Donatella Gazzara, una de las mujeres más importantes e influyentes dentro del orbe de la alta costura latinoamericana y líder de la afamada empresa de arte y confección Palazzo Gazzara, al fin ha encontrado el amor luego de tantos aprovechamientos, engaños y decepciones por ser quien es; y no solo debido a lo que la rodea, sino por su atípica manera de ser y de ver la vida. Cuando todo parece ir de viento en popa, gracias a Agustín, su prometido, aparece Valentino, un muchacho extrovertido e irresponsable, completamente adverso al mundo de la prestigiosa diseñadora de vestuario. La atracción entre ellos será inminente, pese a que los une alguien en particular, e imposible de esquivar. ¿Impedimento o salvación?
Leer más«Tienes los ojos de un niño, pero hieres como un hombre. Como siempre suelen hacerlo».Things will never be the same, Roxette.Ángel arribó al país luego de más de cinco años de ausencia; y no de una que él hubiese deseado, por más su pescuezo se encontrase en juego. Sin embargo, las ganas de regresar y dejar atrás su pasado, le dio el valor suficiente de hacerlo, sin pensar en las posibles consecuencias; sobre todo, si respectaba en torno a Donatella Gazzara, que por mucho hubiera querido arrancarla de su mente, su recuerdo era uno latente, y sin una posibilidad de que esta pensara en esfumarse, menos cuando se había enterado de que contraería nupcias. Según Manolo, bastara con que este llegase, para que su hermana cayera rendida a sus pies. Todos sabían que el gran amor de la madura empresaria era Ángel Zambrano, y que la ruptura entre ambos, no había sido fácil, en su mayor parte para Donatella.La joven obviaba referirse al tema, por más descartara resquemores o asuntos no resuelt
Agustín, quien todavía seguía fundido en sus pensamientos a causa de Manolo, y por ende, sobre ese tal Ángel, fue sacado abruptamente de su congoja, cuando escuchó a Josefina, por el otro lado de la línea. Si bien la había llamado un par de minutos antes, jamás imaginó que la llamada de vuelta, sería pidiendo ayuda. —Tranquila, tranquila, Jose, que ya voy para allá —dijo con preocupación, intentando mantener la calma, para no asustar más de lo que ya estaba la joven —. ¿Puedes moverte? ¿Hay alguien cerca? —¡No, no puedo, y no hay nadie cerca! —Está bien. Mantengamos la calma. Agustín, quien había comenzado a preocuparse por la chica, trato de mantener la compostura, sacando con rapidez sus llaves, para así avisarle a su secretaria que había surgido un imprevisto, y que por favor, nadie entre a mi oficina sin mi permiso. La muchacha acató, sintiendo que se trataba de Manolo. —Sí, don Agustín, vaya tranquilo —manifestó la joven. El hombre solo asintió, apurando el paso. Dentro de
«Caray…», exclamó la mujer, curvando sus labios. Sí, era guapo. Tenía un cierto aire a Agustín, pero, claramente, esa belleza étnica, más esos punzantes ojos verdes, le daba un toque felino. Poseía una sonrisa preciosa, que relajaba sus facciones algo duras cuando se encontraba tenso. Era cosa de actitud. Era alto, fornido, bien proporcionado bajo los estándares de exigencia de Donatella. Reconoció que se sorprendió; no había duda de eso, pero a la vez se sintió culpable de depositar sus ojos en otro hombre, y no que estuviera mal, el mirar, vitrinear era válido, y contraer nupcias, no le imposibilitaba admirar los cuerpos, pero otra cosa… que fuera su hijastro, y uno tan malcriado y desagradable. No obstante, fue quimérico, insoportable que se tratara de él. Se quedó pegada en sus pensamientos, cuando el joven giró hacia la puerta, percatándose de que alguien parecía estar al otro lado, observándolo, ya que veía su sombra. Donatella vio que el joven empequeñeció los ojos, parecien
Maya la observó con desilusión. No quería pasarse una mala película, y creer que Susana se había arrepentido, para luego mentir y buscar la mejor excusa que se le hubiese ocurrido inventar, pero su rostro parecía de una preocupación genuina.—¿Estás bien? —consultó la joven con inquietud.Susana, por el otro lado, guardó con premura su móvil, pasando su mano por la frente, con cierta ansiedad.—Creo, lo siento, de veras, Maya —manifestó con desazón—. ¿Pasarán por aquí taxis o…?Maya, en vez de contestarle, se puso su casco, invitándola a que hiciera lo mismo y se sentara en Shadow.Susana sonrió lastimera, y a la vez avergonzada, creyendo que se estaba aprovechando de la nobleza de la muchacha.—Te voy a dejar.—¡No es necesario! —exclamó sorprendida—. No lo hagas.Maya no dijo nada, de manera que Susana seguía insistiendo.—Me puedes dejar en el mismo Catalejo, si gustas. Yo me puedo ir caminando hacia el estacionamiento de la playa.—Por tu cara, estás en apremios, ¿o me equivoco?
