Capítulo 4

El muchacho nos miró y soltó una pequeña risita extraña; casi tímida, sus ojos de un lindo color azul.

—Están casi desnudos —se encogió de hombros y soltó otra ligera sonrisa que mostraba sus dos dientes delanteros, sus mejillas se sonrojaron cubriendo parte de sus pecas, ese sujeto no era normal, parecía demasiado alegre.

Me intenté cubrir colocándome detrás del cuerpo de Marco sintiéndome totalmente incomoda.

— ¿Qué está pasando? —me atreví a decir con voz temblorosa. ¿Cómo es que todo había cambiado en cuestión de horas?, ¿seguía soñando?

—Soy Bijin. Bienvenidos a la Isla de Zen. Aquí están los documentos y papeles de la casa —extendió las carpetas hacia Marco, pero él no los último parecía estar tan impresionado como yo.

—¿De qué hablas? —Dijo Marco—, ¿papeles de esta casa?

Estaba segura que todavía estaba soñando.

—Sus papeles, claro —afirmó Bijin soltando otra de sus extrañas carcajadas—, para los nuevos propietarios, ¿llegaron ayer cierto? Señor Marco, señora Charlotte.

Definitivamente estaba soñando, ¿Cómo es que sabía nuestros nombres?

—Charlotte —murmuró Marco—, entra a la habitación.

Lo miré, pero Marco seguía con la mirada fija en el muchacho como si este le fuera a saltar encima con un cuchillo en cualquier momento. De repente el semblante del muchacho flaqueó y sus ojos me recorrieron con algo de duda.

— ¿Por qué quieres que ella vaya a la habitación? —Indagó Bijin—, no querrán irse de aquí, ¿o sí?

La actitud de Bijin comenzó a tornarse un poco más seria y agresiva.

—No, no —dijo Marco con una débil sonrisa, de seguro dándose cuenta del cambio de actitud de Bijin—. Quiero que se vista, eso es todo.

— ¡Oh! —Bijin mostró otra vez esa sonrisa y se encogió de hombros para retorcerse en una pequeña carcajada—. Creí que querían irse de la Isla de Zen… No pueden irse de la isla.

Observé como Marco se tensó de hombros y sus manos tuvieron un leve temblor. Aclaré mi garganta y me agarré del brazo de Marco para hacer de alguna manera frente a Bijin, esto debía de tener una explicación lógica, no es como si Bijin y los demás habitantes fueran unos fantasmas…

¿O si?

Ignorando el hecho de que aparecieron de la nada; puede que la deshidratación nos afectara, tal vez nos hizo delirar haciéndonos pensar que el pueblo estaba abandonado… ¿eso tenía sentido? Debía de tenerlo, era la única explicación y puede que esta fuera nuestra oportunidad de salir de aquí.

—Nosotros llegamos ayer, estamos… estábamos perdidos —murmuré—, debemos ir a nuestro hogar…

La mano de Marco me presionó la muñeca tan fuerte que solté un gemido de dolor, levanté la vista encontrándome con sus ojos; era una mezcla fascinante de verde y azul pero me transmitia enojo, casi me hizo recordar a mi madre cuando me decía silenciosamente que me callara.

—¿Hogar? —Repitió Bijin—, Isla de Zen es su hogar, siempre será su hogar.

El chico simpático se esfumó frente a nuestros ojos, la expresión de Bijin se tornó tensa hasta dejar una mueca de molestia, di un paso hacia atrás y Marco me cubrió con su cuerpo.

—Ustedes no estaban aquí cuando llegamos —se atrevió a decir Marco—, todo estaba desolado, ¿Quiénes son?, ¿qué son?

¿Qué mierdas estaba pasando?

Quería decir gritar, pero mi lengua pareció pesada en mi boca.

¿Cómo qué; qué son? ¿Acaso Marco creía que eran fantasmas?, Dios mio, ahora no sabia qué pensar, yo nunca había creido en los fantasmas, aunque si en demonios que se hacian pasar por fantasmas, oh maldición, ¿y si ellos eran demonios?

De repente Bijin comenzó a mostrar una lenta sonrisa; pero no era simpática, esta era cruel, destilando maldad por cada poro de su cuerpo. Las personas del pueblo que caminaban por la calle se detuvieron y voltearon sus cabezas hacia nosotros, ya no había ruido, nadie hablaba, ni siquiera los insectos se hicieron notar, solamente podía sentir las miradas pesadas, los vellos de mis brazos se erizaron al ver como los hermosos ojos azules de Bijin se aclaraban hasta que no tuvo iris ni pupila.

Marco soltó una vulgaridad cerrando la puerta tan fuerte que sentí como la casa se estremeció, y sin aflojar el agarre que mantenía en mi muñeca comenzó a correr; arrastrándome con él.

¿Qué se suponía que era Bijin?, ¿acaso había sido real?, Dios mio, a lo mejor él era El rostro, a lo mejor todos eran un rostro.

  Corrimos a la habitación y Marco trabó la puerta con la mesa de noche, ahora que lo notaba, la cama matrimonial donde habíamos dormido anoche, estaba perfectamente arreglada con una funda gruesa y almohadas que parecian de algodón, los estantes, closets y mesas de madera cabalmente pintandas, eso no estaba así cuando despertamos. Se escuchó una extraña melodia sonar de repente, salté en mi lugar soltando un pequeño grito, voltee a todos lados observando que se trataba de una radio sobre uno de los estantes de la habitación.

-¡¿Qué es esto?! –expresó Marco llevándose las manos a la cabeza, la luz que entraba por la ventana reflejaba los abundantes vellos de su pecho y una pequeña cicatriz en el abdomen.

-Parecían fantasmas –respondí a su pregunta retórica, iba a comenzar a preguntarle qué hariamos ahora (porque Marco siempre parecía saber que hacer), pero de subito, el suelo comenzó a temblar, tan fuerte que ocasionó que me cayera de trasero, Marco se agachó y como pudo; gateó hasta donde estaba yo; solamente para envolverme en sus brazos, casi como un escudo…

Ahí comprobé algo importante; Marco podía ser un idiota conmigo, pero tenía un gran instinto protector.

El sonido que salía de la radio se hacía cada vez más fuerte, la interferencia comenzó a cruzar señales hasta que una voz comenzó a sonar o más bien chillar, gritaba cosas incoherentes a medida que el terremoto se hacía más fuerte, polvo caía del techo al igual que pequeños escombros.

Dios, ¡si me escuchas haz que pare!

Demasiado miedo, estaba que me orinaba, jamás había vivido algo así.

La radio se cayó del estante, sin embargo no dejó de reproducir el chillido horripilante de alguien gritando o siendo herido. Poco a poco el suelo dejó de moverse, y un silencio absoluto nos envolvió, la respiración de Marco la sentía en mi nuca y casi podía escuchar los latidos de su corazón desenfrenado que se mezclaban con los míos.  

“Esto se detuvo –se escuchó desde la radio- pero no fue Dios quien te escuchó”.

Me aferré a los brazos de Marco, él miraba a todos lados, lo sentía temblar pero intentaba mantenerse al margen. ¿Me había escuchado la radio? ¿Cómo es que era posible? Debía de ser una coincidencia, nadie escucha los pensamientos de los demás.

“Isla de Zen al servicio de ustedes —continuó la radio con voz encantadoramente servicial— Este es su hogar, siempre será su hogar”

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