dice con un tono de voz bastante preocupado al ver que la sangre escapándose por entre mis dedos y con pasos apresurados se aleja.

«¡Rayos como duele!»

Al cabo de segundos, los pasos pesados regresan, pero ya no soy capaz de abrir mis ojos con semejante dolor.

—¡Oh linda! a ver déjame revisarte —una voz femenina se dirige a mí y con sus delicadas manos quitan la mía de su posición, rápido limpia todo el desastre de sangre—, la cabeza siempre es engañosa, es una pequeña fisura que no necesita puntadas, ya te he puesto un vendaje, será suficiente para detener la sangre y cerrar la herida.

El rostro de una mujer mayor con su cabello casi blanco, una sonrisa cordial y unos ojos azules, claros y apacibles me saluda.

—Mucho gusto, querida, soy Audrey, pero dime Nana.

—Soy Liz, mucho gusto. Le agradezco la ayuda.

—Oh, no es nada cariño, pero tu vestido se estropeo con la sangre. Y es una pena, porque es un hermoso vestido.

Miro mi escote y en efecto, el manchón rojo tiñe gran parte del pecho derecho, causando un contraste un tanto grotesco con el blanco del vestido.

—La verdad no importa mucho, la ocasión para usarlo se arruino igual que él. —Patrick se aclara la garganta y la señora recuerda que está a su espalda.

—Siento mucho escuchar eso. —Audrey, se levanta del pequeño banco en el que se sentó para atenderme y se retira de la habitación, no sin antes, ver al que creo que es su hijo, con una mirada de advertencia. O es lo que me parece.

—Bueno, ya que mi madre, te atendió deberíamos empezar de nuevo —se acerca y me tiende su mano—. Soy Patrick Galoway, y estas en mi rancho Lago Escondido.

Obnubilada por su presencia y como si de un imán se tratase, le tomo su enorme mano que engulle la mía, transmitiéndome tanta seguridad y calma que por momentos olvido el desastre en el que se ha convertido mi vida.

—Yo… soy Elizabeth Saint Ross, pero prefiero que me digan Liz, gracias por la estancia, pero necesito que me expliques, ¿cómo es que llegue aquí? ¿Y dónde es exactamente aquí? —su rictus serio, que antes no se notaba, ha vuelto con mi exigencia de información, sé que soy un poco brusca, pero este día está siendo en verdad difícil. Patrick suelta mi mano y gira sobre sus pies en dirección al ventanal de la habitación.

***

Luego de aclarar mis preguntas, sigue sin mirarme. Tiene una espalda ancha y muy tensa para el momento en el que termina de relatarme la noche anterior.

—De manera que ese chico me dejo aquí sin saber, quién eres tú y mucho menos confirmar si en verdad te conocía. ¿Y si resulta que eres un psicópata o un asesino serial? —ahora sé que me pase de la cuenta con mis comentarios, Patrick se gira de manera amenazadora y me mira con fuego en sus ojos, un fuego que proviene de las llamas mismas del inframundo.

—¿Sabes princesa? Si fuese un psicópata o un asesino serial, no estaríamos teniendo esta conversación en estas condiciones, ¿no te parece? —bufa molesta—. Ahora, me gustaría que tomaras tus cosas y llames a quien mejor te parezca para que venga a buscarte y desaparezcas de mi vida, no vaya a ser que siempre si me convierta en un asesino. —cada una de sus palabras salen con el veneno justo que la ocasión amerita.

Pasa por mi lado con una rabia furiosa que expide por cada uno de sus poros, antes de que pase del todo, tomo su antebrazo para detenerlo.

—Yo… eh… lo siento, no era mi intención ofenderte, yo… sí, ya voy a llamar a alguien que me recoja, de verdad, lo siento mucho. —me mira y mira mi mano sujetándolo y vuelve a mirarme.

Lo suelto de inmediato y antes de apartar sus ojos, noto que algo como un brillo fugaz pasa por su mirada, o eso creo ver. Este dolor de cabeza no me deja pensar bien.

—Tranquila princesa, este sitio esta algo retirado, así que no creo que te sobren de tus polvos de hadas para irte tan rápido. —Con eso dicho, me deja algo descolocada y con una extraña sensación de deja vú, preguntándome, ¿ahora qué hago?

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