Heather y Andrew llevaban cinco años casados y, sin embargo, eran dos extraños que vivían juntos. Ella nunca supo por qué su marido la ignoraba, hasta que se enteró de que solo se había casado con ella bajo chantaje. Decidida a reconstruir su vida, quiso dejarlo para unirse a un nuevo amor, pero entonces Andrew no la dejó ir y se propuso seducirla otra vez y llevarla a su cama, esta vez por voluntad propia.
Leer másEpílogo: El mejor regalo de cumpleaños Ocho meses después Desde que naciera su hijo Vincent, Andrew no podía dejar de hacerle fotos con Heather, y aunque solo había pretendido que formaran parte del álbum familiar, eran tan artísticas que acabó haciendo reproducciones de las mismas en esculturas. El hobby había pasado a un segundo nivel e incluso, había hecho una exposición en uno de los eventos de la fundación de arquitectura y arte. Era bien sabido que Andrew Stanford lo hacía todo bien y ninguna tarea le quedaba demasiado grande, ni siquiera la de cuidar o sostener al bebé mientras su mujer daba un pequeño recital de piano en los teatros de Londres, o cuando daba clases en el Conservatorio de Londres. Heather se había convertido en profesora, pianista y compositora local reconocía y su marido no podía sentirse más orgulloso. Las fotografías que Andrew hacía en las que se veía a su mujer dando el pecho a Vincent, bañándolo, o simplemente echándose una siesta con él, pero
Capítulo ochenta y seis: El centro de mi mundoCuando oyó la voz de Andrew llamándola, Heather creyó que estaba soñando, pero una mano la zarandeó por el hombro, haciendo que se despertase del todo. Se dio la vuelta y en la penumbra vio la silueta de Andrew, de pie junto a la cama, recortada contra la luz del cuarto de baño. Por la rendija entre las cortinas del balcón se filtraba ya la luz del sol.Se incorporó, rogando por que no se le notase que había estado llorando antes de quedarse dormida.—¿Quieres algo? —le preguntó, con la voz ronca por el sueño.—Anoche te fuiste de la exposición sin decirme nada.—Estabas… ocupado —contestó ella—. ¡No! —exclamó cuando él fue a inclinarse para encender la luz de la mesilla de noche.Andrew se irguió.—Son las nueve de la mañana. ¿Prefieres que hablemos en la penumbra por alguna razón?—Me… me duele un poco la cabeza —murmuró ella. «Y también el corazón…»—. ¿Qué quieres?—¿Acaso no puedo venir a darle los buenos días a mi mujer?—Seguro
Capítulo ochenta y cinco: Con el alma desgarradaHeather ya no era una niña. Ni era como esas actrices melodramáticas de telenovela que optaban por quedarse calladas y enrabietadas, o por dejar pasar el tiempo para luego hacerse las víctimas.Por eso, antes incluso de que Giselle se hubiera ido, tuvo muy claro que iba a preguntarle a Andrew por lo que le había dicho. Tenía que darle un voto de confianza.Llamaron a la puerta. Era un botones del hotel.—El señor Stanford me ha pedido que le diga que un asunto lo ha retrasado y que la acompañe a la galería, donde se reunirá con usted en cuanto pueda.«Dale un voto de confianza. Dale un voto de confianza…».—Ah, comprendo. Pero no hace falta que me acompañe; sé dónde está la galería.El botones frunció el ceño.—¿Está segura?Heather esbozó una sonrisa forzada.—Sí, claro —murmuró—. Pero gracias.Cuando el chico se hubo marchado, fue por su bolso y salió de la suite, pero una media hora después de que llegara a la galería Andrew aún no
Capítulo ochenta y cuatro: Declaración inesperada—En el itinerario que me diste dice que el doctor Creek y su equipo venían a Londres esta mañana —comentó Heather. El doctor Creek era un especialista irlandés en cardiología de la confianza de Andrew—. ¿Significa eso que ya están aquí—Así es.—¿Pero cómo…?—No querías sentirte agobiada por su presencia, así que lo organicé todo para que viajaran por separado.Ella lo miró con unos ojos como platos.—Pero eso debe costarte una fortuna…—Con tal de que estés tranquila, doy ese dinero por bien empleado. Y ya que hablamos de eso… mañana es la primera ecografía —le dijo Andrew—. Puede que sea un poco pronto, pero creo que los dos la necesitamos para quedarnos más tranquilos.Heather sintió una punzada en el pecho y Andrew, como si hubiera advertido su aflicción, le levantó la barbilla con un dedo y mirándola a los ojos le dijo:—El bebé estará bien.—Eso no puedes saberlo.—Estará bien —insistió él, como si tuviera el poder de hacer que
