Capítulo 2.

A la mañana siguiente Rebecca llegó más temprano que todos los días, bajó de un lujoso auto que la dejó en la entrada del edificio, situación que no pasó desapercibida para el hombre que se encontraba en la entrada del edificio a esa hora. En el rostro de Rebecca se evidencia el cansancio de la larga noche y la derrota de sus emociones.

Aunque trató de disimular mucho, con un buen maquillaje y su elegante uniforme, la mala noche que tuvo fue notoria para los empleados que a esa hora ya llegaban a la constructora.

Rebecca subió el ascensor junto a los demás compañeros, ocupó el último lugar, en una esquina. Entró con la mirada gacha sin percatarse de la presencia del hombre que la observaba desde el otro extremo.

Aún se sentía perturbada e intranquila por lo acontecido el día anterior, que recurrió a cerrar sus ojos y recostar su cabeza en una de las paredes metálicas del elevador. La caja siguió avanzando y parando en cada piso dejando a sus compañeros en ellos, creyó sentirse completamente sola para arrojar un fuerte suspiro que más bien pareció un sollozo queriendo salir de su garganta, no se lo permitió y tragó fuerte el nudo que se atoró.

El día anterior se había dicho que no lloraría más, pero aun así deseaba que el mundo se redujera a nada y que ella quedara atrapada en él para no continuar con su miserable vida, no quería seguir siendo quien era, simplemente pensaba que al cerrar y abrir los ojos todo acabaría.

Sólo pasaron unos cuantos segundos de su reflexión cuando un carraspeo de garganta la hizo abrir los ojos de golpe y acomodarse erguida en el ascensor. Trató de disimular el mal momento arreglando su traje y retocando su cabello, pero la voz de su inimaginable acompañante la hizo girar a verlo.

—Veo que pudo resolver su “asunto” de ayer por la tarde, es más, creería que hasta la dejo peor, porque, por más que se esmeró— dijo señalando su cuerpo de arriba abajo —se nota que le hizo pasar muy buena noche—.

Rebecca lo miró con los ojos muy abiertos y trato de calmar la rabia que estaba naciendo en su interior junto con la decepción que ya traía a cuestas.

Respiró profundo un par de veces antes de contestar y aclaró su voz para no sonar dura e hiriente. —No recuerdo haberle informado mi situación, pero noto su interés en saber más de lo debido, señor Franco—.

Arturo lanzó una carcajada un tanto sarcástica, y se le acercó más de lo debido. Tanto que la atrapó entre su cuerpo y las paredes del elevador.

Rebecca arrojó un jadeo involuntario por la sorpresa del atrevimiento y hasta quizás el sonrojo en sus mejillas por el repentino acercamiento del heredero de los Franco Prèstolla.

Al hombre no le pasó desapercibido tal suceso que sintió su cuerpo reaccionar ante la cercanía de la mujer.

—No se crea tan importante señorita Griffin— dijo el hombre a escasos centímetros de su boca. El olor a fresco y menta la mareó. —usted no es alguien de mi interés, es más, creo que no es ni un tanto suficiente para alguien como yo— concluyó sintiendo el aroma embriagador de la mujer que lo estaba descolocando.

El cuerpo del Arturo siguió reaccionando a la proximidad de la mujer, tanto que se le aceleró el corazón y un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Ante las palabras dichas Rebecca se recuperó del encuentro y se removió tratando de alejarse del cuerpo del hijo de su jefe.

Se sintió un tanto aturdida por la cercanía, pero achinó los ojos manteniendo una mirada fría, ese hombre la acababa de insultar. Primero la trató de mujer fácil al decir que pasó una muy buena noche y segundo rebajándola tanto al no considerarla importante y suficiente para un hombre en su posición.

—Alguien como usted? — dijo levantando una ceja y alejándose un poco más del hombre —Sabe que sí— respondió sintiéndose valiente.

—Soy mucho más que “suficiente”, para alguien como usted, que, por su comportamiento arrogante considero que no es capaz de estar a mi altura. Que tenga un buen día señor Franco— escupió las palabras en el preciso momento en que las puertas del ascensor se abrían y salió sin esperar respuesta del sujeto que la irritó e hirió más de lo que ya estaba.

El futuro heredero permaneció más de lo debido en el ascensor resoplando de la rabia. Esa mujer lo perturbaba de manera inimaginables, sentía un deseo descontrolado por besarla, por tenerla, pero a la vez sentía una leve molestia por su presencia.

Se calmó un poco respirando varias veces intentando controlar tanto su malhumor como la incomodidad sentida en su entrepierna, no podía negar que la mujer lo ponía. Se maldijo a sí mismo por ser tan débil a su cercanía.