Pero Donatella no se iba a dejar amedrentar por el más joven de los Cadaval. —Por supuesto que no es una cita, pero ya que lo mencionas, sí tenemos una, pero en la boutique —dijo con una calma trabajada—. Así que, si te apuras… Valentino, que en algún instante se sintió victorioso al notar que la mujer se había incomodado, quedó con media rosquilla en la boca. —Lo haré —afirmó con la boca llena, sin importarle la reacción de la pelirroja. Esta lo observó con disgusto, pero, aun así, se limitó en pronunciar alguna palabra, quebrando Lorenzo el momento incómodo que se había suscitado. —Signorina Gazzara. —Le hizo una reverencia, como si se tratara de una reina—. Como siempre, es un piacere atenderla. Espero que haya quedado conforme. El joven solo le hizo un gesto a Valentino, sin tomarlo mucho en cuenta. —Tutto perfetto, Lorenzo —declaró sonriente —. Grazie mille per tutto. Donatella se levantó con sutileza, arreglándose el cabello, mirando a Valentino, insinuándole que hiciera
«No, no… Otra vez, no, por favor», discurrió el joven, quien no quería abrir los ojos. Donatella tampoco decía nada.Sin embargo, la mujer puso sus manos sobre los hombros de Valentino, intentando sacarlo de encima.—¿Podrías levantarte, si no es mucha molestia?El muchacho, quien se decidió al fin a mirarla, se encontró con su rostro, el cual lo observaba, punzante. No recordó haberla tenido tan cerca; ni siquiera cuando le sucedió lo mismo la noche anterior. Tragó apenas, sin dejar de admirar sus ojos, esos tan azules como lo era el océano, para luego sacudir su cabeza, y retirarse de un sopetón, no sin antes, intentando también buscar alguna excusa y creíble.—Yo… Lo lamento. —Al ponerse de pie, no solo recogió el móvil de la mujer, sino también, le tendió la mano para recogerla, lo cual ella la tomó, a regañadientes.De pronto, el mesero acudió, levantando lo que ambos habían botado.—Gracias, Lorenzo. —Se acomodó la cabellera, carraspeando—. Y en cuanto a ti… ¿Qué es lo que te p
Maya disfrazó su inseguridad con ese apretón de manos. Jamás le había hecho una propuesta, o más bien un chantaje a una mujer, menos a una clienta y más encima, desconocida. Pero los ojos, sobre todo la actitud de la extorsionada Susana, no parecía haberle molestado. Ahora, Maya tampoco tenía una actividad o algo trabajado como para ofrecerle una estadía en la costa, lo que sí, recordó las pasadas conversaciones con su Hun, quien le decía que adoraba el mar, los mariscos y la buena charla y, primordialmente, la literatura. ¿Y si lo intentaba con ella? Quiso sentirse culpable por comparar a ambas mujer, pero fue todo lo contrario: no pretendía nada más que su compañía, que le ayudara a eliminar, aunque fuera por unas pocas horas, la imagen inventada por esa pseuda novia de una página de citas. «Pero yo no soy así», discurrió, agachando la cabeza, aprontándose a claudicar la invitación. No, el chantaje. —Susana, yo creo que… —Que si vamos a almorzar, podríamos comer mariscos —inte
Susana, con clara apatía, le pasó un par de billetes al empleado. Intentó separar las cosas, puesto que este había hecho un tremendo esfuerzo en trasladar y acomodar los productos en el auto, lo cual se merecía una buena propina, pero, por el otro lado, lo odiaba por referirse de una manera tan despectiva hacia la joven. Si algo detestaba era la cizaña, esos comentarios veleidosos por parte de las personas, ya que ella misma los sufría, y aunque pensó que cesarían cuando Amadeo falleció, pareciera que estos se hubieran acrecentado. Por otra parte, Maya parecía una muchacha algo tímida, respetuosa, y claro, con unos ojos que asemejaban un laberinto, y del cual era imposible encontrar la salida. Suspiró, algo cansada, sin embargo, caminaría hasta llegar a la librería. Ya había amado su nombre: el catalejo de Maya, y en cierto modo, se le había hecho hasta sensual. Pero ¿en qué estaba pensando? «Dios, Susana, piensa como la adulta que eres», caviló con fastidio. El sol se hacía cada