Mundo ficciónIniciar sesiónLaurenth era la Luna de la manada bosque plateado, amada por su esposo a pesar de ser omega, el alfa Rhydan, la amó desde niños, pero pasaban los años y no tenían herederos, todos la culparon por ser esteríl, incluso su amado esposo, Rhydan decidió rechazarla y tomar una loba mas fuerte, hija de beta, Laurenth despues del gran sufrimiento se va, encontrandose con la hija del Rey Alfa, cuidándola, y protegiéndola, el rey llega y siente el vínculo, ella era su segunda oportunidad igual que él para ella, se la lleva en contra de la voluntad de su ex esposo, solo para darse cuenta que despues del primer Celo, ella queda embarazada, Ella jamás fue esteril, el que no podía tener hijos era su esposo alfa. Vuelve a la manada, embarazada y como la reina de todo el territorio, humillando a su ex esposo.
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Mis pasos hacían crujir las hojas debajo de mis pies, la luna llena iluminaba mi camino, un camino que conocía de memoria, pero jamás pensé que tomaría en estas circunstancias. La brisa de la medianoche era fría y calaba hasta los huesos, como si quisiera atravesar mi piel hasta arrancarme el alma. A medida que me acercaba al lugar que jamás creí volver, iba recogiendo pequeños leños, la mochila en mi espalda pesaba, pero no tanto como el dolor de mi corazón, un peso que me hundía los hombros y me robaba el aire. Hace apenas una semana era la Luna de la manada, feliz, amada… o eso ingenuamente creía.
Abrí la puerta de la vieja cabaña que crujió como si le diera la bienvenida a una vieja amiga. El olor a madera, polvo y recuerdos me golpeó de inmediato, haciéndome arder los ojos. Cada tabla parecía murmurar mi nombre, como si supiera que regresaba derrotada, hecha pedazos.
—Hola, papá —susurré, con un nudo en la garganta.
Saludé al viento. Este había sido nuestro hogar, el lugar donde viví mis años más felices en esta pequeña cabaña a las orillas del territorio de la manada. Mis padres eran dulces y cariñosos, aunque ya no estaban en este mundo. Mi madre hacía pasteles y quesos que impregnaban la casa de aromas cálidos, mientras mi padre, con sus manos curtidas, era un leñador que surtía de leña la casa del alfa en invierno. Recordarlos era sentir la tibieza de un abrazo que ya no podía tener, un eco que aún rozaba mi piel en las noches más frías.
El día que un virus nos quitó a mamá fue el día más triste de mi vida. Aún podía escuchar su tos quebrándome los huesos, aún podía ver la desesperación en los ojos de papá. Fue entonces cuando conocí a Rhyd, apenas tenía cuatro años cuando sus ojos azules como el cielo me miraron con una sonrisa que logró detener mis lágrimas.
—Mamá dice que cuando nuestros seres queridos se van, nos miran desde la luna y en noches de luna llena guían nuestro camino —me dijo, y su voz dulce fue un bálsamo sobre mi herida.
Yo había sonreído al escuchar su inocencia. Me dio un pequeño chocolate y desde ahí no nos separamos jamás.
Prendí la chimenea para abrigar el lugar mientras las lágrimas de un corazón roto caían sin parar. Los recuerdos de mi vida con mi amado Rhyd se agolpaban uno tras otro, haciéndome sentir que mi pecho se estrujaba con cada imagen, mientras abrazaba la almohada que aún guardaba un poco de su aroma. Ese olor era como un veneno y una cura al mismo tiempo; me mantenía viva, pero me desgarraba por dentro, porque sabía que pronto desaparecería para siempre.
Crecí corriendo entre los árboles altos del Bosque Plateado, con los pies descalzos y el alma libre. El viento enredaba mi cabello mientras la risa de Rhydan retumbaba detrás de mí como un eco feliz. Éramos solo dos cachorros sin títulos ni cadenas, sin miedo ni futuro. Solo nosotros. Solo el ahora. El bosque nos conocía, nos reconocía, como si cada rama hubiera sido testigo de nuestras promesas de eternidad.
Rhydan fue mi primer todo.
