El sonido del viento contra las ventanas me despertó antes del amanecer. Abrí los ojos y durante un instante no supe dónde estaba. Luego recordé: la habitación, la casa, Günter respirando al otro lado de la cama.
Me quedé inmóvil, mirando el techo en la penumbra. No quería moverme, no todavía. Había algo en esa quietud, en ese minuto suspendido entre la noche y el día, que me resultaba extrañamente seguro.
Pero el corazón… el corazón aún pesaba.
Me levanté sin hacer ruido, descalza, sintiendo el frío de la madera bajo los pies. Crucé la habitación y salí al balcón. La brisa era fresca, casi helada, pero no me importó. Respiré hondo, dejando que el aire limpio me llenara, que me despejara.
El cielo estaba comenzando a clarear, apenas una línea pálida en el horizonte. Y por un segundo, solo un segundo, sentí que tal vez… tal vez había un lugar para mí en ese nuevo día.
Cuando volví al interior, Günter seguía dormido. Su frente relajada, su respiración profunda. Lo observé en silencio, y