MIS TRES ABUELOS
MIS TRES ABUELOS
Por: KOTONGO
CONSTANZA TORRES VALVERDE

A mí me encanta la vida, diría que estoy enamorada de ella, soy una mujer sentimental, apasionada, pero a la vez muy centrada, o tal vez vieja prematura, aunque no lo creo, a veces no encajo con el perfil de la gente de mi edad. Mi primera aventura amorosa la tuve a mis 23 años con Patrick Keller, un antropólogo suizo que conocí en la universidad, que llegó a mi País a investigar algunas de nuestras etnias indígenas, él tenía 41, fue un amor intenso, se robó mi corazón, se llevó mi virginidad y una parte de mí que no podré compartir con otro hombre jamás.

Durante el tiempo que duró ese romance perdí la noción del tiempo, sin duda, al menos en su momento, fue una persona importante en mi vida, para él no sé qué fui, de hecho, se fue tal como llegó, así de repente y más nunca supe nada de él.

Digamos que de alguna manera se aprovechó de mi inocencia, pero quizás a la vez deba agradecerle el hecho cierto de haberme descubierto como mujer, por eso digo siempre que fue un engaño que disfruté al máximo, sin embargo, ahora que he vivido más creo no agradecerle nada, pues de no haber sido él, seguro hubiese sido otro.

Mi familia es lo que llaman una familia de clase media, hemos recibido buena educación y hemos vivido bien, sin ningún tipo de carencias, tal vez sea el producto de la trayectoria profesional de mi abuelo, quien fue un tipo muy exitoso y como consecuencia de ello todos sus hijos,

incluyendo a mi madre, de una manera u otra, también han alcanzado el éxito personal y profesional en sus respectivas vidas.

Todo el mundo reconoce el talento y lo exitoso que ha sido mi abuelo, sólo mencionar el apellido Valverde inmediatamente nos relacionan con él, preguntando ¿Ud. es familia del Ingeniero Fabián Valverde? Es, aparentemente, un tipo famoso, al menos en esta Ciudad y en este País.

Aunque les comento que esto de tener un pariente así es un lio un tanto fastidioso, primero es un compromiso y también una responsabilidad, ya que debes cuidar tu conducta, manteniendo y protegiendo el prestigio de nuestro buen apellido, esto, en algunos casos, hasta te impide tener una vida pública y privada normal, como cualquier mortal. Mi tía Mariam, quien es una mujer que le importa mucho el qué dirán y tiene muchos prejuicios, asume de vez en cuando una actitud que, a mi juicio, me resulta estúpida y en ocasiones comenta: “recuerda que eres la nieta de Fabián Valverde” o cosas así, toda una ridiculez para mí.

Mi nombre es Constanza Elena Torres Valverde, soy hija de María Fernanda Valverde y Henrique Torres, sobrina de Ernesto, Mariam, Elena, Anastasia y nieta de Fabián Valverde, mis amigos todos se ríen al contarles mi historia.

Normalmente, las personas tienen dos abuelos, el padre de su madre y el padre de su padre, pues, aunque no me crean, yo tuve tres abuelos y en estas letras les voy a contar cómo llegue a esa conclusión.

Yo también soy Ingeniero, estudié esa carrera ya que quería ser como mi abuelo y triunfar en el mundo de la Ingeniería.

Pronto me di cuenta, lamentablemente, luego de graduarme y ejercer un tiempo, que eso de la Ingeniería no era para mí y ahora estoy dedicada al Comercio Internacional, las relaciones entre países que se generan motivados al comercio, es algo que me llena de felicidad y realmente me gusta y lo disfruto.

En mis ratos libres me voy a la finca de mi madre y cuido de los caballos porque soy una enamorada enloquecida de la belleza de ese noble animal, es una figura maravillosa tengo dos y en ambos asistí a mi madre en sus partos o sea que son casi mis hijos, uno se llama Trueno por su imponente caminar y el otro se llama Sócrates porque cuando me mira parece que estuviera pensando.

