Capítulo 4

Camino por el bosque, los árboles son tan altos que no les encuentro fin, como si conectaran directamente con el cielo, uniéndose a las nubes. Veo mis ropas, un vestido con corsé de manta, una falda que se mueve con el viento y cubre perfectamente hasta mis tobillos y mis pies descalzos pisando la tierra debajo de mí, las varas truenan y las hojas crepitan. Escucho detrás de mí ruidos, gritos, volteo y alcanzo a ver a lo lejos fuego, son antorchas, también me percato de ladridos de perros, es un grupo de búsqueda.

—“Te están buscando, ¿qué hiciste?”—, reconozco su voz, aunque suena dentro de mi cabeza, es fácil saber de quién es.

—Nada— intento voltear de nuevo hacia el dueño de esa voz.

—“No voltees, no mires”— me congelo, por un momento sigo sus indicaciones, pero duele.

—Damián… no te tengo miedo— termino de girar y lo veo ante mí, entre los árboles, ese enorme lobo negro de ojos turquesa que me ve con lástima y las orejas hacia atrás.

—“¿Qué hiciste Clarice?”

—Pensé que ya lo sabrías… los rumores en el pueblo viajan de forma violenta y rápida…

—“Te acusan de brujería”— bajo la mirada con el corazón roto, veo mis manos, volteo las palmas hacia mí.

—Tengo miedo— cierro mis ojos con dolor y termino abrazándome a mí misma.

—“Encontraremos la forma, no permitiré que te lastimen”— se planta frente a mí y cada vez siento más cerca a esos hombres con sus antorchas, sus perros y sus trinches, ¿por qué repudian todo lo que no conocen?

Sus enormes manos me toman de los hombros y me acercan a él, me levanta en brazos y comienza a correr por el bosque, me abrazo de su cuello y su pelaje cosquillea en mi nariz, su aroma es especial, lo inhalo cada vez que siento que no se dará cuenta, huele a bosque, a hierva mojada, huele a hombre y bestia. Por un momento me siento feliz, sintiéndolo tan cerca, lo que daría porque este momento fuera eterno.

Parece que le dimos la vuelta al pueblo, rodeándolo por el bosque hasta que llegamos a una casa algo grande y bonita, entramos por el patio de atrás y atravesamos la puerta. Una vez dentro se siente el calor del fuego de la chimenea, sale Catalina asustada de la cocina y de inmediato se abraza a mí, besa mi mejilla y me siento tan mal, por desear a su esposo, a su compañero y ella teniéndome tantas consideraciones, si supiera que daría lo que fuera por ser ella.

—¿Estás bien?—, me pregunta asustada mientras acaricia mi cabello —¿alguien los vio?— le pregunta a Damián quien libera todo su pelaje y regresa como humano, uno desnudo y con un cuerpo escultural que solo eleva mí temperatura.

—No, la encontré lo suficientemente lejos de los grupos de búsqueda, pero… están usando perros… tengo que cubrir nuestro rastro o llegarán aquí— se acerca a Catalina y toma su rostro con preocupación —manténganse a salvo— la besa en los labios y me duele, en lo más profundo de mi corazón, como si lo atravesaran con una enorme astilla.

—Ten cuidado— despide a Damián en la puerta y cuando voltea de nuevo hacia mí me doy cuenta de su vientre hinchado, está embarazada.

Abro los ojos de forma abrupta, los recuerdos de ese sueño comienzan a esfumarse tan rápido como despierto, otra vez no, ¿por qué me pasa esto?, ¿por qué se escapan de mis manos cual fuera agua?, quisiera poder recordar por lo menos lo que soñé, creer que tal vez hay algún sentido. No vale la pena seguir torturándome con eso, me levanto de la cama lista para un nuevo día.

Olfateo un aroma delicioso, mi abuela está cocinando, siempre le ha gustado, una vez me dijo que si no se hubiera dedicado a ser una ladrona y asesina le hubiera gustado ser chef o por lo menos poner un pequeño local de comida. Me levanto y noto que la ventana que da a mi cama está abierta, lo que es raro, juraría que estaba cerrada en la noche.

