CAPÍTULO 5

Cuando una voz risueña pero firme le contestó al teléfono Fabio dio gracias a Dios, porque Malena era justo la persona con quien necesitaba hablar.

— ¡Hola cuñadita! — canturreó contra el auricular mientras conducía a toda velocidad hacia el centro de Córcega.

— ¡Hola Fabio! Qué milagro tú llamando tan temprano.

— Sólo quería saber cómo está mi sobrina favorita. Ya la extraño.

— Pues ha madrugado tanto como tú, no tenía idea de que una bebé tan pequeña pudiera tener tanta energía. — rio Malena sosteniendo el biberón de su hija.

— ¿Y mi hermano, cómo lo lleva?

— ¿Ángelo? Mordiéndose las uñas cada vez que Alexia estornuda, jajaja, pero está feliz, incluso es él quien la baña todos los días.

Fabio dejó que el corazón se le inundara de calidez, agradeciendo que su hermano Ángelo no hubiera perdido la oportunidad de construir una hermosa familia.

— Eso está muy bien, Male, ahora si tienes un minuto me gustaría pedirte un favor.

— Por supuesto, cuñado ¿qué necesitas?

— Quiero “pinchar” tres celulares descartables.

Se hizo un largo silencio al otro lado de la línea y Fabio supo que la única razón por la que Malena aún no comenzaba a gritarle era porque tenía a su bebé en brazos. Era la naturaleza de aquella mujer hacer de madre de todo el mundo y sus instintos de protección estaban demasiado aguzados. Años atrás Malena había servido en el ejército colombiano, y antes de casarse y tener una hija con Ángelo, había sido su jefa de seguridad. Su experiencia en el área era indiscutible, y además era la única persona con la que Fabio tenía la confianza suficiente como para pedirle semejante favor.

— Antes de que pongas el grito en el cielo permíteme aclararte que no se trata de ninguno de mis casos. Esto no tiene nada que ver con el bufete.

— ¿Entonces con qué tiene que ver?

— Con una chica que tengo en casa, es del tipo que debo mantener bajo control.

Malena resopló al teléfono con aire condescendiente, ya estaba acostumbrada a los arranques de locura de los Di Sávallo.

— ¿Y para qué una mujer necesita tres teléfonos descartables?

— Eso precisamente es lo que quiero saber. ¿Me ayudarás?

— Creo que no tengo opción. Conociéndolos a ti y a tus hermanos, sé que si no te ayudo buscarás a alguien más. No te preocupes, te enviaré un mensaje con la dirección de un amigo, dile que vas de mi parte y te atenderá enseguida. Es un hombre discreto y de toda mi confianza.

— ¡Gracias Male! Me encanta eso de ti. — se burló Fabio — Si se lo hubiera pedido a Marco se habría escandalizado porque quiero “pincharle” el teléfono a una mujer. ¡Tú no te escandalizas por nada!

— ¡Por favor, Fabio! — se carcajeó Malena— ¿Sabes cuántos celulares he “pinchado” en mi vida, empezando por el de Ángelo?

— ¿Le tienes “pinchado” el teléfono a mi hermano?

— El anterior sí, pero conste que solo era por mi trabajo.

— ¡Sí, claro!

Y después de las habituales preguntas de interés por el resto de la familia, colgó.

El bufete de abogados ocupaba el décimo piso de uno de los edificios de negocios más importantes de toda la ciudad, y a pesar de que solo veinte personas lo usaban,  bullía como un avispero atacado por un oso.

— Bueno días, jefe.

— Buenos días, señor.

— Buenos días.

Por su lado pasaban los abogados y lo saludaban casi sin mirarlo, embebido cada uno en su propio trabajo. Por fortuna Fabio no era la clase de jefe que esperara largas ceremonias de sus empleados, de lo contrario no habría podido levantar un negocio como aquel. El bufete era pequeño comparado con otros, pero en pocos años ya se había ganado un nombre en Europa, y no solo porque lo respaldaba el apellido Di Sávallo.

Solían tomar casos complejos de gente con mucho poder, y se caracterizaban por ser imparables tanto en su afán investigativo como en su habilidad en los tribunales.

— ¿Tenemos algo especial hoy, Jason? — preguntó Fabio como al descuido a unos de los chicos que se hundían entre montañas de archivos. Era apenas un practicante que había aceptado como un favor a un amigo, pero el muchacho había demostrado ser más eficiente de lo esperado.

— Solo otro caso de malversación, señor Di Sávallo.

— ¿Mucho dinero?

— Millones, y ahora mismo no tenemos a ninguno de los grandes libre.

