Recuerdo 1°

Narrador en tercera persona

La lluvia golpeaba contra la ventana a la par que se escuchaban los sollozos de la pequeña niña, el descenso de las gotas de lluvia hacía juego con la caída de sus lágrimas. Su boca absorbía el sabor salado y su corazón se encogía al no poder controlar su tristeza.

Muchas cosas habían cambiado, todo su entorno lo había hecho. Pasó de ver el sol desde el jardín de su amena casa, a notar un leve rayo de sol colarse por una de las aberturas que tenía la madera que tapaba por completo su ventana. No es lo mismo ir a una playa y sentir el mar frío haciendo una gran combinación con el asfixiante calor, a estar en posición fetal en tu bañera mientras tus cabellos se pegan a tu cara como causa del agua chorreando. 

Se levanta del frío suelo y se dirige a pasos cortos a su desgastada cama, se recuesta en ella lentamente como si le doliera el cuerpo. Le dolía el corazón. No duerme, solo piensa. 

Cansancio.

¿Qué clase de cansancio podría presentar una niña? Cansancio emocional era la respuesta. Muchas cosas pasaban para ser tan joven e inocente, demasiadas para su pequeño corazón.

Suelta su cabello sintiendo como libera un poco de tensión, la rutina es la misma: se levanta, come y vuelve a dormir. Y así de manera repetida, sin cambiar ni un mínimo detalle.

Pasan quince minutos en los cuales queda profundamente dormida, su respiración tranquila parece calmar la lluvia y dejar un ambiente más cálido. Presiona su cuerpo a su único peluche, con su pequeña mano busca su muñeca que pudo esconder en el transcurso en el que las demás desaparecieron. Aún dormida abraza a sus dos únicos juguetes, y por fin la tranquilidad se adueña de su aniñada carita.

***

Los fuertes gritos la hacen despertar exaltada, por un momento creyó haber escapado de todo y todos. Sus lindos ojos se llenan de un sentimiento no muy agradable: La culpa.

Con los ojos inyectados en sangre, le pregunta a su única muñeca: - ¿Podría tener una vida perfecta como tú?¿Podría vivir siendo feliz?

Desearía recibir un abrazo cada vez que se preguntaba lo mismo, la soledad que estaba acostumbrada a sentir la estaba desmoronando. Llevándola a su límite.

Dicen que los niños adormecen sus males con un abrazo proporcionado por algún ser querido, pero la pobre niña no tenía a nadie, ni a ella misma se tenía. Ella desconocía su propio apoyo, se había encargado de deshacerse de tal al ser consumido por la tristeza y culpa.

¿Dónde se encontraba su brillo de luz? Ella había sido una buena niña, o eso quería creer, ¿no merecía un milagro que la ayude a salir de su hoyo de mugre?

Pero, ¿Qué podría hacer una niña sin la ayuda de alguien mayor?

Nada, exactamente eso. Se quedaría en la nada viendo como esta la consume lentamente hasta hacerla desaparecer en el proceso.

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