Mi primer abrazo tembloroso bajo la lluvia, cuando su calor me sostuvo como si sus brazos fueran la única manta contra el frío. Mi primera carcajada hasta doler el estómago, doblada de risa mientras él trataba de atraparme. Mi primer beso… con sabor a luna llena y promesas eternas, una mezcla de temblor y certeza que selló nuestra unión mucho antes de que la diosa nos marcara. Mi primera vez… fuego lento y salvaje, la entrega absoluta de cuerpo y alma que me hizo sentir completa.Y cuando cumplimos dieciocho, el universo habló. Nuestros lobos se encontraron bajo la noche más clara que recuerdo. La transformación nos sacudió los huesos, nos desgarró la piel, y con ella, el vínculo cayó sobre nosotros como un rayo. Inequívoco. Irrompible. Bendito. Yo, una omega. Él, el futuro alfa. El aire se llenó de aullidos y magia, y en medio de todo, su mirada me reclamó como si siempre me hubiera pertenecido.
Todos esperaban que escogiera a una hembra alfa: fuerte, dominante, imponente. Pero me escogió a mí. A su compañera. Y esa noche, cuando la luna nos observaba, sentí que el mundo entero se arrodillaba a nuestros pies.
—No me importa lo que digan —me susurró, con la mirada encendida como fuego recién nacido—. Eres mi compañera. Mi luna. Eres mía, Lau. Y yo soy tuyo, y lo seré para siempre.
Y yo, estúpida, le creí.
Durante dos años, vivimos un amor legendario. Me marcó ante toda la manada, con orgullo. Me hizo su esposa, su luna. La dueña de su cama, de su piel, de su lobo. Caminábamos juntos, planeábamos estrategias, firmábamos pactos. A veces lo veía observándome entre reuniones con esa sonrisa y esa mirada de orgullo cuando yo resolvía algún conflicto que si fuera por machos lo arreglarían con guerras, y mi loba, Alya, se llenaba de gloria. Éramos una fuerza, dos mitades que se complementaban a la perfección, la prueba viva de que la diosa nos había destinado.
Pero entonces… la diosa dejó de mirarnos.
Mes tras mes, mi período llegaba… o mejor dicho, no llegaba nuestro bebé. Al principio reíamos, lo tomábamos como un juego, como un futuro que sabíamos inevitable. Rhyd acariciaba mi vientre con ternura, susurrando planes, nombres, vidas. Yo lo observaba con el corazón rebosante de amor, creyendo que pronto sentiríamos pataditas bajo mi piel.
Pero el tiempo no perdonó. Su risa se volvió silencio. Y el silencio se transformó en decepción. Lo veía en sus ojos cada vez que mi menstruación llegaba, como una sentencia silenciosa.
Cada nuevo ciclo era una batalla entre la esperanza y la vergüenza.
Cada mancha en mi ropa interior, una daga en el alma. Cada noche en vela, un secreto que lloraba sola en el baño para no romperlo a él también. Me abrazaba las rodillas contra el pecho, mordiéndome los labios para que mis sollozos no lo despertaran, con el azulejo frío pegado a mi piel.Y entonces empezaron los susurros…
—¿Una luna infértil? —Es una omega, después de todo ¿Qué esperabas? —¿Cuánto más va a esperar el alfa? No podemos seguir sin heredero.Las miradas no se disimulaban. Ni las de la manada, ni las de su padre. Ni las suyas. Yo sentía esas miradas como cuchillas en la espalda, cada palabra como ácido quemando lentamente.
Hasta que un día, Rhydan me miró… y no vi amor. No vi deseo. Vi algo peor. Duda.
—Lau… sabes cuánto te amo —dijo, con la voz más vacía que una cueva sin eco—. Pero necesito un heredero. La manada lo exige. Yo lo necesito.
Supe, en ese instante, que algo se había roto.
Me arrodillé frente a él, sin pudor. Dejé mi orgullo de lado, él era mío, la diosa lo había hecho para mí, tenía tanto miedo a perderlo, haría cualquier cosa para que no me dejara, incluso rogarle. Las lágrimas cayeron sin permiso, pesadas, como plomo sobre mis mejillas.
—¿Crees que no lo he intentado? —mi voz se quebró como una rama seca—. ¿Crees que no daría todo por escuchar una pequeña versión de ti decir “papá”? ¿Por sentir unas pataditas aquí dentro…? He tomado cuanta cosa me han dicho para ser más fértil. He hecho de todo, Rhyd. Te amo, no soportaría perderte, eres mi compañero, mi vida. Rhyd, eres todo lo que tengo. Por favor, Rhydan… No me dejes. Yo puedo ser fuerte. Puedo resistirlo todo. Todo… menos perderte.
Sus ojos brillaron por un instante y mi corazón sintió esperanza, pero su lobo ya se había apartado del mío. Alya lo sabía, aullaba por dentro cada noche, desesperada por un compañero que ya no respondía.
