LOS CABOS (5)

Lucas Valdez se encontraba disfrutando sus “vacaciones obligadas” delante del Arco del Fin del Mundo. Había contratado un paquete local que lo llevaría desde la bahía hasta la mítica formación rocosa. Vestido únicamente con unos bermudas, descalzo, sentía la calidez del sol por todo el cuerpo. Nunca, ni en su más tierna infancia, se imaginó estar en un lugar así. Las circunstancias que lo habían llevado a trabajar para la mafia habían sido tan desafortunadas como lo era su situación actual. Leone Bellini le había encomendado viajar hasta donde se ocultaba Sebastián Costa. Fue tarea fácil para el jefe, pensaba Valdez, pues hacia algún tiempo que tenía intervenido el teléfono de su mujer, y podía leer sus mensajes, escuchar sus llamadas y hasta grabarlas, desde luego también saber su localización. Bellini había tenido un ataque de rabia cuando se enteró que su adorable esposa cruzaba el pacifico para alertar a Costa sobre su orden de captura, y Dios, y también Bellini, sabía que no se trataba de una simple visita amistosa. Lucas fue quien termino pagando los platos rotos y tuvo que viajar tras la libertina esposa de Bellini, teniendo que poner alto a sus compromisos familiares en Italia. Una de sus hijas estaba por recibirse y, a menos que pudiera atrapar a Costa con velocidad felina, no lograría estar en Roma a tiempo para darle un gran abrazo de felicitación.

Para Lucas Valdez las razones que pudiera tener Bellini para atrapar a Costa no eran de importancia, ni siquiera estaba demasiado al tanto de la situación, todo lo que conocía era que Sebastián Costa, como eminente en el campo de la medicina, participaba a menudo en procedimientos quirúrgicos de dudosa legalidad a beneficio de algunos de los miembros más elitistas de la Mafia Italiana. Desde procedimientos relativamente sencillos, como el aumento en la talla del tamaño del busto en algunas de las esposas y/o amantes de los altos mandos (la mayoría de estos, más a capricho de los hombres que decisión propia de las mujeres), hasta trasplantes cuyos receptores pagaban una fuerte suma de dinero para aminorar las largas listas de espera de los hospitales públicos.

La Familia Di Tella proporcionaba todos los recursos para que el doctor Costa, junto con su equipo de trabajo, tuvieran a la mano todo lo necesario. Entre esas cosas se encontraba una instalación secreta, debidamente equipada, ubicada en la ciudad de Gorizia, cerca de la frontera de Italia con Eslovenia. Además de otra construcción en la ciudad francesa de Isola, que fungía como centro de operaciones y en la que, usualmente, también se llevaban a cabo procedimientos quirúrgicos.

En la clandestinidad, Costa y su equipo trabajaban de forma más o menos frecuente para los Di Tella. Lucas sabía que la mayoría de este equipo de trabajo ya se hallaba en manos de Bellini, sometidos probablemente a torturas viscerales y, probablemente, algunos, los más afortunados, ya se encontraban muertos. Ya solo faltaba echarle el guante al doctor Costa y a una cirujana Italo-americana llamada Victoria Greco. Amante y principal cómplice de Costa.

Lucas sabía que era el momento de atraparlo y volver a casa cuanto antes. Hubiera sido demasiado sencillo si Bellini rastreara con exactitud la localización del móvil de su esposa. Podría agarrarlos in fraganti. Quizá los encontraría dando un paseo despreocupado por la playa (justo como lo hacía el ahora mismo) o mejor aún, tal vez los encontraría haciendo el amor en una lujosa habitación de hotel. La idea, hizo sonreír a Lucas. Además, él (Lucas) podría ahorrarse mucho tiempo y trabajo, pero la mujer de Bellini no era estúpida y Lucas pensaba que quizá tuviera el teléfono apagado o sencillamente se hubiera desecho de él, por tanto, correspondía a él, y solo a él, dar con el paradero del fugitivo y de la libertina. No había ningún motivo en especial, solo era parte de su trabajo. Lucas quería más que nada regresar pronto a Italia y ver como su hija se recibía. Además, con el dinero obtenido por la captura de Costa podría pagarle a su hija un tour por Europa o comprarle un precioso automóvil y así poder callar la boca de su exmujer y hacer feliz a su hija. Parecía demasiado hermoso para ser verdad, pero Lucas encontraba fuerzas para realizar su trabajo en estos pensamientos.

