Capítulo 0005

Furioso... no, pero sí frustrado y mucho. No podía entender que ella fuera tan sumisa con un tipo que era un impresentable. Ya sabía que era el jefe, ¡pero que Dios le mandara un rayo directamente a la cabeza si algún día él llegaba a comportarse así con alguno de sus empleados!

Andrea no solo trataba de hacer lo mejor que podía, sino que lo hacía bien. Había que ser ciego para no ver que el idiota de Trembley solo la minimizaba de aquella forma para tenerla controlada. Y Zack no sabía por qué se enfadaba con ella por permitírselo, pero le molestaba que fuera tan dócil con su jefe.

Apenas vio que estaba un poco menos vigilada, la siguió al cuarto de copias y cerró la puerta tras él.

—Oye, ¿tú naciste con un problema en la cervical? —le preguntó deteniéndola y Andrea lo miró confundida.

—¿Disculpa? —murmuró ella sin entender.

—Es que tu cabeza solo se mueve adelante y atrás para decir sí, ¡no te he visto moverla a los lados ni una sola vez para decir que no! —siseó Zack y la muchacha apretó los labios y sus mejillas se encendieron.

—Porque no es fácil... —susurró ella con vehemencia—. ¿Crees que es simple pelear contra un jefe tan malo como él?

—¡Pero tampoco hay necesidad de que te dejes pisotear! No tienes que permitir que te trate mal. Algún pedacito de dignidad debes tener rezagada por ahí, ¿no?

Andrea se soltó de su mano y respiró entrecortadamente mientras negaba.

—¿Dignidad? ¿Me va a dar de comer la dignidad? ¿Si le contesto a quién crees que la empresa va a defender? ¡Llevo solo cuatro meses aquí y él lleva años, prácticamente es el dueño de este lugar...!

—¡No, no, linda! Peter Trembley está muy lejos de ser el dueño de este lugar —siseó Zack con molestia—. ¿Te pidió que alteraras los reportes?

Andrea miró al suelo pero negó.

—Por supuesto que no, no es algo que le pediría a alguien tan insignificante como yo...

—O tal vez sí, porque no tiene idea de que no eres insignificante y sí muy inteligente —replicó Zack—. No lo ayudes, Andrea, te lo advierto amablemente. Yo ya vi esos reportes y no voy a permitir que Trembley engañe al jefe.

Andrea se abrazó el cuerpo.

—Yo no sería capaz de hacer eso... pero solo puedo hablar por mí —sentenció saliendo de allí y a Zack no le quedó más remedio que quedarse rumiando su frustración mientras veía a Andrea trabajar como una abejita desesperada.

Todo el día estuvo así, y aunque siempre se aseguraba de dejar abierta la puerta del despacho de Trembley, Zack sabía que el gordo desgraciado tarde o temprano haría otro movimiento.

Él perfectamente podía meter sus manos en el asunto, el problema era que despedir a Trembley no solucionaría el problema de Andrea, porque siempre existiría un jefe que se aprovechara de su docilidad para maltratarla. Y eso era algo que debía ser capaz de enfrentar ella solita.

—¡Maldición, Zack, no puedes arreglar el mundo! —se dijo y pocos minutos después sintió su teléfono sonar en el bolsillo.

Miró la pantalla y sonrió inconscientemente, porque se trataba de su mejor amigo. Benjamin Lancaster y él habían sido inseparables desde niños, deportistas los dos, y luego aventureros por el mundo hasta que habían encontrado su lugar en aquella empresa. Ben era el socio desconocido porque odiaba las responsabilidades así que siempre se presentaba solo como un representante más, y Zack llevaba sobre sus hombros el peso de la dirección y por supuesto, la mayoría de las acciones.

—Te invito a almorzar. ¡Pero ya, que me muero de hambre! —fue el saludo de Ben.

—¡Pensé que no vendrías hasta dentro de unos días!

—Error, dije que no me presentaría a trabajar hasta dentro de unos días, pero al cuerpo no le hace daño adaptarse al ambiente así que aquí estoy.

