Seis años después
Un par de grandes ojos negros me miraban con intensidad. Fingí dormir, en serio lo intenté, ya sabes: párpados apretados, cuerpo inmóvil, ronquidos y etcétera. Como siempre, no funcionó. Sabía que tenía que dejar de hacer eso, era estúpido, pero me gustaba oír la risa traviesa de Daila por las mañanas mientras me hacía cosquillas.
Saltando de rodillas sobre la cama, mi lado, ella comenzó a llamarme:
—¡Papi, papi!
Oh, jodida mierda, realmente amaba esto. Llevaba haciéndolo los últimos años y esperaba disfrutarlo muchos más. Cursi de nuevo, mi error, pero supongo que siempre he sido un poco más sensible de lo que debería. No importa.
Continué con mi pequeño juego: simulando estar dormi
«No debo meterme en la cama con el pelo mojado. Recito varias veces este mantra mientras intento una vez más controlarlo con el cepillo. Me desespero, pongo los ojos en blanco...».Oh, espera, esas definitivamente no eran mis líneas. Me confundí. Es solo que estuve leyendo un poco la noche anterior y supongo que la mierda terminó contagiándoseme.Mi error.Daila me había despertado saltando encima de mí. Como este día no tenía que ir a la escuela, la llevaría conmigo a la práctica con Dolor y Miseria. Mi banda, no era así como me estaba sintiendo, a pesar de que mi adorable pequeña pudo haberme roto una o dos costillas. Para nada.Ella amaba hacer esto, supongo que se debía al hecho de que podía ser algo como Hitler en miniatura con nosotros y se le daba bien mangonear. Otra posibilidad era que realmente le gustara el black metal,
«Masturbador compulsivo busca novia». Entrecerré los ojos sobre Jonathan, quien no dejaba de reír. Desde que le conté sobre mi plan de buscar una madre para Daila, él no dejaba de molestarme con ello. Este era el quinto anuncio que publicaba en mi perfil público de Facebook sin que me diera cuenta. De quererlo, el hombre hubiera podido ser un ladrón profesional. Joder, tomaba mi teléfono y yo ni siquiera lo sentía. Eso era un poco aterrador.—Coño, deja la vaina —dije.—No. —Continuó riendo—. Vamos a buscarle una mamá a la princesa.Sí, por supuesto.—¿Vamos? Como que es mucha gente. Voy. —Gemí leyendo los comentarios en la publicación—. ¿Ves lo que haces? Ese poco e’ locas... Coño.Jonathan miró por encima de mi hombro y literalmente se dej&
Nunca debí haber escuchado a Jonathan, el hombre estaba loco y yo lo sabía; pero mi deseo de encontrar una madre para Daila, que también fuera mi novia, como que me ganó. Y no me fue nada bien. Terminé con citas realmente horribles: desde la testigo de Jehová que quería salvar mi alma no-inmortal del pecado hasta la fanática que solo quería tener un pequeño recuerdo de mí... en su interior. También conocí a la divertida, que solo pensaba en el fin de semana festivo; la amargada que me dejó bastante claro que no sería la madre de mi hija y sugirió entregársela a mi mamá Florencia porque, bueno, ella no soportaba a los «malditos engendros». La pervertida, que me propuso una relación abierta con ella y sus tres novios bisexuales; la mojigata que se desmayó al oír la palabra «coger»; una lesbiana reprimida y otra mujer
Florencia miró a Karina como evaluándola. En mi interior recé para que pasara la prueba. A mí me gustaba. Después de algunas citas y dos o tres noches de sexo —quizá cinco o seis—, la maestra me tenía a sus pies. Era simplemente maravillosa: dulce, divertida, inteligente y se moría por conocer a Daila. Pero yo sabía que esto no tomaría ningún rumbo si mi madre adoptiva no le aprobaba. Florencia tenía mejor criterio que yo en la mayoría de las cosas y era mi familia, dependía de ella en más de un sentido.Si mi madre decía que no, por mucho que me gustara, Karina pasaría al olvido.Florencia se hizo a un lado, sonriéndole, y Karina entró dudosa al apartamento donde nos esperaban Jonathan junto a Nayalí; Angelí y su esposo; Óscar y Daila. Síp, esta sería una gran reunión familia
Yo iba a casarme. Posiblemente esto pareciera la gran cosa, dada las circunstancias: Karina y yo llevábamos viviendo juntos algún tiempo y además le había pedido matrimonio. Ella aceptó, por lo que era lógico pensar que sucedería tarde o temprano, ¿verdad? Es decir, no íbamos a estar comprometidos hasta hacernos viejos. Yo iba a casarme, gran cosa. Pero déjame ponerlo en perspectiva: yo-iba-a-jodidamente-casarme... hoy. Y estaba nervioso, tanto que mis manos temblaban mientras me vestía frente al espejo, junto a mis amigos.Aún estando a punto de suceder, continuaba pareciéndome irreal.Hacía poco más de ocho años, yo era un perdedor inmundo: ahogándome en mi propia miseria, solo y al borde del colapso. Un adicto sin futuro. Hoy, no obstante, tenía todo lo que siempre deseé: una familia, amor verdadero y personas que confiaban en mí
Mi hija cumplía diez años. Mientras la miraba correr por el jardín de nuestra nueva casa con sus amigos, pensé en lo rápido que pasa el tiempo. Me pareció ayer cuando la encontré llorando en medio de la basura y hoy, no obstante, ella cumplía diez.Pudiera decir muchas cosas estúpidas, incluso un chiste de mal gusto; un comentario gracioso quizá. Algo como: «Oh, qué macho soy. ¿Dónde están mis violines?», y mierda. No en ese momento, cuando mis ojos ardían tratando de contener las lágrimas producto de la felicidad.Yo lo tenía todo: familia, dinero, amigos y amor. ¿Qué puedo decir? Soy un hombre afortunado. La vida me dio grandes golpes, solo para recompensarme después. Ella es una sádica y yo masoquista, supongo, pero al final funcionó. Yo ya no estaba enojado y la vida..., bueno, había dejado de s
Título del libro: Eso que llamamos Casualidades.© 2018 por Lorena. R. Jeffers.Fotografías: Pixabay.Ilustración de portada: Lorena R. Jeffers.Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser adaptada, reproducida, almacenada en algún sistema de recuperación, o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —mecánicos, fotocopias, grabación u otro— sin la autorización previa por escrito de la autora.Primera edición: marzo, 2018.*****Título del libro: Eso que llamamos Casualidades.© 2018 por Lorena. R. Jeffers.Fotografías: Pixabay.Ilustración de portada: Lorena R. Jeffers.Todos los derechos reservados. Ninguna porción de este libro podrá ser adaptada, reproducida, almacenada en algún sistema de recuperaci&
—Coño, mami, ¡no! —Tan patético como podía serlo, me aferré a ella—. Te juro que...Gabriela se removió hasta soltarse y se giró de nuevo hacia mí. Sus pequeños ojos marrón oscuro me enfrentaron entrecerrándose. De haber sido inteligente, yo habría retrocedido. Pero, ah, mierda, la inteligencia y yo éramos enemigos entonces. Aún ahora, no obstante, va mejorando. Algo así.Como sea.Apuntó su larga, larguísima uña roja, decorada con piedrecitas brillantes y negó.—No. Me cansé. ¿Crees que me gusta vivir aquí, como una recojelatas[1] y todo eso? —Ni siquiera me dio tiempo de responder—. Pues, ¿qué crees, mijo? ¡No!—Pero Gabi, bebé, escúchame.—¡No!—Estoy lográndolo.P