La luz del mediodía entra suavemente por la ventana de la habitación. Camila está sentada en la cama, jugando con una libreta que le trajo Liam hace unos días. Dibuja algo, quizás una flor, o un corazón. Desde que empezó a recuperar fuerzas, no se despega de sus colores. Es su forma de sanar, lo sé.
Yo estoy a su lado, pero con la mente a kilómetros de distancia.
La conferencia de prensa aún resuena en mi cabeza. Las palabras de Liam, su voz firme diciendo frente a todos: “Estoy enamorado de mi esposa.” Y el mundo girando de golpe, la línea entre lo real y lo fingido borrándose sin aviso.
—Zoé —dice Camila de pronto, sin mirarme—. ¿Te vas a casar de verdad con Liam?
Me congelo.
Su voz fue suave, casi tímida. Como si no quisiera incomodarme. Como si supiera que su pregunta era una bomba disfrazada de inocencia.
—¿De verdad? —repite, esta vez alzando la mirada.
Trago saliva. Siento cómo el aire se vuelve más denso en la habitación. No es una pregunta fácil, aunque debería serlo.