—Bien, te veo en media hora, te paso mi ubicación.

Se reencontraron en un restaurante cercano al edificio de oficinas y se abrazaron con cariño.

—¿Qué tal todo con la nueva sucursal? ¿Ya te convertiste en el empleado incógnito del año? —preguntó Ben.

—No, y la verdad es que es un asco. El gerente de turno es un Mussolini reprimido, pero ya te enterarás cuando pongas los pies ahí en tu primer día —respondió Zack—. Hablemos de cosas mejores.

Ben lo miró con dudas y Zack apuró la copa que se estaba bebiendo.

—¿Qué pasa, Ben?

—Giselle fue a buscarte a la sucursal de Nueva York —respondió su amigo—. Quería saber de ti, si estabas más... accesible.

—Eso es algo que viene a preguntar todos los malditos meses —gruñó Zack—. Después de la décima vez que la echaron a patadas de mi oficina, ya debería entender cuál es mi respuesta.

—Dice que te ama.

—Una mujer que no ama a su hijo, no ama a nadie —replicó Zack—. No voy a perdonarla nunca. ¡Jamás!

Ben respiró profundo y lo increpó.

—Bueno... ya que estamos hablando de eso... ¿cuándo le vas a decir a tu padre?

Zack se llevó las manos a la cabeza con un gesto de impotencia. Su padre sufría una enfermedad crónica y peligrosa que afectaba su corazón.

—No tengo el valor para hacerlo —murmuró—. Hace meses que no hablo con él solo para no tener que darle el disgusto y con mi madre evito el tema lo mejor que puedo...

—Pero sabes que esa no es la solución, Zack.

—Lo sé, pero papá lleva años luchando valientemente contra su enfermedad y los médicos me han dicho que su salud está deteriorándose lentamente —murmuró él mientras se apretaba el puente de la nariz—. Está emocionado, esperanzado con que tiene ya un nieto y yo no soy capaz de soltarle esa bomba y ser quien le provoque el infarto que lo matará. ¿Me entiendes?

Benjamin asintió con tristeza pero entendía la posición de Zack y sabía cuánto adoraba a su padre. No tenía corazón para darle un disgusto como aquel.

—Pues la verdad es que no tienes muchas opciones —le recordó—. En poco más de un mes será Navidad y tienes que ir a ver a tu familia. ¿Qué vas a hacer entonces? ¿Vas a seguir mintiéndoles? ¿Vas a decirle la verdad? ¿Vas a dejar de ir...?

—¡Pues no sé, Ben! A lo mejor contrato a un par de actores y listo! Total solo será por unos días ¿no?

Ben puso los ojos en blanco.

—¡Maldito idiota! Tú de verdad has pensado en eso —rezongó abriendo los brazos—. Ya me imagino el anuncio: "Se busca bebé. Millonario renta familia para estas Navidades".

Zack rezongó un par de veces pero ya no dijo nada más antes de que Ben siguiera riéndose de él.

Después de almorzar se despidieron y Zack volvió a la oficina, solo para encontrarse a Andrea con los ojos húmedos y la nariz roja. Obviamente Trembley debía haberla regañado por algo de nuevo, pero ni siquiera se imaginaba que el viejo había ido mucho más allá de solo regañarla.

—Tienes hasta mañana para quitarte al zángano ese de encima, Andrea —le había dicho Trembley y ella sabía que se refería a Zack.

—No, señor Trembley, se está confundiendo —había murmurado ella—. Yo de verdad no tengo nada con Zack, solo es un compañero de trabajo...

—¡Compañero mis huevos! ¡Ese te quiere dar como a cajón que no cierra! —espetó groseramente el viejo y Andrea apretó los puños.

"Claro, seguro que es muy diferente de lo que me quieres hacer tú", pensó con asco.

—Yo solo estoy aquí para trabajar... —intentó decir pero Trembley se acercó demasiado a ella haciéndola retroceder.