La vida en la Universidad es, quizás, una de las experiencias más hermosa que cualquier persona puede tener en la vida, en ese entonces todo está lleno de ilusión, el ansia de obtener el título y el orgullo de ser un profesional, la familia con la esperanza de la graduación, el aparente cambio de estatus, el reconocimiento, las fiestas, reuniones, el amor, el sexo, el alcohol, las drogas, viajes, diversiones… en fin, pasa de todo en la universidad, toda una época de fantasía, pero también llena de frustraciones.

Son muchos los que inician y no llegan al final, a otros les cuesta obtener el título, a veces, al encontrarse con profesores que no son del todo profesionales de la educación, tergiversan el conocimiento vinculándolo con una especie de poder, que en la mayoría de los casos es utilizado para perjudicar a los alumnos sin razón alguna, otros más inescrupulosos lo utilizan para aprovecharse de jóvenes féminas, adolescentes o juveniles, es un camino lleno de alegría en la mayoría de los casos, pero de un sin número de desilusiones en otros tantos.

Para mi tío Ernesto Valverde nada de esto le fue ajeno, con la excepción de las drogas, estudiaba medicina en la misma universidad que había estudiado su afamado padre, el Ingeniero Fabián Valverde, toda una luminaria en el mundo de la construcción, un joven promisor. Cuando estudió la secundaria se graduó con excelentes calificaciones, siendo uno de los mejores de su curso, era

un joven carismático seductor y buen amigo decían sus compañeros de curso.

Tenía fama de galán y amante de las copas, era todo un rompecorazones, algunas de las madres de sus incontables amores le decían de manera despótica, “eres una copia al carbón de tu padre…”, pero Ernesto siempre tenía una sonrisa para estas señoras, algunas de ellas se enredaron sentimentalmente con él, pero era difícil de atrapar.

Le gustaba llevarse a las chicas a la cama y era conocido y hasta apetecido por tener fama de buen amante, en resumen, era Ernesto Valverde y nadie más, su hermana Elena, quien llevaba una vida bastante bohemia, con frecuencia decía “no sé por qué dicen que se parece a mi padre” y reía a carcajadas.

Ernesto provenía de una familia humilde, que debido al éxito de su ya conocido padre, se habían convertido en pertenecientes a la clase media de la época, pero el éxito y el cambio de status no había logrado apartar de si sus principios, según decía su padre.

Eran cinco hermanos, cuatro hembras y él, que obviamente era el único varón, su padre Fabián Valverde trabajaba en una empresa estatal y tenía su oficina privada, siempre estaba inmerso en los proyectos de infraestructura más emblemáticos de la época, nació en Ibarra en la Provincia de Imbabura, al norte del Ecuador, pero desde muy joven vivía en Quito, la capital.

Estudió en la Universidad Politécnica del Ecuador y fue uno de sus alumnos más brillantes, también lo fue de su graduación y era un padre abnegado, según sus propias palabras, totalmente dedicado a su familia y a su trabajo, con frecuencia sus amigos decían con cierta sátira, “Fabián eres un varón domado”, nunca se le conoció ningún amorío, o sea que, aparentemente, fue un hombre ejemplar de una conducta incólume ya que sólo iba del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, a pesar de que José Roberto Brusil, uno de sus mejores amigo, comentaba, “debajo de esa sotana hay un pequeño diablillo escondido” y reía… tal vez conocía alguna historia oculta de Fabián.

Sus cuatro hermanas, dos menores que él, Mariam y Anastasia, quienes tenían 19 y 21 años respectivamente, luego María Fernanda, mi madre y mi tía Elena, quienes tenían a su vez 27 y 23 años, todas tenían vidas independientes, pero eran muy apegadas a su madre, con la excepción de Elena, quien, según Ernesto, sólo se quería sí misma.

Mi abuelo que era un tipo elegante, de buena estatura y siempre vestía de terno, usaba gomina para el cabello y andaba totalmente perfumado.

