Capítulo 3

—¡Oh! M****a —exclamo al levantarme de un salto.

Me he quedado dormida de un segundo a otro sin darme cuenta. Miro  el reloj en mi mesilla de noche y suspiro aliviada cuando noto que solo he  dormido media hora. Tengo sesenta minutos para preparar todo. 

Me paro de la cama para quitarme la ropa del colegio y buscar unos  leggins de deporte. Tengo planes con Aleksei, sí, pero antes voy a entrenar  como cada tarde. Acompaño la parte inferior de mi vestimenta con un  top también de hacer ejercicio. Amarro mi pelo en una coleta y me pongo  mis deportivas. 

Me acomodo en mi escritorio e inicio sesión en mi computador. Allí  tengo un clon del sistema de seguridad de toda la casa. ¿Cómo lo obtuve?  Bueno, no soy una chica buena del todo. Digamos que me levanté la blusa  para poner de mi lado al encargado técnico, pero eso es cuento del  pasado. 

Entro directo a los micrófonos de la sala de entrenamiento y los  desactivo. No me importa que mi padre vea, lo que no quiero es que  escuche lo que hable con Aleksei allí. Luego de cumplir mi misión, apago  mi portátil y la guardo debajo de mi almohada. 

Dentro de la casona no estoy sola, tengo aliados: la pareja de esposos  que se encarga del manejo de la servidumbre, Angelique y Gilbert  Fayolle, dos estereotipos de mayordomos franceses que papá fue directo  a Francia a contratar. Por ellos sé francés. También tengo al padre de  Aleksei, Mijaíl Nóvikov. Y ya he mencionado al tipo de seguridad y sus  razones. De este último solo me sé el apellido: Gólubev. 

Diría que mi madre también, pero no es el caso, pues ella es una fiel  seguidora de mi padre. No puedo contar con ella para nada. Y ya que estoy hablando de ella... 

Salgo de la habitación en dirección a la de mis padres. Si tengo suerte,  puedo hablar de mi día con la mujer que me dio la vida hasta que llegue  la hora de ir a entrenar. Cuando llego al final del pasillo, justo frente a mí  se alza la imponente puerta de la recámara principal. Parece los aposentos  de un rey. Me acerco para tocar. No recibo respuestas.

—¿Mamá? —la llamo. Nada. 

Abro la puerta y me interno dentro de la inmensa habitación. Miro a  mi alrededor, pero todo está desolado aquí. Doy media vuelta para irme.  Sin embargo, en el momento que doy un paso, escucho una maldición  proveniente del cuarto de baño. 

Me acerco allí con rapidez. 

—Mamá, te estaba buscan... —me interrumpo cuando me percato de lo que tiene en las manos. Ella levanta su mirada abatida hacia mí—. ¿En serio, Larissa? ¿Aún sigues con esa m****a?

—Debo intentarlo, Lana. —Niego con la cabeza, enojada, y le  arrebato la prueba de embarazo—. ¡Dame eso, niña! 

—¡¿Cuándo vas a entender que nunca más te vas a embarazar?! ¡El médico te lo dijo, mamá! No puedes tener más hijos. —Tiro la pequeña barrita con resultado negativo al bote de la b****a. Mamá deja salir las lágrimas y me da la espalda. Respiro hondo para calmar mi furia—. Todo esto es por el maldito niño varón, ¿no?

—Tu padre lo necesita. 

—¡¿Quién te garantiza que concibas un varón?! —gruño. Ella no me  responde—. ¡Aquí estoy yo! —le reclamo. 

—Sabes que eso nunca será, Svetlana. Además… no te quiero en ese  mundo. 

—Nací en ese mundo —resuello con frustración.  

Odio esto, odio que me crean incapaz. ¡Lo odio! 

Sin ganas de seguir con esta estúpida discusión, salgo de allí más furiosa que antes. Me tienen como si fuera una b****a insignificante, como si fuera un maldito cristal que se puede romper. Estoy harta de todo.

Emprendo camino hacia la tercera planta de la casa, donde está el  gimnasio y la sala de entrenamiento. Cuando llego a este, miro a los  escoltas que están ejercitándose allí y mi enojo incrementa. Ellos tampoco  me creen capaz. 

—¡Fuera! —ladro y atraigo sus miradas. Me ven con el ceño  fruncido—. ¡He dicho que se vayan! —vuelvo a vociferar y con ojeadas  de fastidio, los cinco hombres en el salón salen sin decir nada. 

Me acerco a donde están los vendajes y, como puedo, envuelvo mis  nudillos con ellos. Me acerco al saco de boxeo. Lanzo el primer golpe  moviendo apenas el cilindro lleno de arena. Doy otro y otro hasta que  comienzo a perder el control. 

Cuando mis brazos empiezan a doler por la tensión de mis músculos,  me detengo y abrazo el saco apoyando mi frente en él. 

Los odio a todos. 

—Déjame adivinar: alguien te dijo niña mimada. Otra persona, que  no fui yo, te dijo princesita… o tocaron tu fibra sensible —la voz de 

Aleksei es como un bálsamo. Sonrío y me vuelvo para verlo recostado en  el marco de la puerta de entrada. Me observa. 

Si algo tiene él que me gusta, es que me conoce a la perfección. Y sabe  qué cosas me ponen mal y cuáles me ponen contenta. 

—Lo último. —Me dejo caer en el piso. Mi respiración está muy  agitada y mi cuerpo está perlado de sudor. Doy asco. 

—¿Tu padre, la Organización o tu madre? —inquiere al acercarse. —Larissa. 

—Olvida eso, ya tendrás la oportunidad de demostrarles quién eres en  verdad. 

Se deja caer a mi lado a una distancia prudente. Tiene muy en cuenta  que nos vigilan. 

—Odio que todos me vean como una chica tonta. No lo soy, Aleksei.  Tal vez sus estúpidas esposas lo fueron, quizá sus hijas lo son, pero yo no.  Soy diferente. 

—Lo sé, Svety. Yo lo sé. 

Sonrío de lado. Es increíble cómo las palabras de la persona correcta  te pueden hacer sentir bien, aunque sean pocas sílabas. 

—Escuché todo hace un rato. Apáñatelas con esos —trata de imitar mi  voz de forma horrible y me río. Golpeo su hombro. 

—No hablo así. 

—Casi —se burla. 

—¿Estuviste ahí? No te vi. 

—Estaba y no estaba al mismo tiempo. —Pongo los ojos en blanco.  Estaba en la sala de seguridad. 

—¿Viste cómo mi padre la miraba? —le digo refiriéndome a Alisa. —Sí. 

—Es bonita, ¿no? —insisto, pero Aleksei se nota relajado. —Como cualquier otra chica. 

Bajo la mirada. Sé que yo le gusto, pero también sé que no le son  indiferentes las otras mujeres. Además, él tiene necesidades que yo no  puedo satisfacer. 

—Te quiero, Aleksei —murmuro y él se tensa a mi lado. Me río—.  Los micrófonos están apagados. 

—¿Estás tratando de hacerme caer en una trampa? Svetlana, yo te  quiero y tú lo sabes. No tengo ojos para ninguna otra. ¿Entiendes?  —Asiento y me dan ganas de tirarme sobre él, pero no puedo—. Ahora  háblame sobre eso de más temprano. ¿Sabes lo mal que me pusiste con  esa orden? 

Dejo salir una carcajada cuando entiendo a qué se refiere. Aleksei  sonríe de lado y yo muerdo mi labio inferior. 

—Esa mirada no me gusta. Significa peligro. 

Oh, cariño. No sabes qué tan peligroso es.

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