Unos minutos después salió directo hacia su oficina, al lado contrario de las oficinas de presidencia que justo quedaban en el mismo piso.

Pasó de largo entre los presentes en el departamento de diseño que a ninguno de los empleados le pareció extraño que su jefe llegara nuevamente con un humor de perros y lanzando improperios hacia ellos. Llegó directo a su oficina y entró azotando la puerta de un solo empujón.

Su amigo y compañero Bruno Rossi ya se encontraba al interior de esta que lo miró de soslayo y aprovecharía la situación de su amigo para irritar más a su amigo y disfrutar a costa de su malhumor.

Bruno era su mejor amigo de la infancia, es un italiano muy guapo, con porte y elegancia al andar. Fueron compañeros en la colegiatura, pero, aunque estudiaron en la misma universidad, sus destinos se separaron cuando cada uno eligió su propia profesión.

Bruno se decidió por la ingeniería y se especializó en diseño estructural, mientras Arturo se profesionalizó en arquitectura como su padre, especializándose en administración, pues su deseo era seguir con el legado.

—¿Qué sucedió? Parece que te hubieran dejado las bolas azules— dijo su amigo en tono burlón.

Arturo miró con reproche a su amigo y hermano del corazón con reproche. —Nada, solo que la tonta de Griffin me mandó a la m****a una vez más y de la manera más sutil.

Las carcajadas de Bruno no se hicieron esperar —A este ritmo creo que voy a ir a tu funeral antes de tiempo. Ya deja a la mujer en paz hombre. Acepta que ella no te va a dar ni la hora. Es más, creo que si te ve con intenciones de arrojarte al precipicio te alentará para que saltes más rápido o de pronto hasta te da el empujoncito— decía un Bruno atorado de la risa por las caras de su amigo.

Arturo lo miró con reproche por el Bullying que su amigo le tenía armado en su oficina, pero al final terminó cediendo y riendo también de lo mal que le estaba yendo con la mujer.

Ambos hombres después de reír y disfrutar del mal momento decidieron dejar el tema de lado e iniciar con los retoques a los planos y deseños del nuevo proyecto a presentar a un posible cliente mexicano.

Por otro lado, en una de las oficina de presidencia se encontraba una Rebecca sintiéndose contrariada entre haber hecho bien o mal. Primero por haber descargado su rabia con el hombre, pero a la vez culpable por haber ofendido al hijo de su jefe «Pero se lo había buscado» se dijo para sentirse mejor. Aunque pensaba que ese sería un motivo para solicitar su despido o quizás para iniciar una guerra sin sentido. Lo único reconfortante en todo esto es que siempre le iba a dejar en claro que ella no era como una de las tantas mujeres con las que él está acostumbrado a tratar.

Rebecca dejó de lado sus pensamientos y procedió a iniciar con su trabajo como era de costumbre. Primero tener listo el café de don Maximiliano, negro sin azúcar, abrir las cortinas de su elegante y grande oficina, dejar la agenda electrónica en su escritorio lista con todos los pendientes del día y de los dos siguientes junto con las carpetas de los contratos pendientes para su revisión y posterior firma.

Cuando Rebecca regresaba a su lugar el timbre del ascensor anunció la llegada de su jefe. La puertas se abrieron y de este bajó un feliz Maximiliano.

—Buenos días mi niña. ¿Cómo terminó de ir tu día ayer? Mira que me dejaste muy preocupado— cuestionó el mayor mirando con ternura la mujer frente a él.

Rebecca lo miró sin ocultar su tristeza y en sus ojos se acumularon las lágrimas que no dieron espera para rodar cuesta abajo por sus mejillas. Abrió su boca para hablar, pero el sollozo que se había atorado en su garganta desde que llegó se abrió paso dando así inicio a su llanto inconsolable.

El mayor no tuvo la menor duda en tomarla entre sus brazos y consolarla cual padre consuela a su hijo. La instó para que entrara en su oficina y tras cerrada la puerta con seguro le pidió que le contara lo sucedido.

Rebecca no tardó mucho en recobrar la compostura y entre hipidos le narró lo sucedido con su madre la tarde anterior. Le contó como un secreto cómo su madre firmó sin leer pagarés de una deuda que había adquirido del señor Ricardo Rubessco.

El señor Rubessco es un viejo de aspecto desagradable, de unos 58 o 60 años, gordo, de cabeza rapada que se encarga de prestar dinero a todo aquel que no puede adquirir créditos bancarios. La suma prestada es tan considerable que ninguno de sus deudores tiene como pagar en el término de tiempo que él les da. Razón por la cual el señor Rubessco reclama en garantía bienes y hasta propiedades de sus clientes.

