CAPÍTULO 4. SIMPLE

Bell salió de su casa esa tarde, miró la hora que en su teléfono dictaba y cuando ya estaba por irse a la casa del profesor a recibir la tutoría de psicología, su amiga pasó por allí y la vió. Notando un peculiar cambio en su amiga. Aunque, era mínimo, no dijo nada.

Sólo pareció notar, un ligero cambio en la manera de vestir, pero, seguro fue porque no conocía los exóticos gustos de vestimenta de su amiga de descendencia asiática.

—Hola. —sonrió su amiga. —¿Qué ha pasado contigo en éstas últimas semanas? —preguntó preocupada, su compañera y amiga.

—Oh, no te lo he comentado ¿cierto? —su amiga negó. —Pues... he decidido dejar la universidad, no puedo aprender allí el área de psicología, y para mí es fundamental aprenderla. —se cruzó de brazos.

—¿Simplemente por qué no dan psicología te retiras sin decir nada? —preguntó algo sorprendida su amiga. —Bell... aún así, no tiene sentido. —suspira de manera molesta.

—Descuida, encontré ya por la zona a un tutor, es buenísimo dando clases. —Bell se acercó a ella y puso su mano en el hombro de su amiga. —Además... cobra a buen precio, y aprenderé más rápido. —sonrió.

—¿Segura de que eso está bien? —preguntó no muy convencida.

—Desde luego, ¿por qué crees que no fue fácil encontrarlo? —su amiga simplemente se encogió de hombros y Bell soltó una risita. —Bueno, porque es guapo. Por eso... —se ruborizó un poco por decir aquello.

—Ten cuidado entonces, y sí vas a tener una relación estrecha con él, espero que sea un buen profesor dedicado a su trabajo y no al hecho de conquistarte para hacerte su posible esposa. —su amiga se echó a reír por esto último, provocando que Bell se volviera a ruborizar.

(...)

Después de haberse quedado platicando con uno de sus vecinos, Bell por haberse distraído más de una hora, notó que por la hora en el reloj de su teléfono estaba llegando tarde a la clase del profesor. Se subió a su bicicleta y pedaleó con rapidez hasta llegar a la casa del profesor M.

Tocó la puerta y se dio cuenta de que él estaba allí, porque él mismo le abrió y con una seriedad notoria, le dejó pasar de manera amable, pero sin quitar su seriedad. Ella entró y se dirigió a la sala y con una reverencia le pidió disculpas por haberse demorado en su primera clase.

—Perdón... no debí haberme distraído, profesor. —se inclina de nuevo.

—Consideraré eso como sólo un pequeño accidente de tu parte en vez de una excusa, señorita Bell. —mencionó y sostuvo su mentón cuando Bell levantó su mirada.

—Pro-procuraré llegar temprano mañana. —dijo con algo de nerviosismo mientras miraba los ojos del profesor.

—Me gusta oír eso, señorita Bell. —sonrió y soltó suavemente su mentón. —Por aquí... —le señala el pasillo. —Empezaremos la clase ahora. —dijo guiándola por el oscuro pasillo hasta llegar a un salón espacioso con un estante alto repleto de libros relacionados a diversos temas, incluyendo el que Bell anhelaba aprender.

Cuando el profesor se dispuso a dar la clase, Bell siempre anotaba todo lo que su profesor le dictaba en el pizarrón, desde la primera hasta la última, cada área y tema de la psicología la entendía a la perfección, sonreía maravillada con cada tema que iba aprendiendo. El profesor, sorprendido en su interior por el gran interés que su estudiante Bell le ponía, lo hacía pensar cosas que no estarían a la altura. Parecería una tontería lo que los desconocidos vieran si esto llegaba a saberse.

El profesor dio una breve pausa antes de continuar y, decidió darle a su estudiante un recreo, y Bell le preguntó si podía usar el baño, él sonrió y le dio permiso de ir. De todos modos, su casa era espaciosa, Bell no se perdería con facilidad.

La joven exploró con cierta curiosidad cada rincón de la casa de su profesor hasta llegar al baño, entró y cerró la puerta con seguro.