—Pues no lo estás demostrando mucho, Andreíta. Y más te vale ponerte aguzada, niña, porque yo sé que tienes mucho que perder —siseó—. ¿O te crees que el Estado te permitirá conservar por mucho tiempo a tu chiquilla si no tienes trabajo?

Andrea se puso lívida y retrocedió.

—¡Ni siquiera se le ocurra mencionar a mi hija! —gruñó entre dientes—. ¡Mi bebé no es asunto suyo!

—¡No, mío no, pero de Servicios Sociales sí! —rio Trembley con sorna—. Así que más vale que te vale hacer todo lo que puedas para conservar este trabajo Andrea, o vas a celebrar el Año Nuevo más triste de tu vida.

Andrea no había podido evitar llorar, y tener los ojos fijos y acusadores de Zack sobre ella no ayudaba mucho. Nadie podía entenderla, nadie podía ponerse en su lugar. Caminó a casa en medio del frío y durante todo el camino no dejaba de pensar, de temer...

Su vida era un asco, pero al menos tenía alguien por quién pelear. Lo confirmó por milésima vez cuando volvió a ver la sonrisa de su hija. La adoraba, era la criatura más hermosa que Dios le había entregado y Andrea haría cualquier cosa por ella, aunque tuviera que trabajar hasta el cansancio.

—Gracias por la comida, señora Wilson —dijo abrazando a la anciana antes de irse a su propio departamento.

Se le rompió el corazón al verlo tan vacío, cuando ella había trabajado tanto para amoblarlo y tenerlo listo para su bebé. Las ganas de llorar eran insoportables, pero ver a su hija dormidita, portándose tan bien a pesar de estar durmiendo en un triste colchón en el suelo...

Sí, algo se rompía cada día dentro de Andrea, pero su hija lo recomponía cada noche. Finalmente, viéndola dormir de aquella manera, entendió que debía armarse de valor y hacer todos los sacrificios que aún no había hecho para protegerla.

Dos cosas, las dos más importantes, las hizo al día siguiente apenas dejó a su bebé en manos de la señora Wilson.

La primera fue llamar al ayuntamiento para hacer una sola pregunta:

—¿Cómo puedo divorciarme si mi esposo me abandonó y no sé dónde está?

La explicación era breve y el papeleo era mucho, pero no podía seguir evadiéndolo.

La segunda fue llegar a la cafetería y detenerse frente al menú. Se metió la mano en el bolsillo y contó las monedas que le quedaban. El pago debía ser en unos días, pero ya casi no tenía, apenas alcanzaba para aquel café, el más simple, un americano medio aguado pero lo que valía era el gesto, ¿no?

Ahogó un suspiro cuando se dio cuenta de que le faltaban unos centavos para llegar siquiera al más simple, pero cuando fue a irse el chico que atendía los pedidos la llamó.

—Espera, no te vayas... Tú compras mucho café aquí. La casa invita.

Andrea lo miró anonadada y luego negó.

—Es que no soy yo, es mi empresa...

—No importa —insistió el chico—, a ver, ¿qué quieres?

Ella dudó un segundo y se guardó las monedas en el bolsillo con un nudo en la garganta.

—Bueno... el americano, por favor —pidió.

El muchacho enseguida se lo preparó en un envase para llevar y Andrea le agradeció muchas veces antes de irse. Apenas cruzó la puerta, el muchacho levantó el pulgar en señal de "misión cumplida" y al otro lado de la calle un hombre hizo lo mismo.

Zack la vio dirigirse a su edificio con aquel café entre las manos, como si fuera un pequeño tesoro. Le revolvía el estómago que cualquier persona que trabajara tanto tuviera que contar sus monedas e incluso no le alcanzara para comprar un simple café.

Pero si ya iba sintiéndose mal, cuando entró a la oficina y se sentó en su escritorio, se sintió mucho peor; porque en ese momento Andrea se acercó con aquel café y lo puso frente a él como si fuera una ofrenda. Ella había comprado ese café para él.

—Por favor, enséñame —le suplicó—. Te aseguro que voy a poner de mi parte y que voy a estudiar mucho y... estudiaré todo lo que digas... pero por favor... enséñame.

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