ROMA (1)

A pocos metros de la Ciudad del Vaticano, se alza una majestuosa construcción de carácter renacentista. Se trata del castillo Sant Angelo. Iniciado por el emperador Adriano en el año 135 para ser su mausoleo personal y familiar, fue terminado por Antonino Pío en el año 139. El castillo está conectado con la Ciudad del Vaticano por un corredor fortificado, llamado Passetto, de unos 800 metros de longitud. La fortaleza fue el refugio del Papa Clemente VII durante el asedio y saqueo de Roma en el año 1527, que llevaron a cabo las tropas del rey Carlos I de España, Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

En un puente con el mismo nombre que se alza sobre el Rio Tiber, Leone Bellini esperaba impaciente, noticias de su hombre de confianza, Lucas Valdez. Hacia una semana ya que había hablado con él, para entonces, le había dicho que buscaría a Sebastián Costa y que haría todo lo humanamente posible para capturarlo esa misma tarde. Bellini se había sentido emocionado, la captura de Costa lo congraciaría con sus superiores. Ahora su emoción de aquel día se estaba disipado y una sensación amarga inundaba su paladar, sentía la boca seca, y la cantidad de gente en el puente Sant Angelo lo ponía de mal humor.

Mientras miraba su propio reflejo distorsionado, en el río, se puso a pensar en que la rapidez con la que había subido de puesto dentro de la organización de los Di Tella, se debía, en parte, e irónicamente, a Sebastián Costa. Salvatore Di Tella era su jefe inmediato, un tipo alto, bien parecido, de unos saludables 33 años, cuerpo atlético, pero con aficiones peligrosas. Salvatore, era el hijo mayor y heredero de los Di Tella. Cuando su padre muriera o se jubilara, el joven Salvatore ocuparía su puesto, pero, al contrario de su padre, que era un hombre experimentado en los negocios familiares, Salvatore era bastante estúpido con los números y demasiado cabeza hueca. Todo esto era tolerable, lo que era verdaderamente deleznable eran sus pasatiempos, si es que se les pueden llamar así. Salvatore solía jactarse de haber follado con todas las mujeres que había soñado desde la tierna edad de los 15 años. Los capos a su disposición le proporcionaban en cantidades obscenas, mujeres de todos los rincones de Europa, había estado en una ocasión con alguna mujer de raza negra y con alguna asiática, pero sus favoritas, al menos hasta que sus preferencias sexuales se convirtieran en aberraciones, habían sido siempre las suecas.

Para cuando Salvatore cumplió 30 años ya había tenido todo tipo de relaciones heterosexuales y homosexuales, las mujeres ya no le excitaban y los hombres lo hacían aún menos.

Entonces, una mala jugada del destino, hizo que Salvatore conociera a Matteo Ferrer, un hombre inmiscuido con redes de prostitución infantil a nivel mundial.

Durante tres años, Matteo proporcionaba niños y niñas a Salvatore para su disfrute personal. Salvatore llegó al límite cuando por medio de Leone Bellini contactó a Sebastián Costa y a su equipo, pidiendo que mediante cirugía removieran quirúrgicamente las manos y piernas de una niña eslovena de 14 años, pidió, además, que extrajeran las cuerdas vocales, pues aborrecía los gritos que los infantes daban durante el acto sexual. La idea era simple y macabra al mismo tiempo, Salvatore deseaba una muñeca sexual de carne y hueso siempre dispuesta para él. La Familia Di Tella y el mismo Bellini estaban al tanto de los crímenes sexuales de Salvatore, pero durante años se hicieron de la vista gorda.

Cuando la depravada propuesta de Salvatore llego a oídos de Sebastián Costa, este se mostró dispuesto a cooperar, incluso en una ocasión le explicó a Salvatore como se realizaría la cirugía, quien a partir de entonces se mostró más emocionado e impaciente que nunca.

Llegado el momento de la cirugía, Salvatore pidió estar presente en la sala. Costa miraba expectante desde el carro de Anestesia y en pocos minutos inicio la sedación de la pequeña niña, mientras Salvatore sacaba su teléfono móvil para grabar y disfrutar el momento una y otra vez en el futuro.

La cirujana Victoria Greco y su ayudante estaban fuera de la sala realizando el aseo de manos quirúrgico.

Momentos antes de iniciar el primer corte en la cirugía, Sebastián Costa se acercó por detrás a Salvatore; llevaba una compresa empapada con Éter, la apretó con fuerza contra su nariz y aunque Salvatore opuso resistencia, Costa lo sometió rápidamente, en pocos momentos se hallaba tan dormido como la pequeña niña en la sala de operaciones.

La cirugía se realizó, pero en lugar de la amputación de extremidades que Salvatore esperaba con ansia, el equipo le realizo al joven Di Tella una falectomía y orquiectomía totales. Nunca más el monstruo depravado volvería a atacar. Costa y su equipo habían puesto fin a la desenfrenada carrera como pederasta de Salvatore.

Recordar esto asqueaba a Bellini, pero al mismo tiempo le hacía sentirse bien, Salvatore era una escoria y merecía un castigo ejemplar; su posterior suicido hizo que Bellini ascendiera en la jerarquía de los Di Tella.

De pronto, un grupo de niños pasaron corriendo delante de él, sacándolo de sus ensoñaciones; estuvo tan cerca de ser arrollado por ellos. ¡Malditos niños, tengan cuidado! – gritó. 