Después de terminar de hacer lo que iba hacer, procedió a hacerlo que toda persona hace después de usar el baño, Bell salió de la habitación del baño y fue hasta unas escaleras que, sin previo aviso, exploró y vio que estaba la habitación del profesor con la puerta entreabierta.

Algo la incitaba a entrar, pero, debido a que no tenía permiso de entrar a la habitación, con algo de apuro, bajó a pasos algo rápidos las escaleras. No quería que el profesor se diese cuenta de esa tal imprudencia, aunque, el profesor ya se había percatado, pero no le dijo nada.

—Vaya, si que te demoraste... —el profesor se le apareció por detrás, asustándola un poco.

—Oh, lo.. lo siento mucho... —se excusó dándose la vuelta pidiendo disculpas.

—¿Estabas explorando, eh? —soltó una pequeña risa y procedió a guiarla por el pasillo y comenzó a acariciar con suavidad sus hombros mientras la guiaba. —No te perderás de nuevo, ahora me encargaré de guiarte por el buen camino. —sonrió susurrando lo último en su oído.

—No creo que sea complicado que me guíe por ese buen camino, profesor. —respondió inocentemente.

—¿Segura de lo que dices? —él se detuvo, quedándose con ella en el oscuro pasillo y comenzó a besar su cuello.

—S-sí... —sintió aquel beso. —¿Q-qué está haciendo...? —lo miró confundida mientras él sonreía y ahora se alejaba lentamente de su cuello mientras se ponía enfrente suyo.

El hombre miró con tranquilidad a Bell, pero ella solo desviaba la mirada nerviosa, y luego miró a su profesor. Pensó si eso era algo bueno, nuevo o inusual y éste, acercando su mano al rostro de la chica, le acarició su mejilla y su semblante se cambió a uno diferente.

Se quedó un poco extrañada ella al sentir dichas caricias, roces, y ahora sintió aquel beso sobre sus labios, un beso cálido que jamás experimentó. Mientras él comenzaba a besarla, Bell sentía sus mejillas arder, el calor ahora era lo que sentía esparcirse por sus mejillas y sintió algo moverse con fuerza, fue la mano del profesor que pasó de tocar su mejilla con suavidad a acariciar su cuello y bajar de su cuello, y procedió a tocar su espalda. Bell al sentirse sin salida contra la pared y la oscuridad que la sumergía, podía sentir las miles de sensaciones volar y tocar como pequeñas punzadas en su ser.

El profesor se alejó lentamente de ella, no quería excederse aún con ella, por algo dejó de besarla y procedió a sacarla de allí. Bell de alguna manera no supo como reaccionar, sin duda; sólo podía pensar en lo que hizo, y ni idea si estaba bien, pero ella lo disfrutó. Su profesor, ahora se estaba convirtiendo en algo más, pero... ¿cómo lo vería la sociedad si en algún momento se llegaran a enterar? ¿Cómo se lo tomarían los padres de Bell? ¿Aceptarían dicha relación? Eso, de alguna forma inquietaba y preocupaba un poco a la joven, ella no sabía si lo que estaba haciendo ahora estaba bien.

Un delito, un pecado, un acto ilegal, ética inmoral, sea lo que sea que fuese, ya Bell lo hizo.

Aquel acto, ya le era imposible no querer negarse a besarse con alguien que, bajo ese manto, era su profesor. ¿Y si se volvía su amante? ¿Sería bueno o simplemente un pecado más del montón que los religiosos no perdonarían? A Bell le empezaba a gustar, al igual que a su profesor. Excitante era la palabra, empezaba a ser excitante sentirlo, sentir sus labios tibios sobre los suyos. Pero, por algo debía tener cuidado. De allí sale, el dicho por excelencia de: "Cuidado con quién te relacionas."

Era un dicho por excelencia, y por más obvio que parezca ser, se debía acatar esto. Sin embargo, no todos somos cumplidores con el dicho, por lo que; cada quién se arriesga como quiera. Así de... simple.

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