Título del libro: Eso que llamamos Casualidades.
© 2018 por Lorena. R. Jeffers.
Fotografías: Pixabay.
Ilustración de portada: Lorena R. Jeffers.
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser adaptada, reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— sin la autorización previa por escrito de la autora.
Primera edición: marzo, 2018.
*****
Título del libro: Eso que llamamos Casualidades.
© 2018 por Lorena. R. Jeffers.
Fotografías: Pixabay.
Ilustración de portada: Lorena R. Jeffers.
Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser adaptada, reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— sin la autorización previa por escrito de la autora.
Primera edición: marzo, 2018.
—Coño, mami, ¡no! —Tan patético como podía serlo, me aferré a ella—. Te juro que...Gabriela se removió hasta soltarse y se giró de nuevo hacia mí. Sus pequeños ojos marrón oscuro me enfrentaron entrecerrándose. De haber sido inteligente, yo habría retrocedido. Pero, ah, mierda, la inteligencia y yo éramos enemigos entonces. Aún ahora, no obstante, va mejorando. Algo así.Como sea.Apuntó su larga, larguísima uña roja, decorada con piedrecitas brillantes y negó.—No. Me cansé. ¿Crees que me gusta vivir aquí, como una recojelatas[1] y todo eso? —Ni siquiera me dio tiempo de responder—. Pues, ¿qué crees, mijo? ¡No!—Pero Gabi, bebé, escúchame.—¡No!—Estoy lográndolo.P
La letra de Demons, de Avenged Sevenfold, se mezcló con mis sueños. De repente, ya no estaba haciéndole el amor a mi mujer, sino llorando por ella. Extraño, ¿verdad? A ciegas, moví el brazo hacia la cómoda y busqué hasta dar con mi teléfono. Quité la alarma y me encogí sobre mí mismo, como un feto, abrazándome las rodillas. «Cinco minutos», creo haber pensado. Y me dormí de nuevo.Pero ese día yo no tenía ni un jodido minuto extra, solo una importante entrevista de trabajo a la que no podía faltar.Desperté luego de media hora, sobresaltado y sudoroso. Aterrado como la mierda. Lo había olvidado. Oh, mi maravillosa entrevista, llegaría tarde. Salí de la cama tan rápido como pude y me lavé los dientes. Olvida la ducha, tendría que esperar. Me puse mi mejor traje: una camisa de botones
Resulta que no era nada fácil cuidar a un bebé, mucho menos a uno desnudo y hambriento. Déjame ponerlo de este modo: cuando subí al tren, con dirección a la casa de mi madre —¿Alguien dijo nunca «pisotear el orgullo»?—, yo lucía como la mierda y olía incluso peor. Bueno, yo no tanto, pero ella... Todos los ojos se fijaron en mí de inmediato, como si fuera algún terrorista salido de una de esas series extranjeras. Ya sabes: hombre malo sube al tren con un paquete, grita algo en una lengua que nadie entiende y pum, volamos en miles de pedacitos sangrientos. Encantador. Una mujer gorda y bajita arrugó la nariz y otra miró al bebé en mis brazos como si sintiera pena.Nervioso, me senté junto a un hombre de traje y corbata que se levantó como si yo tuviera la peste. Viéndome desde arriba, él hizo una mueca. Yo suspiré. Estab
Llegué al edificio en el que vivía a eso de las ocho de la noche. Cansado física y mentalmente, confundido y con un bebé que había vuelto a llorar tan pronto como bajé del elevador. Eso, además de que fue al baño... encima de mí. Oh, dulce Jesús, aquello era una cosa espantosa y olía incluso peor.Mi camisa quedó arruinada y yo necesitaba una ducha urgente.Corrí hacia la puerta, con las llaves en la boca y la niña pataleando en mis brazos. De haberlo visto, me habría reído; pero como se trataba de mí solo estaba esforzándome para no perder la poca paciencia que me quedaba. No me malinterpretes, es solo que pienso que a nadie le gusta apestar a mierda. Puedo equivocarme, sin embargo. No lo sé. Justo cuando metí la llave en la cerradura, la más chismosa de mis vecinas asomó la cabeza por la ventana y me miró com
