—No puedes hacer esto —dice Megan, aún con el sabor del beso reciente en los labios. Su voz tiembla, pero su mirada es firme—. No puedes tomarme cuando te da la gana y actuar como si tuvieras algún derecho sobre mí, después de decirme que no quieres nada.
Esteban no se aleja del todo. Su rostro permanece cerca. Mira esos ojos que lo han desarmado más de una vez.
—Ya te expliqué por qué —responde con tono grave—. ¿De verdad no puedes entenderlo?
—Ya lo entendí, Esteban. El que no entiende que nuestra relación se acabó eres tú —replica ella, con la respiración agitada—. Ya no quiero ser solo la mujer que calienta tu cama cuando te sientes solo. Me merezco más. Quiero a