Una vez de regreso en la ciudad, estuvo un rato comprando baratijas a los locales y dando paseos sin rumbo fijo. Pensaba además que era posible que el fugitivo apareciera de un momento a otro por las calles, aunque también se sentía ansioso, si la mujer de Bellini le hablaba de sus sospechas de un posible rastreo a su móvil por parte de su marido, podría convencer a Costa de que debía huir inmediatamente. Lucas se frotó la cara con ambas manos y se obligó a alejar esos pensamientos, pues no le servían de nada.

Anduvo largo rato caminando por las calles de Cabo San Lucas, iba y venía, a eso de las tres de la tarde entró a un pequeño restaurante. Comió ávidamente un coctel grande de camarón y algunos ostiones y dejo una generosa propina a la mesera que le agradeció con un beso que a nada estuvo de tocarle los labios. Lucas no sintió nada inquietarse en su interior, tenía 45 años y no le interesaba una aventura con una jovencita que podía tener la edad de su hija.

Finalmente, alrededor de las cinco de la tarde, cuando ya empezaba a sentirse terriblemente impaciente y a pensar que Costa no aparecería jamás, o que probablemente ya se había ido de la ciudad, vio desde la terraza de un pequeño bar (donde se encontraba en ese momento) a una pareja que caminaba a escasos metros por debajo de él. Lucas identifico casi de inmediato a la mujer, era Rosella Bellini, la libertina; llevaba un sombrero de sol enorme y el pelo largo y suelto, pero no le cupo duda de que era ella.  Le costó un poco más identificar al hombre, pues solo lo había visto en Italia enfundado en elegantes trajes, pero se sintió seguro de su corazonada, era sin duda Sebastián Costa.

Rápidamente, sintió crecer en su interior una euforia desbordada, pues su trabajo acabaría pronto. Lucas no había trabajado tantos años para la mafia sin conocer formas de inmovilizar, capturar y matar a alguien sin hacer demasiado ruido ni levantar excesivas sospechas. El único problema era que Costa iba en compañía de la esposa de Bellini, si algo le pasaba a ella, Leone nunca se lo perdonaría.

Las ordenes de Bellini eran capturarlo y retenerlo hasta que el mismo Leone pudiera volar a Los Cabos con unos cuantos mercenarios, pero si las cosas se complicaban, había dicho, debes matarlo.

Lucas dejo rápidamente la mesa en la que se encontraba bebiendo una cerveza; sentía su corazón latir con fuerza y la sangre agolpar su cerebro producto de la euforia. El lugar ya estaba algo atestado de turistas y trató de abrirse camino a empujones hacia la escalera que lo conduciría a la planta baja y posteriormente al exterior. Bajó rápidamente, ya casi llegaba a la salida, cuando de pronto, un tipo corpulento en la puerta no se movió ni con el fuerte empujón que Lucas le propinó.

-        ¡Quítese! – gruñó Lucas

El tipo corpulento se dio media vuelta, dándole la espalda al grupo de amigos con los que se encontraba y encaró a Lucas.

-        No pienso quitarme, Imbécil – dijo el tipo corpulento que además tenía cara de cerdo.

El sujeto era más alto que Lucas, que medio solo 1.70 y era varios kilos más pesado. Una autentica mole. Esté le propino un fuerte empujón a Lucas que hubiera caído de espaldas, de no ser por la creciente multitud que estaba a su alrededor.