Capítulo ochenta y tres: Todo lo que podía desearCuando Heather se despertó ya estaban a medio camino, sobrevolando el Mediterráneo. Andrew, que estaba sentado en un sillón junto a la cama del amplio camarote en que la había acostado, la observó mientras se incorporaba y se apartaba la sedosa melena del rostro.—¿Has dormido bien? —le preguntó.Ella asintió, bajó la cabeza, y al ver que estaba en combinación, le preguntó con recelo:—¿Me has quitado tú la ropa?—Sí, me pareció que con el vestido estarías incómoda.Heather asintió, aún sin mirarlo. Andrew se inclinó hacia delante en su asiento, apoyando los brazos en los muslos, e inspiró profundamente.—Heather, tenemos que hablar.Los hombros de ella se tensaron, y retorció entre los dedos una esquina de la colcha. Tragó saliva.—Habla —lo instó.Aquello era una locura. A lo largo de todos esos años se había enfrentado a negociaciones muy difíciles como empresario, pero nunca se había sentido tan nervioso como en ese mome
Capítulo ochenta y dos: CelosoEl joven se volvió para replicarle irritado, pero se quedó callado al ver que en realidad se trataba de su jefe y dueño de la fundación y dio un paso atrás—Tiene razón, señor Stanford —murmuró—. Lo siento —se disculpó, volviéndose hacia Heather—, no pretendía molestarla, señorita… —Señora Stanford —aclaró Andrew con severidad.—Sí, disculpadme. Disfrutad de la velada —dijo atropelladamente, y se alejó zigzagueando entre la gente.Los ojos verdosos de Heather miraron acusadores a Andrew.—Solo estaba siendo amable conmigo. ¿Tenías que humillarlo de esa manera?Andrew llamó a un camarero que pasaba y tomó un vaso de coñac para él y un cóctel sin alcohol para ella.—Estaba traspasando una línea que no debería haber traspasado.—¿Qué línea?, ¿de qué hablas? Solo estábamos charlando.—Eres la mujer más hermosa de todas las que hay aquí. Eres una ingenua si crees que cualquier hombre que se te acerque solo quiere charlar —le espetó él.Ella soltó una risa
Capítulo ochenta y uno: Sentimiento posesivo—Creo que necesitamos un cambio de aires —anunció de repente la voz de Andrew detrás de Heather.Esta, que estaba apoyada en la barandilla de la azotea observando la puesta de sol, le respondió sin volverse:—¿Qué quieres decir? ¿Adónde vamos a ir?En esas dos últimas semanas apenas lo había visto. Cada mañana después de desayunar desaparecía y se recluía en su estudio. No almorzaba ni cenaba con ella. Heather había perdido el apetito, y solo se obligaba a comer por el embarazo.Quería hacer el amor con su marido, sentirse amada como mujer, además de como madre, esposa o compañera. Sin embargo, la paranoia de Andrew le impedía consumar el acto. Cuando más emocionada estaba, más dura era la caída. Dolida por ese pensamiento, apretó la barandilla de metal con ambas manos.Había adoptado la costumbre de huir allí arriba cuando pasaba el peor calor del día para disfrutar del atardecer. Había un cenador con una mesa de hierro forjado y un par
Capítulo ochenta: Frustración sexualHeather bajó la vista a su vestido blanco de algodón y manga corta. Debajo llevaba un bikini amarillo que se había convertido en su favorito.—¿No hace falta que me cambie?Él la miró largamente de la cabeza a los pies.—No, estás bien como estás.Salieron por la puerta de atrás y tomaron el serpenteante sendero empedrado que conducía al estudio de Andrew.Colocados en hilera a lo largo de las dos paredes laterales había varios bultos de grandes proporciones tapados con telas negras, probablemente obras inacabadas.—¿Por qué tienes todas esas obras cubiertas? —le preguntó Heather.—No me gusta tener distracciones mientras trabajo.¿Distracciones o recordatorios de Giselle?, se preguntó Heather, sintiendo una punzada de celos. No habían vuelto a hablar sobre ella desde que Andrew había aclarado a la prensa que nunca había mantenido una relación de corte romántico con la irlandesa. Giselle por otro lado, al parecer no estaba en su mejor
Capítulo setenta y nueve: Mi musaUna semana después Andrew entró en su luminoso estudio, y se detuvo. Se sentía maravillosamente bien. Padre… Iba a ser padre… No era que la tristeza y la angustia que lo habían perseguido desde entonces se hubiesen desvanecido de repente, pero por primera vez no se sentía preso de una desesperanza absoluta.Miró a su alrededor, paseando la mirada por las maquetas de las obras inacabadas que atestiguaban su turbulento estado mental: enormes pedazos de metal, piedra y mármol cubiertos con tela negra. Ya era tiempo de retomarlo, ir poco a poco, como le había sugerido su esposa.Saldría bien, tenía que salir bien. Para Heather, las primeras seis semanas del embarazo pasaron en medio de una mezcla vertiginosa de pura dicha, esperanza y momentos inevitables de temor. Andrew, por su parte, estaba pendiente todo el tiempo de su bienestar. Igual que se había afanado en dejarla embarazada, ahora había asumido el rol de inflexible cuidador, nunca se alejaba