Ava se miró al espejo del baño, observando las marcadas ojeras bajo sus ojos.
El reflejo le devolvía una imagen que no le gustaba: una mujer agotada, confundida, encerrada en una mansión que parecía más una jaula de oro.
A pesar de las sábanas de seda y el colchón más cómodo que había probado, no había dormido nada. Sentía un vacío incómodo en el pecho, como si algo no estuviera en su sitio.
Unos golpes suaves en la puerta la sobresaltaron.
—Señorita Brooks, el desayuno está servido. El señor Miller y la señora Sophie la esperan abajo —dijo una voz femenina, desconocida para ella.
Ava rodó los ojos con ironía. Estaba prisionera, y la trataban como si fuera una invitada de lujo.
—Qué amable secuestrar a alguien y ofrecerle croissants —murmuró, sarcástica.
Bajó a regañadientes, con la misma ropa de la noche anterior. Su cabello estaba recogido en una coleta rápida y su expresión era sombría.
En el comedor, Sophie sonreía como si todo estuviera en orden, y Ethan la miraba con ojos de