Poco a poco fue recobrando la calma, sabía que lo mejor era empezar a olvidarse de su hombre de confianza. Lucas Valdez había desaparecido como si se lo hubiese tragado la tierra, y no había tiempo para guardarle luto si es que había muerto en el cumplimiento de su misión. Para colmo, Rosella también había dejado de contestar el teléfono. Leone podía sentir, casi como si algo vivo lo recorriera, un odio desmedido hacia ella, ella debía estar allí apoyándolo o al menos debería estar allí para escucharlo. No era posible que Sebastián Costa la hubiera matado y eso no le preocupaba, pero algo raro sucedía y el, allí, a miles de kilómetros, se sentía impotente, solo y se sentía consumir lentamente en las brasas de la duda y la desesperación. No podía esperar más tiempo, era el momento de actuar, el Conde (Amo y señor de la Gran Mafia y Padre de Salvatore) Di Tella estaba ansioso por vengar la muerte de su hijo, de su heredero. Había encomendado a Bellini hacerse cargo de la operación que conseguiría la captura de Costa y su equipo, pero esté apenas había logrado nada, le parecía irónico que incluso saber su ubicación había sido más mérito de su esposa que dé el mismo. Enviar a Lucas Valdez había sido otro error del que comenzaba a arrepentirse, sabía que Lucas no era estúpido, había sido su mano derecha durante muchos años y había depositado en él, toda su confianza. Ahora él estaba desaparecido. ¿Acaso Costa pudo haberlo matado, al saberse descubierto?, ¿Se habría puesto tan borracho y estaría muerto resultado de algún pleito local? Bellini no sabía nada y solo podía hacer conjeturas.

Vio su rostro una vez más reflejado en las aguas del Rio Tiber, un rostro antaño joven, con rasgos perfectamente delineados y una mirada cautivadora, hoy convertido en el rostro del miedo y de la duda. Tampoco se sentía contento con la idea de dar muerte a un hombre que, en su opinión, había hecho lo correcto al eliminar de la faz de la tierra a un tipo tan despreciable como Salvatore Di Tella. ¿Pero, qué hacer? ¿Incumplir la Orden? ¡Jamás! Para Bellini, Sebastián Costa era casi tan despreciable como el mismo Salvatore.  Le había robado poco a poco y durante años el amor de su mujer, una mujer que había prometido ante los ojos de Dios serle fiel, acompañarlo en las buenas y en las malas hasta que la muerte pusiera fin a su santa unión. Una mujer que ahora lo había abandonado y que, con toda seguridad disfrutaba burlándose de él, una mujer que probablemente, en estos mismos momentos, en los que él se sentía al borde de la locura, estuviera entregando su cuerpo a los brazos de Sebastián Costa.

Leone sintió deseos de gritar, de llorar de rabia ante la impotencia, quizá si no hubiera habido tanta gente alrededor, lo habría hecho. Si tan solo hubiera sido capaz de darle a aquella malagradecida un hijo. Los médicos habían confirmado hace años que él era el del problema, su mujer era tan fértil como los campos en primavera y el tan seco como las grandes dunas del desierto. Incapaz de producir descendencia. Hoy a sus 42 años se sentía tan viejo y cansado como podría estarlo un hombre de 80 años que ha vivido a plenitud toda su vida. Por el contrario, su nivel de satisfacción personal se hallaba por los suelos, no había logrado casi nada de lo que se había propuesto cuando era un adolescente. Su padre y abuelo habían trabajado durante generaciones bajo las ordenes de los Di Tella, y el, desde muy joven, fue obligado a seguir los pasos de sus progenitores; un camino que al principio le pareció agradable y que durante toda su vida lo había rodeado de lujos y riquezas, pero en este momento se sentía tan miserable como podría estarlo un pobre campesino o un vagabundo.

¿Qué podría importarle que Rosella hubiera corrido a brazos de Costa al verlo en problemas? Bellini podría conseguir otra mujer con suma facilidad, pues sabía muy bien que el dinero y el poder las atrae como a los lobos el cordero herido, quizá una mujer más joven le contagiaría su energía y vitalidad y él, Leone Bellini, volvería a sentirse fuerte y vigoroso. Este pensamiento le hizo sonreír y por unos breves instantes el rostro pálido y triste reflejado en el Tiber fue sustituido por un rostro brillante, apuesto y decidido.

Finalmente decidió que cumpliría su cometido, daría gusto al Conde Di Tella (y de paso a si mismo) al atrapar a Costa, y se complacía al recordar los horrores a los que fueron sometidos el resto de su equipo: al ayudante de cirujano, le habían arrancado los dedos uno por uno y finalmente la lengua, las dos enfermeras habían sufrido violaciones a manos de una jauría de perros entrenados para tal propósito. Finalmente, su destino de los tres había sido la reclusión en celdas subterráneas en la propiedad de los Di Tella, en la ciudad francesa de Isola. Sencillamente condenados a morir por inanición.

Probablemente a Costa y a su cómplice más cercano, la doctora Victoria Greco les esperaría vejaciones aún peores. El pensamiento para su sorpresa, le hizo sentir bien, así que, con renovado entusiasmo, levantó la mirada hacia el cielo, rezó una oración en silencio y se puso en marcha.

Cuando caminaba dejando atrás el puente y el imponente castillo, recibió una llamada. Otro de sus más leales hombres había visto a Victoria Greco entrando en uno de los hoteles más lujosos del mundo, el Burj Al Arab de Dubai.

Leone Bellini no pudo evitar sentirse alegre ante aquella llamada, la suerte empezaba a sonreírle de nuevo.

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