Fue así como la señora Aurora había adquirido una nueva deuda con el viejo usurero y hasta la fecha no había podido pagarla todo el monto acumulado. El hombre había pedido a la mujer entregar en pago su negocio, pero esta no accedió y le rogó que pidiera cualquier otra cosa menos algo de lo cual ella vivía.

El usurero no tardó mucho en pedir su mayor deseo, desde que tenía memoria de haber iniciado con sus préstamos Rebecca, la bella hija de la mujer era el anhelo de su perversión. Quería a la chiquilla en su momento, pero Edward le ganó enamorándola y alejándola de sus manos.

La madre no podía entregarle a su hija, ya ella era una mujer y no aceptaría por ningún motivo a su pedido. El viejo se mantuvo en su posición y destrozó parte del lugar.

Insistió a Aurora que le tuviera todo el dinero para el final del mes o la bella mano de preciosa hija de lo contrario ni casa, ni negocio ni nada por lo que luchar.

Rebecca asistió al encuentro con el viejo usurero y aceptó pagar el compromiso de su madre, pero viendo que la suma era demasiado exorbitante, pidió un laxo de 6 meses para pagar todo el total.

Acuerdo al que el viejo se negó, pero al final aceptó, porque era eso o la posibilidad de no poder tener de ninguna manera a la castaña mujer.

Rebecca firmó un nuevo acuerdo en el que comprometía el 80% de su sueldo para cubrir el monto acordado en el tiempo estipulado.

Don Maximiliano escuchaba anonadado la narración, pero su mente no comprendía como la obsesión de un hombre podía acabar con los sueños y esperanzas de una dulce mujer.

Desde que su hijo se perdió en las aguas de un traicionero amor y sin la posibilidad de poder tocar a puerto seguro, el mayor había perdió toda esperanza de volver a amar con su corazón de padre. En seis meses Rebecca se había ganado no solo su cariño, sino que se había instalado en el fondo de sus ser, la bondad, la ternura y las dulces palabras de la joven lo hacían quererla cada día más.

El hombre tomó entre sus manos las de su asistente y le pidió esperarlo unos días para ayudarla a solucionar su situación. Palabras que Rebecca no aceptó, pero que al final se tuvo que resignar, su jefe no aceptaría su negativa.

Unos golpes en la puerta los hizo regresar a la realidad y percatarse de que estaban tratando un asunto personal en la oficina.

Don Maximiliano se levantó de inmediato y dejo a Rebecca sentada en el sofá, terminando de acicalarse y recuperar la compostura después del llanto y se dirigió a la puerta para abrirla.

En cuanto la puerta se abrió un exaltado Arturo ingresó sin ser invitado pasando de largo e instalándose en el centro de esta mientras su acompañante esperaba en el umbral la autorización del mayor para ingresar.

—¿Por qué estás encerrado? ¿Qué sucede? — dijo antes de colocar sus ojos en la mujer motivo de su constate enojo y malhumor.

El mayor vio con ojos bien abiertos el atrevimiento de su hijo, pero antes de contestar cualquier cuestionamiento se dirigió al hombre que esperaba en el umbral el permiso para entrar y saludando como de costumbre a Bruno le permitió seguir

Cuando Arturo detalló a Rebecca sentada en el sillón de la oficina su corazón dio un vuelco que lo alteró y a su memoria llegó el atrevido acercamiento que tuvieron en el ascensor, su cuerpo empezó a reaccionar y por el momento se dejó llevar por el recuerdo. Pero su ensoñación no duró mucho al recordar las duras palabras de la chica frente a sus ojos.

Se maldijo a así mismo por ser tan tonto como para verla como una futura posibilidad de un encuentro más íntimo.

—¿Por qué estás encerrado, papá? — las venosas palabras no pasaron desapercibidas para el mayor, quien lo miró con reproche por sus absurdas insinuaciones.

Para don Maximiliano no fue necesario hacer aclaración a los hechos porque ya Rebecca se encontraba de pie frente a su hijo. Se veía la cólera en sus ojos y su enardecido semblante no les pasó por alto.

—¿Por qué mejor no pregunta las cosas de forma directa? Así deja de andar por las ramas, señor— dijo Rebecca sin mostrar temor o debilidad ante el hombre que la estremecía de pie a cabeza.

—Ja, no me hagas reír preciosa. Se que las mujeres como tu no necesitan palabras directas, entiende muy bien la insinuaciones— dijo Arturo casi en un susurro y con una sonrisa ladina sólo para que ella escuchara.

Rebecca abrió sus ojos por el sentido de las palabras y una fuerte bofetada resonó en el lugar.

