—Ok —aceptó Taylor—. Tengo práctica temprano todos los días, así que me baño a las seis de la mañana.
—No soporto el desorden, así que limpia lo que ensucies, ¿sí? Y tampoco me gusta el ruido. Espero que mantengamos la tranquilidad por acá. —añadió Charly.
—Casi nunca estoy, paso mi día en mis entrenamientos de básquet y otras cosas —reveló Taylor—. No me vas a ver mucho.
—¡Mucho mejor! —exclamó Charlie con entusiasmo.
—Nada de traer invitados sin el permiso del otro, tienes que entenderlo porque la mayoría de tus amigos son hombres y no quiero sentirme incómoda —agregó Charlie.
—Lo entiendo, pero esa regla va para ti también —respondió Taylor.
—Y si traes amigos, deben respetar mis cosas y mi espacio —aclaró ella.
—Para ser compañera de cuarto, exiges demasiado —comentó Taylor—. Pero está bien. Yo también soy firme con los límites, así que escucha bien, Charly Rubia, tampoco puedes entrar a mi cuarto ni tomar mis cosas sin permiso.
—Como si necesitara algo tuyo. —puso los ojos en blanco luego continuó—. No vamos a compartir comida.
—¿Por qué? ¿Tan tacaña eres? —preguntó Taylor, con una sonrisa burlona asomándose.
—Los hombres comen más que las mujeres. ¡No voy a ser la compañera de piso que te mantiene! —afirmó Charlie.
—¡Ja! ¿Compañera de piso que me mantiene? —replicó él—. ¿En serio?
—Esos son mis términos. Si no estás de acuerdo, me mudaré y tendrás que pagarme de inmediato. ¡O aceptas o me voy! —insistió Charlie.
Taylor soltó un suspiro de fastidio. Después de un momento respondió, —De acuerdo, trato hecho.
—¡Genial! Pues ya que lo aclaramos, voy a pedir un burrito, y ni pienses que te voy a dar —dijo Charly, entrecerró los ojos mirando a Taylor antes de darse la vuelta y volver a su habitación.
Una hora más tarde, Charly aguardaba su burrito en la sala, ya que la lluvia había demorado su entrega. Mientras tanto, Taylor había preparado un estofado. ¡A Charly le sorprendió el delicioso aroma! Jamás imaginó que alguien como él supiera cocinar.
Pronto Taylor comenzó a comer y desde el comedor, a pocos pasos de la sala, notaba claramente la impaciencia de Charly por la demora de su pedido.
—¿Quieres un poco? —preguntó él—. Ah, cierto —sonrió con malicia y se retractó—. No compartimos comida, me equivoqué.
—No me gusta el estofado de carne —se quejó Charly—. Si no puedes terminarlo, puedes dárselo a alguien más.
Al terminar de comer, Taylor dejó su plato a un lado. Desde su asiento, Charly observó cómo guardaba el resto del estofado en un recipiente con tapa.
Él dijo, —Oye, puedes darle esto al de la entrega. No acostumbro a desayunar nada tan pesado, así que esto se va a echar a perder.
—Ah, sí. Claro, se lo daré. —afirmó ella con seguridad.
—Ok, gracias, compañera —dijo Taylor con una sonrisa traviesa, mientras señalaba su cuarto—. Me voy a dormir, y no volveré a salir.
—¡Qué bien! —exclamó Charly.
—Buenas noches —añadió él—. Disfruta tu burrito.
—Ah, claro que sí. ¡El burrito es lo mejor! —respondió ella, asintiendo.
Poco después, Charly escuchó el clic de la llave cuando Taylor cerró su puerta, y tras esperar un par de minutos, se lanzó sobre el estofado.
—¡Ay, Dios mío! —exclamó al probar la primera cucharada—. Tiene el mismo sabor que lo que cocina la abuela Renata, me da rabia que esté tan increíblemente rico.
Devoró el estofado con tal prisa que, en apenas cinco minutos ya había terminado y borrado todo rastro de su pequeño delito culinario.
¡Porque jamás admitiría haber comido la comida de Taylor!
Al llegar el repartidor, Charly, sintiendo culpa por haberse comido el estofado, le dijo, —Oye, gracias por traer mi burrito con toda esta lluvia. Te esforzaste mucho, así que mejor quédate con él..
—¿En serio? —respondió el repartidor, quien parecía más molesto que contento.
Después de despedirse del repartidor, Charly regresó contenta a su cuarto, pero al llegar al pasillo se encontró con Taylor, quien salió repentinamente de su habitación.
—Oye, Charly Rubia. —se le acercó, haciéndola retroceder.
—No tocar, ¿recuerdas? —gritó Charly, pero él ya había extendido su mano.
Taylor limpió algo de la comisura de sus labios con el pulgar, se lo mostró y le preguntó, —¿Qué es esta salsa roja?
Con una mezcla de horror y sorpresa, ella respondió, —Es... es del burrito.
Con el ceño fruncido, él probó la salsa y dijo: —Pero sabe a estofado de carne.
—¡Es un nuevo sabor! ¡Un burrito de estofado de carne! —mintió Charly antes de entrar furiosa a su cuarto y cerrar la puerta de golpe.
—¡Pensé que no te gustaba el estofado de carne!