Ella boxea y él canta. Los movimientos de ella son precisos en el cuadrilátero y la voz de él es capaz de derretir corazones desde el escenario. Un golpe tonto a veces, puede traer consecuencias. Ella se verá entre la espada y la pared. ¿Aceptaría sus sentimientos de una buena vez? ¿Podrá acordarse?, ¿o será demasiado tarde?
Leer másTodo había sido realmente difícil en la vida de Dante, pero por el mero hecho de que él no estaba preparado para dejarla ir. Tres años habían pasado desde la muerte de Emilia y él seguía yendo al cementerio todos los días para visitarla y así, poder contarle sobre las nuevas cosas que le solían suceder. Le hablaba de sus conciertos, de su mudanza de Los Ángeles hasta San Diego y de Holly, cada vez que él le hablaba sobre esa niña, se le llenaban los ojos de lágrimas. Le hubiese encantado tener hijos con ella y de pronto, se los imaginó. Era otoño. En esa estación en particular, Dante había ido más que decidido a renunciar por fin a ella. A despedirse de una vez. Caminó a paso lento por la entrada de aquel lugar donde los cuerpos s
Para Joss, los días pasaban cada vez más rápido y sentía que no estaba listo para dejarla ir, no quería perderla y pensó que sin tan solo Emilia le hubiese contado la situación desde el principio, seguramente la habría hecho cambiar de opinión respecto a los tratamientos. Pero lo único que podía hacer ahora, era sentarse a esperar y ver como poco a poco, ella se debilitaba. No era el único al que le dolía aquello pero si era el más afectado, por ser su mejor amigo. Pensó en aquella vez que Emilia se le declaró, si no hubiera estado tan pendiente de Amelia, tal vez él estaría con Emilia y ella nunca se hubiera alejado por estar con Dylan. Gruñó, de solo recordarlo sentía la necesidad de ir a buscarlo y golpearlo. Pensó nuevamente en Emilia, verla débil le partía el alma. La notaba pá
Finalmente estaba decidida, tomó sus guantes de boxeo y los estrujó en su pecho, a modo de despedida, no quería renunciar a su pasión pero ya no podría soportar ni el entrenamiento básico. Colocó sus guantes azules dentro de una vidriera, donde en una placa dorada aparecía su nombre. Recorrió aquella sala admirando los trofeos más importantes de todos aquellos que se habían iniciado en aquel gimnasio. Sintió que aquella era la mejor manera de despedirse de un deporte que le había abierto tantas puertas desde que era una niña. —¿Aún recuerdas cuando me viste por primera vez? —preguntó Emilia, mirando de reojo a Paul, quién acababa de llegar. Paul sonrió con nostalgia—Recuerdo haber dicho que eras una niña escuálida —tapó su rostro con su mano dejando escapar un suspiro—. Y resultaste
Emilia parpadeó reiteradas veces, sintiendo una fuerte luz que la cegó por completo cuando abrió sus ojos de repente. Al acostumbrarse, notó que estaba en el hospital, nuevamente, el característico olor a medicamentos y desinfectante le causó náuseas, se inclinó hacia un costado y vomitó. Sintió miradas sobre ella, para cuando logró estabilizarse, notó la preocupación y la decepción en el rostro de sus padres. —Ya no hace falta que nos ocultes lo que sucede —dijo Josie, a Emilia se le llenaron los ojos de lágrimas, últimamente lloraba mucho. —Lo siento... —murmuró. —¿Por qué no dijiste nada? —preguntó Malcom, abrazando a Josie y tomando la mano de Emilia. Emilia sollozó, ahora s
A la mañana siguiente, Emilia se removió sobre su cama y buscó a tientas su celular, quería saber la hora y eran, exactamente, las once de la mañana. Se estiró haciendo sonar los huesos de su espalda, suspiró recordando lo de anoche.—Al fin —escuchó una voz. Se sobresaltó y rápidamente se sentó asustada sobre la cama. Joss estaba de pie, frente a ella.—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó inmediatamente y buscó con la mirada a Dante.—Se fue, me lo crucé. Él se iba y yo llegaba —dijo al notar que ella buscaba a otra persona—. Tal parece que la pasaste bien, ¿no?
Se hizo el silencio y Emilia carcajeó mirando como Dante se removía inquieto en su lugar.—¿Qué ocurre, estrellita? —preguntó tomando la taza con ambas manos y ocultando su rostro de él. Observó fijamente como la espuma del café se deslizaba por el borde de cerámica.Dante concentró toda su atención en ella—Estoy algo nervioso, cada vez hay más gente, nos reconocerán.—No te preocupes, por eso sugerí este lugar —terminó su café—. Aquí suelen venir personas tranquilas, estudiantes sobre todo. Gente demasiado ocupada como para prestarnos atención. Por eso me gusta venir.Emilia
Pasó un mes y Dante se encontraba en San Diego, en la casa de su madre. Gemma, prácticamente, lo había obligado a que se quedara con ella, de otra forma, se quedaría preocupada. Dante no tuvo más opción que aceptar y con una pequeña valija, se fue con su madre. Durante ese mes, Dante pudo recuperar algunos recuerdos. Recordó la boda de su hermano y algunos conciertos que había dado en ese tiempo. Aún así, esforzándose, no pudo recordar a Emilia y eso era algo que le quitaba el sueño por las noches. Le sonrió a su madre que se acercaba meciendo a Holly, la hija de Marie. Dante estiró los brazos para cargarla—¡Qué grande estás, Holly! —exclamó haciéndole muecas a la bebé para que esta sonriera. —Te adora —señaló Marie—. ¡Vamos hija! —se la quitó de los brazos con delicadeza—. Dile adi
De camino a la mansión de Dante, nadie emitió sonido alguno. De vez en cuando, Emilia cruzaba miradas con Joss a través del espejo retrovisor. Al llegar a aquella imponente construcción moderna, bajaron en silencio, Emilia dio un portazo y caminó rápidamente hacia el interior. La empleada les abrió de inmediato y Paul fue quién le dio detalles de lo sucedido. Desde el accidente, del cual ya estaba informada, hasta el diagnóstico del médico. —Deberías darte un baño, para relajarte —mencionó Joss, siguiéndola hasta la habitación. Él ya tenía su valija en la camioneta. —¿Crees que es lo que necesito justo ahora? —preguntó fastidiada—. ¡Ni aunque me diera mil baños podría relajarme, Joss! —exclamó girando su cuerpo para enfrentarlo. —
Emilia no entendía lo que sucedía, tanto con Dante como con ella, se había convertido en una persona muy sensible y eso le molestaba. Ella se consideraba fuerte, incapaz de soltar lágrimas en público ni mucho menos frente a sus seres queridos. Y allí estaban ellos, Joss y Tom, intentando o más bien suplicándole a Emilia que quitara el seguro de las puertas. Habían logrado verla correr hacia las afueras del hospital. —Emilia... ábreme la puerta —murmuró Joss, con la palma de la mano derecha apoyada en la ventana y la izquierda sobre la manija. Apoyó su cabeza en el frío cristal—. Puedo escucharte llorar. —¡Quiero estar sola! —exclamó subiendo sus piernas al asiento. Se encontraba en el lugar del copiloto. Tom palmeó el hombro de Jo-jo y se marchó, sabía mejor que nadie que él era la
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