Capítulo 7
Era doña Manuela para decirle en tono de broma:

—¿Ya te mudaste a la casa de Andrés? Llamé para asegurarme de que Andrés no te asustara y te salieses de allí corriendo.

—¿Ma te prometí que no me echaría para atrás. No te preocupes. Voy a empacar e iré allí enseguida, —¿respondió Alma con determinación.

Se notaba que doña Manuela se preocupaba mucho por la relación matrimonial de ellos, y Alma no quería decepcionar a su benefactora. Sin embargo, desconocía los pensamientos de Andrés.

—Está bien, ten mucho cuidado en el camino hacia aquí. Si necesitas algo, busca a Andrés, —le aconsejó sonriendo.

Al colgar el teléfono, Alma descartó la idea de comprar algo para comer y optó por tomar un taxi directamente a casa antes de que anocheciera. Necesitaba mudarse lo más rápido posible.

Una vez en casa, comenzó a empacar sus cosas. Además de artículos de uso diario, solo tenía algunas prendas de trabajo y ropa de casa. Después de empacar todo en dos maletas, observó su hogar. En la pared aún colgaba una foto de su familia de hace varios años, donde sus padres la sostenían entre caras contentas. Sus ojos se entrecerraban de felicidad.

Por desgracia días como aquellos no volverían jamás. Se acercó al escritorio y acarició la imagen de su padre.

—Papá, tranquilo. Seguro salvaré a mamá y protegeré nuestra casa. Y por cierto papá, ya me casé. No es con Ricardo, así que ya no es necesario que le des tu bendición. Mi esposo es un programador bastante guapo, no te preocupes, no es calvo y todo está bien, — añadió en susurro.

Justo cuando terminó de hablar, su teléfono sonó de nuevo. Era un número desconocido. Después de dudar por un momento, contestó y se encontró con la voz fuerte de Ricardo.

—Alma, ¿me bloqueaste? ¿Estás acaso sintiendo culpa?

Alma rodó los ojos al escucharlo. ¿Quién estaba sintiendo culpa?

—Ricardo, creo que dejé muy claro que ya no tenemos ninguna relación. No quiero saber nada de ti, cuelga y ya no me busques más, —respondió Alma.

—Alma, el asunto del dinero fue un malentendido. Fui bastante impulsivo. Soy hijo único y mis padres también dependen de mí. Si te daba todo el dinero, ¿qué pasará con ellos? — explicó Ricardo.

—Así que ya no me interesa. Cuelga. No me busques más, —reiteró Alma.

—Alma, lo de que me encontraste en una fiesta de citas también fue un malentendido. Hablé sin pensar también en ese momento. Eres muy valiosa para mí. ¿Entiendes? — susurró Ricardo.

Alma ya estaba harta de escucharlo. Solo quería deshacerse de él.

—Ricardo, te sigo sin entender, ¿quizás mejor transfieres el auto a mi nombre y te comienzo a creer?, — propuso Alma.

—¡Alma! Estás haciendo esto a propósito, ¿verdad? ¿Crees que no te encontraré si no estás conmigo? ¡Te arrepentirás! — gritó Ricardo al sentir que tenía que comprometerse.

Solía pensar que en una relación debería estar alejada de las ganancias y las pérdidas, pero ahora se daba dé cuenta de que la única persona a la que debía verdaderamente importarle era ella misma. Harta de escuchar las estupideces de Ricardo, colgó y bloqueó el número nuevo.

Pero en ese momento, sintió pasos detrás de ella. Al darse la vuelta, vio que Andrés abría la puerta.

—¿Cómo llegaste aquí?, — preguntó sorprendida.

—Mi madre me pidió que viniera a buscarte— respondió Andrés con frialdad, sin mostrar ninguna emoción.

—Espera, voy a revisar que las ventanas y las llaves del gas estén bien cerradas — dijo Alma, dirigiéndose a la cocina. Aunque dijo que estaba revisando, en realidad estaba tratando de calmar sus emociones. No quería que nadie la viera hecha un lío.

En la sala, Andrés examinó indiferentemente la casa. Aunque era un poco anticuada, el lugar era valioso por ser una propiedad central ubicado al lado de una buena zona escolar. Poseyendo tales condiciones, Alma aún no era consciente del dinero que yacía en esa propiedad.