La cierro y me meto a bañar antes de salir de la habitación. En cuanto me estoy cambiando veo mi abdomen, un hematoma atraviesa todo mi estómago dejando una mancha morada con los bordes verdosos, me volteo ante el espejo y veo la misma marca que dejó en mí el tubo de ese imbécil en mi espalda, suspiro y me visto rápidamente, me pongo unos pantalones y una playera negra algo holgada, salgo de la habitación y veo a mi abuela con una sonrisa en los labios sirviendo lo que hizo. Huevos estrellados y tocino. 

—¿A qué hora regresaste ayer?—, me pregunta mientras acerca el café.

—Tarde… ¿me esperaste despierta?—, le pregunto mientras empiezo a engullir.

—Claro que no… siempre llegas demasiado tarde— frunce la ceja y me ve de lado.

—Eso terminará cuando tenga un empleo… espero— le digo mientras le doy una mordida al pan tostado.

—Al contrario, llegarás aún más tarde— me ve con las cejas alzadas y los ojos entrecerrados —dejaste esto en el teléfono— me extiende la tarjeta de "seguridad privada Iron"

—Cierto… una oportunidad de empleo— la sacudo en el aire y la veo levantando una ceja.

—¿Piensas trabajar en seguridad privada?, ¿ahora estarás del otro lado del tablero?, ¿pelearás contra nuestra gente?—, la noto molesta, con cierto tinte de traición en su voz.

—No necesariamente… podríamos hacer negocio, piénsalo— le sonrío de lado, claramente no pienso hacer negocios con nadie ni auto sabotearme en el trabajo, pero si con decir eso la hago sentir más tranquila, pues… entonces que así lo crea.

Aunque dudo que quieran meterme de lleno a custodiar camionetas de valores o edificios. Dudo que el trabajo vaya por ahí, si es que iba dirigido hacia una cantinera, aunque… ¿quién sabe?, tal vez cuando vean mi habilidad con las armas me metan de lleno a seguridad.

Me levanto de la mesa aún con el pan en la boca, voy a mi bolso y marco desde mi celular. Escucho el tono de llamada, no me contesta, me manda a buzón, vuelvo a marcar sin éxito, veo fijamente mi celular con el ceño fruncido, una última vez, si no contesta cambio de tarjeta. Esta vez me contesta una voz de hombre, es cordial.

—¿Hola?, buenos días— su voz es atenta, algo apurada, después de unos segundos callada recuerdo lo que tenía que hacer, veo a mi abuela y abre sus ojos indicándome que diga algo.

—¡Hola!, ¿Román?—, trato de fingir una voz nerviosa, pero sensual, cosa que odio, pero aprendí a hacer bien, como estafadora tienes que hacerlo.

—Ah… ¿hola?… ¿quién habla?—, su voz suena algo como fastidiada, parece que tiene resaca, tal vez no se acuerda de nada.

—Soy…— pienso un momento que tan conveniente es que diga mi nombre real, obvio sí, no estoy haciendo nada deshonesto, bueno… más o menos, pero estoy consiguiendo trabajo y necesita saber mi nombre de verdad ¿no? —…soy Brooke… nos conocimos en el bola ocho, ¿me recuerdas?

—¿En el bola 8?—, se queda pensando —perdón, te voy a ser sincero, pero… no recuerdo nada de ayer y ¿no te hice nada malo cierto?, perdón si fui grosero yo… lo siento en verdad no quise, no soy así… no acostumbro tomar tanto y…— me da risa, supongo que es un caballero, pero el alcohol lo traiciona.

—No, no, no… para nada… tranquilo jajaja oye… mira es que me diste tu tarjeta, te platiqué que ando buscando trabajo, tengo una casa que mantener ¿sabes? Y… me ofreciste tu número, me dijiste que tenías un lugar para mí en donde trabajas… no sé si…— antes de que siga con mi e****a me interrumpe.

