En el otro lado de la ciudad…
—Aquí está tu pago —dice el hombre regordete con tono apático, lanzando un puñado de billetes sobre la cama.
La mujer los recoge sin mostrar emoción alguna. Sus dedos ágiles los cuentan con una rapidez mecánica. Encuentra un billete de más, pero no se sorprende. Reconoce el gesto: es su propina. Lo ha hecho bien. Con los años, ha perfeccionado el arte del placer como ninguna de las otras chicas de este lugar. Esa habilidad es su única garantía de sobrevivir.
Cuando el hombre sale, ella se levanta de la cama y cierra la puerta de un golpe seco. El chasquido resuena en la habitación pequeña y húmeda. Camina hasta el baño y se observa en el espejo. El maquillaje est&a