Los presentes miraban sorprendidos la escena que se desarrollaba frente a sus ojos. Arturo sintió su mejilla arder por el golpe y su coraje empezó a correr por sus venas. La molestia del acto se veía en sus ojos cargados de furia.

—Usted no me conoce— dijo con dientes apretados mostrando su enfado. —Pero hoy se ha dedicado a insultarme y de paso ofender a su padre. Si cree que por ser su hijo le da derecho a humillarme, está muy equivocado señor Franco. Permiso— dijo pasando por su lado para salir de la oficina.

—Lo siento señor Maximiliano, creo que lo mejor será que me retire a mi lugar. Pierda cuidado con lo de hace un momento y si considera que mi despido es lo mejor por este atrevimiento no tendré ninguna objeción ante su decisión— Respondió manteniendo la calma y la compostura.

—Hija, pierde cuidado que no te voy a despedir, no has hecho nada que no sea defenderte del idiota mi hijo— dijo el mayor un poco satisfecho por la escena frente a él.

La mujer desapareció del lugar un poco angustiada por las consecuencias de su atrevimiento, temía perder su trabajo.

El día de Rebecca pasó entre llamadas y ocupaciones propias de su trabajo, se entretuvo en sus obligaciones que no se percató de la hora de salida. Aunque en realidad nadie la esperaba en su casa por lo que no sentía la necesidad de partir temprano a su hogar.

Cuando el hambre y el cansancio se anunciaron fue que notó lo tarde que ya era. Cerró su computadora, organizó su puesto de trabajo y tomo su bolsa para salir del lugar.

Se dirigió hacia el ascensor y apretó el botón para pedirlo, se demoró en llegar ya que estaba en el lobby.

En cuanto las puertas se abrieron entró en él. Se recostó en las paredes de este con los ojos cerrados, como siempre lo hacía. Las puertas estaban por cerrarse cuando una mano lo impidió.

—Buenas noches— saludó Bruno entrando primero, detrás de él llegaba Arturo, quien también ingresó. —¿Aun trabajando Rebecca? — cuestionó solo por educación.

La nombrada abrió los ojos sin mostrar expresión alguna. Tragó grueso y con lentitud respiró hondo para calmar las sensaciones que el heredero le hacían sentir. No quería que la descubriera y habló sin bajar el mentón, no iba a mostrar debilidad ante él.

—Buenas noches, Bruno— dijo. —Sí, todavía, me entretuve en algunos asuntos más de lo debido y no me di cuenta de la hora— respondió sin titubeo. —Y tu ¿Ocupado también? —.

Bruno no alcanzó a contestar porque ya su amigo lo hacía por él.

—Sí, como puede ver señorita Griffin, nosotros sí estábamos trabajando, no como otros— dijo mirándola con desdén —Que sólo vienen a encerrarse en las oficinas con los je...— Rebecca no lo dejó terminar de hablar cuando una nueva bofetada sonó en el interior de las cuatro paredes haciendo girar la cara del hombre.

Arturo la miró con ira mientras se llevaba una mano a la adolorida mejilla, iba a contraatacar cuando el timbre del ascensor anunció su llegada, todos miraron hacia las puertas.

Rebecca dirigió su furiosa mirada hacia el heredero mientras se dirigía hacia su amigo. —Que descanse señor Bruno— se despidió antes de salir hacia la recepción del lujoso edificio y tomar camino hacia las afueras no sin antes despedirse del conserje.

La mujer tomó camino por la acera de la avenida para dirigirse al paradero de autobuses, iba furiosa refunfuñando por lo recién acontecido que la poca gente que transitaba por el lugar la miraban como si estuviera loca por hablar sola.

—Maldito hijo de... ¡Aaaaah! —gritaba enojada y llena de coraje. —Es un gilipollas, un estúpido— seguía diciendo.

Rebecca abordó el autobús sumida en sus pensamientos acerca del hijo de su jefe, su mente recordaba cada encuentro con ese hombre hasta que todo su ser reaccionó al recuerdo del encuentro en el ascensor.

Un cosquilleo estremeció todo su cuerpo y su sexo palpitó cuando las imágenes de Arturo atrapándola contra las paredes del ascensor le llegaron de golpe. Su embriagador perfume, su cálido y fresco aliento, su cercanía, todo le llegó a su mente. No entendía por qué anhelaba esa cercanía y sobre todo el deseo de besar su provocativa boca.

Intentó calmar su brioso corazón que se agitaba cada vez que pensaba en Arturo Franco. —No Rebecca, no vayas por ese camino, él más que nadie te hará daño— se dijo para evadir y ocultar sus nuevos sentimientos hacia el hijo del dueño.

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