Si no hubiera escuchado a Alma preguntarle a su exnovio por un automóvil, ni siquiera habría imaginado que una mujer pudiera ser tan aprovechada: dinero y luego un automóvil. No podía evitar admirar la actuación que Alma había presentado tan bien frente a él y su madre.

En ese momento, Alma salió de la cocina, extendió la mano y agarró sus dos maletas.

—Bien, ya estoy lista vámonos, dijo Alma.

—Ok.

Andrés respondió fríamente, pero al verla arrastrando dificultosamente las maletas, extendió sus brazos y le ayudo. Aunque no le caía bien, como el caballero que era, su deber estaba en ayudarla.

Alma observó cómo Andrés se llevaba las maletas y le agradeció.

Andrés la ignoró y fue directo al ascensor. Viendo a Andrés comportarse de una manera tan fría, Alma no quería molestarlo y lo siguió en silencio hacia el ascensor.

Todo lo que había pasado en el día, junto a que no había comido nada hicieron que su cuerpo se sintiera un poco mal, pero aun así se esforzó por tomar también las maletas.

—Puedo hacerlo yo misma…

Antes de que pudiera terminar la frase, se desmayó directamente en los brazos cálidos de Andrés. No sabía cuánto tiempo había pasado, pero cuando se despertó, había una luz brillante sobre su cabeza. Después de adaptarse, se frotó los ojos y pudo ver claramente que estaba en un hospital.

—¿Ya despertaste? — preguntó a Andrés, quien estaba sentado a su lado editando información en su teléfono sin mirarla.

—¿Qué me pasó? — preguntó Alma.

—Bajo nivel de azúcar, — respondió Andrés, frunciendo ligeramente el ceño al mirar su teléfono. Alma echó un vistazo sin querer y vio solo números. Era evidente que Andrés estaba ocupado.

Alma se preguntaba por qué seguía ahí. Originalmente, quería pedirle a Andrés que le trajera un vaso de agua, pero decidió desistir y tratar de levantarse para servírselo ella misma. Pero, su cuerpo aún no se había recuperado por completo, y cuando intentó ponerse de pie, se tambaleó y se fue de nuevo contra el suelo. Afortunadamente, Andrés la sostuvo.

Al percibir el olor a tabaco en Andrés, Alma se movió nerviosamente.

—Estas todavía débil, ¿Qué necesitas?, — preguntó Andrés con frialdad.

—Solo necesito de un poco de agua, — susurró Alma, mordiéndose el labio, pero con una suave y débil voz, la cual al Andrés escucharla hizo que se estremeciera por la ternura del susurro. La voz normal de Alma ya era de por si dulce, pero en ese momento de debilidad, su voz era angelical.

Andrés dejó su teléfono y le trajo el agua. La mirada de Alma mientras tomaba el águila con sus densas pestañas mirando hacia abajo resaltaban su pálido rostro de manera aún más conmovedora. Después de beber agua, Alma se sentía algo mejor, pero su rugía lo contrario. Algo incomodo para ambos en ese momento.

Alma bajó la cabeza avergonzada, preguntándose por qué siempre ocurrían situaciones incómodas frente a Andrés. Aunque en la oficina era considerada como una mujer competente.

—Espera un poco, — dijo Andrés de manera concisa y salió de la sala.

—¿Esperar qué? Alma miró la bolsa de goteo que aún estaba medio llena, apoyándose resignada en el borde de la cama. A su lado, un estudiante de primaria recibía tratamiento mientras hacía la tarea. Levantó la cabeza repentinamente y le sonrió.

—Señorita, mi mamá dice que tu novio es muy guapo.

Alma se sorprendió. Los niños de hoy en día eran bastante directos.

La madre de la niña rápidamente le tapó la boca y se disculpó sonriendo nerviosa.

—Lo siento, pido disculpas por sus palabras.

—No hay problema, — respondió Alma con una sonrisa.

—Realmente envidio tu situación. Tu novio sacrificó su tiempo y estuvo siempre pendiente de ti preguntando constantemente por tu estado de salud. No hay muchos hombres tan guapos y atentos como él. No como yo, que después de casarme y tener hijos, parece yo hubiese muerto para mi marido, se la pasa trabajando durante todo su tiempo y ni siquiera se digna de cuidar de los niños cuando están enfermos. A mí me toca sobrellevarlo todo.... — La mujer continuó hablando, pero Alma solo captó la primera parte. ¿Se estaba refiriendo acaso al mismo Andrés?

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