Ser padre soltero apestaba. No me mal entiendas, es solo que yo no estaba acostumbrado a esto, es decir: levantarse a media noche para darle de comer a Daila, mecerla hasta que se quedara dormida; bañarla y cambiarle los pañales... Coño, hasta había empezado a cantarle esas mierdas para niños que, como por arte de magia, le calmaban. Síp, bueno ya me sabía todas las de Disney, tú solo di el nombre y yo la cantaré, los Pollitos y Alicia va en el coche. Esta última era mi favorita, bastante macabra para ser infantil; pero oye, la vida es una perra y mi niña tenía que saberlo. Este no era el problema, sin embargo, yo podía con ello. Soy un tipo rudo. Siendo sincero, lo que me volvía loco era no poder drogarme y que Daila no tuviera un botón de apagado.Las primeras semanas estuvieron bien, conseguí que una de mis vecinas me hiciera u
La camioneta se detuvo frente a un edificio enorme, pintado de azul y blanco. Inquieto, me removí mirando a Florencia. Ella me ofreció una de sus sonrisas amables mientras me apretaba la mano para animarme. Sí, bueno, yo lo necesitaba en este momento. Y también drogas, pero se supone que estaba ahí para curarme de mi adicción. O algo parecido. Esto no tiene cura, solo puede mantenerse controlado y requiere una enorme fuerza de voluntad. Toneladas enteras, además de amor, apoyo y comprensión. Todo lo que yo no tenía.O no tuve hasta ahora.Por un minuto, pensé es huir. Está bien, no un minuto: durante todo el camino y también la noche anterior; Florencia no lo permitió. Ella se mantuvo firme, recordándome por qué lo estaba haciendo: Daila. Ella merecía mucho más que un padre adicto, incapaz de cuidarla, y yo ciertamente podía llegar a se
El Centro de Rehabilitación era el infierno. Por un lado, me gustaba, es decir: tener cuatro comidas diarias, actividades recreativas y etcétera; pero por el otro... No podía drogarme y odiaba con toda mi alma las malditas terapias en grupo. Eran espantosas. Déjame ponerlo en contexto: tenía que ir al salón lleno de desconocidos, sentarme en un círculo y contar mis problemas. Todos. Cada uno de ellos. Desde «oh, soy un niño abandonado por su padre y al que su madre odia» hasta «me masturbo cinco veces al día, ¿qué tal?». Algo así. Puede que infantil, un poco estúpido o caprichoso, pero yo realmente no estaba preparado para abrirme con nadie. No me gustaba la sensación de vulnerabilidad que me producía y tampoco las miradas que solía recibir.Oh, bueno, perdóname. Solo creo que la lástima es un poco-mucho-muy molesta. Sabí
Las últimas dos semanas estuve deprimido. No era tristeza ni una crisis por abstinencia; sino completa y absoluta depresión causada por las terapias grupales y las preguntas de Griselda. No sé en qué momento decidí abrirme tanto con ella y el grupo de persona que en ese instante consideraba mis amigos, pero lo hice. Y dolió. En un segundo estábamos tonteando y burlándonos de Javier y al otro... yo estaba llorando como un niño, contando mis secretos más oscuros y dolorosos. Repitiendo el horror de mi infancia y adolescencia.Resulta que mi disparador principal era el dolor. ¿Quién iba a decirlo? Aunque tenía cierta lógica: bebía y me drogaba para dejar de sentirlo. Lo único que deseaba era dejar de pensar, de recordar cada maldita cosa, y sobre todo alejar la tristeza. También descubrí que llenaba mis vacíos con sexo y pornografía y que me