Él no venía. No tocaba nuestra cama, no dormía con nosotras, ellos nos estaban rechazando.
—Lo siento, Lau —susurró, con la voz que usaba cuando enterrábamos lobos caídos en batalla—. No puedo seguir ignorando lo que soy. Soy un alfa. Y un alfa… jamás será estéril.
Mi corazón se encogió. Lo entendí en un segundo: él me culpaba. Sin médicos, sin pruebas, sin especialistas, yo, por el simple hecho de ser omega, era la culpable.
Un mes después, la traición se formalizó. Estábamos en la sala de reuniones, yo estaba a su lado como su luna resolviendo problemas de los soldados, entonces uno de los ancianos aclaró la garganta. El eco de su voz retumbó en mi pecho antes de pronunciar las palabras que me quebrarían para siempre.
—Alfa, está todo listo para que tomes a Zarina como tu nueva luna, la ceremonia se hará la próxima luna llena.
Un hielo recorrió mi espalda y mi piel se erizó. El lápiz con el que estaba escribiendo cayó de mi mano y rodó sobre la mesa con un sonido que pareció eterno. Levanté la mirada lentamente hacia Rhyd, suplicando con mis ojos que desmintiera lo que acababan de decir, que negara esa sentencia, que me protegiera. Pero él solo asintió, clavándome la estocada final.
Zarina, la hija del beta de su padre. Hermosa, llena de vida, fértil, de nuestra edad. Ella sería mi reemplazo. Yo, que había compartido su cama, sus noches, sus sueños… ahora era apenas un error en su historia.
Apenas Rhyd asintió, todos aplaudieron. Ese sonido fue un látigo contra mi piel. Yo me rompí en silencio, me levanté con pasos lentos y caminé hacia mi habitación. Cada mirada en mi espalda me taladraba, cada aplauso me robaba oxígeno.
Miré al cielo desde la ventana, preguntándole a la diosa de la luna cómo pudo ser tan cruel. Entregarme el paraíso, para que probara la felicidad, y luego arrojarme al infierno sin piedad.
Esa noche lo supe: lo había perdido todo. Mi lugar, mi compañero y mi vida.
Miré nuestra habitación y los recuerdos se proyectaron como una novela romántica en la penumbra. Sus promesas, sus besos, sus caricias, su pasión, sus ojos llenos de amor y placer ya no estaban. Todo era un eco hueco.
La puerta se abrió. El aire cambió antes de que el sonido llegara.
No necesitaba verlo. Su aroma me golpeó antes de que nuestros ojos se encontraran: eucaliptus, madera, mi aroma favorito. Ese olor que tantas veces me dio paz, ahora me desgarraba de necesidad.
Mi cuerpo reaccionó con un estremecimiento, hace semanas que no venía a nuestra habitación. El corazón me latía en la garganta.
Me puse de pie con torpeza. Los dedos me temblaban con un miedo que me calaba los huesos.
Lo vi. Caminando hacia mí, con la cara seria, la espalda rígida. Rhydan.
—Rhyd… —susurré su nombre como un rezo—. Por favor. No me dejes. Eres mi compañero. Fuiste elegido para mí… por la luna. Por la diosa. Somos el uno para el otro. Por favor, yo me moriré si me dejas.
Mi voz apenas fue un hilo quebrado, pero cada palabra estaba tejida con sangre y desesperación. Cerré los ojos y mis rodillas tocaron el suelo de piedra. Frías. Duras. Como él.
Me aferré a sus manos. Ya no eran las que me acariciaban la espalda por las noches, ni las que temblaban cuando recorrían mi cuerpo. Eran frías, distantes, ajenas.
—Solo te pido una oportunidad más. Dime qué hacer. ¿Debo tomar hierbas, buscar a una curandera? ¿Debo rogarle a la luna? ¡Lo haré! Pero no rompas esto, Rhyd… por favor.
Tenía mi corazón en mis manos, ofreciéndoselo, rogándole que no me dejara. Era mío, mi compañero, éramos perfectos juntos, ¿cómo podía arrancarme de su vida como si nunca hubiera pertenecido a ella?
—Lau… —su voz se quebró, sí, pero sus palabras no—. He tratado de defenderte, pero no puedo seguir haciéndolo. La diosa sabe que te amo, que eres mi compañera. Pero no puedo seguir con una hembra que no me da un heredero.
Mi pecho colapsó, un vacío ardiente se abrió en medio de mi esternón.