Con uno de los “grandes” Jason se refería a la categoría de abogado, el bufete tenía a su servicio a los mejores, pero entre ellos solo unos pocos podían implicarse en casos de fraudes millonarios.

Entonces yo me encargaré, pásame los archivos a la computadora y los reviso en casa.

El resto de la mañana lo pasó poniendo en orden todos los asuntos relacionados con el bufete, y luego Jason tuvo que abandonar su tranquilo escritorio para acompañarlo por media ciudad a comprar ropa de mujer. Era estúpido, Fabio lo sabía, era incluso impropio de alguien con una etiqueta de mujeriego como la suya, pero no podía evitar pensar que sólo él sabía cómo quería ver a Valentina, y qué llevarle para causarle la impresión necesaria. Después de todo era una niña rica, no se conformaría con las prendas que, posiblemente al azar, un asistente de asuntos legales pudiera elegir.

— Y coméntame — le pidió a Jason en un esfuerzo por dejar de pensar en ella — ¿de qué se trata este caso de malversación?

— Pues más o menos lo de siempre, nuestro cliente pensó que podía defraudar el fondo de inversiones que el gobierno había puesto a su disposición, y luego devolverlo sin que nadie lo notara. Total, que no ha tardado mucho en darse cuenta de que su dinero no estaba generando intereses y mucho menos utilidades, y ahora que han encontrado el desfalco se lo quieren comer vivo.

— ¿Al señor Gephard? ¡Por favor! — y su acento estaba tan cargado de sarcasmo porque él mismo consideraba al hombre en cuestión un completo inútil — Heredó el nombre y el dinero del patrimonio familiar, pero Dios sabe que es un incompetente.

— Pues ese es el caso, al incompetente lo han embaucado, un super hombre de las finanzas le ha ofrecido triplicarle su dinero con buenas inversiones, pero solo si depositaba cierta cantidad, de la que por supuesto no disponía; y Gephard se dejó llevar por la codicia y echó mano de un fondo de inversiones que el gobierno le había dado a su empresa para asuntos de muy diferente índole.

— ¿Y ya sabemos quién es ese misterioso genio de las finanzas?

— Adivine qué — se burló Jason — Gephard no lo sabe, no tiene un solo dato fidedigno sobre él, es como un fantas…

Pero Fabio lo detuvo con un gesto impaciente mientras rebuscaba en su memoria otro caso que le resultaba extrañamente familiar.

— Espera… hace alrededor de un año tuvimos otro cliente en una situación parecida. ¿Recuerdas? Nos dijo que había contratado un especialista en finanzas y que al final ni se había enterado de lo que había hecho, pero todos los documentos incriminatorios estaban a su nombre, bajo su firma, y no había una sola evidencia que apuntara a la existencia de alguien más. Por eso no le creímos.

— Da lo mismo si le creímos o no, igual lograste sacarlo del apuro y ganar el juicio.

Los ojos del abogado se iluminaron por un segundo, tal vez Jason, con su insipiente conocimiento del mercado de la ley, no comprendiera la importancia de los hechos, pero él sí lo sabía: había un enorme entramado de delitos detrás de aquellos desfalcos y un hombre, un hombre muy inteligente que había logrado que todas sus víctimas pagaran en su lugar.

La expectación de traer entre las manos un caso tan sustancioso exacerbó su ánimo. Tendría que investigar mucho más a fondo pero una cosa era segura, le creía al idiota de Gephard  eso de que él no había sido el autor intelectual del fraude.

Hizo que Jason pasara a dejar todo a la señora Gertrud, quien tan amablemente y por un astronómico salario se ocupaba de limpiar y acomodar todas sus cosas cuando él no estaba. Mientras tanto hizo una corta visita al amigo de Malena y después dio un breve repaso a los documentos de casos antiguos, esperando en parte descubrir alguna conexión, y en parte que el trabajo le sacara de la cabeza el huracán que lo estaba esperando en casa.

— Va a ser un quebradero de cabeza. — murmuró para sí mientras observaba con detenimiento aquellos tres celulares que habían sido clonados por un profesional.

Pero la verdad no le importaba que fuera una completa locura retener bajo amenaza a Valentina. Aquella mujer tenía algo especial, muy difícil de definir. No sabía si lo que veía era una verdadera chica o una máscara, o una coraza; si aquella sonrisa que jamás abandonaba su rostro era un abierto desafío al mundo o la revelación de una persona frívola y sin principios.

— No lo sé. — miró de nuevo los tres celulares y todo rastro de duda murió en él — Pero pronto voy a averiguarlo.

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