Estaba casado con mi abuela María Constanza Tiamarca, quien también era de Ibarra, mi madre tenía uno de sus nombres, Maria, y a mí, como tradicionalmente era, me colocaron uno de los nombres de mi abuela, era como una forma, a mi entender, sin sentido, de honrar a la madre, colocarle el nombre a una de sus hijas, desafortunadamente me tocó a mí y lo digo porque jamás he estado de acuerdo con eso, o sea que todo quedo en familia, me hubiese gustado que hubiesen sido más creativas al momento de colocarme mi nombre, por ello, en lo que a mí respecta, hasta aquí llegó la tradición.

Mi abuela María Constanza era una mujer muy apegada a las costumbres de la época, para su fortuna tal vez tenía un marido exitoso, por ello nunca necesitó trabajar, típico de la época, el marido trabajaba y la mujer era una especie de sirvienta sumisa, lavaba y planchaba la ropa de su marido, el cual siempre lucia impecable, al igual que todos sus hijos.

¿Pueden imaginar esa vida?, lavar a mano la ropa de mi abuelo, mi madre y sus cuatro hermanos, además planchar cocinar y atender todos los deberes del hogar, que horrible vida…

Mi abuelo nunca se ocupo por buscar personas y emplearlas para que apoyaran a mi abuela en sus quehaceres, eso no era importante para él, era una situación que no le preocupaba en lo absoluto.

Pero, mi Abuelo Fabián fue el único y verdadero amor de mi abuela, ella estaba encantada de vivir esa vida, la cual, a mi juicio, ni siquiera era su vida, era vivir para él, o sea, mi abuela no tenía vida propia, nunca la tuvo, pero ella siempre estuvo muy feliz de esa vida, tenía un esposo y cinco hijos, que más podía pedir, no le faltaba nada, vivía para su familia, como la época y las circunstancias sociales así lo dictaban, era una situación de la cual cualquier mujer debía sentirse orgullosa, obvio que mi pobre abuela no era la excepción.

Mi madre por su parte más contemporánea, era Veterinaria, aunque su vida no era muy diferente a la de mi abuela, ya que igual atendía a mi padre como si fuera un amo, al igual que a nosotros que somos tres.

Mi padre, a diferencia de mi abuelo, era un hombre más consciente y amaba a mi madre con un amor humilde y sincero, él vivía por ella y para ella, nosotros éramos parte de ese maravilloso amor que se profesaban y manifestaban.

Nuestros padres, a diferencia de mi abuelo con respecto a mi abuela eran totalmente diferentes, salíamos a pasear y a cenar casi todos los fines de semana, mi padre jamás ignoraba ningún cumpleaños nuestro y mucho menos su aniversario de bodas, tan era así que en los alrededores de esa fecha sólo celebraban ellos, nosotros, los hijos, todo el tiempo estábamos excluidos de esa celebración.

Mi padre solía decir: “ya ustedes tendrán su propia vida de casados y lo harán a su manera, pero lo que somos mi mujer y yo siempre celebraremos nuestro aniversario de bodas, mejor si es sin ustedes…” aunque no era cierto, salvo cuando se fueron de viaje, siempre estábamos celebrando con ellos, éramos una familia muy unida y feliz.

Mi madre siempre fue una mujer maravillosa, era cariñosa y nos entregó su vida, pero no sin vivir la suya, siempre me ha hablado, la conversación ha sido un vínculo especial

entre nosotras, siento que es la mejor amiga que he tenido, la admiro por muchas razones.

Su carrera la apasiona, sobre todo ahora que nosotros sus hijos somos independientes, es más, el tiempo que ocupa en la finca atendiendo sus animales que el que está en la casa, por ello con frecuencia mi padre se va todos los jueves y regresa los lunes para estar con ella, como la finca queda apenas a una hora y media de la ciudad es difícil que uno de nosotros no esté con ella siempre.

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