—Rhyd, hemos avanzado tanto juntos, por favor, haré lo que sea. Te amo, Rhyd.
Él cerró los ojos.
—Y yo también te amo, pero no es suficiente. Mi responsabilidad con la manada está por sobre el amor… El amor ya no es suficiente.—Rhyd, ¿qué soy yo para ti? —mi voz se rompió como cristal bajo un pie—. ¿Una falla? ¿Un error en tu linaje? ¿Una luna inútil?
No respondió. Solo bajó la mirada. Y ahí lo vi.
La marca que llevaba en su cuello, la que yo había dejado, la que era idéntica a esa que me dejó él en el mío cuando me reclamó… se estaba desvaneciendo. Esa marca que ardía como el sol en las noches de celo, ahora se apagaba.
Un resplandor tenue. Un calor moribundo. Entonces supe lo que venía a hacer. Antes de que hablara, le rogué por última vez.
—No, no, Rhyd, no lo hagas, por favor. Te lo ruego… —mis lágrimas caían con desesperación, cegándome.
—Yo, Rhydan Stone, alfa de la manada Bosque Plateado, te rechazo a ti, Laurenth Blake, como mi compañera y luna.
Mi corazón se detuvo. El aire me faltó. La magia ancestral del vínculo se quebró, convirtiéndose en trozos de vidrio que rasgaban mi alma.
—¡Nooo, Rhyd! —grité su nombre como si pudiera invocarlo de vuelta, como si mi voz pudiera sostenerlo a mi lado.
Me retorcí en el suelo, jadeando, mientras mi loba, Alya, aullaba dentro de mí, sangrando por su compañero perdido. El dolor no era solo del alma. Era físico, como si me arrancaran algo de adentro, como si mi pecho se desgarrara con uñas de plata, como si mi corazón se deshiciera en pedazos dentro de mi piel.
Y él… él solo frunció un poco el ceño. No le dolía como a mí, porque era un alfa. Me dejó muriendo y se dio la vuelta. Sin una sola lágrima.
No lo detuve, no podía, no tenía fuerzas y mi voz no salía. Alya gemía, agonizando por el dolor que nos rasgaba en pedazos. No soporté más y la oscuridad me consumió. Nadie vino en mi ayuda. Y ahí supe que estaba sola.
EPÍLOGO LAURENTHMi nombre es Laurenth Blake Fui una omega rechazada. Una loba a la que le rompieron el corazón por no poder concebir. Durante mucho tiempo creí que mi destino era vivir en la sombra de otros, mirando la felicidad desde lejos. Pero el destino, ese caprichoso y cruel maestro, me dio una nueva vida, un maravilloso compañero, e hijos hermosos.Han pasado diez años desde aquel día en el que el mundo cambió. Desde que la guerra terminó. Desde que los rugidos se apagaron y los corazones rotos encontraron consuelo.Hoy, cuando miro hacia atrás, me cuesta reconocer a la mujer que fui. La que lloraba sola en el bosque con el corazón roto, la que no sabía su valor. Porque ahora… ahora tengo todo. Un amor inmenso, tres hijos que son mi orgullo y una familia tan grande que el bosque entero parece latir con nuestros nombres.El hombre que me rompió el corazón —aquel alfa que me rechazó— hoy es mi cuñado, y lo adoro con el alma. Rhydan encontró su destino en Mila, y verla
MILA Desperté con el sonido del viento acariciando las cortinas.El amanecer teñía la habitación con tonos dorados y suaves, y por un momento me quedé quieta, abrazando la almohada, dejando que mi cuerpo —aún un poco adolorido por tantas emociones— recordara dónde estaba.La casa olía a leña, a pan recién horneado… y a él.A Rhyd.Su aroma a tierra mojada y pino seguía impregnado en cada fibra de mi piel y en cada rincón de su habitación.Me giré, buscando su calor a mi lado, pero la cama estaba vacía.Su lado aún tibio, pero vacío.—Kyros debe haberlo sacado temprano —susurré medio dormida, acariciando el borde de la sábana.Una risita ronca resonó en mi mente.Era Kira, mi loba, siempre curiosa y un poco entrometida.«O tal vez Rhyd fue a presumir que vamos a ser mamás.»Sonreí, aunque mis ojos se llenaron de lágrimas al recordar la voz del doctor, el latido de mis cachorros… nuestros cachorros.Aún no podía creerlo.Después de todo lo que habíamos vivido, después de tanto dolor, e