Lucas mantuvo la cabeza fría. Rápidamente desapareció la adrenalina que le produjo ver tan de cerca a su objetivo, objetivo que muy probablemente ya se hallaba lejos. Había pasado por años de entrenamiento en combate y tácticas militares en su juventud y había tenido pleitos con tipos mucho más grandes y peligrosos que aquel gordo frente a él.

Pensó en sacar su arma oculta bajo su chaqueta y propinar un par de tiros directo a la cabeza del gordo. Pensó que, con solo sacar el arma, aquel gordo se intimidaría y suplicaría por su vida como una niña pequeña.

Miró rápidamente alrededor, mientras el gordo seguía lanzando insultos (su acento y porte lo delataban como nacional), y se dio cuenta que en la mesa de la que se levantó su obeso rival había varios hombres más, pudo ver a cuatro, pero muy probablemente eran más, si es que estaban desperdigados por el lugar. En otro tiempo, Lucas Valdez habría pedido disculpas y se habría retirado cuanto antes, sintiéndose miserable después por su cobardía, pero los viejos tiempos eran cosa del pasado y, fue precisamente el recuerdo de sentirse miserable y cobarde en otras ocasiones, lo que hizo que esta vez no se dejara intimidar ¡Por Dios!, el tipo era gordo y más alto que él y con toda seguridad no se hallaba solo, pero Lucas había recibido entrenamiento por parte de algunos de los hombres más duros de los Di Tella, se había ganado su puesto en la organización a base de trabajo duro y una dedicación férrea, había sacrificado tantas cosas para poder ser uno de los hombres más cercanos a Leone Bellini y eso no era cualquier cosa.

Muchos de sus colegas habían logrado grandes hazañas, algunos eran francotiradores brillantes y podían matar a un hombre a una distancia a la que nunca se les consideraría ni remotamente sospechosos, otros eran grandes estrategas, otros grandes negociantes, Lucas Valdez no era ninguna de esas cosas, pero se sentía lo suficientemente capaz de manejar la situación que ante si se presentaba. Así que, sin pensarlo más y movido solo por sus instintos, desenfundó su revolver Colt 45 y apuntó al gordo, que se vio súbitamente sorprendido. La gente alrededor miraba temerosa la situación. La boca del gordo se calló de pronto y sus ojos se abrieron más por unos instantes. Lucas sostenía el revolver con firmeza y miraba al gordo directo a los ojos. Su respiración se detuvo por unos instantes; el gordo ni siquiera levanto las manos, en cambio, contra todo pronóstico, empezó a reír. Lucas se sintió extrañado, pero no vaciló en ningún momento, fue entonces y solo entonces, cuando, con el rabillo del ojo, vio levantarse a un hombre demasiado joven, que probablemente no pasaba los 20 años. El hombre desenfundó un arma y disparó, la bala rozó a Lucas por encima del hombro izquierdo; los gritos estallaron en el recinto y Lucas volvió rápidamente la mirada al hombre que le disparo, el que fuera demasiado joven, en su opinión, no era ningún impedimento, así que Lucas apretó el gatillo. El disparó dio justo en el blanco y el muchacho se desplomó como un muñeco de trapo con un agujero en la frente.

 Lo que sucedió a continuación sucedió demasiado rápido. El gordo vocifero:

¡Basta!, los tres hombres a la mesa que quedaron en pie desenfundaron armas cortas. El gordo sacó también una pistola con chapado de oro, como las que usan los grandes capos del narcotráfico en México. De un momento a otro, Lucas se hallaba en medio de las armas que lo apuntaban, de frente, ante los tres hombres de la mesa y a su costado derecho, el gordo que ya le había colocado el cañón del arma directamente en la sien. Lucas sentía el frio del metal, un frio que lo asoció inmediatamente con muerte.

Nadie parecía percatarse del cadáver que yacía en el suelo, los capos probablemente no sentían en lo más mínimo la muerte de su elemento más joven e inexperto. Nadie ajeno a la situación parecía dispuesto a intervenir, quizá ya hubiera alguien llamado a la policía, pero con toda seguridad tardaría aun en llegar al lugar de los hechos.

