La noche más larga de mi vida.
El hospital era ahora nuestro hogar, un lugar de luces frías y pasillos interminables que parecían envolver cada segundo de nuestras vidas.
Desde el momento en que Amy llegó al mundo, había estado bajo el cuidado constante del personal médico, monitoreada cuidadosamente debido a las complicaciones relacionadas con mi preeclampsia y su salud delicada.
Aunque ya habían pasado dos semanas desde mi cesárea, aún no había dejado el hospital. Los médicos insistían en que necesitaba tiempo para recuperarme completamente antes de regresar al mundo exterior, pero la recuperación física era solo una pequeña parte de lo que enfrentaba. Mi mente estaba obsesionada con Amy, con cada detalle, cada sonido, cada movimiento.
Desde el primer día, Amy había estado en el cunero, junto a otros recién nacidos que eran vigilados constantemente por las enfermeras. Podía visitarla, pero solo a través del cristal que separaba a los bebés de los padres. Era una barrera necesaria, destinada a protegerlos, pero ca