—Ahhhh sí… ¡claro!, de secretaria, espero que no haya problema— me lo imaginé, que otra cosa me podría ofrecer —supongo que… no puedes tardar mucho en empezar a trabajar, por tus… ¿niños?, ¿marido?—, jajaja ¿interesado en mi estado civil?, pongo los ojos en blanco y contesto.

—No, para nada, estoy soltera y sin bendiciones, pero cuido de mi abuela, ella ya no puede trabajar y nos la hemos visto difíciles estos días, ¿podríamos vernos?, para platicar— al final sueno coqueta e inocente o eso es lo que intento.

—¡Claro!, si… por supuesto… em… ¿te parece si comemos juntos?, hay un restaurante italiano a dos calles del bola ocho, no te preocupes por el gasto, yo invito— eres todo mío.

—Me parece perfecto, oye... en verdad muchísimas gracias por la oportunidad… en serio… eres un ángel— veo a mi abuela y pone los ojos en blanco mientras mueve su cabeza en negación, avergonzada de que sea así, pero ¿de qué otra forma podría serlo?

—No, descuida, es un gusto poder ayudarte, nos vemos ahí a las 3:00 pm, haré la reservación a mi nombre, Román River.

—Perfecto, nos vemos ahí, ¡bye!—, sonrío con satisfacción.

—Ve presentable, no en esas fachas— me dice mi abuela antes de recoger mi plato.

—Ya sé… descuida todo está fríamente calculado— le guiño un ojo mientras camino hacia mi habitación, ese pobre diablo va a caer.

Llego al 10 para las 3, me acerco al restaurante, es el único que se encuentra cerca del bola ocho, todo es bastante elegante, pero sin llegar a un grado de sofisticación innecesaria, parece un restaurante familiar. Voy vestida con un vestido estraple rojo que me llega arriba de las rodillas y una chamarra de piel negra con unas zapatillas negras también, mi cabello está recogido en un una coleta baja. Me acerco al encargado con seguridad y modestia.

—Buenas tardes, disculpe… vengo a ver al señor Román River.

—Hola, muy buenas tardes, un momento— se pone a revisar en su libreta los nombres —el señor River todavía no llega, ¿cuál es su nombre?

—Brooke…— no termino de pronunciar mi nombre cuando vuelve a interrumpirme.

—¡Claro!, aquí está— señala con su dedo —si gusta acompañarme— toma uno de los menús y comienza a caminar entre las mesas.

Todo está lleno y la verdad es que la comida se ve muy bien, la gente de ahí es de un nivel económico medio-alto, algunos hombres voltean a verme disimuladamente al igual que ciertas mujeres. Mi guía voltea y me señala con su mano extendida la mesa donde me he de encontrar con Román.

Me ayuda a sentarme y pone el menú frente a mí en la mesa, paseo mis manos por los platillos impresos, leo los ingredientes, las bebidas y me siento ansiosa, veo a mi alrededor, muerdo mis labios y de pronto siento la necesidad de ir al baño, me siento extrañamente ansiosa. Me levanto y camino tranquilamente tratando de que mis nervios no me traicionen; una vez dentro del baño me mantengo frente al espejo del lavabo, me apoyo en este y bajo la cabeza, cierro los ojos, me siento mal.

Cuando vuelvo a abrirlos no estoy en el baño, veo mi reflejo en lo que parece ser la orilla de un lago, mis manos están sobre la tierra suelta del borde, las levanto para verlas llenas de lodo, mi conciencia se pierde, dejo de ser yo, de nuevo me consumo, no soy dueña de mi cuerpo ni de mi voz. Me levanto y volteo a mí alrededor, es de noche y estoy rodeada por el resto del bosque. Retrocedo asustada, tomo mi vestido con ambas manos sin importar que se ensucie con el lodo y me alejo del lago.

—¡Ahí está la bruja!, ¡atrápenla!—, esos gritos erizan mi piel, volteo dando la espalda al lago y veo a ese grupo de campesinos, con camisas de tela y pantalones de cuero, con sus botas luidas, con sus aspectos desalineados. Caminan hacia mí con las antorchas en alto y me siento atrapada.

—Aléjense de mí— digo en voz baja y las palmas de mis manos cosquillean.

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