Lucas sentía que su corazón latía con fuerza, sabía que prácticamente no tenía posibilidades, pero estaba dispuesto a arrastrar a la mayoría de esos bastardos con él.

-        No derramare más sangre – dijo Lucas y alzó las manos. – Bajare el arma al suelo - Dijo por fin.

Se inclinó a dejar el arma, mientras el gordo y sus capos lo seguían apuntando con sus cañones. En ese momento, Lucas palpó el mango del punzocortante que se escondía entre sus botas, tan afilado como un bisturí. Lo tomó sigilosamente y lo escondió debajo de la manga derecha de su chaqueta. Se incorporó lentamente, quedado frente al gordo que seguía apuntándolo con la pistola de oro.

-        Así me gusta – dijo el gordo, esbozando una sonrisa burlona que dejo al descubierto sus amarillentos dientes.

Lucas inspiró, aun sentía el ardor de la herida en el hombro derecho… Y de pronto, con la agilidad de un tigre, a una velocidad fruto de sus años de entrenamiento, alzo su mano derecha donde escondía su diminuta navaja. Para el resto de las personas, incluso para quienes lo apuntaban, pareció como si espantara alguna mosca. Los tres hombres a la mesa, con la visión algo entorpecida por la penumbra en que empezaba a sumirse el lugar, captaron aún menos el movimiento. Rápidamente la expresión del gordo se tornó sorpresiva, un líquido rojo y caliente estaba emanando de su cuello. El tipo intento disparar, pero las fuerzas lo habían abandonado. El arma cayó al suelo, el gordo perdió la fuerza en las piernas y antes de que pudiera caer por completo, Lucas lo tomó por los anchos hombros y lo giró bruscamente con todas sus fuerzas a modo de escudo. Sintió una punzada terrible en el hombro herido y cayó al suelo con el gordo encima suyo.

 El movimiento de Lucas fue tan rápido que los tres tiradores tardaron en reaccionar, dos de ellos fallaron, un tiró rebotó contra la pared del establecimiento, el segundo, hirió de muerte a una joven mujer que se encontraba cerca, y el tercero solo alcanzo a dar en la espalda al gordo cuando este ya estaba muriendo desangrado. Lucas uso lo que le quedaba de fuerza para evitar ser aplastado por el cadáver del gordo y, una vez en el suelo, lo empujó con todas sus fuerzas hacia un costado. Ya agotando todas sus energías, tanto físicas como mentales, consiguió ponerse de pie, llegar a la salida y echar a correr. En su huida, alcanzó a ver a las patrullas aproximándose al lugar; se sentía eufórico por haber salido vivo de semejante situación, se sentía al mismo tiempo estúpido, pues el Lucas de los viejos tiempos habría hecho lo correcto disculpándose y retirándose.

Se hallaba ya a considerable distancia cuando un disparó lo alcanzó en la espalda, sus piernas no pudieron sostenerle más y cayó de bruces contra el duro pavimento. Se golpeó fuertemente la mandíbula y vio brotar sangre rápidamente de su boca. Una vez en el suelo, trató de mover sus piernas, pero le fue imposible. Uno de los tiradores, el mejor de los tres y el que probablemente se quedaría con el puesto del gordo como jefe, había salido corriendo tras él y le había asestado un tiró cobarde, lo dio por muerto y también echó a correr en otra dirección, pues los patrulleros ya le pisaban los talones.

Lucas pudo oír todo el caos desatado por los disparos. Tres muertos en un bar cuando aún estaba por anochecer no era cualquier cosa, muchos de los presentes se hallaban con ataques de pánico, como al propio Lucas le pasaba al volar en avión. Mentalmente quería huir, pero físicamente le era imposible. Finalmente perdió el conocimiento, cuando lo recuperó, se hallaba en la sala de un hospital.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo