Capítulo 4

—Mamá, perdóname. Sé que hice mal al robarme esa manzana, pero tenía hambre.

—John, te lo he dicho muchas veces: nunca tomes nada que no sea tuyo. Ven conmigo, le pedirás disculpas al frutero y le pagaremos la manzana.

—Mamá… —repliqué—. Me da mucha pena.

—Todos debemos asumir nuestros errores, John. Así como decidiste hacer lo malo, debes ahora hacer lo correcto.

Estuve tan avergonzado de tener que admitir ante ese señor que le había robado, que aprendí la lección. Mi madre me enseñó con su ejemplo. Le tocó una vida difícil, pero nunca pasó por encima de nadie. No necesitas destruir a las personas para lograr tus objetivos.

—¡Alex, nunca me había alegrado tanto de verte! —Le digo, mientras la saludo con un abrazo efusivo.

—Eres increíble, John. Tú sí que sabes cómo halagar a una mujer.  

—Ni lo menciones. Lo de Hanna fue realmente inesperado, pero mejor hablemos de lo que te trajo aquí. ¿Qué información me tienes?

—No fue mucho lo que encontré, pero es algo. Estoy trabajando para darte más información.  

—Sandra te preparó unos aperitivos, te espera en la cocina.

—En pocas palabras, vete —bromea.

—Pero hay aperitivos.

—Sí, sí. Ya me voy.

En cuanto la puerta se cierra, abro la carpeta para saber qué encontró.

Archivo

Melissa Alejandra Sánchez Batista

Fecha de nacimiento: 11 de septiembre de 1990

Lugar de nacimiento: Maracaibo-Venezuela

Edad: 26

Estatura: 1.68

Ojos: marrones

Cabello: castaño

Melissa llegó a Estados Unidos hace ocho años, conoció a Steven meses después. Desde hace tres años, trabaja en el club La Perla como stripper ocasional. Ha viajado fuera de Estados Unidos varias veces. Acostumbra a desayunar en el café Budare Bristo, donde sirven platos típicos de su país. Max es su guarda espalda, en pocas ocasiones sale sola. Melissa tiene tres hermanos en Venezuela que viven con sus padres. Sus calificaciones en la preparatoria le otorgaron una beca de estudio en la Universidad de Boston donde inició la carrera de pre-leyes. Seis meses después, abandonó la universidad.

Nota: John esto es lo que conseguí hasta ahora. Sé que vive con su novio, pero no puedo ubicar la dirección. Seguiré informando.

Estoy seguro de que Steven la obligó a abandonar los estudios. Típico de un proxeneta. Les gusta tener el control, dominar a las mujeres y hacer con ellas lo que le plazca. Melissa solo tenía dieciocho años cuando conoció a ese bastardo. ¡Tiene ocho años sometida a él! Necesito encontrarla lo más pronto posible y ya sé cuál será mi próximo movimiento.

Anoche, apenas pude dormir. El plan que ideé con Alexia no dejaba de dar vueltas en mi cabeza y espero que funcione porque quizás solo tenga esta oportunidad para llegar a Melissa.

Una vez que estoy usando ropa deportiva, con una gorra de los Lakers incluida, bajo las escaleras hasta llegar a la salida de mi casa. Esta vez, paso del desayuno de Sandra, ya sé dónde comeré esta mañana.

—Estaciona aquí, Mick. —Le ordeno cuando llegamos al Café Budare Bristo, donde Melissa come casi a diario de 7:30 a.m. a 8:30 a.m. Desde mi posición, tengo una vista perfecta de la entrada. Alex ya está en el interior ocupando alguna de las mesas del café. Solo espero su confirmación para abandonar mi puesto en el auto e ingresar al local.

«Creo que no vendrá». Le escribo a Alex.

«Paciencia, campeón».

«No sé si pueda esperar un minuto más».

«Tendrás que».

Minutos después, una melena rojiza se deja ver en la entrada del café: Scarlet. Mantengo mis ojos fijos en ella hasta que finalmente aparece Melissa. Viste jeans ajustados, botas de invierno y una sudadera negra de la Universidad de Boston. Su hermoso cabello castaño está recogido en una cola de caballo y sus grandes ojos se mueven nerviosos de un lado al otro, como si quisiera asegurarse de que nadie la está siguiendo. Mis pulsaciones perdieron su control desde el mismo momento que la vislumbré. Y aunque el deseo de correr hacia ella y rodearla con mis brazos es imperioso, tengo que esperar la señal.

«Está entrando, Alex. Espero por ti».

«Ya la vi, está justo a mi lado. Llegó la hora, campeón».

Me pongo los lentes aviador y me ajusto la gorra hacia abajo para ocultar mi rostro. En menos de cinco minutos, estoy empujando la puerta de cristal que da paso al café. El lugar no es muy grande, si habrán diez mesas es mucho, pero es agradable. El olor de la comida es distintivo y hasta hace gruñir a mi estómago. Miro de forma disimulada a ambos lados del pequeño local y luego me acerco a la mesa de Alex, que está contigua a la de Melissa, como ella mencionó.

¡Dios! Mi corazón va a salirse de mi pecho. Desde aquí, puedo percibir la fragancia dulce de su perfume y, con mi vista periférica, noto la hermosa sonrisa que dibujan sus labios. Lentamente, acerca una taza blanca de café y sopla un poco para enfriar la bebida. No debería estarme excitando con eso, pero lo estoy, y mucho. Sus carnosos labios acarician la porcelana de la taza. La envidio. Quisiera que su boca estuviera contra la mía para saborearla de la misma forma que ella lo hace con su bebida.

Alex me da un punta pie en la pantorrilla, devolviéndome a la realidad. Eso dolió, pero no me quejo. Entiendo que era la única forma de llamar mi atención. Miro de reojo una vez más y noto que Scarlet ya me reconoció. Cuando Melissa se descuida, articula «hazlo». Me pongo en pie y me deslizo en una de las sillas desocupadas junto a Scarlet.

—Hola, Melissa. —En cuanto me escucha, da un respingo y entorna los ojos.

—¿Qué hace usted aquí? —pregunta sorprendida. Segundos después, Alex se sienta a su lado, bloqueándola por completo.

—Estaba de casualidad aquí y te reconocí, entonces… —No me deja terminar cuando le lanza una pregunta a su amiga, con una mirada colérica.

—¿Tú lo planeaste?

—¡No! —responde Scarlet, a la defensiva.

—¿Por qué sigue buscándome, señor? —La furia no ha abandonado su mirada cuando hace contacto conmigo. Me quito los lentes y los dejo en la mesa, necesito que me mire a los ojos y reconozca en ellos mis verdaderas intenciones.

—Puedes decirme John.

—Responda a mi pregunta, señor Stuart. No más rodeos —demanda. Su respiración comienza a alterarse, pero no sé si eso es malo o bueno.

—Quiero ayudarte —sintetizo.

No puedo decirle que no es todo, que sueño con ella cada noche desde que la vi, que quiero abrazarla y mantenerla en mi pecho hasta dormirme… que deseo besarla con una ansiedad tal que ahora mismo mis labios cosquillean con esperanza.

—¿Ayudarme? Yo no necesito nada de usted, señor —replica con altanería. Quizás no está acostumbrada a que un hombre quiera ayudarla de forma sincera y no con segundas intenciones.

—Sé que mientes, puedo verlo en tus ojos, Melissa. Estás gritando por ayuda.

—¿Qué sabe usted de mi vida? ¿Qué sabe usted lo que pueden o no decir mis ojos? —Su voz flaquea al final. Se ve tan vulnerable que lo único que deseo es cobijarla entre mis brazos.

Scarlet posa su mano sobre la de ella, lo que provoca que Melissa la mire.

—Mel, él es el hombre del que te he hablado, el que ha ayudado a muchas chicas del club. ¿Recuerdas quién fue la última que renunció a La Perla?

—Susy —responde Melissa con un susurro suave.

—¿Y sabes dónde está Susy ahora?

—No me importa y no quiero saberlo, Scarlet. Sabes que no puedo dejar a Steven —eleva un poco el tono, pero no lo suficiente para que alguien más escuche.

¿No puede, dijo? Eso es un avance. Significa que quiere dejarlo.

—Hagamos algo, Melissa, déjame ser tu amigo. Lo que te propongo no es nada descabellado. Si en verdad quieres seguir en La Perla, lo entenderé, pero permíteme mostrarte que hay algo más allá fuera de ese club, que no todos los hombres son como Steven. —Mi pronunciación es pausada, pero no por ello deja de ser convincente. Melissa desvía su mirada hacia Scarlet y luego se vuelve a mí.

¿Lo está pensando? Espero que sí.

—Se lo dije antes y se lo diré ahora: no me busque más —sentencia—. ¿Me daría espacio para salir? —le pide a Alex. Ella me mira, asiento con la cabeza, la decisión es de Melissa, no pretendo coaccionarla o retenerla a la fuerza.  

—Gracias por intentarlo, John —dice Scarlet.

—Cuídela, por favor. —Ella asiente débilmente y luego se va.

***

Alex había contratado a un detective para seguirla, pero la perdió tres calles después del café y eso fue todo. Han pasado siete días desde aquel encuentro y estoy volviéndome loco. Lo que siento por ella es ilógico y hasta estúpido. ¿Cómo puedo desvelarme hasta altas horas de la noche pensando en una mujer de la que solo sé un par de cosas? Tuve mis enamoramientos tontos cuando era adolescente, pero nada se compara a lo que siento cuando veo a Melissa, qué digo, hasta pensando en ella mi corazón se acelera con brío. ¡Esto no puede ser normal!

—¡Hermano! —grita Taylor al verme y me da un abrazo. Llegó esta mañana de su luna de miel y quedamos en reunirnos en el bar de Jerry. Él siempre ha sido muy expresivo, mi mamá lo llamaba osito por eso de ser tan tierno, le encantaba abrazar a todas las personas. Aunque creo que eso no ha cambiado. Correspondo su saludo efusivo con la misma energía, echaba de menos a mi hermano.

—¿Dime que tu bronceado te lo dio el sol y no que fuiste a un salón de esos? —me burlo.

—Muy gracioso —replica—. Toma, te traje un regalo. Aloja, hermano.

—Mierda, gastaste todos tus ahorros en esto —bromeo. Es una simple camiseta con un dibujo colorido de palmas y cotizas playeras al frente.

—Para mi hermano, lo mejor —repone burlón—. A ver ¿ha pasado algo interesante que me tengas que contar?

—¿Para qué preguntas si ya tu esposa te lo dijo? —frunzo el ceño—. Hablaré seriamente con Alex, le pago una buena suma para que cierre la boca —murmuro para mí.

—Entonces ¿qué ha pasado con Melissa?

—No hay nada que tenga que pasar, sabes muy bien cuál es mi objetivo con ella: es una stripper que quiero ayudar y, en este caso, dijo que no.

—¿A quién quieres engañar, John? Sé que estás interesado en ella.

—Es verdad —digo con una exhalación—. Hay algo en ella que me intriga y me atrae a la vez. Siento que debo ayudarla, que me necesita, y no puedo apartarla de mi mente.

—Hazlo —dice como si fuera fácil.

—Ya lo hice, me pidió que me alejara de ella. No puedo obligarla y lo sabes.

—Al menos, lo intentaste. Déjalo así, quizás no vale la pena el esfuerzo.

—Siempre vale la pena —refuto.

Dejamos el tema de Melissa por lo sano, comenzaba a enfurecerme y no quería discutir con mi hermano. Después de un par de cervezas, decidimos irnos del bar. Taylor ahora es un hombre casado y tiene que ir con su esposa. Y yo, bueno, volveré a casa a dormir solo en mi enorme cama king size. ¡Esto apesta!

Una vez en la soledad de mi habitación, sin otra prenda de vestir que me acompañe más que un bóxer, me acuesto en la cama y dejo que mis pensamientos me lleven hasta Melissa. Fantaseo con sus labios repartiendo besos húmedos por mi pecho mientras su suave cabello se desliza por mi piel. Ella baja y baja, hasta encontrar mi firme miembro.

Su boca, quiero su boca rodeándolo con avidez y deseo hasta que exprima cada gota de mi semen.

¡Mierda! Cada vez que pienso en ella, termino de la misma forma y no sé cuánto más pueda soportar. Creo que llegó la hora de buscar a alguien que me ayude a sacarla de mi cabeza. No puedo seguir así.

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