ALFA RHYDAN La luna apenas asomaba entre los árboles cuando salí de la casa.El aire del Bosque Plateado estaba cargado con el aroma de pino, tierra mojada y la tibia calma que llega después de la tormenta.Cada paso que daba sobre las hojas secas parecía retumbar dentro de mí, como si el bosque entero escuchara los latidos de mi corazón.Cachorros.La palabra seguía girando en mi mente como un eco imposible.Kyros rugía dentro de mí, su voz llena de un entusiasmo que me arrancaba sonrisas incluso cuando aún no entendía cómo era posible.«Seremos padres, Rhyd. ¡Tendremos cachorros!»—Así es, Kyros —respondí en voz baja, sintiendo cómo su emoción me recorría la piel—. Pero… necesito respuestas. No puedo simplemente aceptarlo sin entender.«¿Importa cómo? La diosa nos bendijo, eso basta.»Negué con la cabeza, aunque sonreí.—Siempre necesitas menos explicación que yo, viejo amigo.«Porque yo tengo fe, humano testarudo.»Reí entre dientes y seguí caminando, hasta que los árboles se abri
KAELANDos días habían pasado desde la ceremonia.El Bosque Plateado seguía oliendo a flores frescas, a tierra húmeda y a paz.Era extraño caminar entre la calma después de tanto caos.Laurenth y yo estábamos terminando de empacar para regresar a nuestro hogar.Lyra correteaba alrededor de las maletas mientras Elian dormía en los brazos de una omega.Todo parecía perfecto. Demasiado perfecto.Mila llegó al patio con su sonrisa habitual, esa que se había vuelto tan familiar.Nos abrazó con fuerza, con la emoción de quien despide a su familia y no a simples aliados.—Gracias, Lau. Por todo, de verdad. —sus ojos brillaban—. Te voy a extrañar mucho. Estoy tan acostumbrada a ti y a los niños…Laurenth la abrazó con ternura.—Pueden venir cuando quieran. Siempre serán bienvenidos. Y Lyra te ama, Mila. Lyra, que escuchaba atenta, se acercó corriendo y tomó la mano de su “tía”.—Sí, tía Mila, ve con tío Rhyd. Me gusta jugar con Kyros.Mila rió y se agachó para abrazarla.—Jajaja, Kira tambié
KAELANHabía pasado un mes desde que la guerra con Aris sucedió. El aire del Bosque Plateado olía a paz.El mismo bosque que alguna vez fue un lugar de dolor para mi Luna, ahora vibraba con risas, música y vida.Las antorchas marcaban un camino de luz dorada hacia la gran explanada, donde la manada entera se había reunido.Al centro, Rhydan y Mila bailaban bajo la luna llena, rodeados de su familia, sus lobos y sus hermanos.El viento movía el vestido blanco de Mila, sencillo pero radiante, tejido con hilos de luna y coronado por una cinta plateada en su cabello.Rhydan no apartaba la mirada de ella, la sostenía con esa mezcla de amor y respeto que solo los verdaderos alfas saben dar.Sus movimientos eran suaves, lentos, como si el mundo se hubiera detenido solo para ellos.Y quizá así era.Me quedé observándolos, con Lyra sentada en mis brazos y Elian dormido en el pecho de Laurenth.Lyra aplaudía, feliz, con sus rizos rebotando mientras gritaba entre risas:—¡Tío Rhyd! ¡Tía Mila! ¡B
ALFA RHYDAN La llamada fue corta. —Padre… tengo que decirte algo —le había dicho, con la voz más firme de lo que sentía. Del otro lado, el silencio se hizo eterno. Podía escuchar su respiración contenida. —Habla, hijo, ¿Está todo bien allá? Tragué saliva. —Sí, pero debes saber algo, el rey Kearan está vivo. Otro silencio, más pesado. —¿Qué dijiste? —Kaelan lo tiene prisionero desde que terminó la guerra. Nadie en la manada lo sabe. Él quiere que seas tú quien cobre tu venganza. No hubo gritos. No hubo sorpresa fingida. Solo una voz profunda, dolida, que tembló en el oído. —Voy para allá.A la mañana siguiente, un rugido de motor rompió el silencio del patio central. Dos vehículos negros avanzaron por el camino de piedra hasta detenerse frente a la fortaleza. Kaelan y yo estábamos esperándolos. Mila estaba a mi lado, su mano apretando la mía; podía sentir su pulso rápido, el aire vibrante de un día que marcaría otro final.La puerta del primer auto se abrió. De él descendi
Último capítulo